sábado, abril 02, 2011

Si yo metroemocional, pues tú pornoépica (Homo Rossetus vs Mulier bonequensis)

A lo mejor es porque llevan por el mundo casi una década y yo por entonces, cuando empezaron, estaba preocupado de cómo iba a cambiar el mundo -¡coño, de lo mismo que estoy preocupado ahora!- o a lo mejor es porque nunca sentí la necesidad de depilarme las cejas. Pero hay conceptos que descubro de repente atisbando furtivamente una portada de un libro que una mujer lee frente a mí en el metro.
Ahora resulta que he perdido mi potencial de rechazo y refunfuñe durante unos cuantos años ignorando impunemente toda la teoría del hombre metrosexual para darme cuenta de que eso ya no se estilaba, de que estaba demodé ¡De qué lo que tenía que ser un hombre era metroemocional!
¿Y eso qué es?.
Pues, según lo define la creadora del concepto -¿por qué no me sorprende que la creadora de un concepto de cómo debe ser un hombre sea una de esas mujeres que luego defiende que los hombres no deben decirle a las mujeres cómo deben de ser?-, una tal Rosseta Forner: "El metroemocional no tiene pudor en mostrar sus emociones; es abierto, amable, sensible, cariñoso, con carácter, tolerante y colaborador".
No se si echarme a reír o dar por sentado que no ha habido ningún hombre así en la historia de la humanidad hasta que la buena de Rosseta, -de la que tardo dos clics de Google en descubrir que es digna heredera de la siempre citada Mckinnon-, descubrió que los hombres tenían que ser así.
Pero cuando estoy a punto de estallar en carcajadas, mi rostro se congela, se contrae, se vuelve tenso y siento un escalofrío que recorre mi columna vertebral. 
Y entonces, cual profeta bíblico, caigo de hinojos, me rasgo las vestiduras, me impregno la cara con cenizas, me meso los cabellos, me doy golpes de pecho y vuelvo a mesarme los cabellos -lo hago dos veces porque me resulta en extremo difícil, puesto que acabo de rapármelos al tres, pero lo hago como gesto simbólico-.
Alzo mis brazos y mis ojos al Cielo Protector y grito un: ¡"Señor, ¿por qué?, ¿qué hicimos?, ¿en qué fallamos?, ¿por qué nos hiciste a todos metroemocionales?, ¿qué hemos hecho para merecer esto?!
Porque comprendo que  la búsqueda de Rosseta no se basa en la incapacidad del varón para cambiar. Se basa en la más absoluta incapacidad de comprensión, de cambio y de aceptación de ese post feminismo que ha decidido que el hombre es su enemigo.
Porque todos los hombres que amamos, que queremos, que sentimos -que, mal que les pese a algunas, somos y hemos hemos sido siempre la mayoría de los hombres-, hace tiempo que somos metroemocionales.
Porque nunca tuvimos pudor en mostrar nuestras emociones y lo único que pasa es que se han ignorado como expresión emocional miles de millones de puñetazos en las puertas, de bufidos, de resoplidos, de borracheras, de caras tapadas con las manos, de encendidas compulsivas de cigarrillos, de tacos gritados al aire y no contra nadie, de conducciones temerarias, de agitamientos de melena al ritmo de una canción heavy, de portazos, de subidas de volumen del equipo estéreo, de cagarse en la puta y en alguna que otra deidad, de irse de caza, de...
Porque lo único que pasa es que Mckinnon y sus postfeministas hijas, como Rosseta -la llamo por su nombre porque me parece revelador-, no aceptan que las formas de expresión de la emotividad que han utilizado los varones no se corresponden con las suyas y no las hacen sentirse cómodas.
Porque ese feminismo mal entendido -no el otro- del eterno enfrentamiento y de la superioridad femenina ha decidido que la única forma de expresar la emotividad es aquella que tienen las mujeres -como norma más o menos general-, que si no lloras no sientes, que si no muestras tu depresión no sufres.
Porque han decidido que sentir es hacerlo como lo hacen ellas -ni siquiera todas las mujeres-. Porque se creen perfectas y no admiten la indiscutible posibilidad de que ellas también tengan que hacer el esfuerzo de aclimatarse a otras formas de emotividad.
Y lo mismo pasa con el resto de los rasgos que se suponen que definen al metroemotivo.
"Es abierto", dicen. 
Y no hay nada más abierto que esa mítica frase del Homo Landinensis -el hombre de Alfredo Landa- de "tú verás" o "tú misma" o incluso "haz lo que quieras, cariño". 
Los que la hemos dicho sabemos por qué la hemos dicho. Es posible que hace siglos se dijera por otros motivos, pero no hay mayor ejemplo de apertura que confiar en el criterio de alguien para algo que compete a ambos.
Las que necesitan del enfrentamiento para justificarse pueden venderlo como desidia, como desconsideración o como falta de interés. Pero nosotros sabemos el motivo que nos ha llevado a decirlo.
