miércoles, octubre 27, 2010

Brasil, China Rusia e India... malos, malos chicos

La capacidad para la incoherencia de esa porción del orbe que hemos dado en llamar la civilización occidental es algo que no deja de sorprender a propios y extraños -aunque creo que los propios, en este caso, están más allá de toda posibilidad de sorpresa-. Una de esas organizaciones no gubernamentales -que se hace llamar algo así como Transparencia Internacional ha presentado un informe en el cual las grandes economías emergentes del planeta -curiosamente ninguna occidental, que por aquí ya se emergió de las aguas económicas hace tiempo- suspenden en lucha contra la corrupción.
Y claro los gobiernos occidentales tuercen el gesto y comienzan a hablar de falta de confianza, de retraimiento - no de retracción, eso sería hablar correctamente- de la inversión, etc, etc, etc...
Hay ocasiones en las cuales es difícil discernir si lo que ocurre en Occidente es que se tiene poca memoria o mucha caradura. En este caso está claro que ambos conceptos nos rebosan por los bordes.
Brasil, China, Rusia e India, o sea las económias emergentes -cualquier podría imaginárselas como venus boticcelianas surgiendo desnudas entre espumas marinas-, no son transparentes con su sector público y eso no está bien. Eso es malo para el sistema, eso es perjudicial para la democracia.
Occidente, que las ha arrojado a ese concepto de economía emergente, que prácticamente las ha forzado a aceptar ese sistema económico a través de una composición magistral formada por un tercio de lisonjas, un tercio de amenazas y un tercio final de miradas apartadas cuando conviene, se rasga las vestiduras y se preocupa por esta presencia del fantasma de la corrupción en los que están llamados a ser los pilares económicos de un futuro que se pierde en las profecias de los oráculos del capitalismo mundial.
Si hablamos de capitalismo, si hablamos de librecambrismo o como queramos llamarlo, la corrupción es un elemento fundamental en toda economía emergente. Y aquí es donde tenemos el ataque de amnesia histórica que nos permite abrir los ojos como platos de sorpresa y torcer el gesto de disgusto ante la situación.
Mas allá de que todos parecen ignorar o al menos fingir no darse cuenta de lo irónico que resulta que China, Rusia, India y Brasil, o sea la mitad de la población mundial (3.000 millones de personas -sin contar las antiguas repúblicas soviéticas que siguen siendo satélites económicos rusos-) haya tardado tanto tiempo en emerger económicamente -¿por qué será, que diria la mítica Bombi del programa televisivo?-, Occidente ignora que aquí, por estos lares de la civilización, pobre heredera de lo grecolatino, lo cristiano y lo pagano, se hizo exactamente lo mismo.
El sector público concedía dádivas, regalos, explotaciones y negocios a aquellos que creía que se lo merecían  o que estimaba que les venía bien. El sector público estaba tan corrupto que se permitía con trompetas y clarines otrogar a familiares y amigos fuentes de riqueza para pagar o pedir favores.
Claro que entonces esas dádivas no eran contratos. Se llamaban patentes de corso, cartas de naturaleza, títulos nobiliarios... El sector público era conocido como La Corona y la corrupción como Feudalismo.
La Revolución Industrial se hizo sobre la base de fortunas que se habían forjado así y se siguieron construyendo así. Los gobiernos concedían explotaciones mineras, cartas coloniales, licencias de asentamiento, contratos de abastecimiento y monopolios de intendencia con las luces apagadas y los taquígrafos ciegos.
Toda economía que haya sido emergente en el sistema capitalista, desde Inglaterra hasta Estados Unidos, desde Alemania hasta España, ha crecido asumiendo la corrupción del sector público, la arbitrariedad de aquellos que concedían la explotación de los recursos dentro y fuera de sus fronteras.
Claro que nosotros lo llamamos Colonialismo y le dimos carta de naturaleza histórica.
Y si no, que se lo pregunten a Onasis, a Rockefeller o a cualquiera de las grandes fortunas que se han hecho sagradas. Todas tienen una larga historia de contratos y concesiones oscuras, sin demasiada documentación, de sobornos, de grandes cenas y pequeñas reuniones en bibliotecas a la luz de la chimenea, al calor del coñac y entre el humo de los puros.
Puede ser que luego lo controlaramos un tanto -tampoco demasiado-, pero toda economía emergente tiene en la corrupción del sector público una fuente de negocio. Siempre y cuando emerga desde `la base de un sistema capitalista.
Nosotros inventamos ese sistema económico y lo aplicamos sin pudor mientras nos vino bien ¿por qué lo criticamos ahora? La respuesta es muy sencilla. Porque no estamos en condiciones o no nos atrevemos a cuestionar el sistema en si mismo, el capitalismo que lleva aparejada esa corrupción -lo dice la historia, no yo-. Y sobre todo porque esa corrupción nos perjudica a nosotros, al entramado económico occidental.
Y ahí es donde entra la porción de caradura de esta historia.
Con echar un simple vistazo a las páginas de la sección nacional de los periódicos, nos damos cuenta de que la corrupción está muy lejos de estar controlada en el mundo occidental, lo cual ya supone un ejercicio de caradura de proporciones bíblicas -lo de bíblico es, más que nada, por eso de ver la mota en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro-. Pero todavía hay que ir más allá.
Cuando esa corrupción permitió a las grandes multinacionales occidentales asentarse en la India utilizando trabajo infantil o en China usando trabajo semiesclavo ningún organismo internacional protestó por ella.
Cuando esa corrupción del sector público permitió a las grandes empresas europeas y estadounidenses expoliar las selvas y las minas brasileñas, gracias a concesiones y contratos concedidos a cambio de una villa en La Riviera o un retiro en Palm Springs, nadie habló de la lacra que la corrupción suponía para las economías emergentes. Claro que entonces no eran emergentes. Es más, no eran ni economías.
Cuando Yeltsin o Putin concedieron a dedo, sin contar con Duma alguna y por su santa -o ex sovietica, que viene a ser lo mismo- voluntad contratos millonarios en infraestructuras a empresas alemanas, francesas e inglesas nadie se paró a pensar si había sobres millonarios por debajo o contrapartidas personales en la sombra. Se apretaron las manos, se hicieron las fotos, se publicaron las noticias y a otra cosa.
Así que el problema que ha hecho temblar las carnes de Occidente no debe haber sido la corrupción. Nosotros la utilizamos para entrar en esos mercados, nosotros la inventamos para desarrollar nuestras economías.
Lo que hace temblar a las organizaciones no gubernamentales y a los organismos económicos mundiales es el hecho de que ahora los que se benefician de ella se apellidan Rutenko, Chen Liu, Ramthara o Da Silva -y cualquier parecido con el apellido de un empresario real es pura coincidencia, en serio-.
No es que nos importe la corrupción en esas economías lo que nos preocupa es que ya no nos beneficia a nosotros.
Así que hay que controlarla, hay que mantenerla bajo mínimos. Porque si no es así, no tendremos seguros contratos y negocios en esos lares. Ahora hablamos de libre competencia y de conceder loscontratos a las empresas mejor preparadas -o sea las nuestras, sin lugar a duda- porque si no se llevarán la parte del león los nuevos señores feudales de las economías emergentes y no las cuentas de negocio de nuestras multinacionales.
Y mientras nuestros ayuntamientos siguen concediendo contratos a la puja más baja, filtrando informaciones privilegiadas a sus amigos o a aquellos que les sobornan para que consigan asignaciones millonarias. Pero eso es otra cosa, claro. Es algo doméstico
La corrupción endémica del sector público en sus contracionesdentro del sistema capitalista no puede darse en Brasil, China, India o Rusia. No puede darse porque entonces la mitad de la poblacíón del mundo crecerá económicamente y nosotros no nos llevaremos una parte del pastel.
No puede darse porque , si se produce, sólo puede benficiarnos a nosotros. Si no ocurre eso no puede estar bien. 

