Reclamar -más bien exigir- el respeto por los derechos humanos siempre es buena cosa. En eso estamos de acuerdo todos -bueno, casi todos, que los que se los saltan a la torera ya han dado su opinión al respecto con sus actos-. Pero en ocasiones conviene pararse a pensar antes de iniciar campañas, aventar pancartas y lanzar recriminaciones. Hay que mirar el patio trasero de casa antes de ir a cagar -con perdón- en el porche del vecino.
Es conveniente hacer ese ejercicio, no porque no tengamos razón, sino porque si nos equivocamos, parece que la tienen los que nunca la tendrán, es decir, los que incumplen sistemáticamente los derechos humanos.
Y eso es lo que nos está pasando con el caso de Sakineh Mohammadi Ashtiani, la mujer iraní a la que su gobierno y sus jueces quieren enterrar hasta el cuello en un agujero y permitir que sus vecinos le lancen cantos puntiagudos hasta que uno le acierte en el craneo y la mate -podría haber abreviado escribiendo lapidación, pero suena demasiado civilizado para lo que realmente es-.
En cuanto se hizo pública tan avanzada justa y equilibrida condena -claramente encaminada a la reinserción-, los engranajes de todos aquellos que se mantienen vigilantes contra este tipo de excesos incomprensibles -que menos más que los hay- se pusieron en marcha. Y ahí es donde comenzó la cadena de favores al régimen totalitario que encabeza en la antigua persia un individuo de ideas medievales pero tristemente claras de apellido Ahmadineyad.
Los primeros en lanzarse a la palestra eligieron como explicación a su oposición a tal desatino -¡como si hiciera falta buscar una explicación para oponerse a que alguien sea asesinado a pedradas!- que un pecado, una falla moral de una determinada religión -en este caso el adulterio- no puede castigarse como un delito. Lo que podría llamarse la oposición antireligiosa.
Y entonces llegaron los ulemas y ayatolahs y dijeron algo parecido a "vale, de acuerdo, pero es que esta mujer está acusada y ha sido condenada por participar en el asesinato de su marido, además del adulterio -¡ningún adulterio debe quedar impune!-". Y primer favor que le hacemos a Ahmadineyad y apoyo que le quitamos a Ashtiani.
Fracasado ese argumento entran en liza aquellas que creen que no se debe lapidar a la supuesta adultera y presunta parricida porque atenta contra los derechos de la mujer. Que el asesinato público y programado de esta mujer iraní -¡Uy, perdón!, quise decir ejecución legal- se realiza porque es mujer y entra dentro de lo que se debe evitar porque las mujeres tienen derecho a ser iguales que los hombres.
Y la propaganda de Ahmadineyad -que opera bajo el nombre pomposo, como el de todas las propagandas, de Ministerio de Orientación Islámica- se frota las manos. Entre declaraciones grandilocuentes y amenazas de guerra nuclear -nunca hay que desperdiciar ocasión para recordar que se está en condiciones de exterminar a la mitad de la población mundial si uno se lo propone. Eso viste mucho- los ideólogos y burócratas iranies nos anuncian: "¡estupendo!, en el corredor de la lapidación -es verdad, suena a Via Crucis ¿por qué será?- esperan 18 mujeres y 10 hombres. ¡Solucionado el problema de la igualdad! A otra cosa, mariposa. Ahmadineyad 2, Ashtiani 0
Y los que -como todos o casi todos- creen que es una aberración que alguien sea ejecutado a predadas siguen buscando explicaciones a por qué el gobierno iraní se empeña en hacerlo. Y llegan a la que parece mas obvia.
¿Por qué evitarlo? Por qué es inocente. Su abogado habla de juicios manipulados, de pruebas falsas o inexistentes, en fin, de un proceso kafkiano en el que hubo de todo menos garantías y justicia.
Pero a los ayatolahs iraníes tampoco les importa. Sacan a una demacrada mujer que espera la muerte a golpes de granito confesando sus crímenes -bueno, su crimen y su pecado, que el hecho de que para ellos sea lo mismo no significa que lo sea en realidad- y siguen a lo suyo. Esto empieza ya a ser una goleada.
Algo perdidos y desesperados, no porque los persas que han revertido al medievalismo su país ignoren nuestros argumentos, sino porque los rebaten, caemos en su trampa. Consultamos ulemas, expertos e islamistas y decimos que no hay ninguna referencia en El Corán a la lapidación y que por tanto no deberían lapidar a esta pobre mujer, ni siquiera a esta pobre delincuente, es más ni siquiera a esta pobre criminal -aunque lo fuera-.
Y los traficantes de fe y de integrismo que rigen los destinos de ese país ya ni siquiera responden. Sólo se ríen. Empezamos diciendo que no podían utilizar la ley islámica y ahora estamos defendiendo que según esa ley, que antes no tenían derecho a implantar, no pueden hacer lo que quieren hacer.
¿Cómo hemos llegado a esto?
Muy sencillo. Porque hemos cometido el occidental error de buscar argumentos para lo que no necesita argumentos. Hemos intentado explicar algo que no merece explicación. No pueden lapidar, ejecutar o matar a Sakineh Mohammadi Ashtiani sencillamente porque no.
Es muy simple. Entonces, ¿por qué no lo decimos?, ¿por qué no nos limitamos a afirmarlo categóricamente y punto?
A lo mejor porque entonces algunos gobiernos que protestan tendrían que cambiar sus regulaciones, aunque la inyección letal sea más civilizada -que no indolora- que la lluvia de piedras; quizas porque si lo decimos, algunas que piden condenas a muerte para violadores y maltratadores deberían modificar sus posiciones o porque tendríamos que cuestionar a estados que imponen la ley del talión -precepto claramente religioso- en sus ordenamientos jurídicos.
Así que, es posible que Sakineh Mohammadi Ashtiani termine siendo lapidada después de todo. Porque, al fin y al cabo, no hemos sido capaces de encontrar un argumento que impida ejecutar a los iraníes y nos lo permita a nosotros.
Cosas que tiene la coherencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario