Necesitais cariños, necesitais dolores
necesitais amores, necesitais pasiones
y yo...
no puedo daros nada.
Necesitais victorias, necesitais derrotas.
necesitais olvidos, necesitais recuerdos, necesitais historia.
y yo...
no puedo daros nada.
Necesitais amantes, necesitais amigos
necesitais enemigos, necesitais garantes,
necesitais preludios, necesitais finales.
y yo...
no puedo daros nada.
Necesitais canciones, necesitais silencios.
Necesitais principios, necesitais esencias,
necesitais señores, necesitais esclavos,
necesitais cantores
y yo...
no puedo daros nada.
necesitais pedir, necesitais conceder,
necesitais negar, necesitais saber,
necesitais rezar
y yo...
no puedo daros nada.
Hoy nací si es que nací
y moriré si es que morí
pero vosotros...
necesitais un cristo, necesitais un hombre
necesitais un mesias, necesitais un dios
y yo...
no puedo daros nada.
lunes, diciembre 24, 2007
lunes, noviembre 26, 2007
El día después
Como en otras muchas cosas, como en cualquier jornada del mito, la leyenda o la historia, después de un día siempre hay otro. Y hoy es el día después del Diá Contra La Violencia de Género.
Puede que parezca reiterativo y lo es. Puede que la insistencia en el hecho acarree el típico achaque de machismo encubierto, pero en realidad da lo mismo. Aquellos y aquellas que han tomado sus decisiones, que han elevado su fe y que han organizado su credo no suelen escuchar, no suelen pensar y no suelen hacer caso a los datos y a las realidades. Todo es muy sencillo en la mente de aquellos -y aquellas, por supuesto, que ya somos iguales en todo- que han hecho de un problema una doctrina y de una situacióin un espectáculo.
Y me refiero a todas esas mujeres, organizaciones de mujeres y asociaciones de mujeres -más o menos progresistas en el nombre, y más o menos sectarias en los fondos- que han aireado cifras a lo largo de toda la pasada jornada. Cuanto más numerosas eran las cifras, más engrandecidas se mostraban, más exigentes se ponían, más mostraban su aversión por el varón, por el sexo que han decidido -con la aquiescencia gubenamental- satanizar ad eternum.
Y todos esos datos generan un baile de cifras mareante y explosivo en el que medran aquellas que -como antiguos sicarios del poeta catalán- siembran la alarma. No tienen de pareja en este baile a la verdad, ni a la realidad, tan sólo se afanan en danzar solas, como él mitico grupo musical, al compas de la manipulación y en alas de la más flagrante mentira.
Me explico, porque hechos y números suelen ir de la mano.
Se habla de 500.000 mujeres maltradas en España por sus parejas o ex parejas y se habla en virtud de una encuesta realizada por el famoso Observatorio Contra la Violencia de Género. Dicha encuesta se transforma en un arcano cuando se pregunta o se busca en la página web de la propia entidad los criterios tenidos en cuenta a la hora de realizarla. Se desconoce el error muestral, la selección de las encuestadas y el número de entrevistas, se desconoce el factor de extrapolación y, por supuesto, se desconoce qué consideran los encuestadores que supone un maltrato. De hecho ni siquiera se sabe si se ha abordado por la calle a las mujeres y se les ha preguntado simplemente ¿Su pareja la maltrata?. No se conoce nada de ello porque, cuando no se quiere mentir pero se quiere aumentar la verdad, esos elementos resultan fundamentales para descubrir la manipulación. Cuando algo se articula de esa manera sólo tiene un nombre.
Así que nos vemos obligados a recurrir a las cifras judiciales.
Desde la entrada en vigor de La Ley Integral de Protección contra La Violencia de Género se han incohado diligencias en 306.682 procesos por la llamada violencia contra la mujer. Eso significa, básicamente, que se han presentado ese número de denuncias. Pero curiosamente sólo se han producido 69.968 juicios por estos motivos.
La explicación que dan aquellas que han decidido hacer de los malos tratos dentro de la pareja una bandera de desgarro social , es que resulta muy díficil para las víctimas probar las agresiones. Todas ellas callan cuando las cifras del Consejo General del Poder Judicial afirman que se han producido 55.923 sobreseimientos por falta de pruebas.
Entonces recurren al otro manido argumento de que se retiran las denuncias por miedo y también se ven obligadas a callar cuando las estádisticas del CGPJ manifiestan que solo un 10 por ciento de las denuncias -o sea 29.678- se retiran durante el proceso.
Eso nos deja, en números redondos, con 80.000 denuncias que se han paralizado por diversos motivos y 70.000 que han sido juzagadas. Un total de 150.000 denuncias de 306.0000. ¿Qué pasa con las otras 156.000 denuncias?, ¿se han perdido entre la burocracia?, ¿han desaparecido por catástrofes naturales o errores másivos informáticos en los juzgados? Obviamente no.
La respuesta es judicialmente sencilla: se han identificado como falsas o erróneas y se han archivado como tales. Nadie habla de ellas porque sería demoledor afirmar que el 50 por ciento de las denuncias por malos tratos son falsas. Eso no ayuda a la causa. Cuando algo funciona así sólo tiene un nombre.
Así que nos vemos obligados a quedarnos con el único dato de que 70.000 hombres han sido juzgados por malos tratos.
Pero también esta cifra tiene trampa. Porque resulta que, en baile anual de números sobre la violencia de género, se dice que 49.768 han sido condenados. Lo que supondría que 50.000 mujeres sufren malos tratos en España. De repente hemos visto reducirse el número a una déima parte de la cifra de partida.
Pero de nuevo las cifras no cuadran. Según la memoria del CGPJ, se han producido 29.216 sentencias desde 2006 en aplicación de esta traída y llevada ley y, según los mismos datos, un 60 por ciento son condenatorias y un 40 por ciento absolutorias. Esto nos deja con aproximadamente 12.000 condenados penalmente como maltratadores.
¿Donde se han metido los demás? ¿Han hecho los tribunales desaparecer sumariamente a los otros 20.000 maltratadores? Una vez más la respuesta es no.
Simplemente, esos 20.000 condenados no lo han sido de forma penal -lo que quiere decir que no lo han sido por malos tratos- sino que han sido considerados culpables de agresión menor -una falta que no se considera un delito- y han sido sancionados civilimente.
Las mujeres y organizaciones que han decidido medrar económica y políticamente aprovechando el inmenso dolor de unas pocas y que han estimado oportuno llevar sus traumas y venganzas personales al ámbito de lo público usando a estas mujeres como excusa, achacan este porcentaje al machismo del sistema, obviando sin ningún pudor el hecho de que durante el mismo periodo se ha condenado a 17.476 mujeres por identicas faltas de agresíón y lesiones contra sus parejas. Es decir, obviando el hecho de que las mujeres y los hombres se pelean y ambos comenten un delito leve con ello. Pero eso tampoco beneficia sus intenciones de eterno victimismo, con lo que también se omite. Cuando algo sigue organizándose así mantiene una sóla posibilidad de definirse.
Así que nos quedamos con una cifra aproximada de 12.000 mujeres que sufren malos tratos demostrados lo que supone -aproximadamente, que soy de letras, y tirando por lo alto, que soy periodista- un 0,05 por ciento del total de la población femenina española. Muy lejos del 1 por ciento que suponía ese medio millón de maltratadas.
Si a eso añadimos el hecho de que cerca de ocho mil mujeres han sido condenadas por malos tratos contra su pareja en el mismo periodo y de que por las 61 muertes de mujeres a manos de sus parejas en lo que va de año se han producido 39 de hombres a manos de las suyas, se puede sacar la conclusión de que la violencia machista no está tan extendida ni es tan diferente de la violencia hembrista, en nuestro país al menos.
Y aún falta un dato mas. Mientras entidades y organizaciones satanizan la cultura de nuestro país, afirmando que es la culpable de esta lacra social -así la han bautizado-, se oculta el hecho de que un 60 por ciento de esos casos se producen entre parejas de naciaonalidades diferentes a la española en las que, desafortunadamente, el maltrato machista si es un hecho preocupante, como son las sociedades magrebíes o andinas.
Y todo ello nos lleva a la misma conclusión de siempre. Existen mujeres maltradadas y existen mujeres maltratadas por culpa del machismo de su pareja. Deben ser protegidas por la ley como cualquier otra persona que es agredida, violentada o maltratada. No voy a cuestionar eso porque sería absurdo.
En España hay demasiada tendencia a recurrir a la violecia para solucionarlo todo. Para solucionar las relaciones de pareja, las relaciones familiares, las relaciones de amistad e incluso las de vecindad. La violencia y la reacción violenta -en forma de grito, insulto, bofetada o puñetazo- es algo que es necesario extirpar de nuestros comportamientos, tanto en las mujeres como en los hombres. Si sólo afectara al componente masculino no existirían 150.000 niños a los que su madres maltratan sistemáticamente -un 65 por ciento del total de niños maltratados-, no existirían cerca de 255.000 denuncias anuales por lesiones y agresiones leves entre mujeres.
"Ni una ostia mas" gritaban las sevillanas celebrando el Día contra La Violencia de Genero, curiosamente en la misma ciudad en la que sólo en lo que va de año han sido condenadas 85 mujeres por malos tratos psicológicos y físicos a sus parejas.
Y secundo su grito.
Ni una ostia mas a los 150.000 niños maltratados por sus madres.
Ni una ostia mas a los 35.000 ancianos maltratados por sus cuidadoras o sus familiares femeninas -un 75 por ciento del total-
Ni una ostia más a los 8.000 hombres maltratados por sus parejas
Ni una ostia más a los 2.500 homosexuales agredidos en España
Ni una osita más a nadie.
Con eso puedo, debo y quiero estar de acuerdo.
Pero hacer una herramienta política y convertir una actitud minoritaría, sectaria y psicopática en un rasgo que se aplica a todo un género, obviando datos, cifras, realidades y situaciones concretas sólo tiene un nombre.
Intentar demostrar que sólo los hombres agreden a la mujeres y que siempre que lo hacen es por motivos machistas, obviando y eliminando los móbiles de los delitos, las explicaciones de los comportamientos y las circunstancias de las situaciones, sólo tiene un nombre.
Engrandecer un problema para poder presentarse como resolutor del mismo, crear leyes que cuestionan la igualdad legal por cuestión de sexo y proteger a un sólo falso colectivo más allá de los derechos de otro sólo tiene un nombre.