Si las hijas y las hermanas de Rosseta no saben, no quieren o no están dispuestas a verlo, ese es su puto problema -y hago acto de cristiana contricción por la expresión-.
No parece poca apertura en la mente de un hombre novecentista o setentero decir "no sé una mierda de lo que es el karma, pero a ella le gusta y cree en ello", "no entiendo un carajo de Reiki, Siatshu o inteligencia emocional, pero le sienta bien".
Para mi que, lo siento, soy hombre, varón, heterosexual y amador, eso es amor, no falta de apertura. Y si Rosseta y sus huestes no saben verlo, el problema está en ellas, no en mí.
No hay otra cosa que amabilidad en aceptar en silencio el uso y abuso de algunas mujeres de sus supuestas necesidades físicas, sus eternamente utilizadas afecciones o incoherencias hormonales, sus inseguridades estéticas, sus retrasos egocéntricos, sus caminares por delante en puertas y sus obsesiones por el tratamiento.
No hay otra cosa que amabilidad en el abrazo y la caricia cuando sus lágrimas caen y no se entiende porque caen, porque se cree que caen por motivos por los que no es de recibo que se vierta lágrima alguna.
Porque Mckinnon, Rosseta y todo su árbol genealógico no son capaces de ver amabilidad en eso, no son capaces de asumir que el hombre lleva siglos siendo amable con asuntos que no le resultan relevantes.
Al igual que la mujer lo es con la prepotencia del compañero de trabajo de su pareja, con la injusticia del sistema de distribución de clientes o con el despotismo del jefe que cree que su sobrino o su amante son más válidos que el esfuerzo de un trabajador anónimo. Al igual que lo es con el pariente intransigente, con el amigo forofo o con los problemas del carburador.
No son capaces de comprender que la amabilidad supone conceder rango de importancia a algo que a nosotros nos parece baladí. Algo que han hecho los hombres desde el principio de los tiempos. Algo que han hecho las mujeres desde el albor de la humanidad.
Y es en ese punto en el que descubro la esencia de la necesidad del hombre metroemotivo. El post feminismo  recalcitrante no concibe que haya otra forma de ser que aquella que interesa a lo que ellas han decidido que es una mujer, que tiene que ser una mujer.
Y eso también es aplicable a aquello de que el hombre metroemotivo es sensible. ¡Nos ha jodío mayo con no llover a tiempo!.
Como emocionarse ante una gesta deportiva no es ser sensible, como tirar de nudo en la garganta ante algo que se considera altruista, heroico o simplemente digno de admiración no responde a una sensibilidad a la que el clasicismo griego ya concedió una musa propia. Pues los hombres no son sensibles. ¡Caliope ha muerto a manos de Rosseta!
Sí, señoras de la metroemocionalidad, lo épico tiene una musa, es decir, para ponérselo fácil en la explicación, lo épico es considerado desde tiempo inmemorial una forma de sensibilidad y además Hipatia no dijo nada en contra.
Pero Rosseta no quiere eso. A Rosseta eso no le vale. Lo que necesita es otra cosa. 
Porque, si se acordara de eso, tendría que reconocer que a lo largo de siglos de roles asignados, de asuntos divididos, de posiciones distanciadas, hombres y mujeres han generado determinados espacios en los que no se comprenden demasiado. Hombres y mujeres, repito, no solamente los pérfidos varones.
Rosseta quiere un hombre que deje de ser sensible a su manera y lo sea a la manera en la que ella y sus colegas se sienten cómodas con la sensibilidad. Con lo que ellas consideran importante. O sea que, en realidad, lo que busca Rosseta no es un tipo de hombre. Es un hombre que sea como ella cree que son las mujeres.
Curioso, ¿verdad?
Y para ello, no se contenta con decirlo teóricamente, sino que además establece toda una línea evolutiva que va desde el primitivo hombre hasta el hombre-mujer que ella ansía que se desarrolle sobre La Tierra.
Parece que hay que seguir diez pasos para convertirse en el hombre metroemocional, el Hombre de Rosseta.
Pero yo, que como me he descubierto metroemocional considero que ya tengo carta blanca para exigirle cosas al otro sexo -como hace Rosseta-, estoy dispuesto a contrarrestar el ejercicio evolutivo que propone la heredera del mckinnonismo más pedante e insufrible con mi propia evolución femenina.
He descubierto que la mujer, en términos generales y absolutos, debe evolucionar para ser aceptable por los los varones hacia la Mujer Pornoépica, pasando por la épicosexual, eso sí, que no se puede hacer todo de golpe.
Conviene fijarse en que en la evolución de los varones hacia la perfección feminizante, toda la teoría que encabeza Rosseta primero le hizo perder su condición hetero -metrosexual- y finalmente la sexual -metroemocional-.
Yo sigo el mismo camino. Paso por la mujer épicosexual para concluir en la pornoépica -por poner algún ejemplo absolutamente tan absurdo como la metroemocionalidad-.

