Sería bochornoso si no fuera lógico, tristemente lógico.
Pero a este Occidente Atlántico nuestro apenas le importa la lógica y por eso cae en el bochorno.
El bochorno de ver como un reino autoritario que encarcela a los jóvenes por besarse en público y una teocracia arcaica que lapida a los homosexuales, los adúlteros y esconde a sus mujeres por el temor de que sus hombres no hayan sobrepasado el estadio de primates neardenthales hormonados, nos enmienden la plana en el nuevo dolor de cabeza que nos ha surgido allá en el oriente árabe y musulmán.
Después de una semana de discursos en la Asamblea General de la ONU hay dos países, solamente dos, que dan soluciones plausibles y lógicas a ese califato yihadista que se extiende como la espuma, como el hambre, como la locura.
Y no son los Estados Unidos de América con sus bombardeos repetidos, no es el Reino Unido con su alianza acérrima con aquellos que otrora fueran sus colonias. No es la Europa continental que arma y rearma a los enemigos de sus enemigos en la vana esperanza de que eso les convierta en sus amigos. Ni siquiera es la Rusia que mira a otro lado mientras compra y vende a través de Turquía el petroleo que da dinero a este nuevo yihadismo organizado y financiado.
Solo dos países dicen y hacen lo que se supone que se tiene que decir y se tiene que hacer: Marruecos e Irán.
Sería bochornoso si no fuera increíble.
Y antes de que nosotros, con nuestros ternos perfectos, con nuestra música moderna, con nuestro pelo suelto al viento y sin velo, nos indignemos, empecemos a echar pestes por la boca y comencemos a practicar ese juego que tanto nos gusta del "y tú más" que consiste en tapar nuestras carencias con las de aquellos que nos las echan en cara, por una vez, solo por una vez, nos convendría pararnos y mirar y tranquilizarnos y escuchar.
Sí, eso que nos cuesta la vida hacer a todos.
Europa se lanza a la caza policial del yihadista. Se arroja al camino de la prohibición. No se conceden visados para salir rumbo a esos países, se detiene a todo aquel que apoya al Estado Islámico, se busca a cualquiera que viva en sus suburbios y quiera alistarse.
Se sigue y se persigue en una solución policial que no le sirvió al comunismo del Telón de Acero, que no resultó útil al fascismo recalcitrante de los años treinta y cuarenta del pasado siglo, que ni siquiera le valió al mejor rey que ha tenido España -que tuvo la mala suerte de ser francés- para detener a los insurgentes del Dos de Mayo.
Nuestras fronteras son permeables y los yihadistas irán donde quieran ir; nuestro suburbios son un mundo en el que no sabemos movernos porque los desconocemos, porque no nos acercamos a ellos como nadie se acerca al cubo de la basura si no es para tirar algo y los reclutadores sembrarán sus semillas de odio y recogerán en ellos sus cosechas de sangre. Y la resolución de los enloquecidos yihadistas es tal que llegarán a Irak, a Siria o a donde su locura les envíe a matar y a morir
¿Y qué hace Marruecos?, ¿qué hace una monarquía absoluta que detiene a sus adolescentes por amarse, que exige lealtad absoluta e incondicional a su monarca casi como si fuera divino?
Detiene a los cabecillas y los reclutadores, sí; persigue las células y los grupos organizados, sí. Pero luego desciende a los suburbios, acude a las mesnadas de las que se alimenta El Nuevo Califato.
Quizás porque desde Rabat a Marrakech todo Marruecos es un suburbio, quizás porque sus curtidores, sus pescadores, sus agricultores y sus tenderos son esas mesnadas y, al contrario que el Occidente Atlántico, sabe no puede sobrevivir sin ellos.
Así que acude a esos barrios y hace política. Abre fábricas para darles trabajo, requisa edificios privados para abrir escuelas, coloca a sus escasos médicos en esos barrios, invierte en esas zonas.
Hace lo que nosotros nos negamos a hacer, ni siquiera a plantearnos, parapetados bajo el sentimiento de superioridad que nos proporcionan nuestras libertades, nuestros avances tecnológicos y nuestros instintos básicos disfrazados de otra cosa.