Y ese nombre es fascismo
Así que feliz Día del Feminicismo para todas aquellas que defienden eso.
lunes, noviembre 12, 2007
De árboles, Bosques e impertinencias
Vuelvo, tras un mes, para otra de esas de árboles del espéctaculo que no dejan ver el bosque de las razones.
Y esta vez le toca el turno al especialista en la materia, al populista por antonomasia del siglo XXI, al hombre que ha hecho del espectáculo y el esperpento una forma de gobierno: al siempre predecible aunque imprevisto Hugo Chávez.
Chávez, el hombre del programa de radio, el comunista de la estampita mariana entre las manos, arremete contra José María Aznar en mitad de la Cumbre Iberoamericana, le califica de golpista y de fascista; Zapatero le dice que no descalifique a un gobierno elegido por el pueblo; el rey de España le insta simplemente a callarse; Rajoy arremete contra el Gobierno por consentir que Chávez haga esas afirmaciones y le exige -fijemonos bien en el verbo- una reacción ejemplar.
Hasta ahí los árboles. Hasta ahí el espectáculo dantesco de cadencias y ritmos bolivarianos y esperpénticos. Hastá ahí lo que no nos deja ver el bosque.
Superado el hecho de que Chávez elige un entorno inoportuno y unas formas deleznables, superado el hecho de que Juan Carlos de Borbón es incapaz de mantener la dignidad, superado el hecho de que Zapatero carece de presencia para lograr en esa ocasión una reducción en la tensión -aunque lo intenta-, superado el hecho de que la presidenta chilena es incapaz de imponer cordura en la discusión como se supone que es la función del anfitrión de la cumbre, superdo todo eso que no es más que un circo mediático, nos queda el bosque. El bosque en el que nadie, después del incidente, ha querido entrar.
Hugo Chávez llama a Aznar fascista y golpista. Ese es el bosque que nos negamos a desbrozar.
¿Llama el populista a Aznar golpista porque se le viene a la mente así de repente, sin una conexión histórica o ideológica? ¿Se lo llama porque es la palabra que ha aprendido ese día en la edición revisada del diccionario? Por cómo se presentan los hechos en los medios de comunicación parece que si. Que se trata de otra de las salidas de pata de banco del líder autonombrado de la revolución bolivariana.
Pero, cuando estamos a punto de creerlo, la onda expansiva de los exabruptos de Chávez nos aparta de árbol de su mala educación y descubrimos toda una arboleda de motivos.
José María Aznar recorre el mundo afirmando que tras el atentado del 11-M -del que ya hay sentencia, aunque él parece que no se ha enterado- deberían haberse suspendido las elecciones, firma libros en el Corte Inglés en los que explica que planteó esa suspensión electoral y la declaración del estado de excepción. Chávez podrá ser todo lo irrespetuoso y maleducado que se quiera, pero cuando alguien plantea esas posibilidades simplemente porque va a parder las elecciones sólo puede decirse que se ha planteado dar un golpe de estado. El bosque comienza verse en todo su verdor.
Por si fuera poco, el ínclito ex presidente del Gobierno español -que en esto también parece que es el único que lo ha sido-, recorre España diciéndo a quien quiera escucharle que la inconsistente Ley de Memoria Historíca del Gobierno del país es injusta porque sólo reconoce el sufrimiento de un bando y exige -fijemonos de nuevo en el verbo- que se mantenga la dignidad de los dos bandos.
Y para ello, claro, obvia el hecho de que uno de esos bandos surgió de un golpe militar ilegal que derrocó por la fuerza de las armas a un gobierno -bueno o malo, eso es simpre discutible- legalmente constituido. Cuando alguien defiende la dignidad de un golpe de estado se puede decir que se encuentra con un pie en la frontera interna del golpismo. Así las cosas, el bosque de las razones de Chávez comienza a divisarse en todo su explendor.
Es factible que todos estos síntomas de posible y plausible golpismo hubieran dejado indiferente al egregio bolivariano venezolano, pero si se unen al hecho de que Aznar como jefe de gobieno apoyó pública y privadamente el golpe de Estado que Pedro Carmona intentó darle a Chávez en 2002, las cosas se complican y el bosque de los motivos y las verdades florece definitivamente.
Y no es algo que se invente el venezolano. Aznar declaró publicamente en varias ocasiones que Chávez debía renunciar al poder y cederlo a los golpitas, pese a que el elegido en las urnas era el insufrible y maleducado bolivariano.
Y no es algo que se invente el venezolano. Aznar declaró publicamente en varias ocasiones que Chávez debía renunciar al poder y cederlo a los golpitas, pese a que el elegido en las urnas era el insufrible y maleducado bolivariano.
Documentos del Ministerios de Asuntos Exteriores hechos públicos en 2004 por Miguel Angel Moratinos demuestran que el gobierno de Aznar había ordenado a su embajador apoyar el golpe de Estado en Venezuela.
Vamos a ver. Si alguien se plantea dar un golpe de estado en su país, dignifica un golpe de estado histórico y apoya un golpe de estado en otra nación es, se vista como se vista y tuerza el gesto como lo tuerza, un golpista. Lo diga Chávez o lo diga el susum corda.
Y luego está lo de fascista.
Algo que, obviamente, ha salido de la imaginación calenturienta del depravado izquierdista populista de Chávez. Porque en esa acusación no habrá pesado nunca el hecho de que Aznar recorre las universidades defendiendo el derecho de Estados Unidos a mantener abierto el Centro de Internamiento -lease campo de concentración- de la base de Guantanamo; no habrá influido que se dedique a conceder entrevistas a las televisiones europeas en las que defiende que la OTAN debería bombardear El Líbano de forma másiva; no tiene ninguna relevancia que haya dictaminado sin votación ni posibilidad de réplica quién debía ser su sucesor en el Partido Popular; no es importante que su gobierno permitiera sobrevolar y repostar en territorio español a aviones que transportaban personas secuestradas -el eufemismo es detenidas ilegalmente- en Afganistan e Irak por los operativos encubiertos de los servicios secretos de los Estados Unidos.
Puede que Aznar no sea un fascista -igual que es posible que hable catalán en sus círculos privados- pero cuando alguien se mueve y actúa así, apesta a fascismo en la nariz de Chávez y en la de todos aquellos que se alejan lo suficiente como para poder ver el bosque de sus intenciones.
Así que, a lo mejor -o a lo peor- el presidente venezolano, con toda su mala educación almodovariana y toda su impertinencia, tiene razón. Quizás Juan Carlos de Borbón tenga todo el derecho del mundo a decirle al bolivariano que se calle, pero quizás -sólo quizás- debería habérselo dicho también hace mucho tiempo al ínclito José María cuando defendió el intento de golpe de estado en Venezuela.
Y somos nosotros, los que hemos sufrido esas actitudes de gobierno de Aznar y los que aún las sufrimos a través de sus delfines y sus títeres, los que no deberíamos permitir que el árbol de la impertinencia de Chávez no nos deje ver el bosque de las beleidades golpistas y fascistas de Aznar y sus herederos designados "dedocraticamente". De aquellos polvos -los del gobierno de Aznar- nos vienen estos lodos -los de la impertinencia de Chávez-.
Y lo demás sólo es espectáculo.
viernes, octubre 12, 2007
La Bandera Vacía
Hoy es el día de La Hispanidad y, como es costumbre últimamrente, se nos ha hecho creer que es importante, que significa algo, que hay que estar dispuesto a hacer de ello un motivo más de crispación y de enfrentamiento.
Y lo peor no es que el ínclito y orquestado líder del Partido Popular haya decidido una vez más que hay que enfrentarse a sus supuestos monstruos y fantasmas invisibles bajo la inefable protección de una bandera. Lo realmente malo es cómo y porqué lo ha hecho. Una vez más lo que dice Rajoy no es lo importante, sino el porqué lo dice. Una vez más el como y el cuando son una cortina de humo.
Rajoy solicita que los españoles hagan gala de su orgullo patrio y exhiban la bandera en las calles y su amor nacional en sus casas, con sus familias e incluso, es de suponer que lo más íntimo, lanzandose al acto de la reproducción patrio al grito de ¡Por Dios y Por España!.
Pero esta solicitud no es otra cosa que un intento más de separar el trigo de la paja, de buscar una división en un país que ha demostrado que no quiere entrar en ese juego, salvo un par de millones de anquilosados pseudodamócratas nostálgicos de un poder conseguido con las armas y mantenido con el miedo.
Rajoy recurre a lo mismo que recurrieron los generales de antaño, a lo mismo que gritaron las tropas carlistas, a lo mismo que repitieron en sus letanías del Espirítu Nacional los falangistas y los requetés.
En 1936 fueron el divorcio, la desamortización eclesial y la bandera. Hoy Rajoy y los espurios marionetistas que le dirigen hacen frente contra la Educación para la Ciudadanía, el matrimonio homosexual y la bandera. Siempre la bandera. En definitva, La familia, La Iglesia y La Bandera. Siempre la bandera.
Y ¿Por qué?, ¿Por que, tras casi cuarenta años de dictadura y más de veinte de democracia, la derecha española vuelve a recurrir a esos lemas y supuestos pilares? ¿Por qué la derecha española se empeña en envejecer sin crecer? La respuesta es muy sencilla. Porque carecen de ideología y por ello deben recuirrir a los símbolos de este país que carecen de ideologia, que no dicen nada porque no tienen que decir. Rajoy, la derecha y los integristas hispánicos recurren al humo de los símbolos y los conceptos vacíos para ocultar su apabullante carestía de criterios ideológicos
No voy a hacer apología ni a denostar la tan traída y llevada enseña nacional. Pero es un hecho histórico que carece de significado. Nuestra bandera no es fruto de una revolución, no es fruto de un símbolismo noble o elevado. No es la tricolor francesa, ni la tricolor italiana. No tiene los colores del pueblo, de la raza, de la libertad, de la lucha o de la tierra. Nuestra bandera en si misma carece de significado. Por eso puede utilizarla Rajoy, por eso pudo utilizarla Franco. Por eso es la herramienta preferida de aquellos que pretenden el gobierno sin objetivo, el poder sin responsabilidad.
