Que es mucho lo que nos están quitando y nos quieren quitar aquellos que han puesto en marcha su regresión educativa es algo que apenas si merece la pena ser repetido por conocido y evidente.
Pero entre todas esas cosas, entre el derecho a educarnos, el derecho a no tener que hipotecar nuestra vida para obtener formación y el derecho a que la falta de la misma no nos transforme en siervos de aquellos que, sin tener tampoco formación alguna, disponen del dinero y el poder, hay otra cosa que nos ha arrebatado por la espalda y a traición.
Nos han quitado la ética.
La desaparición de esa asignatura de los planes de estudio es algo más que la consecuencia de elevar a rango de nota su contrapartida de moral llamada Religión. Es algo más que la consecuencia de una austeridad parcial e ideológicamente fanática que permite gastar 700 millones de euros en profesores de religión pero recorta de los elementos más básicos y sociales de la educación como son las becas o los comedores.
La desaparición de la ética es un arma de destrucción masiva, es la última linea de defensa de aquellos que, desde que les colocamos en La Moncloa, pretenden ser incuestionables y no soportan ser cuestionados.
Porque se mire donde se mire, ya sea al juzgado de Ruz y a Génova, 13 o a la Audiencia sevillana de Mercedes Ayala y la sede de La Junta de Andalucía, si hay algo que no precisan nuestros gobernantes y políticos es que nosotros sepamos de ética.
Porque el rebuscado Aristóteles les exigía acabar con el circo mediático y judicial de los sobrecogedores genoveses con un buen trago de cicuta en la bañera, el inaccesible Kant les enviaría a la condenación tanto en lo material como en lo formal tras conocer sus tejemanejes de Eres andaluces; el ponderado en estos asuntos Descartes les reservaría a ellos y sus regalos y donaciones oscuras los párrafos más radicales de su Discurso del Método y hasta el bueno de Tomas de Aquino o incluso su antagonista de Epona, no encontrarían misericordia divina suficiente como para evitar su condenación eterna.
Porque la ética del poder del Príncipe de Maquiavelo les mandaría al desván de los malos gobernantes con justificación o no para sus medios y sus fines, porque la guillotina de Rosseau rubricaría su Contrato Social para separar sus cabezas de sus hombros.
Porque no hay ética formal o material, social o de poder, humana o divina que les permita justificar aquello que están haciendo y todo lo que están dispuestos a hacer. Salvo quizás la de Nietzche, claro. Y tampoco está el patio para tirar de Nietzche y su superhombre.
Así que es mejor que nadie nos enseñe esas cosas, que nadie meta en nuestra mente esos filtros que nos hagan pasar sus actos y los nuestros por la ética, es mejor que nadie nos confunda, nos "adoctrine", nos aparte de nuestro objetivo, que no debe ser otro que aprender la manera más eficaz de apretar tornillos, de ensamblar piezas y de poder sobrevivir con 700 euros al mes para que los beneficios empresariales sigan subiendo.
Puede que la asignatura se considerara una "maría", puede que no se impartiera de forma profunda y relevante, pero eliminarla supone un mensaje demasiado evidente por parte de aquellos cuya ética lleva en el candelero desde que accedieron al gobierno e incluso desde antes de que los colocáramos ahí.
Es la rúbrica perfecta a la carta de presentación de la sociedad que quieren construir para nuestro futuro.
Una sociedad en la que la estética sustituya a la ética, en la que la moral sustituya a la conciencia, en la que el poder releve al gobierno y la necesidad a la justicia.
Una sociedad en la que no hayamos recibido los mimbres suficientes como para anteponer el bien común al beneficio propio, como para hacer prevalecer la justicia para todos por encima de nuestros intereses egoístas y particulares.
Una sociedad en la que la estética de los ternos perfectos, de la eterna erótica del mando, el ejercicio del poder omnímodo y la capacidad de hacer lo que nos venga en gana, nos atraigan mucho más que la construcción de una sociedad en la que nadie pueda hacer de su capa un sayo, en la que nadie -ni siquiera nosotros mismos- podamos pasar por encima de los derechos de otros para imponer nuestra santa voluntad.