lunes, octubre 25, 2010

El cólera no está matando de nuevo a Haití

Haití muere. Es una afirmación tan obvia y reiterada que no merecería un post. Una encendida elegía quizás, un lacrimógeno epitafio probablemente, pero no un post. Un post es demasiado banal para hablar de estas cosas.
Pero la épica de las elegías y la tristeza de los epitaficos no son lo adecuado para, esta, la enesima ocasión en la que Haiti muere y sigue muriendo. La banalidad de un post nos permite ir más allá, nos posibilita decir aquello que callamos cada vez que un Haití, una Somalia o una Eritrea mueren ante nuestro cansados ojos y ante nuestras humedas lágrimas -a aquellos que se las provoquen-.
Un post es lo suficientemente banal para hablar de responsabilidades, de elusiones, de ciencias y de conciencias. Un post es tan banal como es cualquier cosa que podamos decir sobre la millonesima muerte de Haití. Es tan banal como nuestras lágrimas.
A Haití le está mantando el cólera, una enferdad que olvidamos porque nosotros no corremos el riesgo de padecerla, antes lo mató un terremoto y antes una casi infinita sucesiones de desastres naturales y humanos entre los que se incluyen, genocidios, tifones, guerras civiles, huracanes y hasta el nada desdeñable honor de experimentar en sus carnes y sus playas una larga ocupación y una efímera, pero con cobertura televisiva completa, invasión de Marines -¡uuuuaaaa!-.
No es por restarle importancia a la Vibrio cholerae, ni a la tectónica de placas, ni a las microgénesis explosivas, ni siquiera a los infantes de marina estadounidenses -¡Semper Fi!-, pero todo eso sería irrevelevante -y en muchos casos inexistente- si nosotros, los que contemplamos las imagenes de su cíclica agonía y muerte, no hubieramos decidido que mueriera.
Rectifico. Otros, hace mucho tiempo, decidieron que Haití muriera. Nosotros sólo hemos decidido dejar que siga haciéndolo.
Los hidalgos venidos a menos que pusieron su pie en Haíti hace siglos no podían saber que había un motivo para que esa isla no estuviera apenas habitada así que, como les hacía falta mano de obra, la llenaron de esclavos traídos de otras tierras para aprovechar aquello que podía ofrecerles.
Los navegantes y reyes no podían saber que  la geografía es sabia y que tenía que haber algún motivo oculto bajo la tierra para que la humanidad no hubiera prosperado en esas latitudes. Es posible que si lo hubieran sabido les hubiera dado igual, pero no podían saberlo. Ellos fueron los que comenzaron a matar a Haití.
Los gobiernos coloniales y descoloniales -si se me permite la expresión- que abandonaron a aquellos que llevaron a la isla a su suerte cuando el gasto de proteger y transportar los recursos que se producían fue mayor que los beneficios que generaban, quizás supieran que con eso condenaban a la miseria a una población que no había pedido ir a esas tierras y esos mares y que había sido puesta en el filo de la navaja de la supervivencia greográfica, metereológica y geológica. Es posible que alguno tuviera una remota intuición de que eso podía ocurrir, pero no se les puede pedir que les importara. Ellos siguieron apuñalando Haití por la espalda.
Pero nosotros ¿qué excusa tenemos nosotros?
Nosotros tenemos la historia y la geografía para saberlo, la metereología y la geología para reconocerlo y lo hemos ignorado.
Hemos permitido que un líder antiproclamado convirtiese el vudú y los sacrificios de pollos en una forma de gobierno porque no había nada que nos importara en esas tierras; permitimos que alguien escenificara una invasión sólo para subir sus niveles de popularidad porque no teníamos planeado ir de vacaciones a sus playas.
Hemos permitido que año tras año y década tras década líderes mesiánicos y gobiernos títeres se gastaran en armas dinero que no tenían y guerdaran en cuentas suizas fondos que nos les pertenecían.
Ahora Haití no tiene canalizaciones y el cólera la mata. Ahora Haití no tiene estructuras ni edificios que soporten un terremoto y muere cada vez que la tierra tiembla. Ahora Haití no tiene una sociedad estable y organizada y, cada vez que arrecia el hambre, sus propios odios y sus propios machetes la matan.
Y nosotros no somos culpables ¿o sí?
Sabemos como se solucionaría, sabemos que puede hacerse, pero no lo hacemos. Sabemos que toda solución a esos problemas sería tan radical, tan absolutamente brutal que exigiría empezar desde el principio. Pero no desde el principio para Haití, sino desde el principio para todos.
Cualquier solución definitiva para esos problemas nos exigiría renunciar a tantas cosas que, aunque a diferencia de nuestros ancestros, nosotros sabemos, fingimos que lo desconocemos. Y además disfrazamos nuestra fingida ignorancia de solidaridad ocasional y luego renunciamos hasta a eso, cuando nuestros periódicos nos informan de que los señores de la guerra de turno se apropian impunemente de esa ayuda.
Aunque los profetas de la economía de recursos -una idea tan bella como irrealizable-  piensen de otra manera, sabemos que tenemos que renunciar a demasiadas cosas que consideramos imprescindibles para que pueblos como Haití dispusieran de elementos que son objetivamente esenciales. Sabemos que a lo peor tendríamos que renunciar a las calefacciones, a los numerosos pares de zapatos e incluso hasta a las tres comidas al día para que los que no lo tienen tuvieran agua corriente o una comida al día. Lo sabemos pero lo negamos.
Nuestra tradición judeocristiana nos hace fácil pretender que los recursos del planeta se pueden multiplicar como los panes y los peces de la fábula milagrosa de Nazaret y nos negamos a ver que la única posibilidad es repartirlos.
Todos estamos de acuerdo en que Haití, Somalia o Maymar tengan el mismo nivel que el más modesto de nosotros. Todos sabemos que eso es imposible y que la única posibilidad es que nosotros - también los más modestos de nosotros- bajemos nuestro nivel de vida para que el resto del mundo pueda acceder simplemente al concepto de nivel de vida. Así que todos nos mentimos y dejamos que Haití muera.
La Vibrio cholerae y su cólera, Colón y su descubrimiento, Theodore Roosvelt y su ocupación, Papa Doc y su vudú, el general Abrahams y su intervención militar, Wegener y su tectónica de placas, Aristide y su teología de La Liberación y Beaufort y su escala de huracanes nos dan las excusas perfectas para poder mirarnos al espejo de los informativos de televisión y seguir haciéndonos creer que no somos responsables de la muerte de Haití.
Y podemos estar tránquilos. Tenemos razón. No podemos ser responsables de la muerte de Haití.
Por eso un post tiene el rango de banalidad necesario para abordar este asunto. Es banal hablar de algo cuando aquello de lo que se habla ya está muerto.
Y Haití ya está muerto. Han de cambiar demasiadas cosas para que esa y otras muchas tierras puedan resucitar. Y no vamos a cambiarlas.