Nuestra bandera es un trozo del pabellón de la armada, impuesta por un rey del mismo modo que un rey impusiera la Carta Otorgada o que otro monarca impusiera el Absolutismo Ilustrado. No tiene nada que decirnos y tenemos nada que decirle a ella. Nos representa internacionalmente porque alguna tiene que hacerlo. No está unida a ningún concepto. Nadie recuerda un ¡Egalite Liberte y Fraternite!, ni un ¡Justicia Tierra y Libertad!, ni un ¡Patria y Pan!, ni un ¡Sangre y Libertad!. Nadie recuerda nada cuando se iza nuestra bandera porque surge de la nada que supone el criterio estético y práctico de un monarca.
Y como los patriotas de cartón piedra no pueden soportar esa realidad, pretenden llenarla de significados que nunca tuvo. Pretenden cargarla con tradición, familia y divinidad para obviar el hecho de que solamente fue elegida porque podía verse desde lejos.
jueves, septiembre 27, 2007
Más acá de Rangún
Toda comparación es odiosa pero, desde luego, hay algunas que lo son más que otras.
Y lo son por el lugar en el que dejan a alguno de los dos factores de la ecuación sin incógnitas que siempre supone una comparación.
En estos tiempos de aciago resurgir religioso, todo el mundo arrima el ascua a su mística sardina y pretende salir ganando en las comparaciones entre los unos y los otros, seguidores todos, como Scalys anácronicos, de una desfasada idea de que la verdad está ahí fuera.
En cualquier caso, unos y otros se comparan entre si, intentando enviar el mensaje de que ellos son, como diría un párvulo, más mejores que el otro.
Pero ni a unos ni a otros, ni a los ayatolas de la Yihad, ni a los vicarios de la Cruzada, ni siquiera a los presbíteros de la contricción o a los rabinos de la predeterminación, les ha dado por compararse con una desarrapada banda de elementos macilentos que corren descalzos por las calles de Birmania -ahora la llaman Myanmar- delante de las armas y en pos de la justicia.
Y es que no podrían soportar tal comparación.
Cierto es que ellos -o al menos los que les siguen- también se manifiestan e inundan las calles con su amalgama de colores santos, símbolos santos y hombres santos. Pero, mientras los birmanos lo hacen para luchar contra la sinrazón, ellos lo hacen para imponer su razón.
Los unos se manifiestan, quemando embajadas, defendiendo el honor de su profeta; los otros lo hacen, escupiendo y arrojando desperdicios a artistas, defendiendo la honra -que en esto del cristianismo no hay nada salvo honra, es decir, no hay nada salvo gónadas- de sus próceres santos convertidos por arte de herético photoshop en sodomitas irreductibles.
Se manifiestan clamando venganza por las calles de Damasco y exigiendo castigos por las avenidas de Ibiza. Alzan sus pancartas en Teherán y en Beirut, tomando las calles, para apoyar a líderes y gobiernos irreductibles en su fanatismo y su locura; tremolan sus carteles en Madrid y en Barcelona para analtecer a oposiciones igualmente intransigentes e irreductibles que defienden aquello de "lo mio vale y lo vuestro no, aunque lo hayaís elegido".
Entre ellos se pueden comparar. Ninguno gana, ninguno pierde. Empatan, en una pugna sometida a una eterna prórroga para ver quien es el que más se acerca al poder, el que más medra, el que más beneficios consigue para si mismo con el sudor y la sangre de los suyos.
Pero no pueden compararse con los descalzos y silenciosos hombres azafrán birmanos.
No podrían correr con sus hidropésicos estómagos, no podrían huir con sus largas y enjoyadas túnicas y sotanas. Sus crispados puños no sirven para la lucha, no alzan las cimitarras de la razón, sólo enarbolan los rosarios del fanatismo. Sus flaccidas manos no sirven para el comprimso, no empuñan las espadas de la justicia, solamente portan los palios de la adulación y los escapularios del beneficio.
Mas allá de Rangún, creencias religiosas sin afán de proselitismo son todavía una motivación, endeble pero válida, para clamar justicia. En esas tierras lejanas, aquellos que reciben los golpes destinados a otros, no aceptan nada salvo comida de aquellos a quien defienden.
Más acá de la capital Birmana toda religión se omite por obvia.
Los unos golpean a diestro y siniestro las almas y los cuerpos de aquellos a quienes deberían defender y los otros, además, aceptan sin pestañear donaciones millonarias de aquellos a los que han traicionado al aliarse con quienes no consideran la libertad como un factor a tener en cuenta en "su idea de nación".
Y a ninguno de ellos les importa que sus, probablemente bienintencionados y seguramente esquizoides profetas, se sintieran hoy más a gusto en las calles de Rangún que en las mezquitas damascenas o en los palcios romanos.
Así, no hay comparación posible. No puede haberla.
miércoles, septiembre 26, 2007
El circo de humo Mcaan
Mientras George Bush da por muerto a Nelson Mandela y su némesis, Hugo Chavez, habla durante diez horas sin descanso -supera el récord de su bienamado Fidel Castro-; mientras Angela Merker recibe al Dalai Lama y Mariano Rajoy cree que ganará las elecciones porque el presidente estadounidense saludaba más efusivamente a su marionetista que a José Luis Rodriguez Zapatero, la gente, es decir, los pueblos y las audiencias, paracen exclusivamente pendientes de otra persona: De Madeleine.
La niña, desaparecida en mayo en la costa portuguesa, acapara portadas, cabeceras de programas viscerales de sucesos y corazón y todo tipo de excrecencias informativas que califican su desaparición como el primer suceso global.
La niña, desaparecida en mayo en la costa portuguesa, acapara portadas, cabeceras de programas viscerales de sucesos y corazón y todo tipo de excrecencias informativas que califican su desaparición como el primer suceso global.
Y la pregunta que nadie parece plantearse, la cuestión que nadie quiere hacer en voz alta en mitad de todo ese despliegue, es aquella que evitaría todas las cortinas de humo que esconden la auténtica verdad de este caso: ¿Por qué?
Mas allá de los comos, los dondes, los quienes y los cuandos, siempre hay un porqué. Lo demás, como diría el viejo Sutherland, son motajes para el público.
Y no me refiero a por qué ha desaparecido Madeleine -no caere en aquello de llamarla Madie, como si la conociera de algo- El porqué al que me refiero es el motivo por el que se ha convertido en un suceso global.
Ciertamente, no puede ser por su naturaleza. En España, sólo en España, desaparecen más de un centenar de niños al año -unos aparecen en el parque de al lado, otros aparecen trágicamente muertos y otros no aparecen.
En Estados Unidos la cifra se multiplica por 500 y no es una exageración. Mas de 50.000 niños al año son secuestrados por desconocidos y, si incluimos a los que simplemente desaparecen o son retenidos o secuestrados por familiares, las cifras llegan casi al millón. Hasta tal punto llega que hay seis unidades del FBI especializadas en desapariciones infantiles con más de 2.000 agentes y no dan abasto. En Estados Unidos resulta imposible ver un rostro repetido en los cartones de leche que muestran las fotos de estos niños.
Y eso son sólo cifras en el mundo occidental vagamente civilizado. Las desapariciones infantiles en Africa, Asia o America Látina casi no pueden ni cuantificarse. Así que la relevancia de la de Madelaine no parece deberse a la naturaleza del suceso en si mismo.
Podría pensarse que se trata de la relevancia de los padres, pero se antoja que tampoco. Desapareció Melody Nakachian, hija de Kimera y el eminente "hombre de negocios" sirio conocido por todos los gobiernos y policías del mundo, y su repercusión no pasó de España; secuestraron a un hijo de Thalia y la cosa no pasó de México y Estados Unidos, desapareció la hija de Romina y Albano y el caso no fue más allá de las secciones de sucesos y corazón -eso muchos años después-.
Dos médicos anónimos hasta el momento de la desaparición de su hija no son sin duda la familia Beckham, cuya relevancia previa podría desatar el maremagno mediatico que nos ocupa.
Así que, si seguimos insistiendo en preguntarnos por qué, la única respuesta que es plausible es una que, aunque parezca que no, hiela la sangre: se ha montado este circo mediático porque los padres de Medeleine, los Mcaan, han hecho todo lo posible para que se ponga y se mantenga en pie.
Ellos lo han organizado. LLamaron a Sky News antes que a la polícia. Cuando la desaparición de su hija podía no ser otra cosa que una travesura, cuando Madeleine podía estar escondida en el armario o deambulando en pijama por la calle de al lado, ellos descolgaron el teléfono y llamaron a la principal cadena de información vía satélite del Reino Unido. Y desde entonces no han parado.
La mayoría de las familias nombran un portavoz y le dejan que hable por ellos. Huyen de los medios. Ellos han salido una y otra vez en todo tipo de medios de comunicación mostrando fotos de la niña, enseñando videos y todo tipo de memorabila audivisual que les ha venido a la mente.
No había pasado ni una semana desde la desaparición de su hija y ellos ya habían organizado una campaña mediatica y publicitaria para recoger fondos para buscar a Madeleine.
En principio suena lógico pero, si te paras a pensarlo, ¿para que necesitan ese dinero? No habría medio de comunicación que les negara un espacio gratuito en la pantalla, las ondas o las rotativas, no hay vallas publicitarias contratadas por todo el mundo con el rostro de Madeleine, es de suponer que Beckham no les ha cobrado por posar con la foto de la niña o partcipar en el video en el que pide que la busquen. No hacía falta dinero para buscar a Madeleine. Los medios son más que receptivos a ese tipo de historías.
Los Mcann pedían dinero y la gente, las audiencias y los públicos, cayeron en la trampa y se lo dieron. La campaña mediatica llevó como consecuencia primera a esa recaudación masiva, pero ¿había que pagar un rescate?, ¿había que enviar a la niña a una costosa operación en un hospital de Estados Unidos? No. La respuesta es invariablemente no.
El dinero no puede hacer nada para convencer a un pederastra psicótico de que suelte a una niña, o a un mercader de carne de que no la prostituya, no la mate para utilizar sus órganos o no la venda en adopción. El dinero no puede hacer aparecer a Madeleine si ha sido realmente secuestrada. Las recompensas son elementos que distorsionan la búsqueda como bien saben aquellos que siguieron la investigación de Anabel Segura o Melody Nakachian.
Ese dinero ha sido utilizado para contratar, abogados, asesores de imagen, expertos en comunicación, analisis forenses independientes -que, curiosamente, han terminado coincidiendo con los de la denostada policía portuguesa-. Han sido utilizados en viajes al Bernabeu, a Tele Cinco, en idas y venidas a Inglaterra para participar en espacios televisivos y radiofónicos, a cubrir mediaticamente las repercusiones de los sucesivos interrogatorios de la pareja.
