Tiende a creerse que diez mentes pensando sobre un problema tienen mayor capacidad para encontrar la solución a esa cuita en concreto que una sola. Y ese constructo arquetípico de la mente colectiva se ha generado por repetición,como lo hacen todos. Normalmente ha funcionado. Lo ha hecho en la ciencia, cuando la lucidez de varias mentes ha abierto caminos que un solo cerebro no era capaz de desbrozar, lo ha hecho en la creación artística, en la invención práctica e incluso en el siempre aciago y reemprendido camino de la guerra y la estrategia militar.
Pero al parecer esa creencia demostrada ya no es válida. Los pensadores políticos -lo sé, lo sé, suena a oxímoron- son incapaces de hacerla de nuevo realidad, son incapaces, por mucho que se junten, de encontrar una solución al mal que nos aqueja, que nos destruye.
Son incapaces de encontrar unas parihuelas para el sistema económico que agoniza que no supongan cercenarnos los miembros para dárselos a la economía, que no signifiquen sacarnos la sangre para inyectársela a una economía que ya no puede recuperarse por ese camino.
¿Qué otra explicación tiene que el Fondo Monetario Internacional, con todas sus mentes expertas, solamente sea capaz de llegar a la conclusión de que para salvar la economía hay que rebajar un 10% los sueldos?, ¿de qué otra manera puede explicarse que, ante la mirada ojiplática de toda la sociedad española -incluido por una vez su Gobierno- Bruselas y su comisario económico respalden esa propuesta?
Pues muy simple. La explicación es que por más mentes que sumen al cerebro político colectivo todas piensan en la misma línea, todas cometen el mismo error, todas aplican el mismo prejuicio que les impide ver lo evidente.
Se niegan a reconocer que el liberalismo ha muerto. Que está tan muerto como lo están el comunismo estalista, el socialismo nacionalista, el librecambismo colonial o el feudalismo autárquico. Su liberalismo capitalista sin control ya solamente sirve para estudiarlo en las facultades de historia. Si es que Wert no las cierra en unos meses. Y como no lo ven y no quieren verlo siguen recurriendo a fórmulas muertas.
Alguien dijo que la contención salarial crea empleo. En teoría es así.
Pero, al igual que Marx no contó con la el ansia de poder humana a la hora de definir su Dictadura del Proletariado, al igual que los teóricos del Derecho Divino y las relaciones feudo vasalláticas no contaron con el deseo de autonomía de la humanidad, los teóricos del liberalismo, neoliberalismo y postliberalismo no contaron con el factor decisivo en su ecuación: los empresarios.
Bruselas y el FMI se niegan a renunciar a su muerto liberalismo capitalista, se niegan a reconocer que les falla el factor empresarial, que los dueños de las empresas no son emprendedores beatíficos que en cuanto suman unos centenares de euros pierden el sueño por ver en qué nueva empresa los invierten, en que nuevo proyecto generador de empleo los utilizan. Que no son Aristóteles Onasis, son Gerardo Díaz Ferrán.
No son los trabajadores los que han defraudado a Hacienda 80.000 millones de euros en cuentas suizas y caribeñas, son los empresarios. No son los trabajadores los que han ocultado y manipulado balances para poder llevarse cientos de millones de las cuentas empresariales en quiebras fraudulentas, son los empresarios. No son los trabajadores los que han diseñado corporaciones transnacionales y sociedades de acciones con sede en Luxemburgo, Andorra o Mónaco para pagar un 1% de sus ganancias en impuestos en lugar del 30% que les corresponde por justicia -que no por ley, que hace tiempo que una cosa y la otra no son lo mismo en estos asuntos-.
Puede que los trabajadores hayan también eludido a la Agencia Tributaria desgravando pisos en los que no residen, emitiendo facturas que no lo son de gastos laborales, ocultando salarios en negro. Pero todos sabemos que esa no es la parte del león, todos sabemos que estamos donde estamos porque las empresas no han cumplido el beatífico rol que Adam Smith, Keynes y Galbraith les asignaron en la utopía liberal capitalista.