Los labios de Pajín nos impiden ver el bosque... -y no es ninguna referencia erótica, que conste-

El setenta por ciento de los españoles menores de 35 años -me niego a meterles a todo en el saco de la juventud, como se estila ahora- carecen de recursos económicos para acceder a la vivienda; un tercio de las empresas inmboliarias en nuestro país están en quiebra o lo estarán en breve ¿Quién es el ministro responsable? José Blanco -hasta hace dos días, como quien dice, compartía esas responsabilidades con Beatriz Corredor-.
Somos el tercer país en el que menos se lee de Europa, el cuarto en el que menos libros - de literatura- se publican, en el que menos es capaz de recuadar el cine nacional -supongo que tanto por culpa de los directores, como de las productoras y de él público- ¿Quién es la ministra encargada de ese área? Ángeles González Sinde.
Nuestro territorio es la puerta de entrada y de salida de Europa de las mafias de trata de blancas, de protistución organizada y el país de Europa en el que -al memos estadísticamente y sin entrar en honduras- más diferencia hay entre los sueldos de las mujeres y los de los hombres ¿Quién debería haberse encargado de eso dentro del gabinete del Gobierno? Bibiana Aido.
Nuestra economía está en el punto de mira de media Europa, consideran nuestros presupuestos generales inviables, la destrucción del tejido empresarial se multiplica y la de empleo alcanza límites que no son insostenibles porque nos hemos acostumbrado a casi cualquier cosa ¿Quién se encarga de esos asuntos en Moncloa? Elena Salgado.
Los cerebros se fugan de nuestro país, el presupuesto para los centros de investigación está en periodo de glaciación, la investigación y el desarrollo -el famoso I+D- en las empresas españolas ha pasado de ser un mal chiste a convertirse en un vago recuerdo de lo que pudo ser. ¿Quien se responsabiliza de esos aspectos? Cristina Garmendia.
¿A donde quiero ir a parar? Es sencillo.
Todas esas situaciones exigen rapidez de reflejos, capacidad de análisis, velocidad de reacción y un sinfín de cualidades más que sus responsables no demuestran al permitse el lujo de no reaccionar ante ellas, de dejarlas evolucionar casi libremente en espera de que escampen como una tormenta veraniega.
Blanco, Garmendia, Salgado, Aido, Corredor y Gonzalez Sinde pasan de puntillas por encima -más bien por debajo- de todas esas cosas en sus intervenciones públicas, en sus discursos, en sus declaraciones. Y visto como reaccionan, con que fuerza y con intensidad, ante otras cosas me veo obligado a llegar a la conclusión de que debe ser que no les importan.
Porque cuando algo es importante, cuando algo es verdaderamente relevante para el futuro de nuestro país y de nuestra sociedad, son ellos los primeros en salir a la palestra, en alzar sus voces en defensa de la justicia, la dignidad y el futuro de los españoles.
Así que estoy tranquilo. El nivel cultural, el hundimiento económico, la falta de un mercado inmobiliario equilibrado y estable, el aumento de la prostistución forzada y el estancamiento científico y tecnológico de nuestro país no son problemas graves. No lo son porque sus ministros no hablan de ellos. Lo verdaderamente preocupante, lo que realmente mantiene nuestro país al filo del abismo son los labios de Leire Pajín y el tratamiento adecuado que se le deber dar a Trinidad Jimenez.
Porque todos esos ministros de nuestro gobierno se han cansado de hablar una y otra vez de eso mientras Fomento, Ciencia y Tecnología, Economía y Hacienda y Cultura hacían aguas y Vivienda e Igualdad sencillamente desaparecían. Así que eso debe ser lo importante.
Más allá del incuestionable esperpento que supone que un alcalde electo de una capital de provincia relate sus fantasías sexuales en público -sean estas con una recientemente nombrada ministra o con una estanquera de su barrio-; más allá de la mala educación que ello supone y del machismo explicito -en este caso sí- en sus comentarios, el esperpento se transforma en tragedia dantesca cuando el ministro de Fomento dedica un mitín a castigar la complicidad del líder de la Oposición en tan fatuo incidente.
No es que me encuentre yo inscrito en el club de los defensores de Rajoy pero, ¿en qué es complice el ínclito Mariano? ¿es que él también piensa eso de Pajín?, ¿es qué él también tiene fantasías sexuales con las ministras socialistas? ¿es qué el estupido e irreverente alcalde de Valladolid forma parte de una cabeza de puente estratégica para resaltar los supuestos encantos femeninos de las ministras de nuestro gobierno, ideada y redactada en los pasillos de Génova?
Más allá de que Alfonso Guerra llame señora o señorita a Trinidad Jimenez -sobre lo cual ya dije todo lo que tenía que decir- ¿qué sentido tiene que ministras cuyos ministerios estaban al borde de la desaparición se lancen a una guerra dialéctica con él?, ¿qué importancia tiene para la cultura, la innovación tecnológica, la economía, la iguladad o la vivienda el tratamiento elegido por Guerra?
La respuesta a todas esas preguntas es la misma. Nada de eso es relevante, nada de eso es importante, nada de eso es síntoma de nada. Nada de eso tendría que ser sacado a la palestra política y ocupar declaraciones, discursos y mítines. Nada de eso tendríaque ser usado de excusa para no ocuparse de su trabajo por los miembros del gabinete
Comprendo la indignación de Leire Pajín -a mi también me daría asco imaginarme en la mente de semejante individuo en esa tesitura-, pero sí no puede soportarlo y si siente insultada -con toda razón- que vaya al juzgado más cercano y le plante una denuncia por insultos, injurias o lo que sea. Y que antes de hacerlo que se quite la pulsera Power Balance de la muñeca ¡Que es ministra de Sanidad, por el amor de dios!
Si Trinidad Jimenez se siente ofendida por el tratamiento concedido por Guerra -es curioso, ella no dijo nada. Quizás por esa gran muestra de diplomacia y buen juicio la hayan colocado como ministra de Asuntos Exteriores tras su fiasco electoral madrileño- que le llame y se lo haga saber, que Guerra se disculpe -si tiene a bien hacerlo- y si no lo hace, que se retiren la palabra en las reuniones en Ferráz o en los mítines socialistas.
Pero los demás no tienen vela en esos entierros, no tienen derecho a intentar hacernos creer que son importantes, que son relevantes, que tenemos que preocuparnos por ello.
Los sueños groseros de un alcalde no merecen un debate poítico, un diminutivo tirado en una frase no merece un ejercicio de disensión interna. Un país en plena crisis no merece que sus ministros y ministras estén preocupados de esculcar entre la basura editorial y mediática una declaración, una grosería, una falta de educación para convertirla en un estandarte de combate.
Quizás, sólo quizás, si estuvieran más pendientes de los datos que aportan sus carteras y de las soluciones para cambiarlos tendrían menos tiempo para esos torneos medievales en favor del honor de sus compañeras de gabinete.
Seis ministros me parecen demasiados para defender los labios de Pajín y las tarjetas de visita de Jiménez.