Todo el dinero se ha gastado en una campaña de prensa del caso, dirigida y organizada por los Mcann desde el segundo uno de la desaparición de su hija, que ha ido encaminada exclusivamente a una cosa: vender una imagen y una percepción de ellos mismos.
Cualquier experto en secuestros y desapariciones dirá que una campaña mediática y una recompensa son el principal impedimento para la investigación. Los teléfonos se llenan de llamadas de bienintencionados o avariciosos que quieren ayudar o beneficiarse; la policía debe enfrentarse continuamente a filtraciones, a supuestas pistas que descubren los medios, a hipótesis que debe desmentir e incluso a mentiras flagrantes que debe perseguir.
Pero todo experto en campañas mediaticas puede decir que estos montajes cumplen dos objetivos primordiales. O bien resaltan un hecho o bien ocultan otros. No tienen otra función. Que todo el orbe sepa que Madeleine ha desaparecido no hace que se esté más cerca de encontrarla y sí que se esté más lejos de rescatarla.
Las campañas mediaticas encaminan e influyen en las audiencias en una dirección. No hay más que acordarse de Dolores Vázquez y Rocío Vaninkof.
La presencia de los Mcaan en los medios como padres dolientes es una cortina de humo para diluir, sino hacer desaparecer, los porqués. Oculta el hecho de que estuvieron dos horas y media fuera de su casa tomando copas mientras sus tres hijos, que apenas sumaban ocho años entre todos, estaban solos en su casa. La legislación de nuestro país ha retirado custodias por negligencias mucho menores.
Silencia el dato de que su primera llamada fue a un medio de comunicación y no a la policía, esconde que se han negado a contestar a cuarenta y cuatro preguntas relacionadas con el caso, minimiza el impacto de que enviaban a sus amigos a ver a los niños en lugar de ir ellos mismos, enmascara el hecho de que los niños estaban sedados artificialmente para que durmieran...
La campaña mediatica se centra en la desaparición de Madeleine y oculta el hecho de que, con toda probabilidad, se debió a una negligencia de sus padres. Y, en estos casos, toda negligencia es criminal.
Más allá de diarios y de restos de ADN, más allá de perros policías y rastros de sangre, la desaparición de Madeleine es un ejemplo de como alguien puede utilizar su desgracia para medrar. De como alguien puede crear un circo mediático para beneficiarse de una desgracia que ha sido provocada cuando menos, siendo benévolo, por su incompetencia y su negligencia.
Y ahora, cuando están en el ojo del huracán como sospechos de la desaparición de su propia hija, cuando empiezan a cuestionarse sus actuaciones, vuelven a sus cuarteles de invierno, contratan a más abogados y asesores y piden un millón de libras más para otra campaña publicitaria que busque a Madeleine.
Y el que tenga oídos para oir que oiga.
De presupuestos y ataudes
Como de costumbre se nos vienen encima los presupuestos y como, afortunamente, no es costumbre nos llegan a la vez los ataudes, en este caso desde Afganistan.
Pero, en cualquier caso, lo que se nos viene encima es la reacción del PP, esa formación que dice ser democrática y mantiene la fórmula de la sucesión por derecho divino como forma de elección interna.
Y como siempre, como es costumbre entre aquellos que han hecho del recurso al miedo su única arma dialéctica, su reacción clama y se rasga las vestiduras en busca del pánico formal y material.
Con los presupuestos empiezan bien -teóricamente bien- Los acusan de electoralistas, de desajustados, de irrealizables en los ingresos y desmedidos en los gastos. Esa es una crítica que se puede hacer a unos presupuestos. Y en algunas cosas no les falta razón.
Son electoralistas. Tanto como lo eran aquellos que aumentaban las pensiones y la reserva de la Seguridad Social para los pensionistas justo antes de las elecciones en las que Aznar quería ser reelegido; tanto como aquellos que preveían un descenso del impuesto de sociedades y eran anunciados en las reuniones y desayunos de trabajo de la cámara de comercio de turno, allá en los "gloriosos años" de la Presidencia Europea y el magnanimo "Ansar".
Son tan electoralistas como lo fueron los del PP y los de todos los gobiernos en año electoral. Simplemente, Aznar y sus adláteres pretendían contentar a ancianos y empresarios con pensiones y desgravaciones y Zapatero y sus chicos pretenden contentar a jóvenes y trabajadores con sus planes de vivienda y aumentos de exenciones contributivas. Cada uno eleige quien quiere que el vote.
Pero el PP no se siente cómodo en estas críticas. No hay un mar de fondo, no hay una cuestión que encienda la polémica, que crispe y que divida. Con unos presupuestos no se puede hacer oposición. No la que quiere el PP. Son demasiado complicados, demasiado arcanos para que la gente pueble las avenidas con banderas al grito de "queremos unos presupuestos con déficit cero y equilibrio entre el gasto y la inversión". Un slogan demasiado largo, demasiado complicado. Una frase que no cabe en una bandera rojigualda no es una frase.
Así que desde Zaplana hasta Rajoy descienden de nuevo al nivel de la víscera, al nivel en el que se saben manejar. Al nivel del miedo. Porque, como dice el poeta catalán, son sabedores de que el miedo nunca es inocente.
Y aquí llegan los ataudes.
El Partido Popular se mueve entre ataudes con la misma elegancia innata que lo haría un depredador entre gacelas. Y esa elegancia no le impide ser mortal.
Aún no se han enfriado los cádaveres de los militares muertos en Afganistan y alguien rebusca entre los folios de las previsiones para tremolar los recortes en el presupuesto de defensa. Da igual que el blindado que voló por los aires llevara inhibidores de frecuencia -los ya famosos inhibidores de frecuencia-, da igual que la bomba en cuestión se activara mediante un cable de setenta metros contra el que los inhibidores son útiles como un picahielos en el titanic. Todo da igual. El atentado demuestra que el gobierno no pone atención -ni dinero, por supuesto- para los que luchan contra el terrorismo y los ignora. Ese si es un tipo de afirmación en la que el PP se siente cómodo.
Y para arrimar más el ascua a su sardina, Rajoy y los medios afines del PP -entre ellos la no suficientemente ponderada Telemadrid- inician sus informacionessobre los presupuetos con el escalofriante dato de que se reduce en un 39 por ciento el dinero destinado a las víctimas del terrorismo.
Ya está. Ya hemos llegado al terreno en el que el PP realiza topda su oposición. Ya hemos vuelto a abrir las puertas del averno y dejar escapar el demonio del pánico. A recurrir a la tragedia y al más completo terror para pedir el voto.
El PP no desconoce que en la última legislatura el número de víctimas del terrorismo se ha reducido a dos, no ignora que la mayor parte de los daños ocasionados por los atentados durante este periodo que afectan a particulares se cubren a través de acuerdos con compañías aseguradoras que no se incluyen dentro de esa partida presupuestaria, ni tampoco es ajeno al hecho de que la reconstrucción de infraestructuras - como la T4- se hace a cargo de fondos del Ministerio de Fomento sea por una bomba o por un tifón de clase Tres.
Los líderes del PP no ignoran esos datos, pero pasan por encima de ellos para poder llevar el enfrentamiento -para ellos la política es enfrentamiento- allá donde creen que tienen una oportunidad de ganarlo. A ese espacio donde las vísceras no dejan ver el cuerpo y donde la bandera no deja ver el país.
De nuevo, el terorismo se convierte en el único arma que saben utilizar para cargar contra un gobierno. Haga este lo haga, aunque sea elaborar unos presupuestos.
Critican el Plan de Vivienda pero lo hacen bajito y sin demasiado entusiasmo, critican el gasto social, según ellos desmedido, y lo hacen con la boca pequeña. Pero a la hora de cuestionar el dinero destinado a las víctimas del terorismo sacan pecho, tremolan las banderas y hacen sonar las fanfarrias.
Los presupuestos de Zapatero son criticables. Son uno mas de esos gestos en los que basa su política y que ha hecho que sus leyes más recordadas sean la que prohibe fumar, la que dificulta las hamburguesas de tres pisos, la que hace que los alumnos aprendan las nociones básicas de la ciudadanía, la que recupera la memoria de un conflicto aramado y la que permite casarse a los homosexuales.
Los presupuestos de Zapatero son la versión económica de una política compartimentada que hace que la sociedad española se divida en multitud de colectivos que son abordados por separado y en la que la sociedad global - es decir, los que no son ni mujeres maltratadas, ni anorexicos, ni obesos, ni fumadores pasivos, ni padres "objetores", ni excombatientes, ni homosexuales discriminados-, se siente vagamente representada. Nadie duda de que realice esas políticas globales, pero sus "gestos" no van encaminados a potenciarlas ante la opinión pública.
Es una política en las que acicones necesarias y ciertamente beneficiosas son constantes muestras de su tan publicitado "talante". Todas esas leyes eran necesarias -algunas acertadas y otras no- pero se han convertido en el meollo central de una legislatura que, aunque ciertamente inócua y progresista, no ha sido, por decirlo de algún modo, lo suficientemente contundente.
Todas esas críticas se pueden hacer a los presupuestos presentados por el Gobierno. Todas esas y muchas más, que se pueden compartir o no.
Pero llevar la crítica al terreno de las víctimas de terrorismo es una incongruencia y una perversidad de tal proporción que no hace otra cosa que demostrar la obsesión enfermiza del PP con el terrorismo, un simbionte electoral al que lleva unido demasiado tiempo.
Mezclar presupuestos y ataudes es un cóctel que sólo da un resultado: La sinrazón y el pánico. Quizás sea eso lo que espera el Partido Popular y si le dejamos hacerlo no sólo tendremos el Gobierno que nos merecemos, también tendremos la oposición que nos hemos buscado.
viernes, septiembre 21, 2007
La geografía del hijo pródigo
- ¿Sientes tristeza, Thufir, por dejar Caladan? -la pregunta de Paul era un reflejo de su propia tristeza-
- ¿Tristeza? -el veterano maestro de asesinos pareció reflexionar un instante- En absoluto. Se siente tristeza cuando se abandona a los amigos y ese no es el caso. Sólo abandonamos un lugar.
- ¿Volveremos algún día? Me gustaría volver.
- ¿Tristeza? -el veterano maestro de asesinos pareció reflexionar un instante- En absoluto. Se siente tristeza cuando se abandona a los amigos y ese no es el caso. Sólo abandonamos un lugar.
- ¿Volveremos algún día? Me gustaría volver.