Y así me surge una categoría evolutiva para cada una de las de Rosseta.
Homo Escapatus : Se pasa la vida seduciendo mujeres sin dejarse atrapar por ellas.
Mulier Incitensis: Se pasa la vida considerando que es su obligación formal y material incitar y flirtear con todo varón que entra su radio de acción. Los rechaza a todos, cumplido su objetivo autoafirmativo, con un indignado "¿Por quién me has tomado"? 
Homo Atrapatus: Tiene alrededor de 50 años y finalmente cede a las presiones de la mujer.
Mulier Resignata: Esta en la media cuarentena y se queda con el primero que pasa para no quedarse para vestir santos.
Homo Casatus: En lugar de divorciarse se consigue una amante.
Mulier Desponsata: En lugar de divorciarse, para no perder poder adquisitivo, se busca un amante y, cuando es sorprendida, le echa la culpa a su marido por "no ocuparse suficientemente de ella".
Homo Asustatus: No quiere escaparse y por miedo termina casándose con la mujer equivocada.
Mulier Aterratae: Tiene pánico a que se "le pase el arroz" y al final elige al que menos problemas puede darle aparentemente -en lo económico y en lo emocional-. 
Homo Mariposatus: El bello, con novias por todas partes, que atonta a sus presas con facilidad (parecido al escapatus pero con más glamour).
Mulier Accumulanta: Es bella o sexy o impactante, tiene pretendientes y novios por doquier a los que mantiene obnuvilados con su belleza (es parecida a la Incetensis pero  parece más moderna y de vez en cuando culmina alguna de sus seducciones).
Homo Florerusatus: Narcisista obsesionado con el aspecto físico.
Mulier Vappansis: Su principal relación es con el espejo. Ha decidido hace tiempo que su función social es "estar estupenda" y no "ser estupenda".
Homo Sacrificatus: El tipo que necesita una mujer por quien sacrificarse, cuando en realidad es él el que necesita desengancharse de la necesidad de ayudar al resto.
Mulier Martyrizata: La tipa que necesita un hombre porque quien sacrificarse y que siempre le está recordando cuánto hace por él, a cuántas cosas ha renunciado por estar con él, ignorando el hecho de que él nunca le pidió que lo hiciera y que es ella la que necesita ese "teatro del martirio" para justificar su existencia.
Homo Amantis: Como amante es fabuloso, pero como marido un desastre.
Mulier Amatoria: Cree que es una amante fabulosa porque considera que poner su cuerpo a disposición de otro para su placer ya es un regalo. En cuanto se le demanda una acción amatoria se ofende. Como pareja es un desastre porque no acepta que ha de dar lo mismo que exige.
Homo Damiselatus: Seduce pero no asume las consecuencia del juego de seducción, es el hombre más afeminado.
Mulier varonisis: Aborda a todo aquel que la gusta, pero no asume las consecuencias de lo efímero de las relaciones empezadas de ese modo. Es, en su sistema de contacto, la más parecida a un varón.
Homo Re-evolutionatis: El nivel anterior al metroemocional.
Mulier Re-evolucionatis: Es el nivel anterior a la mujer pornoépica.