domingo, octubre 24, 2010

El Calor de Buonarotti

Corría el verano de 1536 y la ciudad de Roma agonizaba de calor. En una taberna cercana a la vía Appia un pintor, solamente conocido por su nombre, también ardía. La temperatura exterior era la menor de sus causas de ardor. La desesperación, la indignación y el Chianti, en el que había gastado hasta el último de los 30 ducados que el Santo Padre le había pagado antes de despedirle, eran los principales motivos de su acaloramiento.
Julio II, el papa que nació para rey, había echado una sola ojeada al trabajo de Buonarotti a medio terminar, apenas esbozado, y había decidido rescindir su contrato. Miguel Ángel se ahogaba en la desesperación mientras Julio II paseaba por su inacabada Capilla Sixtina acompañado de Brunellesci, glorioso arquitecto y poco más que mediocre pintor.
El acompañante del santo padre contempló los esbozos medio borrados y atisbó la mirada de desasosiego de Julio II antes de afirmar que él, al menos en lo que veía, no encontraba nada erróneo. “Erróneo no. Estaba muerto”, contestó el Papa Julio.
Y el prelado que ansiaba ser emperador recurrió a Brunellesci, que no llegó a atreverse a hacer un solo trazo; contrató a Pinturicchio, que resultó demasiado formal; pago a Sandro Botticelli, que se le antojo exento de grandeza; hizo llamar de su retiro a Cosimo Rosselli, que volvió a su retiro algo más rico pero carente de la gloria que finalizar la obra le hubiera otorgado.
Pero Julio, el Papa Julio, necesitaba tiempo para sus guerras y sus barraganas y precisaba atención para sus tratados y sus alcobas. No podía permitirse el lujo de seguir jugando al gato y al ratón con su grandeza y su posteridad. Así que volvió a llamar a su arquitecto jefe y Brunellesci volvió a decir lo mismo.
Julio se fue a su enésima guerra y un pintor conocido solamente por su nombre de pila volvió a encargarse de decorar la capilla que habría de llevar a la historia y la grandeza al más secular de los, ya de por si, seculares papas de su época.
Cuando, a la vuelta de su derrota, Julio II contempló la capilla ya acabada, por un momento pensó que su pintor sin apellido le había tomado el pelo. Ni una sola de las figuras había cambiado de posición, ni un sólo cuadro había abandonado los techos, ni una sola escena había sido movida o alterada.
Cuando estaba a punto de desenvainar su espada y hacer correr la sangre allí mismo, en suelo sagrado, observó el rostro del Creador pintado en lo más alto del techo y por un momento creyó ver que no aprobaría su acto. Si Dios seguía vivo pese a él, a sus pecados, a sus barraganas piamontesas y a sus guerras, por fin se había mudado a la Capilla Sixtina.
Julio colmó a Buonarotti de agasajos y tiempo después murió, lentamente y a lo grande como ocurre todo en la iglesia romana. Su secretario dijo en el conclave que su último pensamiento fue para la gran capilla que había decorado el pintor Buonarotti: “Resulta increíble como puede pasarse de la muerte a la vida sin cambiar una sola forma”.
Nicola Burgadi, camarlengo vaticano, había asentido a estas palabras y había decidido guardarse para si las verdaderas últimas palabras del pontífice guerrero: “Parece que el amor a Cristo inspiró menos pasión que el odio a su Vicario”. Y el más apasionado de los herederos de Pedro inició su ampuloso pero directo camino hacia el infierno.

miércoles, octubre 20, 2010

La remodelación ministerial aleja el humo de Moncloa -en forma de carteras, claro está-

¡Remodelación gubernamental Habemus! Y claro no hay más remedio que leer de ella, opinar de ella y hablar de ella.
Voy a obviar el hecho, que debería ser evidente, de que cambiar a las personas de cartera y a las carteras de persona no supone en realidad cambio alguno. Pero parece que sí, parece que es una forma de reforzar el Gobierno, de darle un nuevo rumbo, de inyectarle nuevos bríos. No entiendo el motivo, pero eso es cosa mía. Nunca he entendido por qué la imagen de gobernar es más importante que el hecho de hacerlo. Debe ser que estoy algo chapado a la antigua en materia de lo que es el Ser, el Estar y el Parecer
Y como yo soy mucho más de elegías que de loas, de panegiricos que de odas, voy a empezar por hablar de aquello que desaparece.
En el nuevo gobierno desaparecen dos ministerios, dos carteras de esas que surgieron de la nada y que vuelven a esa nada habiendo sido nada. Es lo que suele ocurrir con las cosas que se colocan en un lugar solamente para que sean vistas. Tienden a desaparecer cuando la gente deja de mirar.
Resumiendo, Desparecen los ministerios de Vivienda e Igualdad. Las dos caras del mismo error. Uno finiquita su existencia porque era imposible que hiciera la política que se tenía que hacer, el otro porque se quería que hiciera una política imposible de hacer.
La primera de las que ha pasado a engrosar la lista de nuestras ex (ministras, que no ex cualquier otra cosa, que ya quisieran algunos) es la titular de Vivienda, Betriz Corredor.
Víctima ha sido la buena de Beatriz del mal que aquejara a aquella tocaya suya a la que el poeta italiano amante del infierno y sus descripciones queria "hacer pequeña para llevarla en lo más grande que era su alma". La ministra Corredor fue puesta en un ministerio con un problema grande para hacer una política pequeña.
Parches, tiritas, propuestas imposibles, declaraciones de intenciones, rectificaciones y más parches, tiritas y propuestas imposibles han sido el devenir continuo de lo que la ministra Corredor se ha visto obligada, mandada o incluso impelida por si misma a hacer en la cartera ministerial que ahora se convierte en recuerdo.
Con la burbuja inmobiliaria estallando en mil trozos junto a nuestros tímpanos, nuestros bolsillos, nuestros sueños de especulación y nuestras hipotecas, el Gobierno se sacó de la manga el as del Ministerio de Vivienda que parecía llamado a poner las cosas en su sitio. A volver a hacer respirar a los propietarios, sobrevivir a los hipotecados y construir a las constructoras, que habían olvidado que ese y no especular era su principal objeto empresarial.
Pero Corredor ha pasado sin pena ni gloria, sometida al empequeñecimiento de sus funciones, a la corrección de sus propuestas, a la ignorancia constante y continua de sus iniciativas, condenada a la política pequeña de gestos y de paños calientes.
Y es posible que no haya sido culpa suya. Lo más probable es que sea responsabilidad de quien se olvidó comunicarle al entregarle la cartera de su ministerio que la gran política de vivienda con la que soñaba, con la que hasta parecía ilusionada, no podía llevarse a cabo por el mero hecho de que las cosas ya estaban en su sitio en el ámbito de la vivienda.
La culpa puede ser de aquel al que se le olvido decirle que, habiendo hecho lo que habiamos hecho todos, no había otro sitio para nuestro mercado inmobiliario que ese en el que estaba. En la más absoluta de las quiebras y en el borde interior del abismo. 
Porque Corredor ignoró que todos habiamos participado en ese desaguisado, que habíamos querido especular en lugar de buscar residencia, que las inmobiliarias no iban a participar en la solución de un fiasco que habían propiciado desde el principio e iban a arrojarse a la obra civil para salir de los números rojos, que los bancos no iban a ablandar sus condiciones ni sus hipotecas aúnque su amplio cedazo para concederlas antaño fuera parte del problema actual.
Así que se vio condenada a la política pequeña para un gran problema y su ministerio se vuelve humo como lo fue la política de imagen por la que fue concebido y el gobierno de gestos en el que participó.
Y luego tenemos el Ministerio de Igualdad -aunque siento un impulso irrefrenable de hacer el ya clásico juego de palabras de Igual Da, no lo haré (bueno, ya lo he hecho)- encabezado y conducido por la inefable Bibiana Aído.
El mal que aquejó desde siempre al ministerio estrella de la segunda legislatura socialista de José Luis Rodríguez Zapatero fue el contrario. Estaba llamado a hacer grande una política que no lo necesitaba.
Aído sujetó fuerte el mastil de una política que engrandecía los problemas para presentar sus soluciones como titánicas, que manipulaba sutilmente titulares y estadísticas para presentar que la única función que se le había encargado era de vital importancia, el centro necesario e inamobible de la politica social de nuestro país.
Engrandeció numérica y estádisticamente la tragedia vital de unas pocas mujeres desafortunadas para convertila en el pequeño modo de supervivencia de otras muchas a las que realmente les importaba bastante poco el sufrimiento real de aquellas a las que esa masificación de las cifras y de las presencias mediáticas perjudicaba.
Se hizo una política grande para un sólo problema, para un sólo mensaje. Se echó mano de crispación, de enfrentamiento, de manipulación solamente para mantener un presupuesto ideológico y un análisis social que estaban obsoletos prácticamente desde el momento mismo de su creación.
Se hizo grande un ministerio que funcionaba mejor cuando era una pequeña secretaría de Estado -si es que una secretaría de Estado es pequeña- porque así parecía que se estaba haciendo algo grande ya que el problema era enorme. Cuando, en realidad, seguía sin hacerse nada porque a corto plazo nada puede hacerse. Todo el mundo sabe que la educación lleva al menos una generación para dar sus frutos.
Aído se lanzó -en su caso estoy convencido que fue también convicción propia-  a hacer una política, tan grande como erronea, que sacralizó la discriminación, que paralizó los tribunales, que perdió a víctimas y verdugos (fueran del sexo que fueran) entre toneladas de papeleos y de cortinas de humo, que aprovechaban esa grandilocuencia y ese miedo engrandecido para otros fines, para otros logros.
El Ministerio de Igualdad tenía dos grandes objetivos, sólo dos: La Violencia de Género y el Aborto y ya ha logrado los dos. Así que estaba condenado a desaparecer porque no se pueden seguir inventando grandes problemas -aunque lo han intentado con la prostitución-  cuando realmente existen otros reales que les centuplican en magnitud.
Las mujeres que morían por causa de la furia discriminadora de sus parejas - que no es cualquier mujer que muere a manos de un hombre, dicho sea de paso- siguen muriendo. Y el ministerio se va. El aborto sigue siendo una salida para aquellas y aquellos irresponsables que olvidan que existen métodos anticonceptivos si no se quiere tener un hijo. Y el ministerio se cierra. Las prostitutas y los prostitutos siguen en las calles, sus anuncios en la prensa y la explotación sexual -no toda la prostitución, dicho sea también de camino- sigue su deambular delctivo más allá del machismo y del feminismo. Y el ministerio y la ministra Aído dicen adios.
Dos ministerios se van porque la realidad siempre supera a la ficción, a la ideología política que no sabe basarse en la realidad social, a la utopía estancada basada en fotografías fijas de lo que fue y lo que debería ser.
La remodelación del Gobierno es un bofetón de realismo que las encuestas, la sociedad y la vida -que no la Oposición, que esa es tán mitómana como el Gobierno- le han dado a Moncloa y aquellos que allí habitan y gobiernan. Aunque es más que dudoso que eso sea suficiente para despertarles.