Esto fue lo último que leí ayer antes de dormir. Quizás sea por eso que tuve sueños de gente querida y conocida que quería volver y se enfadaba por no poder hacerlo; quizás sea por las palabras de mentat de Dune por lo que, en lugar de escribir sobre la nueva oleada de indignación integrista -cristiana y musulmana- que nos acecha, sobre la futilidad de los planes de un gobierno de gestos que no sabe el valor de los mismos o acerca de la estúpida y recalcitrante idea de que la ley se debe aplicar a unos y a otros no, he decidido hablar sobre idas y vueltas, sobre geografía e historia. La historia de Carlos Gardel y la geografía del hijo pródigo
Debe ser que, en estos días en los que puedo dormir a pierna suelta, los sueños cobran más presencia que los pensamientos.
Y es que el gusto por volver está de moda. Otro síntoma más de nuestra incapacidad de avanzar es ese empeño por los retornos tardíos, por las contrafugas avejentadas.
Nos da por volver a nuestro pueblo, a nuestra ciudad natal, al lugar en el que estudiamos o en el que haciamos nuestras acampadas; nos da por volver a donde nuestro matrimonio era un matrimonio y no una OPA hostil, a donde nuestro mundo estaba en orden y no en un caos universal que hace de la frustración y la desidia las brújulas de nuestras vidas. A algunos, los más desafortundos o los más caraduras -que de todo hay-, les da incluso por volver a la morada paterna a esperar en silencio los tiempos de la muerte y de la herencia.
Pero, como en todo, por más que nos empeñemos, hasta la vuelta, hasta el retorno ciego a las costumbres y los recuerdos ciegos, nos exige una decisión. Nos exige el esfuerzo ético y mental de decidir no sólo por qué volvemos, sino cómo volvemos.
Se puede volver de muchas maneras pero, para nosotros, herederos de la efímera supremacía de un imperio que desmorona su entorno, sólo nos quedan dos posibilidades: Podemos volver como Gardel o regresar como el hijo pródigo de la secular parábola. Tenemos que optar entre nuestra anquilosada a fuego tradición judeocristiana y nuestros sentimientos; entre el riesgo del cambio y la seguridad de la inmutabilidad, entre los seres y los lugares. Entre la geogafía y la historia.
Y, como era de esperar, elegimos la geografía.
No somos desplazados, no somos inmigrantes, no somos refugiados, así que no podemos volver a los lugares en la forma ilusionada en la que lo hacen aquellos que se han visto forzados a marcharse. Nuestras idas son huídas voluntarias y premeditadas. Así que nuestras venidas están abocadas al destino de ser exactamente lo mismo.
Huimos hacia atrás cuando nos hemos quedado sin impulso para huir hacia adelante; cuando nuestra incapacidad para quedarnos parados y vivir nos obliga a tomar una decisión, a dar un paso más; cuando no vemos en la brújula de nuestra mente y nuestra voluntad un norte que nos permita seguir avanzando. Volvemos porque nos hemos quedado solos.
Pero no lo hacemos como el tangero. No buscamos con mirada febril a aquellos que en otro tiempo nos permitieron creer en la alegría. No volvemos después de haber vivido, reconociendo que preferiamos haber experimentado lo vivido con los que dejamos atrás.
Volvemos como el hijo pródigo parabólico. Volvemos al sitio en el que empezamos a estar solos para seguir estándolo. Volvemos a los lugares porque sabemos que los lugares no mutan aunque muden; porque pensamos que la falta de espectativas está en los mapas y no en los corazones; porque creemos que la soledad se encuentra en las cartas de navegación y no en las sentinas de los barcos en los que hemos surcado nuestra vida.
Volvemos, después de habernos dilapidado a nosotros mismos, al entorno del que huímos, a las formas que negamos, a los fondos que rechazamos y a las personas que nos forzaron a iniciar nuestro propio dispendio.
Nos negamos a ser Gardel porque no queremos afrontar el riesgo del cambio que han podido experimentar los vivos. Nos convertimos en hijos pródigos, cabizbajos y avergonzados, porque sabemos que las naturalezas muertas están muertas porque no cambian, así que ya tenemos claro a lo que vamos a enfrentarnos. Volvemos porque, un día lejano, cuando tuvimos la oportunidad, nos negamos a colgar nuestro sombrero en cualquiera de los miles de clavos que pudimos utilizar como perchero.
Volvemos a nuestras naturalezas muertas porque olvidamos -o quizás nunca supimos- que el hogar es cualquier sitio donde sabes quienes son tus amigos y quienes tus enemigos.
Volvemos no porque hayamos dejado algo atrás, sino porque somos incapaces de encotrar algo delante y eso es lo que convierte nuestro retorno en algo inútil, en algo que no nos reporta satisfacción más allá de recuerdos irrepetibles y de espacios inmutables.
Volvemos para escapar de algo de lo que no podemos escapar, de algo que está tan cerca de nosotros que se introduce como una afección alérgica entre nuestra piel y nuestra propia sombra.
Volvemos sin darnos cuenta de que estamos intentando el imposible de dejar atrás ese susurro que suena a frustración y un grito que suena a tristeza.
Volvemos porque somos incapaces de reconocer que, por mas que cambiemos de mapa, seguiremos estando con nosotros mismos.
Es posible que parezca injusto, pero ayer soñe que alguien se enfadaba por no poder volver a una cartografia en la que la mayor parte de los seres humanos que conoce ejercen de campo minado que es imprescindible eludir o atravesar con pies de plomo. Es muy posible que sea injusto, pero lo primero que he leído hoy al levantarme me ha forzado a acordarme de mi sueño.
"Somos humanos, no rocas ni aves migratorias. Si has de volver alguna vez, vuelve a las personas, no a los lugares".
Caladan, año 15.000 dc.
(aproximadamente, que la cronología de Dune es un galimatías)
martes, septiembre 11, 2007
El candidato ostrogodo
Hoy es 11 de septiembre.
Años ha de que el mundo se acabara o del comienzo de una nueva era o de lo que quiera que los estadounidenses consideren que ocurrió cuando la guerra llegó al fin a sus playas. Hoy es el cumpleños de mucha gente y el aniversario de muchas guerras y batallas. Hoy es 11 de Septiembre.
Es posible que durante al menos unos años más se recuerde este día por la abrupta remodelación urbanística que la locura yihadista dibujó en Nueva York con la sangre de los hijos de La Gran Manzana.
Es posible que ocurra algo más importante en esta fecha -no sé, quizás España gane alguna vez el mundial de fútbol o se case la princesa Leonor o Paco Porras se case con Aida- que nos haga olvidar la efémerides de la guerra yihadista a gran escala. Es posible que algo vagamente trascendente como el estallido de una revolución, el fin de ETA o la destrucción definitiva de las armas nucleares pudiera apartarnos de la conmemoración del 11 S en un futuro lejano.
Pero lo que está claro es que esta fecha nunca será recordada en la historia como el primer día en el que Mariano Rajoy, nuestro Mariano Rajoy, fue candidato por segunda vez a la Presidencia del Gobierno de España.
Y digo nuestro no porque se trate de un personaje que nos despierte esos tiernos instintos de posesión que los seres inefables como Gasol o Gila nos encienden, sino porque es un subproducto humano propio de una mezcla sociogenética que sólo puede darse en España.
Rajoy es proclamado candidato por su partido y esa es la primera muestra de lo que digo. No hay votación, no hay oposición, no hay candidaturas contrarias. Todo se soluciona en los pasillos del poder, en los corrillos, en las cenas a cargo del partido sufragadas con los fondos que las confiere la ley electoral, en las pistas de padel.
Es tan antiguo como la conspiración, tan antiguo como las conjuras isabelinas, tan antiguo como la crucifixión.
Y el supuesto líder democrático del supuesto partido democrático se enorgullece de ello. Se enorgullece de que políticos marcadamente contrarios a su línea no se hayan atrevido a oponersele abiertamente. Se enorgullece de haber -dicho esto literalmente- "depurado democráticamente" la disensión. Como diría un peludo extraterrestre de los 80 "depuración democrática, curioso concepto, ¿de donde proviene?"
La respuesta que Alf recibiría sería sencilla, aunque no inocua, ciertamente.
Proviene del hecho de que todavía hay un buen puñado de políticos en este país -la mayoría de ellos en las filas del PP y aledaños- que consideran que la jefatura es algo que da poder absoluto; que aún revisten con aureolas divinas a aquellos que se encuentran en lo alto del poder, otorgándoles la capacidad de hacer y deshacer a su antojo; que confunden el gobierno con el mando, que separan, sin anestesia quirúrgica, a dos siemeses que no pueden ni deber ser separados: el poder y la responsabilidad.
Y en mitad de ese ambiente ostrogodo de elección por aclamación a espada y estandarte -rojo y gualdo, por supuesto- alzados, el líder ahora candidato se crece y proclama ante sus subditos sus exigencias.
Marianico I, El Corto, exige -esto también literalmente- a sus huestes del Partido Popular que trabajen exclusivamente por su elección como Presidente del Gobierno.
El PP dirige un puñado de Comunidades Autónomas y unos cuantos cientos -sino miles- de ayuntamientos, pero deben quedar a un lado. Ahora todo militante del PP debe trabajar exclusivamente por el bien de su nuevo monarca aclamado "le PP c'est mua" parace repetir el eco del mensaje de Rajoy.
Y no resulta extraño que así sea. Colocado como fue por su antecesor sin apariencia siquiera de democracia; heredero ideológico de esa España de tendencia despótica y absolutista que imponia en sus orientales discursos la lucha contra la masonería como una prioridad a una población que se encontraba, argentinamente hablando, cagándose de hambre.
Mariano Rajoy es heredero de lo que es y no puede negarlo, no puede ocultarlo. Ni él ni su partido sabrían como ocultar esa herencia. Aunque quisieran hacerlo.
Y lo prueban así las reacciones posteriores al hecho. Los contricantes -obligatoriamente velados, porque en público no hay disensión posible- se esconden en el fondo de sus ayuntamientos esperando la siguiente oportunidad para medrar, para conspirar, para deponer. En definitiva, según la mejor tradición judeocristiana que les empapa, para crucificar al aclamado líder electoral.
Mientras que los demas, aduladores y medrosos, siguiendo también la misma tradcición, se lanzan en todos los medios de comunicación disponibles en un Domingo de Ramos sin parangón de ramas de olivo, palmas, genuflexiones y jaculatorias en honor de Mariano I, Rey del PP.