Quieren construir una sociedad donde la medida de la virtud se encuentre siempre por debajo del ombligo. En la que la apariencia de corrección sea la única vara de medir a la hora del triunfo.
En la que una moral episcopal de puritanismo aparente nos obligue a casarnos pero no cuestione los motivos de ese casamiento, nos impida ser "contra natura" en el amor pero no nos reclame ni nos exija auténtico amor en nuestras relaciones. Nos oculte las vergüenzas pero no nos haga responsables de tenerlas.
Una sociedad en la que la mujer del césar ya no tenga que ser honesta y parecerlo, solamente parecerlo -sea quien sea él o la que se atribuya la condición de mujer del césar, claro está-
Y es posible que los inquilinos moncloitas hayan dado en el clavo al suprimirnos la ética de aquello que nos es obligatorio conocer, que nos es imprescindible saber. Es posible que nos conozcan mejor de lo que nosotros reconocemos que nos conocemos a nosotros mismos. Hasta es posible que hagan lo que realmente queremos.
Porque hace demasiado tiempo que esta sociedad occidental atlántica nuestra lleva más su vista hacia la estética que hacia la ética. Y nuestros gobernantes, al fin y al cabo, tienen en su naturaleza ser reflejo de lo que nosotros somos.
Hace demasiado tiempo que las mozas se colocan y refuerzan los senos a los veinte para triunfar en la tele mientras no ponen interés alguno en reforzar sus mentes para afrontar su futuro; hace demasiado tiempo que los ciclados jovencitos de afterhour y metrosexualidad radical hacen crecer sus pectorales y sus bíceps mientras dejan que sus electroencefalogramas se hundan en una curva cóncava cada vez más pronunciada.
Hace demasiado tiempo que hemos sacrificado el compromiso sindical y combativo con nuestras profesiones y nuestros sectores a cambio de una imagen de "profesionales liberales" que negocian por su cuenta, ignoran los convenios colectivos y no se sienten parte de nada para lograr el éxito profesional a fuerza de entrar y salir en los despachos adecuados, practicando el cansado arte de la genuflexión servil y la delación mezquina.
Porque hace demasiado tiempo que hemos convertido la ideología en una excusa para una militancia que busca tener un carné que presentar ante los poderosos de turno para asegurarnos el acceso a los pasillos del poder y evitar que nadie abra una puerta que de a esos pasillos y nos obligue a entrar dentro.
Porque llevamos dos generaciones gastando todo nuestro tiempo disponible en lo estético, demorando lo ético.
Durante demasiado tiempo hemos dedicado el poco tiempo del que disponemos y el aún menor esfuerzo del que somos capaces a mantener las nalgas en su sitio, los pechos en su lugar, las piernas delgadas y las cinturas controladas para "estar estupendas" en lugar de dedicarnos a buscar la manera, quizás con trabajo, preparación y un poco más empatía de "ser estupendas".
Y no hemos parado de gastar nuestro tiempo y dinero en gimnasios, en injertos capilares, en crear perfiles virtuales atrayentes, en vestir a la moda para "resultar interesantes", mientras no hemos dedicado un solo segundo, una sola milésima de nuestro tiempo de ocio o de negocio, a "estar interesados" en nada de los demás ni en nadie de los otros.
Porque hemos dedicado horas, días, semanas, meses y años a encontrar un trabajo que nos lo de todo sin pensar ni un minuto en qué queremos dar a la sociedad con ese trabajo. Porque hemos dedicado un tiempo constante y casi infinito a lograr un orgasmo de quince segundos como mucho y ni un solo minuto a intentar -de nuevo con esfuerzo- un amor que nos llene la vida hasta la muerte.
Y ahora nos quitan la ética, nos quitan la voz y los ecos de aquellos que a lo largo de la historia de la humanidad han clamado contra eso, han escrito contra eso y han pensado contra eso.
Quien sabe, Al cabo puede que a muchos de nosotros Wert y su gobierno les hayan hecho un gran favor.
Quizás para eso les votaron.
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