Pocas veces he dedicado dos posts seguidos de estas pseudo demoniacas líneas a un mismo asunto. Y esta no va ser la primera. Aunque lo parezca, aunque la que ayer era protagonista con su sonrisa hoy sea ejemplo con sus excusas.
Ayer La Sonrisa de Eden era un problema de Israel -y por ende de Palestina, que todo lo que le escuece a Israel termina doliéndole a Palestina y viceversa-. Hoy, las explicaciones de Eden, de la antigua soldado israelí que recuerda con añoranza su ultrajante actitud ante sus enemigos, son un problema de la humanidad.
"No fue mi intención humillarles y por eso no tengo que pedir excusas". Esa es su respuesta a todo lo que se ha dicho y se ha escrito respecto a sus acciones. Y lo que dice Eden no es algo que sólo afecte a los israelíes o a los palestinos, no es algo que demuestre el fanatismo y la falta de criterio en la que se mueven las posiciones más radicales de ambos bandos. Es algo que demuestra simplemente que, poco a poco -en ondas temporales irrefrenables, como en una película mediocre de ciencia ficción-, estamos dejando de ser humanos.
Un amigo comentaba el post sobre la soldado israelí afirmando que, más allá de las intenciones mediáticas de su publicación, su actitud demostraba que nos estamos deshumanizando -no busquéis el comentario, los envía por mail, para eso están los amigos- y que lo hacíamos sin remedio.
Puede que, en un principio, resulte exagerado, pero la respuesta de Eden a la tormenta de reacciones que su álbum virtual ha provocado hace que se quede corto. Es muy posible que ya estemos deshumanizados.
Eden no tiene que pedir excusas porque no era su intención humillar a los prisioneros. Hubo un tiempo en que los que más pedían excusas eran aquellos que no habían tenido intención de hacer daño. Pero, claro, era un tiempo en el que existían la realidad y el error.
Ahora no. Ahora solamente existe la percepción. En la guerra, en la política, en la religión, en las relaciones personales. La realidad ha dejado su lugar a un velo consciente o inconsciente que hemos definido como percepción. No importa como son las cosas, sólo importa como las percibimos.
Hemos sacado a Van Gogh y Monet de los cuadros y los hemos aplicado de forma aleatoria y egoísta a la vida. Hoy por hoy todos los girasoles son azules si nosotros así lo decimos.
A Eden no le importa que los Palestinos se sientan humillados, ella no quería humillarlos; a Eden no le importa que a su gobierno le parezca vergonzoso -que, por cierto, ya le podrían avergonzar otras muchas cosas-, ella no quería avergonzarle; a Eden no le importa el daño que haya causado porque no quería hacerlo, porque ella no lo percibe como una humillación ni como una vergüenza y por ese simple motivo sus actos no pueden ser eso. Ella no quería que fueran eso.
Eden es el ejemplo de como nuestro absoluto egocentrismo nos lleva a ignorar las consecuencias que nuestros actos tienen en los demás, de como hemos decidido no considerarnos responsables de lo que nuestras acciones o inacciones originan en la vida de otros. Si los destruyen, es culpa suya por sentirse destruidos, si los humilla es culpa suya por sentirse humillados. Si nosotros no percibimos que algo es perjudicial o perverso no puede serlo.
Y ese principio de deshumanización se hace absolutamente irrefrenable -y, a estas alturas, prácticamente inevitable- cuando nos damos cuenta de que nuestra percepción está vuelta exclusivamente hacia nosotros mismos. Sólo percibimos el mundo por lo que nos toca, por lo que nos conviene, por lo que nos gusta, por lo que necesitamos o por lo que queremos.
No es que Eden no perciba la humillación de su actitud porque mire a los palestinos y no se de cuenta del motivo por el que se sienten ultrajados. Es que ni siquiera los mira. Si en ese momento ella no se siente humillada, nadie puede sentirse de esa forma. Si en ese momento ella se siente exultante y radiante es lo único que cuenta. Sólo es capaz de percibir su alegría, su percepción está tan vuelta hacia si misma que todo lo demás le resulta más ajeno que un lenguaje alienigena a un hombre de las cavernas.
Si Eden contemplara las fotos de un militante de Hamas sonriendo condescendiente mientras uno de sus antiguos compañeros de armas sujeta con los ojos vendados y arrodillado un periódico del día y es encañonado, se indignaría sin remedio; si accediera a un blog en el que un militante yihadista colocara fotos de un atentado y escribiera "mi paso por la Yihad, los años más felices de mi vida" se pillaría -como dicen ahora- un globo de tres pares de narices. Exigiría excusas, reparaciones y hasta detenciones.
Pero ese argumento ya no vale con Eden -como no vale con la inmensa mayoría de nosotros-. No lo ha dicho, pero si alguien le planteara estas cuestiones estoy casi seguro que diría: "no es lo mismo. Yo lo percibo de otra manera".
Es una incoherencia manifiesta, pero eso no importa. La coherencia es sólo un requerimiento cuando nos enfrentamos a la realidad y nosotros ya no hacemos eso. La eludimos gracias a nuestro impresionista recurso a los girasoles azules de la percepción.
Y esa es toda la explicación que necesitamos. Si lo percibimos de manera diferente está permitido que actuemos de manera diferente, que recurramos a principios que hemos dejado atrás en otras ocasiones, que exijamos aquello que no hemos dado, que nos neguemos a dar aquello que hemos exigido recibir.
En la realidad, la denostada realidad objetiva de las cosas, los otros existen, en nuestra nueva percepción no. Sólo existimos nosotros y aquellos a los que les damos vela en nuestro entierro -siempre y cuanto compartan nuestras mismas percepciones, eso sí-.
Porque eso es lo que hemos iniciado. Nuestro entierro.
Cuando compramos en el bazar de las ideas el recurso a considerarnos cada uno de nosotros el centro del universo no compramos una posición psicológica, adquirimos un cadalso; cuando, en las rebajas del mercado filosofico, nos vendieron el convencimiento de que nuestra percepción de la realidad se antepone a la realidad misma y es lo único que debe importarnos, no nos vendieron una filosofía, nos hicieron comprar un catafalco; cuando aceptamos como bueno el principio de que en mi vida lo más importante es lo que yo quiero y lo que yo necesito en cada momento sin necesidad de dar explicaciones ni de tener en cuenta lo que eso significa para los demás, no asumimos un estilo de vida, firmamos nuestro propio funeral como sociedades y como individuos.
Como no estoy libre de culpa, tiro la primera piedra. Y la tiro -antes de que algún comentario anónimo se sienta afectado, reflejado, incomprendido o simplemente intrigado y me pregunte si yo me siento al margen de lo que denuncio- porque sé que caerá justo encima de mi cabeza.
Y si es un error. Me disculpo.
Y si es un error. Me disculpo.
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