Y así comienza la Pasión de Nuestro Mariano.
Porque, acostumbrado a que su palabra sea ley en su casa, pretendera vencer y no convencer y eso no sirve en una campaña electoral cuendo eres invitado en las casas de otros. Porque instalado en su dercho divino de decisión confeccionará sus listas electorales sin tener en cuenta a aquellos que, pese a hacerle sombra política, podrían también servir de ancla y cabotaje a un partido que hace aguas. Y ese será el primer clavo de su crucifixión.
Luego ganará o perdera las elecciones pero a la larga dará igual.
Si las gana gobernará de la única manera que sabe hacerlo: mandando. Sin consenso, aferrado a su idea unitaria y decimonónica de nación, imponiendo su criterio por la fuerza de los votos -y quien sabe si de las armas- hasta que todos aquellos que no le han aclamado -y, seguramente, una buena parte de los que lo hicieron- no le soporten más.
Si pierde será el momento en que resuenen tantos cantos de gallo en los pasillos de Genova que resultara imposible discernir de quien proceden las constantes negaciones que se susurrarán en la sede del PP. Del Rey Sol pasará a ser un Julio Cesar indigno y desesperado que volverá frenético su vista en todas direcciones mascullando "et tu, Brute" a todos los rostros que se asomen a su paso.
En cualquier caso, puede que este 11 de Septiembre termine siendo recordado como el día en el que se producjo el mayor acto de terrorismo político contra la cordura y el futuro. Si Rajoy no gana será un acto de terror que sólo afectara al PP -lo cual, dicho sea de paso, es algo que no resulta trágico para nadie-.
Si Rajoy resulta elegido nos afectará a todos. Y eso ya es más preocupante. Parace ser que el 11 de septiembre puede estar por siempre vinculado a la tragedia.
lunes, agosto 27, 2007
Vacaciones envejecidas
Tras 64.800 minutos sin ejercer de ejecutor de las pesadillas de aquel en el quien no se debe creer. Vuelvo a mi ocupación cibernética como Mano Izquierda de Dios.
Y regreso después de comprobar que ni el remanso ni el descanso, ni el fichaje ni el reciclaje, ni el estio ni el hastio han cambiado nada.
Y regreso después de comprobar que ni el remanso ni el descanso, ni el fichaje ni el reciclaje, ni el estio ni el hastio han cambiado nada.
Vuelvo después del verano, ese tiempo que las empresas se ven obligadas a concedernos para el descanso y el cansacio. Ese tiempo que les recuerda a los que se lucran con el esfuerzo ajeno que apretar demasiado puede significar la guillotina. Vuelvo, en fin, después de las vacaciones.
Y regreso para constatar que nada progresa, ni siquiera cambia para peor.
Nosotros, los que aposentamos nuestros cuerpos y nuestras mentes en la parte del mapa a la que le tocó la lotería hace algunos milenios, hemos aprovechado para descansar, para reencontrarnos con nosotros mismos, para tomar decisiones que, gracias a la relajación y los vaivenes de un mar atestado de bañistas y chiringuitos, nos parecen constantes y racionales.
Muchos regresan al trabajo - los que lo tienen- en paz consigo mismos, tranquilos y sabiendo que durante al menos unos meses o, en el peor de los casos unas semanas, todo les resbalará. No les afectarán las locuras de sus jefes ni las puñaladas o sufrimientos de sus compañeros, no les inquietarán la rabia de los clientes ni las demoras de los proveedores.
A la vuelta al trabajo somos clones efímeros de ese Torrente Ballester que descubría que "el mundo está bien hecho". Hemos alcanzado un majestuoso y pírrico nirvana.
Las vacaciones nos han librado de los "estreses" que nos provocaban los problemas de los otros. No importa que nuestra incompetencia, nuestra falta de previsión o nuestra irresponsabilidad sean, en parte o en todo, la causa de esos problemas. Estamos en nirvana y nos resbala.
No importa que nuestro egoismo, nuestra insana incapacidad para evolucionar y nuestra irreflexibilidad hayan puesto en marcha esas cuitas y desasosiegos. Paseamos por el jardín zen de nuestra inconsciencia post vacacional y nos resbala.
Creemos que por un tiempo, aprovechando el impulso de autocomplacencia del murmullo de las olas y los torneos de verano, podemos aislarnos y evitar tener que solucionar los problemas de otros. Y lo evitamos porque el sonido del batir del mar en nuestros recuerdos nos impide recordar que esos problemas de otros eran consecuencia de nuestros actos, nuestras desidias y nuestras omisiones.
Cuando pase la anestesia, cuando nos despertemos del volátil sueño en el que nos movemos en estos días, nos daremos cuenta de ello y seguiremos sin hacer nada. Pero es posible que, aunque nuestra conciencia y nuestra responsabilidad sigan adormecidas por el opio infumable de nuestras excusas, de vez en cuando una miga entre las sábanas no nos deje dormir.
Mientras eso ocurre, en el Xanadu de nuestro nirvana particular podemos ignorar que la insurgencia y la muerte no se han tomado vacaciones en Irak; podemos ignorar que la estupidez intransigente no se ha tomado vacaciones en la política española; podemos ignorar que el hambre, el sida y la guerra no se han tomado vacaciones en Africa y Asia; podemos ignorar que la regresión eclesiastica y el fanatismo religioso no se han tomado vacaciones en ningún lugar del orbe; podemos ignorar que las pateras y los cayucos tienen el mal gusto de nafruagar frente a nuestras costas justo en el momento en el que nosostros bañamos nuestros cuerpos de dieta, gimnasio y corporación dermoestética en las aguas del Mediterraneo.
Mientras se diluyen los últimos vapores del coma vacacional en el que se encuentran nuestras almas y nuestros propósitos, podemos ignorar que nuestras parejas siguen reclamándonos la parte de nosostros que nos negamos a darles; que nuestros hijos siguen exigiéndonos la atención que nuestro trabajo y nuestro ocio les niegan; que nuestros camaradas y compañeros siguen precisando el compromiso social, político y sindical que nos negamos a practicar.
En realidad, nada cambia en vacaciones y mucho menos a la vuelta de las mismas. Simplemente deja de importarnos que no cambie.
Así que, como podeís comprobar, he vuelto. He regresado sólo para constatar que, ni siquiera sin nada que hacer y con todo el tiempo del mundo, somos capaces de crecer. La vacaciones son una excusa perfecta para limitarnos a envejecer.
miércoles, julio 11, 2007
Una tendencia criminal
Esto se está convirtiendo en un monográfico, pero es que cada vez que las mudanzas, los arreglos domésticos, el trabajo y el cansancio me permiten asomarme a las ventanas de la actualidad, las marionetas sombrías del alzacuellos protagonizan una nueva escalada en sus sinrazones, en sus locuras. Y en este caso en sus atrocidades.
Hoy están en la palestra porque, por fín, nuestro país se ha atrevido a girar a la misma velocidad que el resto del orbe y el Tribunal Supremo ha decidido considerar al Arzobispado de Madrid -Alcalá responsable legal de los desmanes de sus integrantes. Sobre todo si esos desmanes son, ni más ni menos, que los abusos sexuales sobre un menor.
No resulta sorprendente -por desgracia- que un sacerdote católico abuse sexualmente de un niño. Y no resulta sorprendente no porque, como demonio ateo y militante antiteista, les presuponga una maldad basada en mi aversión por su creencias.
No resulta sorprendente por aplicación pura y dura de la estásdística. San Salvador, Lima, Cali, Ibiza, Boston, Santiago de Chile, Milán, Atlanta, Jalisco, Río de Janerio, Los Ángeles, San José de Costa Rica, Chicago o Managua son algunas de las diocesis -perdón, de las sedes judiciales- que han juzgado, condenado y encarcelado a sacerdotes católicos pedófilos. Y no ha sido en la última década ¡Ha sido en el último año!
Cierto es que, mirado numéricamente, no resulta relevante entre el total de los sacerdotes que existen en el mundo, pero apelando a ese concepto -a veces espúreo y mal utilizado- de la alarma social, resulta alarmante.
El número de camioneros que se dedican a violar a mujeres en ruta es proporcionalmente ínfimo dentro del total de camioneros, pero todos los padres del mundo recomiendan a sus hijas que no hagan auto stop y mucho menos que se suban a un camión. El número de conductores que secuestran a niños en sus vehículos es proporcionalmente irrelevante en el conjunto de los conductores del mundo, pero las madres y padres de todo el planeta dicen a sus hijos pequeños que no se suban en los coches de extraños
¿Qué tendremos que hacer? ¿Recomendar a nuestros bástagos que no se arrimen a un sacerdote católico?
El problema no está en el número. El problema está en la cobertura que les dan sus jerarquías, en el secretismo con el que llevan estos casos.
El problema está en que los cristianos de misa de doce y sacristía se sienten ofendidos cuando se cuestiona la bondad de la institución por albergar a elementos de este tipo. No se hacen responsables de la purga de estos individuos de sus filas.
En todos y cada uno de los juicios referidos. Las jerarquías eclesiales negaron hasta el último momento la culpabilidad de los encausados, acusaron a los medios de comunicación, los estamentos judiciales y los gobiernos de orquestar campañas de desprestigio de la Iglesia Católica y, cuando finalmente fueron condenados, miraron hacia otro lado y no hicieron nada al respecto.
James Porter, sacerdote estadounidense, abusó de más de cien niños en la diocesis de Bostón, fue condenado en 2002. En 1973 había enviado una carta dirigida al Papa Pablo VI en la que se confesaba autor de ese tipo de crimenes. ¿Le denunció Pablo VI ante las autoridades? ¿Le exigió presentarse en la comisaria más cercana y declarar su delito? No. No lo hizo. Como el Arzobispo de Mexico no lo hizo con el cura de Jalisco que llevaba 30 años violando niños, como el Arzobispo de Río de Janerio no lo hizo con los dos sacerdotes que llevaban 15 años reiterándose en sus crímenes, como el Arzobispado de Madrid no lo hizo con el cura condenado.
Y además, cuando les exigieron responsabilidades, recurrieron, se negaron a aceptar la responsabilidad civil subsidiaria en el delito, argumentando que no es función de la iglesia el control de los actos de sus sacerdotes.
¿Pretenden ser los garantes de la bondad moral de sus feligreses y no deben vigilar los actos criminales de sus miembros?
