Corre el año de Gracia de Vuestro Señor Jesucristo de 1306. Bajo las órdenes de los dignatarios feudales dependientes de los Pares del Reino y de Su Serenisima Majestad Felipe IV, El Hermoso, se ordena que un grupo de personas, que comparten unas costumbres, un credo y una innata tendencia a separarse del resto de los componentes de las sociedades en las que viven, abandone los teritorios que pertenencen a La Corona.
Esas personas, familias enteras, clanes completos, habitan mayoritariamente en los arrabales de las ciudadades, formando barrios cerrados y campamentos en los que reproducen sus costumbres, sus ceremonias y se implican poco o nada en el devenir cotidiano de aquellos turbulentos años en los que El Hermoso era llamado así por no ser llamado el "abofeteador de papas".
Los franceses, los de cuna y útero galos, les miran con recelo. Les acusan de librarse constantemente de las lebas que sangran a la población en las guerras privadas y públicas de los nobles; les acusan de operar al margen de las leyes financieras y tributarias que Felipe, el rey Felipe, ha impuesto para sanear las cuentas y el tesoro del reino; les acusan de tener negocios turbios, de cubrir a delincuentes y herejes, les acusan de todo.
En la desesperación de la miseria y la falta de futuro, se vuelven hacia ellos y hacer recaer sobre sus hombros todos los males que la guerra y la escasez de cosechas han traido sobre una Francia que perece cada amanecer y cada anochecer entre los retortijones del hambre y los espasmos de las heridas de la guerra.
Los impuestos suben, las guerras continuan y Felipe, sus consejeros y su iglesia, deciden que si el pueblo cree que ese grupo de personas, que a lo largo de los siglos ha ido llegando de forma callada, casi invisible, a la tierra de Francia; que se han asentado sin pedir salvoconductos, si realizar juramentos vasallaticos, son los culpables de los males de Francia, ellos, por la Gracia de Dios -aunque dios no haya dicho nada al respecto-, les darán la razón.
Se les da un plazo exíguo para liquidar sus bienes que, en caso contrario, son confiscados, se les garantiza salvoconductos para atravesar el país y se les ofrece una indemnización de 150 ducados. Ni uno más. En ocasiones muchos menos. Se les permite conservar 100 luises por jornada de viaje -30 más por cada niño-.
Luego se les mete en aviones de la Fuerza Aérea Francesa y se les deporta a un país que ya no es el suyo porque, aunque hayan nacido allí, nunca ha sido su patria.
Y el rey Nicolas - ¿era Felipe o Nicolás? ¡Que más da!- le muestra al pueblo que será duro con aquellos que no cumplen las leyes y que se convierten en una carga para el Estado - o para La Corona-. Los labriegos, los siervos de la gleba, los parados creen que con eso habrá más espacio, más tierras, mas trabajo, más riqueza para ellos, más seguridad para ellos y votan masivamente al rey Felipe o aclaman por las calles al rey Nicolás.
Algunos, los más osados, bajo el mando del siempre tempestuoso Señor de Valois y de su fiel escudero Jean Marie Le Penn, se atreven a perseguir y acosar a aquellos de ese grupo de gente diferente y poco recomendable que se demoran a la hora de abandonar el país. Apedrean sus casas, queman sus caravanas y sus coches, destrozan sus campamentos y los persiguen por los bosques de Francia durante unos cuantos meses, hasta que las tropas del rey y la gendarmeria francesa logran poner un poco de orden en todo ese maremagno.
Y con esto, niños acaba la lección de hoy ¿alguna pregunta?
Francoise: ¿El rey se llamaba Felipe o Nicolás?
Profesora: Da igual, pequeño, lo que importa es el mensaje. Quedaté con la solución política.
Louise: ¿Ya había aviones?
Profesora: Y dale. Lo que cuenta es la idea general.
Ivette: ¿Y funcionó?
Profesora: En los siguientes veinte años Francia sufrió una de sus más grandes hambrunas y el producto interior bruto del país sigue sin subir y la destrucción de puestos de trabajo no cesa.
Jean Claude: Si no le sirvió de nada a Felipe, El Hermoso, expulsar a los judios en 1306, ¿Por qué el presidente Sarkozy hace ahora lo mismo con los gitanos?
Profesora: ¡Ah Jean Claude, el mejor de mis alumnos! Veo que has captado el paralelismo.
Jean Claude (con insistencia): ¿Por qué?
Profesora (con tristeza): Porque, tras pasar por un imperio, dos religiones, varias docenas de escuelas filosóficas, tres revoluciones, medio centenar de ideologías políticas, tres doctrinas económicas, una restauración y cuatro repúblicas no hemos aprendido nada, pequeño Jean Claude, no hemos aprendido nada.
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