Por supuesto que, si esta gradación llega a manos de alguna de la incondicionales de Rosseta, sus cabellos se pondrán de punta y no reconocerá ni una sola de esas categorías y gradaciones evolutivas hacia la pornoépica.
No porque no están ajustadas a la realidad, no porque no sean tan inconsistentes como las que ellas han definido para el hombre, no porque mi latín a la hora de definir los nombres no sea perfecto.
No lo reconocerán por un motivo, exclusivamente por un motivo que repiten hasta la saciedad en sus escritos y del que es un ejemplo fundamental esta frase de la buena de Rosseta: "El hombre metroemocional es el hombre que las mujeres buscamos, que las mujeres necesitamos".
¿Ese es el motivo porque el cual el hombre debe mutar hacia la metroemocionalidad?, ¿por qué las mujeres lo quieren así?
Ese es el auténtico motivo. No hay otro. El hombre debe ser como nosotras queremos y nosotras no debemos ser como el hombre quiere. Fin de la teoría.
Rosseta y sus adlateres consideran que el criterio de la mujer -de lo que ellas consideran la mujer- debe imponerse y consideran una necesidad social que el varón se ajuste a lo que ellas han decidido que desean las mujeres del hombre.
Porque parten de la base de que la mujer es la perfección, de que sus formas de sentir son las más evolucionadas, de que su sensibilidad es la única relevante, de que su emotividad es la única existente, de que sus necesidades son las únicas que merece la pena ser satisfechas.
Parten, en definitiva, del más absoluto egocentrismo victimista del concepto de mujer como clase social.
Parten del mas completo y perfecto complejo de inferioridad vindicativa de una superioridad inexistente.
Si yo siguiera con el juego de la mujer Pornoépica y mantuviera -con sus mismos argumentos- que las féminas deben convertirse en "La pornoépica que no tiene pudor en mostrar sus impulsos sexuales primarios en todo momento, que es capaz de tomar la iniciativa, es política, universalista, despegada de su entorno directo en beneficio del entorno social, con un sentido de la lealtad que anteceda al de fidelidad, exaltada en sus formas de expresión de la sensibilidad en lo épico, arriesgada y colaboradora", simplemente por el hecho de que los hombres queremos que sea así, los gritos de Rosseta se podrían escuchar en las lunas de Júpiter, la palabra machista resonaría como un púlsar estelar en las mismísimas puertas de Tannhauser del relato de anticipación.
Aquellas que llevan años afirmando con razón que la mujer no tiene que ser  de una forma determinada simplemente porque al hombre le venga bien, son las mismas que ahora mantienen sin pudor que es ético y deseable que el hombre mude su forma de ser, solamente porque ellas creen que eso es lo que quiere la mujer. Para mi no, para ti sí. Lo de siempre.
Convierten lo que era en sus orígenes un intento de encontrar un punto medio entre roles que no satisfacción a nadie  en un cambio de protagonistas, pero no de roles.
Sigue habiendo un sexo que impone su forma de ver el mundo y de cómo debe ser el otro sexo y su posición en el orbe. Aunque, como ahora son ellas, eso debe ser aceptado sin rechistar, como una verdad bíblica. Como una auto de fe. 
Cambian un diálogo por una imposición, un acercamiento por una guerra, un acuerdo por una victoria.Cambian una relación afectiva por una cruzada. Cambian a dios por la mujer. ¡La mujer lo quiere, guerreras del triángulo, la mujer lo quiere!