lunes, octubre 18, 2010

Abraracurcix Y Dani Martín compiten por el voto español -sería ridículo si no resultara patético-

Está claro que los gobiernos y las oposiciones tienen que enviar mensajes distintos, opuestos antagónicos -o a lo mejor no está tan claro, pero es lo que hacen-. Hasta ahí todo puede ser más o menos normal si ya hemos renunciado a lógica en el discurso político que aqueja y atora este país nuestro -no es pesimismo, es realismo, creedme-.
Pero lo que nos han obligado a desayunar esta mañana los que gobiernan y los que quieren gobernar va más allá de los límites que podemos considerar medianamente permisibles.
Los ínclitos proceres de los partidos mayoritarios nos han proporcionado uno de los mayores cuentos románticos y una de las más grandes tragedias griegas de todos los tiempos en un sólo día, en un par de discursos.
Nos han obligado a elegir entre la versión más rádical del del jefe de una aldea gala y el remix más positivista de ese ídolo de quiceañeras, que reivindica su derecho a entrar en zapatillas en los garitos de moda, llamado Dani Martín.
Y me explico.
El Presidente Zapatero llega a Ponferrada, a esa tierra en la que todos le escuchan porque es de los suyos, y se dedica a tirar de la candidez propia de la canción que el jovenzuelo músico grabara hace años con esa chica vasca de brazos orondos y voz ratonera.
¿Cual es su mensaje político, después de aprobar los presupuestos con un cinco raspado? ¿Cual es su plan para hacer resurgir un partido que se hunde en las encuestas y un gobierno bloqueado por sus propios apriorismos ideológicos y por sus tardías reacciones económicas? Pues el chico se acuerda del instituto y tira del famoso estribillo de "Puede ser que lo malo sea hoy". Y se queda tan ancho.
"En un año y medio pueden pasar muchas cosas". El optimismo que rebosa esa afirmación ante el entregado público leonés -siempre me he preguntado por qué motivo los líderes políticos hacen mítines ante los que ya están convencidos y no antee aquellos a los que tendrían que convencer- es digno de elogio, digno de admiración, es casi digno del concepto de esperanza que se estudiaba antaño en los famosos catecismos de Ripalda y Astete.
Así que ¿quién sabe?, dice aquel al que  en teoría le pagan por saber -o, al menos por intentar saber-. A lo mejor la crisis desaparece, a lo mejor un día entre hoy y las próximas elecciones nos levantamos y nos damos cuenta de que la crisis, la destrucción de empleo, el hundimiento del tejido empresarial han sido una pesadilla colectiva provocada por unas esporas primaverales que nos han afectado a todos. Puede ser, como diría Dani Martín, que lo malo sea hoy.
El optimismo se hace peligroso cuando Zapatero continúa afirmando que el PSOE ganará las Generales, las Municipales y las Autonómicas en un ejercicio que transforma dicho optimismo en temeridad. Los socialistas no van a hacer nada para que ocurra, no van a modificar en nada su forma de hacer las cosas pero -¿quién sabe?, de nuevo- a lo mejor ocurre. En un año y medio pueden ocurrir muchas cosas. Puede ser que lo malo sea hoy.Y se convierte en enfermizo hasta la candidez infantil cuando afirma que en un año y medio el PNV jugará un papel importante en la desaparición de ETA y Otegui modificará su postura porque "las últimas palabras que ha dicho son mejores que las anteriores".
En ese punto, la masa, la población, la audiencia -como quiera que se nos llame ahora en las escuelas sociológicas actuales- debería ya estar asustada hasta el exceso, debería estar rebuscando con absoluta deseperación sus teléfonos móviles para llamar al 112 y avisar de la emergencia psiquiátrica que sufre su Presidente del Gobierno. Debería tener claro que Zapatero ha enloquecido víctima de un ataque de candidez presidencial, agravado con un acceso de optimismo desmesurado y de temeridad gubernativa.
Pero no. Ellos aplauden, aplauden a rabiar. Aplauden no porque le crean, sino porque necesitan creerle. Y en ese moneto el himno del PSOE suena hasta la saturación de los oídos.  "Puede ser que lo malo sea hoy".
Y eso es lo peor. Zapatero habla así porque sabe que le escucharán, que le harán caso. Porque sabe que una buena parte de aquellos que vivimos y convivimos en lo que se ha dado en llamar el mundo occidental ya nos hemos rendido.
Nos hemos arrojado a ese impulso que parece valiente, que parece vital, que parece optimista, de vivir día a día, de no pensar en el futuro, de vivir cada día como si no fuera a haber mañana, de no hacer planes, de aceptar lo que la vida nos da y disfrutar de ello.
Nos hemos rendido porque alguien, en algún momento, nos vendió que esa rendición era la única forma de seguir combatiendo. O porque, en realidad, nunca hemos querido combatir.  Así que Zapatero nos obsequia con su candidez simplemente porque nosotros le hemos pedido que lo haga.
Vivimos al día y esperamos, sólo esperamos, sin hacer nada por ello, sin asumir esfuerzo alguno que nos conduzca a ello, que lo malo sea hoy, que el día de mañana nos ofrezca algo mejor. Por eso vivimos al día, por eso nos negamos a hacer planes, por eso nos hemos rendido.
El optimismo es una fuerza de impulso para hacer algo no para sentarte a esperar que la vida te lo de. Es un acicate para empujarte en tus esfuerzos, no para sustituirlos. Puede ser que lo malo sea hoy, pero tendremos que hacer algo para que lo bueno sea mañana ¿o no?
Parece que no, Zapatero y una gran parte de nosotros vive al día, toma lo que la vida le da y no se plantea nada más. Se han rendido.
Y luego estan los otros
Los Cospedales, Rajoys y Santamarías que se han dedicado todo el fin de semana a ejercer de jefes de aldea gala corriendo de un lado a otro con el escudo sobre la cabeza gritando ¡El cielo se cae sobre nuestras cabezas!
La oposición ha hecho honor a su nombre y se ha colocado en el lado completamente contrario del arco gaussiano. Hemos pasado del cuento de la lechera a la tragedía primigenia de la Titanomaquia.
Cuando, ante el ataque de candidez psiquiátrica de nuestro gobierno, los muchos o pocos que todavían se preocupan más de la realidad que de su percepción de ella exigen, piden, casi imploran, un poco de realismo, ¿como reacciona la oposición? ¿en qué mensaje basan su reacción a ese imposible optimismo cándido de José Luis Rodríguez Zapatero?
Pues con otro ejercicio de futurismo ficción que se coloca prácticamente en su mismo nivel. Contra la esperanzada utopía de los hados propicios siempre viene bien un poco de tragedía milenarista del Armagedom inminente. 
En un año y medio tendremos ocho millones de parados, perderemos Ceuta y Melilla, ETA se rearmará y seguira matando. ¡El cielo se cae sobre nuestras cabezas!
Perderemos las pensiones presentes y futuras, nos quedaremos sin tejido industrial, el déficit público nos expulsará de Europa y nos llevará a la ruina más absoluta. ¡El cielo se cae sobre nuestras cabezas!
Todos nuestros soldados morirán en Libano y Afganistan, Nos veremos obligados a pagar la existencia improductiva de seis millones de inmigrantes, dependeremos políticamente de las decisiones de los organismos europeos, perderemos nuestra independencia. Vamos, que perderemos el Juicio Final por goleada. ¡El cielo se cae sobre nuestras cabezas!Cuando los líderes populares sueltan estas predicciones, estas amenazas, estas profecías, sus huestes -una vez más la manía de los políticos de redundar en el convencimiento de los que ya lo están- no sacan tampoco sus móviles o sus Blackberrys para llamar al Alonso Vega -o al frenopático más cercano- para avisar de el rebrote de paranoria milenarista que han sufrido sus políticos favoritos, complicada con síntomas de tragedia imposible y de determinismo opositor.
Los votantes del PP también aplauden. Y no aplauden porque les crean. También aplauden porque necesitan creerles. Porque es otra forma que también hemos adoptado para evitar pensar en el mañana, para evitar trabajar por él, para evitar la responsabilidad en la consecución de ese futuro. Rajoy y sus voceros también nos dicen lo que queremos oír porque saben lo mismo que sabe Zapatero. Que nos hemos rendido.
Las cosas no tienen arreglo, las han estropeado otros. Todo está fatal. No hay solución, no hay vuelta atrás. Parecería lo contrario del optimismo cándido y desmesurado que plantea el otro extremo del arco de la ilógica política que nos sacude.
Parece lo contrario pero es lo mismo.
Si las cosas están tan mal, si no tienen solución hasta que el PP no tome cartas en el asunto sólo nos queda una opción, una posibilidad: Vivamos al día aceptando aquello que nos dan y aquello que nos llegue porque no tenemos otro remedio que hacerlo. Por lo menos durante un año y medio.
Por fin ha ocurrido lo que más nos gusta que ocurra. Alguien ha elegido por nosotros. Nosotros no somos responsables. Las cosas son así. Sn cosas que pasan. Es culpa de una evolución ajena a nosotros. No tenemos nada que hacer porque no podemos hacer nada. Tenemos derecho a rendirnos.
Nos hemos rendido porque alguien, en algún momento, nos vendió también que esa rendición es el único camino porque resulta imposible vencer. O porque, en realidad, nunca hemos deseado el esfuerzo que exige esa victoria.Hemos optado por aprovechar el momento en lugar de por ponernos objetivos -realistas, eso sí- y luchar por ellos; hemos elegido vivir día a día en lugar de tomar compromisos que nos costaría esfuerzo mantener en lo político, en lo social, en lo afectivo y en lo personal.  
Hemos decidido enmendar la plana al señor Ortega y Gasset y dejar de ser nosotros y nuestras circunstancias para ser solamente nuestras circunstancias.
Así que, una vez más, aquellos que quieren permanecer al mando o alcanzar ese mando en concreto nos venden lo mismo aunque perezcan cosas radicalmente diferentes.
No hay diferencia entre el optimismo ciego del adolescente "Puede ser que lo malo sea hoy" y el atávico miedo de "¡El cielo se cae sobre nuestras cabezas!". No hay diferencia entre el ídolo adolescente y el jefe galo. Los dos venden lo mismo: rendición, falta de compromiso, ausencia de esfuerzo, resignación e inacción.
Lo único que estamos dispuestos a comprar.