Cañizares, el nuevo Methatron, eleva su gagarta para avisar de que el cuarto miembro del Eje del Mal es una asignatura de secundaria que enseña -al igual que el diccionario- que matrimonio, amor y placer son conceptos diferentes. Pero mantiene un peculiar silencio sobre estos asuntos, mientras la oficina de prensa de la Conferencia Episcopal se limita al secular "sin comentarios".
Los cristianos debían ser los primeros en exigir las cabezas de sus prelados y su vicario sobre una bandeja de plata por no haber denunciado esos actos criminales. Pero, en lugar de eso, cierran filas argumentando que eso se equilibra con los cientos de misioneros que hacen el bien por el mundo.
Pues no. No se equilibra. Algo hay en la iglesia católica que hace que el delito más común entre sus ministros sea la pedofilia -aparte del robo, pero eso es algo relacionado con el poder, no necesaramiente con la fe-. Por cada sacerdote asesino hay veinte pedófilos. Y eso implica una reflexión sobre su clero y su credo que deberían hacer los cristianos.
Desde fuera resulta muy sencillo atisbarlo. Los malos pastores protestantes tienen tendencia al robo y la estafa. Sólo hay que leer a Calvino para explicarse el motivo. Los ayatolah e imanes musulmanes -los malos también- tienen tendencia al sexismo y la agresividad. No hay más que leer a Mahoma -e interpretarlo inadecuadamente- para darse cuenta del motivo.
Pero en el Catolicismo no se valora el triunfo económico o la supremacía física. Se valora -aparentemente- la castidad. Toda la ética católica se basa en la represión sexual, en el pecado sexual, en la aversión sexual, en la carencia sexual. No es de extrañar que los malos sacerdotes y prelados, célibes contra natura, vírgenes contra natura, castrados de facto contra natura, elijan el sexo a la hora de cometer sus crímenes.
Pero los católicos no exigen, no reflexionan, no evolucionan. No demandan claridad y compromiso de sus estructuras, no cuestionan la bondad moral de aquellos que encubren y acallan estos delitos.
Y cuando un juez, aplicando la ley clara y concisa de los hombres, del país en el que esa Iglesia se aposenta, exige y dictamina la responsabilidad a la institución por el daño cometido por sus miembros, cuando un Tribunal Supremo lo ratifica, protestan y se indignan, recurriendo a las misiones, la caridad o el martirio para buscar un equilibrio. Para reclamar una patente de corso indecorosa y artera que haga que nadie culpe de las desviaciones sexuales de los sacerdotes a una institucion que impone la abstinencia sexual, que enseña a sus integrantes que pensar en el sexo es una acción eticamente reprochable. No es de recibo.
Ratzinger habla de quiebra moral por la ética relativista, Cañizares habla de colaboración con el Mal por la Educación por la Ciudadanía y los cristianos deberían hablar de complicidad criminal por la cobertura de estos delitos. Pero no lo hacen. Su dios no les ha enseñado a hacerlo.
lunes, julio 02, 2007
El Pretendido Mal
Mucho ha que los ínclitos del clerisman y el alzacuellos no recibían la atención que demandan en este espacio demoníaco de letras y pensamientos -dos elementos satánicos por demás-.
Y es que pareciera que hacen lo que hacen y dicen lo que dicen simplemente para acaparar la atención de los medios, la atención que están perdiendo, que llevan siglos desperdidicando y viendo gotear hacia cosas más importantes como la vida y la justicia.
Pero, como quiera que la misericordia es una virtud teologal y no está de más acaparar virtudes ahora que vuelve a existir el infierno y resulta imposible empatar con dios. Prestémosles una misericorde atención.
El vicepresidente de la Conferencia Episcopal dice -de hecho grita- a todo el que quiera escucharle que impartir Educación para la Ciudadanía es colaborar con El Mal. Afortundamente, cada vez son menos los que le escuchan. Pero él sigue gritando de forma milenarista que enseñar La Constitución, a reciclar, La Declaración De Derechos y Los principios que rigen el Gobierno es el comienzo del Fin de los Días.
Y no se equivoca. Es el comienzo del fin de sus días. De los días en los que todo el mundo mantenía un régimen moral impuesto por unos individuos que decían hablar en nombre de un ser tan supremo que no se rebajaba a hablarcon nosotros; tan lejano que habitaba en las alturas. Tan falso que resultaba imposible sentirle verdadero a menos que experimentaras algún tipo de desequilibrio psiquiátrico.
Y ese fin es, según ellos, según monseñor Cañizares, el imperio del mal.
No queda muy claro por qué lo es. Pero lo es. Él lo dice y basta. Y ese "Él" con mayúsculas puede servir tanto para la deidad como para el prelado.
A falta de explicaciones sobre ese mal -estaría bueno que un dios y un purpurado dieran explicaciones a alguien- tendremos que recurrir a explicaciones más prosaicas y humanas del mal.
El diccionario da varias acepciones para la palabra mal.
Para empezar, dice que mal es "Lo contrario al bien, lo que se aparta de lo lícito y honesto". Esta podría servir, pero hay un problema. Una ley no puede ser ilícita cuando está promulgada por aquellos que detentan un poder lícito, como es el caso del Gobierno de nuestro país. La ley que hace obligatoria la Educación para la Ciudadanía tampoco puede ser deshonesta, no al menos, semánticamente, puesto que honesto y todas sus acepciones hacen referencia al control genital de aquello que se enciende por debajo del ombligo. Así que nos tememos que El Mal, así con mayúsculas, al que se refiere el arzobispo -así con minúsculas, como su capacidad de raciocinio- de Toledo no es ese.
Otra acepción es "Desgracia, calamidad". Es de suponer que, por desproporcionada, no debe ser esa ¿Qué calamidad podría suponer para una sociedad que los integrantes de la misma aprendan desde pequeños los valores comunes sobre los que se sustenta?
Aunque es posible que si sea una desgracia.
Porque a lo mejor hace que la gracia de dios ya no sea un elemento por el que nadie se preocupe. Y, claro, sin la gracia de dios, se es, por definición, un desgraciado. Se es un desgraciado que no puede refugiarse en el perdón de un ente invisible para convivir con sus agravios a otros; en un desgraciado que no puede fingir que el mundo está como está por voluntad de alguien inexistente para seguir medrando en la injusticia o soslayando la explotación. Sin la gracia de dios no tienes a nadie a quien echarle la culpa de todo. Hay que currar, hay que luchar y hay que pensar ¡Que desgracia!
La tercera forma de entender El Mal por el diccionario -obra humana y por tanto no adscrita a la infalibilidad de la voz divina que nunca ha sido escuchada- es la de "Enfermedad, dolencia". Tampoco parece que esto sea a lo que se refiere Cañizares. Porque, salvo la enfermedad mental que le va a producir su insistencia en las diatrivas e invectivas; salvo la hipertensión que debe provocarle esa vena que late constantemente en su cuello mientras llama a la cruzada, no parece que la asignatura en cuestión vaya a provocar pandemia alguna.
Así que se nos van agotando las acepciones y todavía no comprendemos que es lo que equipara a la Educación para la ciudadanía con El Mal, ese mal infinito e irreluctable que nos asedia desde el recien reinagurado infierno.
Y entonces, cuando creemos que esta nueva infalibilidad arzobispal está a punto de quebrarse, cuando atisbamos la posibilidad de que -¡Oh, infortunio!- un traductor de la voz de la nada que es ese dios espúreo pueda estar equivocado , el Diccionario de La Real Academia deLa Lengua llega en nuestro rescate, como La Biblia rescata a los predicadores en quiebra y El Corán a los yihadistas sin mecenas.
El diccionario nos ofrece una cuarta acepción "Daño u ofensa que alguien recibe en su persona o hacienda".
El diccionario nos ofrece una cuarta acepción "Daño u ofensa que alguien recibe en su persona o hacienda".
En un principio, parece que tampoco tiene que ver con lo que tratamos. Antonio Cañizares no va a ser atacado por una horda de ciudadanos y lapidado con libros de Educación para la Ciudadanía. Ni siquiera va a tener que estudiarla. Ya está mayor para eso. Perdió la capacidad de estudiar algo nuevo hace muchos años. Es probable que se deshiciera de ese lastre diez minutos después de hacerse sacerdote.
Pero la hacienda, ¡ay la hacienda!
La hacienda de esa persona anciana, medieval, inmovil y cargada de hidropesía que el La Iglesia, esa si va a sufrir daño. ¡Por fin hemos encontrado El Mal!
Subvenciones perdidas, sueldos de profesores de religión que no salen de las arcas públicas, libros de texto -si es que la religión puede tener un libro de texto- no subvencionados por el Estado, la posibilidad de perder las concertaciones si no se imparte la asignatura. toda una pérdida para la hacienda eclesial. Y eso sólo será El Mal inmediato. El Mal eterno será mayor. Toda una sociedad educada más allá de la caridad; toda una sociedad que no de dinero en los cepillos, que no marque la casilla de La Iglesia en sus declaraciones, que no gaste para cubrir sus conciencias y las necesidades de sus prelados, que prefiera la justicia de las ONGs a la caridad de las misiones. Toda una sociedad educada más allá de la subvención, del concordato y dela lismona.
Antonio Cañizares tiene razón.
jueves, junio 28, 2007
Los amos del secreto
El secreto está sobrevalorado.
Siempre ha parecido, en esencia, un arma, un elemento de poder y de placer. Pero no lo es. El secreto quita mucho más de lo que otorga, pero se lo resta al que lo posee, no al que lo desconoce. Si no tienes algo no lo puedes perder.
El secreto es un arma, pero un arma defensiva. Defiende al que lo mantiene de su propia vergüenza, de su absoluta incapacidad para defender aquello que conoce y que oculta. Aquellos que utilizan el hoplos del secreto se creen a salvo y se perciben poderosos en su conocimiento, en su exclusividad.
Su existencia se les antoja diferente, elevada por encima de aquellos que no están en posesión de la información que ellos guardan cual escualídos usureros de la realidad y el conocimiento.
Pero se equivocan. La información, la realidad, la vida, se filtra por las rendijas de sus escudos, por las costuras de los zurrones en los que pretenden esconderla. Y con cada filtración, con cada gota y cada porción que se escapa del secreto, su vano poder, su supuesta supremacia y su propia existencia, se encogen hasta desaparecer. Su dignidad, su autoridad y su razón se minimizan hasta volverse tan desconocidas como el secreto que ocultan.