Y pese a ello, pese a todas las pruebas y evidencias en contra de su teoría del empresario como generador de empleo y riqueza -para otros, se entiende-, siguen exigiendo que sean los trabajadores los que se sacrifiquen, los que pongan un diez por ciento de su salario en manos de unos empresarios que ya han demostrado una y mil veces que lo único que pretenden hacer con ese dinero es mantener su suntuoso nivel de vida.
Reducir los salarios no creará empleo por la sencilla razón de que los empresarios que se beneficiaran de esa rebaja no harán lo que los adalides del sistema suponen que harán.
El único empleo que crecerá será el de ejecutivo de cuentas en la Confederación Helvética porque ellos tomarán esos excedentes de capital y lo utilizarán para engordar sus cuentas cifradas. Exactamente igual que están haciendo ahora.
Y los trabajadores habrán sacrificado su salario para nada. Por más que los políticos intenten hacer a los que trabajan por sueldos que no han crecido en cinco años, por nóminas que ni de lejos están ajustadas a los trabajos que realizan ni a la preparación que les exigen, responsables de la falta de trabajo de todos los demás.
¿Por qué entonces siguen confiando en ellos?, ¿por qué entonces siguen proponiendo y exigiendo una contención salarial que no servirá para nada?
Esa insistencia, esa incapacidad de ver la realidad no es otra cosa que la imposibilidad de renunciar a unas creencias que se demuestran falsas. Es la base de cualquier fanatismo.
Ellos no renuncian a su visión del mundo pero exigen a los sindicatos, que en contra de su función, de su esencia, de su razón de ser, acepten rebajas salariales para entregar un holocausto de miseria e infraempleo a unos empresarios que no harán lo que ellos quieren que hagan; ellos son incapaces de renunciar a sus principios liberales de dejar libres los mercados pero exigen que el coste del trabajo sea regulado fuera del mercado por leyes y acuerdos políticos porque les viene bien.
Todo para no reconocer que su dios ha muerto -si es que alguna vez estuvo vivo-, todo para no reconocer que han fracasado.
Porque si hicieran eso verían lo que todos vemos, lo que cualquiera que no esté cegado por la falsa religión del libre mercado de capitales a ultranza lleva viendo desde hace años.
Que no se puede reducir en Educación, Empleo, Sanidad y todo lo que necesitamos en nuestra sociedad para nuestro futuro para poner dinero en manos de aquellos que ya han dilapidado sus oportunidades y las nuestras en un ciclo sin fin de crisis provocadas por su incontenible avaricia.
Que no hay que reducir los salarios, hay que regularlos para que sean justos.
Que no hay que hacer descender los rendimientos del trabajo, hay que controlar los rendimientos especulativos de los mercados que salvan y destruyen economías nacionales para especular con las primas de riesgo de sus deudas públicas.
Que si los salarios en España no han crecido en los últimos cinco años y los beneficios empresariales se han multiplicado por doce, el problema está en el control de los beneficios empresariales, no en la contención salarial.
Que si los empresarios no reinvierten y no redistribuyen sus beneficios entre aquellos que contribuyen, incluso más que ellos, a obtenerlos hay que forzarles a hacerlo con leyes tributarias y de reparto de beneficios si es preciso.
Que si los accionistas e inversores especulan desde el anonimato de sus fondos de inversiones con el futuro de las empresas y de los países hay que controlarlos, limitar los beneficios especulativos y hacerles tributar tanto por ellos que ya no suponga un negocio rentable.
Que no hay que reducir los salarios, hay que que redistribuir los beneficios.
Y si el dios del capitalismo liberal se ofende iracundo por ello, se atraganta boquea y muere, que lo haga. No será el primer dios al que matamos para poder seguir viviendo ni será el último.
Aunque sus fieles clérigos del FMI y Bruselas tengan que ser enterrados con él en su tumba de oro, beneficios empresariales defraudados y réditos especulativos sin control.
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