viernes, octubre 08, 2010

Cuando las mademoiselles de Moncloa pierden la memoria de Chanel

Ya volvemos a las andadas.
El país se viene más o menos abajo -algo no demasiado grave, puesto que lo hace regularmente cada ocho años, más o menos-; el Partido Socialista se vuelve a enredar en luchas intestinas -algo tampoco grave puesto que ocurre cada cuatro años, mes más, mes menos-, el Gobierno dilapida la poca credibilidad que tuvo en sus inicios con unos presupuestos imposibles y una reforma laboral crispante e inútil -algo que tampoco es inhabitual, puesto que le ocurre con cada presupuesto y cada reforma- y la oposición se ahoga en la corrupción, no aporta salidas, ideas ni opciones de cambio - algo tampoco llamativo puesto que le pasa cada día desde que es oposición-.
Y entre tanta rutina más o menos acostumbrada, la prensa, los opinadores, y las fuerzas sociales -excepción hecha de los sindicatos que cada vez son menos fuerza por incapacidad y menos sociales por ceguera- se ocupan de lo verdaderamente importante: Que Alfonso Guerra ha llamado señorita a Trinidad Jimenez -aunque es de suponer que lo habrá hecho sin ninguna acritud, como lo hace él-
Este asunto no merecería un post por estravagante, absurdo y desmedido, pero lo merece por vergonzonso y ridículo.
No sé quién ha decidido que el término señorita es despectivo y no lo es el de señor o el de señora, pero resulta absurdo que las banderas de la paridad política - ya absurda de por si- se tremolen en ese sentido y se haga de ello un asunto del que tengan que opinar todas las mujeres del Gobierno y del Partido Socialista.
La ministra de Igualdad, Bibiana Aído,  que sólo sale a la palestra para alegrarse de que haya más parados hombres que mujeres, pide de inmediato que se trate "con igual respeto a hombres y mujeres".
Ella, defensora impenitente de la discriminación positiva, de los cupos por sexo, de las ayudas por sexo, de la diferencia de castigos y de condenas por sexo, de toda suerte de discriminaciones y faltas de respeto hacia el concepto de igualdad entre sexos -y seguiré negándome a hablar de géneros-, pide ahora igualdad de respeto a un Alfonso Guerra que quiere enviar el mensaje de que el PSOE está dividido y no tiene sentido ocultarlo.
La vicepresidenta económica del gobierno, Elena Salgado, no quiere escuchar "tópicos tan antiguos", mientras consigue ridículos mucho más modernos y el dudoso honor de ser la primera ministra de economía que recibe por parte del FMI el calificativo de "inverosímiles" para sus Presupuestos Generales del Estado. Y lo mismo le pasa a la ministra Corredor, que mantiene el mercado inmobiliario en España al borde del colapso, que no ha conseguido que repunte ni que los españoles tengan un acceso más sencillo a la vivienda, pero a la que eso no le preocupa -o al menos no lo dice en público-.
Lo que le preocupa es que Alfonso Guerra llame señorita a Trinidad Jimenez. Tampoco le debe preocupar que Guerra diga que los perdedores en la FSM deben asumir su derrota y aprender de ella. A lo mejor es porque ella gastó más tiempo en apoyar a Trinidad Jimenez que en hacer los deberes que le exigía su cargo -si es que, como a Aido, le exige alguno, que aún no lo se-.
Y la lista sigue con mujeres -¿debo decir señoras?, ¿a lo mejor decir mujeres también es peyorativo en nuestros días? que deberían ocuparse de otras cosas.
La secretaria de Política Internacional de los socialistas, Elena Valenciano, afirma, en una frase digna de vestibúlo y placa de bronce: "El sexo y el árbol genealógico no deben ser elementos de discriminación en el PSOE, en el que todas las mujeres son señoras y compañeras".
Claro, por eso protestaron cuando Alfonso Guerra realizó toda una campaña llamando "señorito andaluz" a Javier Arenas -pero claro el señorito de Arenas no es discriminatorio porque es hombre- o cuando acusa -con mucha razón, por cierto- a Esperanza Aguirre de ser descendiente de la oligarquía que quiere que todo siga igual. Supongo que en esos casos meterse con el árbol genealógico es asumible, y utilizar el "señorito o señorita" sí es positivo para la sociedad. 
Pero, en realidad, la protesta de Valenciano y de todas las demás quizás intente lo que intentan siempre este tripo de debates. Desviar la atención de que en el PSOE no todos son compañeros y compañeras y, por supuesto, no todos son señores y señoras -como en ningún partido político, por cierto-.
No me molestaría esta estúpida discusión sobre el señorita y el señora, el compañero y la compañera y el don y la doña si ocurriera en otro momento, si se produjera en pleno apojeo de debate ideológico dentro del partido que la suscita y en pleno arrebato de ideas de gestión del Gobierno.
Me molesta porque no es más que una cortina de humo, no es más que una forma burda, artera y ridícula de intentar desviar la atención de lo que dijo Alfonso Guerra en verdad. Que, no por ser obvio, es menos importante.
"Ganó el señor (Tomás) Gómez y los que le apoyaban y no ganó la señorita Trini (Jiménez) y los que la apoyaban, eso es evidente, y todo lo demás son interpretaciones para salir del paso. Todos los que apoyaron a la persona que ha perdido no pueden estar entre los ganadores".
Lo que intetan ocultar es que Guerra ha puesto el dedo en la yaga de que el partido socialista -al menos el de Madrid- le ha mandado un recado a Zapatero y todos aquellos -y aquellas- que siguen su línea política. Y claro, las ministras se cuentan en ese selecto grupo.
Me molesta eso y la falta de memoria. la falta de coherencia, la falta de criterio -¿por qué me sigue molestando eso a estas alturas?
La falta de capacidad de recuerdo de ocho mujeres que posaron en la puerta de la Moncloa, vestidas con ropas de Chanel, que acuden a actos nocturnos, a presentaciones culturales y a actos políticos luciendo las formas y emanando los efluvios de una marca que fabrica perfumes -anunciados por cierto por la frágil e inefable Keira Knightley- que están hechos pour mademoiselles. Será que puede ignorar la discriminación del tratamiento señorita en nombre del glamour y no en el de la reflexión política
Será que cuando la intelecutalidad femenina progresista no sabe de qué hablar y no tiene nada mejor para ocultar sus carencias ideológicas, habla de machismo. Esa es una rutina a la que también nos hemos acostumbrado.

miércoles, octubre 06, 2010

Rajoy se suma a la logia de La Eterna Juventud