Y por si esto fuera poco, no tienen ni siquiera el valor de reconocer que lo hacen porque les viene bien o porque aplican ese penoso concepto de la discriminación positiva, que mantiene que los hombres de hoy tienen que pagar los supuestos y nunca probados pecados de sus antepasados.
Lo hacen, según ellas, como lo hiciera el hombre novecentista al dejar a su mujer en casa, al gestionar su dinero, al incluirla en tratos familiares. Lo hacen por el bien de los varones.
"El hombre moderno está perdido, no encuentra su lugar en el mundo, está desorientado ante los cambios que se han producido en las mujeres y por eso necesita una nueva forma de mostrarse ante ellas", dice la buena de Rosseta para justificar la necesidad incontestable de forzar a los varones a la mutación.
Se convierten en consejeras, en un comité de sabias que ha decidido que los varones están desorientados -nadie sabe por qué lo dicen-, que los hombres están perdidos -ellas, tan amantes de las encuestas manipuladas, ni siquiera presentan una de esas para apoyar su tesis- Lo dicen y ya está.
Como hiciera un director espiritual del Opus Dei, como hiciera el confesor de la reina: "estas desorientado, hijo mío. Tú no te has dado cuenta, pero yo, que tengo la palabra de dios - o de Mckinnon, que para el caso es lo mismo- como guía, lo sé".
Y lo único que intentan ocultar con ello es que esa necesidad, esa exigencia de mutación obligatoria y obligada, no parte de nada relacionado con el varón.
Parte de su miedo, del más absoluto de los pavores, del más radical de los terrores hacia el hombre porque no le pueden comprender y no están dispuestas a hacer el esfuerzo para comprenderle.
Parte del complejo de inferioridad que les obliga a exigir que los varones, sus formas de expresión, de pensamiento, de emotividad y de afectividad sean absolutamente controlables para ellas y por tanto no sea necesario ajustarse a ellas y todo ese trabajo de integración recaiga sobre las espaldas de los hombres.
Parte del egocentrismo más radical, que hace que sea plausible exigir a otros que se aclimaten a lo que yo deseo sin estar dispuesta a mover un milímetro mi forma de ser para aclimatarla a los demás.
Parte de la incapacidad de ver más allá de su propia ideología y de ascender al rango en el que se han movido siempre las relaciones interpersonales de afectividad entre hombres y mujeres: el amor. Porque no están dispuestas a acceder a sus corazones o porque simplemente los han perdido en el tránsito hacia el ansiado poder social que se encuentra detrás de todas estas teorías.
Parte de la más ignominiosa ansia de poder que lleva a intentar forzar a todos a pensar, sentir y vivir de la misma manera para que nadie cuestione la ideología que me coloca en el centro perfecto del universo social del mundo.
Este post empezó siendo una boutade y ha terminado siendo algo mucho más serio, mucho más militante.
Los varones y feminas tienen el derecho inalienable de sentir, emocionarse y vivir como deseen sin que se pueda intentar vender e imponer como un bien incuestionable su obligación de cambio para ajustarse a las necesidades egoístas de otros u otras. Esos y esas que no tienen el valor ni el corazón suficiente como para aceptar sus errores e intentar corregirlos igualmente para llegar a la mitológica entente del punto medio.
Esto empezó haciéndome gracia. Pero ya no. Ya el hombre metroemocional de Rosseta y su postfeminismo de subvención y café vespertino no me provoca sonrisa alguna.
El fascismo nunca me ha parecido divertido.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