Ataca al yihadismo en su raíz. En la miseria, en la falta de expectativas, en la pobreza que hace que cualquier promesa sea escuchada, que cualquier venganza sea aplaudida, que cualquier guerra sea aceptada.
Y ahora podemos empezar con los "sí pero" que tanto nos gustan. Sí, pero Marruecos no deja libertad religiosa; Sí, pero Mohamed VI exhibe a sus esposas como trofeos decorativos; Sí, pero juzga a adolescentes por besarse en público.
En el tercer "sí, pero" nos daremos cuenta de que son irrelevantes, de que son basura banal y sin sentido.
En esto hace lo que tiene que hacer y nosotros no.
Pese a que deberíamos devolverles todos los beneficios que sacamos del comercio de su crudo o sus fosfatos a través de nuestras transnacionales, no lo hacemos; pese a que deberíamos reinvertir en ellos al menos una parte de lo que obtiene el Occidente Atlántico de su miseria medieval, no lo hacemos.
Punto, juego, set y partido para Rabat.
Y lo de Irán es todavía más bochornoso, más dantesco, más absurdo.
Que un tipo con un turbante blanco y una chilaba de hace ocho siglos nos pueda sacar los colores tendría que ser mucho más bochornoso.
El líder de un estado teocrático arcaico y cruel se sienta ante un perfectamente trajeado entrevistador occidental y nos dice lo que tiene que decir, lo que alguno de nuestros líderes debería haber dicho el primer día: "la forma de combatir el terrorismo, señor, no es para nosotros crear otro grupo terrorista para enfrentarse al grupo terrorista que ya existe. Esta es la serie de errores que han unido los eslabones de la cadena que nos ha llevado de donde estábamos antes a donde estamos ahora. Debemos aceptar las realidades: no podemos organizar grupos armados para alcanzar nuestros objetivos".
Y ahora es el momento de que se nos caiga la cara de vergüenza.
Un individuo que es capaz de observar como se lapida a los homosexuales y a los adúlteros sin pestañear, que decide que el mundo se ha detenido en el siglo VI de la era cristiana, es mucho más consciente de la realidad que todos nosotros juntos.
Podemos tirar de pelo al viento, de IPhone, de Orgullo Gay y de democracia y libertad para sentirnos superiores, para evitar el rubor en nuestras mejillas occidentales, pero nada de eso cambiará la realidad: Armamos a los kurdos, armamos a El Asad, armamos a Israel, armamos a todos aquellos que creemos que pueden luchar y morir para conseguir nuestros objetivos sin que nuestros buenos chicos occidentales tengan que ir a morir a esas lejanas tierras. Les dejamos operar más allá de toda ley, de todo control, de cualquier mínima regla de compromiso con tal de que nuestro enemigo caiga.
Algo que no sirvió a Eduardo I en Escocia, que no sirvió a Napoleón en España, que no sirvió a los nazis en Italia, que no sirvió al telón soviético en Checoslovaquia, Polonia o Yugoslavia y que no sirvió al Occidente Atlántico en Vietnam, Corea, Afganistán, Irak, Venezuela, Cuba o Chile.
Puede que el Ayatolah en cuestión sea un capullo medieval, cruel y teocrático pero dice lo que se tiene que decir, piensa como se tiene que pensar y ni Hezbollah, ni sus lapidaciones, ni Hamas, ni sus ahorcamientos son relevantes a la hora de tener en cuenta sus palabras con respecto al Califato Yihadista.
Teherán nos ha metido un gol de oro de penalti en el último minuto de la prorroga.
Y ahora podemos refugiarnos en nuestro juego de sacar a relucir todas las vergüenzas -que son muchas- de Rabat y Teherán para no tener en cuenta sus acciones y sus palabras con respecto al Estado Islámico, Califato o como queramos bautizarlo.
O podemos hacer gala de esa inteligencia y lógica que tanto decimos poseer y valorar y hacer y decir lo que tenemos que hacer y decir.
A lo mejor soy demasiado negro o demasiado rojo para el gusto occidental pero no pienso quitarle la razón a alguien que la tiene. Aunque ese alguien sea mi enemigo.