Tras la huelgas fallidas por falta de compromiso de unos y falta de capacidad de convicción de otros; tras los desayunos de croissant y zumo de naranja en los salones de los hoteles estadounidenses con aquellos que participaron en el hundimiento de la economía -mundial, en general y española, en particular- para asegurarles que se haría todo lo posible para arreglar el desaguisado que causaron parcialemente sin que afectara a sus aún repletos bolsillos; tras el mítico "ni un paso atrás" del gobierno en su reforma -que no se sabe si lo ha hecho por socialista o por cabezón- trás el holocausto -pactado, eso sí, que es cuestión de talante- del ministro Corbacho rumbo a las elecciones catalanas; tras recuperar los cuatro millones de parados, paracería que no quedaba nada por decir sobre esta ley tardía, falsa, desencaminada e insuficiente que se ha dado en llamar Reforma Laboral.
Pero, quizás por esa tradición judeocristiana de la que no logramos deshacernos, toda reforma lleva invariablemente aparejada una contrareforma. Así que, como si de Trento se tratase, después de la Reforma Laboral del gobierno socialista, llega el Partido Popular.
Y la primera medida de oposición seria que proponen las huestes políticas del inefable Mariano, que últimamente también se las gasta de talante conciliador -pero menos-, para arreglar el desvarío laboral que se nos avecina es, ni más ni menos, que se amplie el contrato de formación hasta los treinta años. No podría ser de otra manera, no podría ser más sintomático, no podría ser más absurdo.  No podría provenir de nadie salvo del PP.
No podía ser de otra manera porque el Partido Popular no puede criticar la Reforma Laboral salvo en un sentido: por ser escasa. No puede hacerlo en la misma dirección que los sindicatos porque iría contra su naturaleza y porque eso no sería liberal, neoliberal ni nada de lo que el Partido Popular dice ser, aunque no lo sea. No podría ser de otra manera porque, como siempre, los analístas económicos de Génova le listan los problemas a Don Mariano, pero no le dan ideas nuevas en las soluciones.
Así que el PP quiere que se aumente el contrato de formación, supuestamente para que todos esos jóvenes de entre 16 y 29 años que están sin trabajo accedan al mercado laboral.  Parece una solución nueva pero es la misma que se lleva haciendo años. No sólo se abarata el despido sino que se abarata la contratación. Se hizo con la contratación de inmigrantes -que aceptan sueldos mucho más bajos que los trabajadores nacionales-, de mujeres -que también lo hacen-, de jóvenes - los jovenes de entonces, no los de ahora-... Es la misma situación que ya ha fracasado y que ha llevado a millones de personas a las colas del paro para que sea el Estado -y no las empresas que se aprovecharon del bajo coste de esa mano de obra- el que cargue con su sostenimiento.
Porque claro, Don Mariano y el PP no están para decirle a los empresarios, a los neoliberales ni a nadie, que el camino para reducir los costes de la mano de obra es mejorar la productividad, es reducir sus cuentas de beficios para afrontar inversiones a largo plazo que harán que esos costes disminuyan. No lo hizo en su momento y no puede hacerlo ahora porque es mucho más sencillo tirar de abaratamiento del despido y a otra cosa.
Don Mariano sabe -o debería saber- que eso es un parche, es una solución que crea otros problemas pero, en lugar de reconocerlo, pide que se invente otra forma de abaratar la mano de obra y que además se amplie en el tiempo. Pide un contrato de formación mas duradero. Pide el castigo de la Eterna Juventud
No podría ser más sintomático porque Rajoy y sus chicos dan por perdida la madurez en este país -y yo diría que el mundo occidental en general-, la demoran, la institucionalizan. Se rinden ante la realidad de que hay una gran parte de la población joven -y no tan joven- que renuncia a su formación, que renuncia a tomarse en serio su futuro. Por eso piden la ampliación del contrato de formación -para gente que ni siquiera tiene los estudios mínimos exigidos- y no el contrato de prácticas -para licenciados medios y superiores-.
Porque las reuniones de análisis de Génova -como antes las de Ferraz- dan por sentado que a los 30 años se puede vivir con 600 euros mensuales porque se seguirá viviendo en casa de los padres, porque seguirán sin emanciparse, porque seguirán sin tomarse en serio su obligación -que no derecho- a trabajar para ganarse la vida -la vida entera, no sólo las copas, la ropa, las vacaciones y los caprichos-.
El PP decide trasplantar abiertamente el concepto de adolescencia eterna al ámbito laboral y le parece una buena medida. Si los sindicatos nos han robado el concepto de ética laboral, el PP nos arrebata el de ética social.
El sistema te permite ser irresponsable hasta los 30 años, es más te obliga a serlo. Todo sea por el abaratamiento de la mano de obra, todo sea por dar trabajo a aquellos que no han hecho nada para garantizarse un futuro. Y si las empresas tienen que pagar esa formación que lo hagan, al fin y al cabo les estamos dando empleados baratos, y si los padres tienen que soportar el peso de la columna vertebral del sostenimiento económico de esas personas, que lo hagan, al fin y al cabo ellos los engendraron.
Pero claro todo eso se supone que no tiene nada que ver con el mercado laboral -como si el mercado laboral fuera algo ajeno a la sociedad, a sus necesidades, a sus vicios, a sus inconsistencias-. Se trata de lograr empleo y que ese empleo sea barato. El árbol del paro y los costes salariales nos impide ver el bosque de la infantilización de nuestra sociedad.
Si a los treinta años estás en formación ¿a que edad habrás ganado experiencia?, ¿a los 40?, ¿a lo 45?. Si no se te concede -ni se te exige- la condición de adulto maduro a los trienta en el ámbito laboral como podrá exigírsete en el afectivo, en el familiar, en el social, en el personal
¿No se podrá exigir responsabilidad social a nadie hasta los 40?, ¿no se podrá pretender madurez afectiva y personal hasta los 50? Puede que el objetivo no sea ese, pero si se envía el mensaje de que hasta los treinta años el mercado laboral no te reconoce como un adulto pleno, lo estás mandando para todo. Te estas cargando la sociedad adulta en todos los sentidos.
No podría ser más absurdo. No podría serlo porque cuando los trabajdores necesitán una sacudida que les haga ver la realidad de sus obligaciones, los empresarios un empujón que les muestre las carencias de su forma de concebir la empresa y el beneficio y los jóvenes una patada en el culo que les ponga en la órbita de sus responsabilidades personales y sociales, los dos partidos mayoritarios de este país compiten por ver quien les da a todos ellos más paños calientes, más palmaditas en la espalda y más excusas para demorar la frustración, la responsabilidad y el riesgo que exige crecer.
Pero eso sí. Aunque consigan que se pase sin solución de continuidad de la adolescencia a la vejez, todos seguirán votando. Es lo que cuenta ¿no?