si existen los hombres Metroemocionales. Yo soy uno de ellos, reconozco que ha sido complicado tener un estilo de pensamiento así, en un mundo regido por los patrones de acumulación de mujeres.
Ha sido dificil encontrar otros compañeros que tengan la misma forma de pensamiento.

nacimos metroemocionales, no lo forzamos, son caracteristicas de nuestra personalidad y aguantamos bombardeos que obligan a comportarnos como cavernicolas.

comentarios: signoriderc@hotmail.com

devilwritter dijo...

Los cavernícolas eran metroemocionales, los hombres siempre han sido metroemocionales.
No es un problema de que los patrones sociales o culturales nos hayan forzado a no serlo o a ocultarlo. Nunca lo hemos ocultado.
Se trata simplemente de una interpretación errónea de las motivaciones. De un intento actual de reescribir la historia, los instintos y las sensibilidades.
Esos patrones a los que te refieres, de acumulación de hembras -utilizo el término zoológico a propósito- no son algo perverso o impuesto, no es algo a lo que nos fuercen. Es algo con lo nacemos los machos de todas las especies de mamíferos depredadores territoriales. El instinto de juntarse en torno a un macho protector dominante y hacerse cargo de la prole, el instinto de competir por ser fecundadas por el esperma más poderoso es un instinto con el que nacen, de igual forma, todas las hembras de las especies de mamíferos superiores.
Es una situación instintiva, es un rasgo animal -no olvidemos que somos animales racionales, pero animales- sin el cual la supervivencia de la especie sería absolutamente imposible. Como nuestro patrón biológico de reproducción no ha variado a lo largo de los milenios -seguimos siendo mamíferos-, nuestros patrones sociobiológicos no pueden cambiar. Es así de sencillo.
Que se considere perversa esa tendencia es el error. Es tan absurdo como que se considerara perversa a la mantis religiosa por utilizar a los machos de alimento para sus crías o que se considerara promiscua a la mosca del vinagre por poner sus huevos al alcance de la mayor acumulación de machos posibles para que los fertilicen.

Y en ese mantenimiento del patrón biológico han colaborado y han estado de acuerdo -no les queda otro remedio, ellas también tienen instintos animales- las hembras de la especie. Es decir, en nuestro caso, las mujeres.
Nuestra organización social se ha fundamentado en esos instintos porque su principal objetivo es el mantenimiento de la especie. No la justicia, no la igualdad, no el bienestar, sino la supervivencia de la especie y su transmisión generacional. Porque si no sobrevivimos todo lo demás no puede producirse.

Así, aunque las mujeres actuales -o concretamente el feminismo radical, no generalicemos- se nieguen a reconocerlo, esos patrones sociales se mantuvieron por instinto animal de hombres y mujeres. Porque hasta hace muy poco no teníamos una herramienta de supervivencia que pudiera sustituirlos. No teníamos tecnología. En términos tecnológicos éramos cavernícolas hasta los años sesenta.

El error radica en que las creadoras del concepto de metroemotividad están reclamando algo que ya tienen, algo que los hombres hemos sido siempre. Y lo hacen porque se niegan a contemplar las cosas en su conjunto y a aceptar la parte animal del ser humano. Y sobre todo la parte instintiva y animal de la mujer.
Piden responsabilidad, piden compromiso, piden sensibilidad y eso es algo que siempre hemos tenido. Si no fuera así nuestra especie estaría extinta.

devilwritter dijo...