El secreto, hermano del silencio, es tan atronador como su pariente. No importa lo que oculte, no importa lo que niega. Importa lo que afirma. El secreto afirma miedo, miedo de ser, miedo de estar, miedo de afrontar una decisión o una actuación de la que no se está seguro y sobre todo, de la que no se está orgulloso.
El secreto no protege a los que lo ignoran, protege a los que lo conocen, pero no les defiende de la caída; no les defiende de la ira justa o injusta de los que deberían conocer ese misterio, ni siquiera les oculta de las reacciones del mundo y la realidad ante esa acción que oculta. El secreto solamente les protege de si mismos.
Un secreto opaca los espejos internos, enturbia los reflejos propios, y concede al que lo posee, al que lo atesora, la posibilidad de no sentir, durante un cierto tiempo, la imagen de sus propias acciones, de sus íntimas carencias, de sus fracasos y equivocaciones personales volverse contra él.
Pero, cuando el secreto desaparece, cuando se filtra de tal forma que debe hacerse público, cuando se desempañan los espejos, se dan cuenta de que no había nada que ocultar, de que todo su esfurzo por ocultarse de si mismos a través del misterio que guardaban ha sido baldío y ha resultado vano. Pues cuando se apartan las brumas del secretismo y la conspiración, el mismo reflejo de su persona, de su dignidad, se evapora con ellas.
El secreto es un arma, en efecto. Un arma cargada, que siempre apunta a la sien de aquellos que lo imponen.
viernes, junio 08, 2007
Vida y Vuelta
Todos volvemos y, como diría el poeta catalán, vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas.
Es de suponer que ahora tocaría hablar del fin de la tregua, de ETA, de la parodia de acusación que ha montado el abogado de la AVT en sus conclusiones definitivas en el juicio del 11-M, de la sonrisa torcida y complice de aquellos que prefieren un atentado y alcanzar el poder a no alcanzar el poder aunque no haya atentados. Es posible que ahora tocara hablar de todo eso, pero no voy a hacerlo, hoy no.
Es de suponer que ahora tocaría hablar del fin de la tregua, de ETA, de la parodia de acusación que ha montado el abogado de la AVT en sus conclusiones definitivas en el juicio del 11-M, de la sonrisa torcida y complice de aquellos que prefieren un atentado y alcanzar el poder a no alcanzar el poder aunque no haya atentados. Es posible que ahora tocara hablar de todo eso, pero no voy a hacerlo, hoy no.
Voy a hablar de la vida. Voy a hablar de la vuelta.
Hoy, volver es un problema, como lo es pararse, como lo es pensar. Como lo es todo aquello que nos obliga a escribirnos y describirnos. No sabemos renunciar, no sabemos equivocarnos. No sabemos acabar porque no sabemos continuar. Volver es un anatema.
Pero hemos de hacerlo. Hemos de hacerlo porque hemos acostumbrado a los caminos a borrarse a nuestro paso, a desaparecer tras nuestras continuas fugas, nuestras marchas forzadas, nuestras eternas huídas hacia adelante. Aquellos que nos empeñamos en vivir hemos de volver aunque no quisieramos hacerlo porque si no el camino siempre derrota al caminante.
Y la vuelta es triste. Lo es no sólo por aquello que quisimos abandonar y de pronto se nos vuelve otra vez grande, cercano, abrasador. Lo es porque el camino recorrido hasta la vuelta se antoja absurdo, baldio, inacabado. Pero sobre todo se antoja imposible, se convierte en un horizonte de espejismos que nunca se alcanzarán, en un arco iris en el que jamás se vislumbrará el caldero de la ilusión que se encuentra en su extremo.
Volver nos convierte en guerreros sin Valhalla; en jinetes sin praderas y en falanjes sin elisios. Volver nos transforma en demonios sin infierno.
Regresamos a nosotros mismos porque no nos dejan avanzar hacia los otros. Porque nos cierran el futuro. Nos lo niegan aquellos que, por querer atisbar un tenue e ínfimo retazo de un destino posible, convierten, sin pausa pero con prisa, el presente en pasado. Nos lo ocultan aquellos que, a cambio de mapas ilegibles de islas del tesoro, intercambian los planos de los extensos reinos firmes de los que fueran reyes.
Regresamos porque alguien nos cambió Jauja de sitio; nos mudo Arcadia de posición. Nos amuralló el paraiso. Nos levantó el puente de Avalón y no nos comunicó el santo y seña.
Volvemos porque no somos Job; porque no hemos encontrado la fórmula que haga tender la espera hacia el infinito. Volvemos porque no sabemos y no podemos transformar las rapsodias y las sardas de nuestras vidas en adagios cansinos y marchas lentas. Volvemos porque el ritmo de la banda sonora de nuestras vidas se desacompasa tanto que no nos suena nuestra, que no la reconocemos, que no sabemos interpretarla y mucho menos sabemos dirigirla.
Y dejamos a aquellos que nos fuerzan a hacerlo. Los dejamos vigilando desde sus pasadas murallas. Con la mano en la frente intentando atisbar lo que ha de llegar. Buscando hacia adelante.
Los dejamos interpretando gestos de unos nuevos extraños, conociendo a los desconocidos por el temor profundo de no reconocer a los que ya conocen. Los dejamos con el cuerpo girado hacia nosotros pero el cuello torcido en nuestra contra.
En fin, algunos nos volvemos. Y lo hacemos cansados.
jueves, mayo 31, 2007
Ciudadanía y punto (y4)
El séptimo argumento casi es incontestable y lo es porque lo utilizan los mismos que no han abierto la boca cuando la religión, la asignatura de religión, ha ocupado ese lugar restándole el mismo tiempo y el mismo interés a las mismas asignaturas. Se preocupan ahora por la historia cuando han permanecido callados mientras desparecían lecciones y periodos enteros de esa materia como La España Musulmana, La Reforma o La Guerra Civil.
Mientras la educación secundaria eliminaba el Latín y el Griego de sus planes de estudio. Cuando se autorizaron libros de texto en los que se presentaba el creacionismo como una teoría científica no estaban alarmados. Entonces no les preocupaba el curriculo de conocimientos de los alumnos. Eso no tiene respuesta, sencillamente porque no la merece.
Ya nos podemos dar con un canto en los dientes que consideren justificables contenidos como la Declaración de los Derechos Humanos o la Constitución española -que no olvidemos que afirma que el Estado Español es aconfesional-.
Pero resulta ciertamente sorprendente que afirmen que eso se puede incorporar en otras materias.
Claro que se puede. También podría estudiarse religión dentro de la asigantura de Historia y no ocuparía más de media lección, pero no dala impresión de que estén dispuestos a eso. También podría introducirse el estudio de su biblia dentro de la asignatura de Literatura como ejemplo de literatura mítica junto con la titanomaquia griega y libro pahlevi de la creación hindú. Y por supuesto podían incluirse sus mandamientos dentro de alguna asignatura junto con el código de Hammurabi como ejemplo de regulaciones sociales arcaicas.
La ciudadanía es algo que merece una atención particular porque es la base sobre la que se establece la convivencia. Por eso merece un interés especial, aunque además se establezca de forma transversal -curioso concepto ¿de donde proviene?- en todo el sistema de enseñanaza.
Como en todo decálogo revelado y divino. Todos estos mandamientos se resumen en uno. Uno que es el mismo de siempre: "Amarás al Señor, tú Dios, sobre todas las cosas". Aunque la segunda parte del enunciado cambia: "y a la asignatura de relgión como a ti mismo".
El absoluto incuestionable por el que estos éticos de coro y sacristía se han lanzado a las arenas de la lucha contra la Educación para la Ciudadanía.
Consideran discriminada su opción personal, su decisión privada con respecto a la asignatura. Y su argumento es tan falaz como irracional es su postulado moral.
Como la mayoria de los padres tienen esa opción voluntaria debería hacerse obligatoria y sin opciones, al igual que lo es la educación para la ciudadanía.
Pero olvidan unas cuantas circunstancias.
Ser un buen ciudadano es obligatorio. Así de simple. No se trata de una opción personal. No se puede optar entre serlo y no serlo porque la sociedad te exige la responsabilidad de serlo. Así que enseñar ciudadanía y aprenderla debe ser obligatorio.
Ser un buen feligrés no es obligatorio, al menos no en España. La religión -que en este caso es religión católica- tiene multiples opciones: islam, judaismo, budismo, evangelismo y así podriamos seguir hasta la extenuación. Y además tiene otras muchas opciones como el ateismo, el agnosticismo, el antiteismo, el humanismo....
La religión es, pues, una opción personal que no tendría siquiera de estar sufragada por el Estado y que, desde luego, no puede ser obligatoria.
Y la tercera circunstancia que se empeñan en ignorar es que la educación supone enseñar realidades. Los principios que fundamentan el Estado Español son datos objetivos e incuestionables, basados en documentos históricos, en hechos comprobados y reconocidos. La Constitución es un hecho cierto; La Declaración de Derechos es un hecho cierto; la legislación española es un hecho cierto; la Constitución Europea -cuando se apruebe, si se aprueba- será un hecho cierto. La Educación para la Ciudadanía enseña realidades constatables y ciertas. Para colocar a la religión en su mismo nivel tendrían que empezar por demostrar la existencia de dios, algo que no han logrado en tres mil años.
Sería tan absurdo como colocar al mismo nivel la Química y la Alquima del Oro; como estudiar a Einstein en la misma asignatura que a Hermes Trimegistro; como incluir la Iliada en los libros de historia; como estudiar al Fenix dentro de la familia de las aves rapaces; como introducir el nacimiento de Atenea por golpe en la cabeza de Zeus como una forma de reproducción de los seres vivos en los manuales de biología; como si se añadiera a Prometeo como inventor del fuego en los textos de antropología.
Que eleven con pruebas sus mitos y leyendas a la categoría de realidad y entonces a lo mejor nos sentamos a hablar al mismo nivel.
Mientras eso no ocurra, la ciudadania en España dependerá de la Constitución y no del Catecismo; dependerá de la Declaración de Derechos y no del Nuevo Testamento; dependerá de la legislación y no de la biblia. Y eso es temible, para ellos, claro.
Si dos generaciones de españoles se educan en esos principios a lo mejor los arzobispos no podrán salir a la palestra que no les corresponde afirmando que "la unidad de España es un bien moral" o que "solo hay una forma de familia que es moralmente posible". O podrán hacerlo pero nadie les hará caso.
Y a eso no hay ética ficticia que pueda oponerse.
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