domingo, octubre 03, 2010

Aunque lo diga un cura -El Americano-

No es que sea una película que te vaya a levantar el ánimo, desde luego, pero tiene una frase demoledora:

"No tengo ninguna duda de que existe el infierno. Tu vives en él, viajas con él. Es un lugar sin amor. Puede que yo esté solo y no me merezca el hábito que llevo (la dice un cura), pero tengo un corazón lleno de amor por dar, ¿qué tienes tú?"


Y yo añado como mi conclusión a tan sorprendente producto cinematográfico.

Cuando aceptas que la vida te imponga la soledad, obligas a tantos que no la desean a asumirla, que tu margen de maniobra para seguir viviendo se reduce casi al mínimo (y yo no soy cura).

sábado, octubre 02, 2010

En serio, algun@s tendrían que hacérselo mirar. -Love the way you Lie-

Sólo voy a quedarme aquí y verme arder
Pero está bien, porque me gusta como duele.
Sólo voy a quedarme ahí y escucharme llorar.
Pero está bien, porque amo como mientes, amo como mientes
Amo como mientes.


No puedo decirte lo que es realmente
Sólo puedo decirte que se siente
Y ahora mismo sigue siendo de noche en mi tráquea
No puedo respirar, pero sigo peleando contra lo que no puedo
Mientras lo equivocado se sienta bien, es como si estuviera volando
Por encima de la ley, borracho de mi odio,
Es como si estuviese inhalando pintura y más me encanta, más sufro, Me sofoco
Y justo antes de ahogarme, ella me resucita
Ella me odia, y me encanta.
¡Espera! ¿Qué estás haciendo? Te estoy dejando
No, no lo harás. Vuelve, estamos volviendo.
Aquí vamos otra vez
Es tan enfermizo porque cuando está yendo bien, está yendo genial
Soy Superman con el viento en su espalda. Ella es Louis Lane,
pero cuando está yendo mal es horrible, me siento tan avergonzado y quiebro
¿Quien es este tipo?
Ni siquiera conozco su nombre
Puse mis manos en él, nunca caeré tan bajo otra vez
Supongo que no conozco mi propia fuerza


Sólo voy a quedarme ahí y verme arder.
Pero está bien, porque me gusta como duele.
Sólo voy a quedarme ahí y escucharme llorar.
Pero está bien, porque amo como mientes, amo como mientes
Amo como mientes.


Alguna vez amaste a alguien tanto que apenas puedes respirar
Cuando estas con él
Lo conoces y ninguno de los dos sabe que los golpeo
Tienes ese sentimiento raro y caliente
Si, solías sentir esos escalofríos
Ahora te esta enfermando mirarlo
Juraste que nunca lo golpearías; nunca harías nada por lastimarlo
Ahora están cara a cara tirando veneno en sus palabras cuando las escupen
Se empujan, se tiran del cabello, se arañan y se golpean
Tíralo al suelo, clávalo.
Tan perdido en los momentos cuando estás en ellos
Es una carrera y ese es el culpable que controla tu salto
Así que dicen que lo mejor es que cada uno siga su camino
Supongo que no te conocen porque eso fue ayer
Ayer ha terminado; es un día diferente
Suena como canciones rotas sonando otra vez, pero se lo prometiste
La próxima vez que te resistas
No tendrás otra oportunidad
La vida no es un juego de Nintendo
Pero mentiste otra vez
Ahora te toca mirarla salir por la ventana
Supongo que por eso la llaman ventana del dolor


Sólo voy a quedarme ahí y verme arder.
Pero está bien, porque me gusta como duele.
Sólo voy a quedarme ahí y escucharme llorar.
Pero está bien, porque amo como mientes, amo como mientes.
Amo como mientes.

Ahora sé que dijimos cosas, hicimos cosas que no queríamos
Y volvimos a caer en los mismos patrones, misma rutina
Pero tu humor es tan malo como el mío
Eres lo mismo que yo
Pero cuando se refiere al amor, eres igual de ciega
Nena, por favor vuelve
No eras tú, nena era yo
Quizás nuestra relación no era tan enfermiza como parecía
Quizás eso es lo que pasa cuando un tornado encuentra un volcán
Todo lo que sé es que te amo demasiado para irme
Ven adentro, levanta tus maletas del camino
¿No escuchas sinceridad en mi voz cuando hablo?
Te dije que esto es mi culpa
Mírame a los ojos
La próxima vez que me enoje, mi puño ira contra la pared de yeso
La próxima vez, no habrá próxima vez
Me disculpo a pesar de que se que son mentiras
Estoy cansado de los juegos, solo la quiero de vuelta
Se que soy un mentiroso
Si ella vuelve a intentar dejarme
La voy a atar a la cama y prenderé esta casa fuego

Sólo voy a quedarme ahí y verme arder.
Pero está bien, porque me gusta como duele.
Sólo voy a quedarme ahí y escucharme llorar.
Pero está bien, porque amo como mientes, amo como mientes.
Amo como mientes.

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