Piensa en algo
¿Qué es una frontera?
Se puede valorar como algo egoísta, como un instinto de posesión y las feministas lo definirían como producto del instinto masculino de agresión y de posesión.
Pero una frontera es una línea que aleja el peligro de la vida cotidiana, El instinto humano expande las fronteras no sólo por necesidad de posesión o de alimentación, sino por una necesidad de que el peligro esté cada vez más alejado de lo que realmente importa.
Y sabiendo eso, hazte otra pregunta
¿Quién habitaba las fronteras?, ¿Quién asumía la obligación de defenderlas?, ¿quién recogía el esfuerzo y el riesgo de explorarlas y expandirlas?
Los hombres. Y las mujeres estaban absolutamente de acuerdo con ello.
Así que el tipo que partía hacia las guerra no lo hacía por un malhadado impulso agresivo y conquistador impuesto. Lo hacía con una sensibilidad absolutamente profunda y desarrollada de compromiso con los suyos y las suyas, con una sensibilidad épica que le impelía a arriesgarse para que el resto no tuviera que hacerlo.
Lo hacía para dar valor a lo que dejaba alejado de esas fronteras. No lo hacía para que a él no le quitaran las mujeres. Lo hacía para que las mujeres no tuvieran que hacerlo porque ellas eran lo importante, lo que no podía arriesgarse. Por eso ellas les ponían guirnaldas de flores cuando partían hacia la guerra.
Y luego vinieron el poder y el botín. Pero llegaron luego.
Así que la metroemocionalidad ha existido siempre y es el cambio de necesidades y de soluciones -en nuestro caso la tecnología de cualquier tipo- lo que impone un cambio de roles, no un cambio de sensibilidad como postula el feminismo radical.
Estoy de acuerdo con ello. Pero si los hombres debemos comprender y asumir parte de la tradicional sensibilidad femenina, las mujeres deben hacer exactamente lo mismo.
No te confundas, a nosotros no nos resulta difícil porque ya lo hemos hecho, porque siempre lo hemos hecho -hasta cromosomaticamente somos una mitad femenina-. Lo que está desequilibrando la relación hombre mujer no es que nosotros no queramos entender sus formas de sensibilidad y asumirla. Lo que lo dificulta es que hay toda una teoría de los sexos -impuesta por el feminismo y asumida en el mundo occidental como políticamente correcta- de que la otra mitad de la especie, las mujeres, no tienen que hacer lo mismo. No tienen que impregnarse y comprender la sensibilidad épica masculina porque han decidido que ellas no tienen por qué cambiar y que su forma de sensibilidad es la única posible.
Porque a la teoría feminista de la confrontación le parece humillante reconocer que la mujer también tiene una parte animal que responde a sus instintos y se empeñan en negarlo.
Como el instinto femenino les hace seguir sintiéndose atraídas por el fuerte, el "malote" e incluso el peligroso porque todas sus feromonas les informan de que es el esperma más fuerte, lo mejor es que no haya malotes, que no haya hombres fuertes o peligrosos -dicen las feministas sin reconocerlo-, como sus instintos animales siguen anteponiendo la seguridad a la dignidad, lo mejor es cambiar a los hombres para que las formas de ofrecer seguridad sean las que quieren las mujeres, no las que ofrecen los hombres -mantienen entre líneas las ideólogas de ese feminismo-.
Ni hombres ni mujeres vamos a perder nuestra parte animal -y mal nos iría si lo hiciéramos-, lo que tenemos que hacer es darnos cuenta de que las necesidades y las responsabilidades han cambiado y se han mezclado. Y como todos hacemos ahora de todo, todos necesitamos las sensibilidades que antes eran específicas de un sexo o de otro.
Si se exige a un hombre que llore o que respete el llanto, se ha de pedir a una mujer que corra hacia un nido de ametralladoras con una granada de mano para evitar que sus compañeros de división mueran o por lo menos que respete y valore la sensibilidad que hay tras ese gesto.

devilwritter dijo...

Puede parecer muy poético y algo rebuscado
Pero piensa en una cosa.
Si realmente hubiéramos decidido crear una sociedad basada en el poder masculino y en la acumulación de hembras. ¿qué nos ha impedido a lo largo de la historia recurrir a lo que habría sido lo más fácil? ¿qué es lo que ha hecho que no las criáramos como ganado y las convirtiéramos en elemento de comercio de manera que no tuvieran humanidad ninguna?
Si nuestra sociedad se hubiera basado en esos instintos masculinos inexistentes ese habría sido el camino -de hecho, ese es el camino que seguimos hombres y mujeres con todo lo que nos resulta necesario que no consideramos humano, incluidas múltiples razas a lo largo de la historia-.
¿Qué es lo que ha hecho que ninguna sociedad de la historia de la humanidad crie, coseche y comercie con sus mujeres quitándoles el rasgo de humanidad? Supervivencia, procreación y poder estaban asegurados de esa forma.
Para mi, la única respuesta es que, desde las cavernas, aunque de formas diversas y que, a la luz de nuestra mirada tecnológica y occidental moderna, son claramente erróneas, el hombre siempre ha tenido una sensibilidad de compromiso, respeto y cuidado con respecto a la mujer y viceversa. Es decir hombres y mujeres siempre se ha amado.
Si se quiere que se respete le sensibilidad femenina hay que respetar la sensibilidad masculina.
Sólo se puede cosechar lo que siembra.

Un abrazo y gracias por tu comentario.

PD
Lo he puesto en tres porque sino no me cabía -No suelo escribir sobre estascosas solamente en 4.000 caracteres-

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