Hace unos días me empeñaba en disfrazarme de mi mismo, me negaba a hacer ese ejercicio de ficticia vitalidad de existir al día y me marcaba entre estas letras endemoniadas una panoplia profética referida al fin de ETA disfrazada de cuento navideño vasco.
Pues bien, lo malo que tiene el mañana es que siempre llega. Y el mañana sobre esto me ha llegado, entre cajas de mudanza, recuerdos propios e indeseados como tales y añorados como realidades y agobios de última hora, camuflado de pompa y circunstancia, de conmemoración y recuerdo. Ha llegado, a destiempo y a contratiempo, en forma de Jornada de la Memoria. Y, lo dicho, empezamos fatal.
Nunca está de más recordar lo que ha sucedido. Es la única forma de intentar evitar que otros tengan que aprender por las bravas lo que puede volver a suceder. Pero, como todo ejercicio común, como toda responsabilidad colectiva, exige estar dispuesto a determinadas renuncias aunque nos parezcan muy duras.
Pero el victimismo no entiende de eso. Durante demasiado tiempo se lleva capitalizando en este conflicto absurdo, extendido a la fuerza y mantenido, como diría aquel, a despecho del inglés, el recuerdo como arma arrojadiza, como excusa para el odio, como patente de corso para la venganza y la irracionalidad.
Demasiado tiempo llevamos olvidando que la memoria de los muertos no puede evitar, condicionar, retrasar o limitar las acciones de los vivos. En el problema de Euskadi y en otras muchas cosas, pero sobre todo en el problema de Euskadi.
Demasiado tiempo llevamos olvidando que la memoria de los muertos no puede evitar, condicionar, retrasar o limitar las acciones de los vivos. En el problema de Euskadi y en otras muchas cosas, pero sobre todo en el problema de Euskadi.
Somos un país de muertos, que ama a los muertos, que no puede vivir sin ellos. Ya lo decía don Miguel -de Unamuno, por supuesto- en El Sentimiento Trágico de la Vida. El de Jugo -que, no lo olvidemos, está muy cerca de Bilbao- lo tenía claro.
Nos encanta amar a los muertos. Es mucho más fácil que expresar y arriesgar nuestro afecto con los vivos. Los muertos no cambian , no pueden hacerlo. Y si lo hacen es sólo porque a nuestro recuerdo y a nuestra circunstancia vital de ese momento les resulta conveniente que lo hagan.
Nos encanta amar a los muertos. Es mucho más fácil que expresar y arriesgar nuestro afecto con los vivos. Los muertos no cambian , no pueden hacerlo. Y si lo hacen es sólo porque a nuestro recuerdo y a nuestra circunstancia vital de ese momento les resulta conveniente que lo hagan.
¿Para qué arriesgarnos con los vivos si los muertos nos permiten no mutar, no evolucionar. Nos dan las respuestas que queremos y que nos permiten seguir siendo lo que somos, lo que nos resulta más cómodo ser?
Y, si eso lo hacemos con nuestros afectos, nuestros amores, nuestras tragedias y nuestros muertos privados, ¿qué no heremos con los públicos, los crímenes y los inocentes? ¿qué no haremos con las víctimas?
El frente soberanista, a los que por lo menos ya se les reconoce la condición de ideología -algo es algo-, no conmemora el Día de La Memoria junto con lo que, supongo, que se llamará el frente no soberanista -aunque, como siempre, el PNV, me descoloca las divisiones-.
Aralar, Alternatiba y demás compañeros mártires se niegan. Pero no se niegan a recordar a las víctimas. Se niegan a no recordar a todas las víctimas.
Puede parecer un desaire, puede antojarse un insulto, pero, si hacemos ese ejercicio que nos cuesta tanto de mirar a través de los ojos de los otros, nos abofeteará las más completa de las lógicas en esta posición.
Adenauer, canciller alemán tras la Segunda Guerra Mundial, no acudió ni a uno sólo de los actos en memoria de las víctimas aliadas en esa conflagración absurda. Adenauer no era nazi -nada más lejos-, no era belicista, no era rencoroso -eso sólo lo supongo-, pero era alemán.
Y nadie en esas conmemoraciones en Omaha Beach o en Lóndres recordaba a los diez millones de muertos alemanes en ese conflicto, fueran muertos justos o injustos, si es que existe el concepto de muerte justa.
Sólo cuando los ideólogos y líderes de Yalta comenzaron a recordarlos, comenzaron a conmemorar la tragedia del bombardeo de Dusseldorf junto a la del de Londrés, la matanza de Las Ardenas junto a la de Normandía, el drama del sitio de Stalingrado junto al de la retirada de Dunquerke o la caída de la linea Mallinot junto a la de la línea Siegfried, Adenauer, o el canciller de turno de la entonces dividida Alemania, pudo acercarse a conmemorar lo absurdo de los enfrentamientos armados.
Y los vencedores, los que justamente se sentían atacados, invadidos y perjudicados hicieron ese esfuerzo. Lo hicieron por necesidad, lo hicieron por convicción y lo hicieron por lógica. Porque tenía que hacerse, porque era justo que se hiciera.
Pero, aparte de otras muchas, hay dos sutiles diferencias que separan el Día de La Memoria en Euskadi de los días de conmemoración de la gran guerra.
La primera se hace evidente al listar los nombres de los implicados en ambos momentos históricos. Cualquiera que pueda encontrarme una similitud política entre Patxi López, Iñigo Urkullu, Antonio Basagoiti, Ander Rodríguez y Rebeka Ubera -por no hablar de los jefecillos del conglomerado abertzale- y Konrad Adenauer, Winston Churchill, Charles Degaulle, Frankiln Delano Roosvelt y Josif Stalin -vale, con ese algunos si tienen alguna que otra similitud- se llevará una suscripción de por vida a una revista política -así me aseguro de que nadie reclame el premio-.
La segunda diferencia entre ambos momentos dedicados al recuerdo y a los muertos es que esas celebraciones, las de la Segunda Guerra Mundial, tenían el denominador común de haberse producido después del fin del conflicto. ¡Pequeño detalle!
Pero nosotros no podemos hacer eso. No podemos esperar. Tenemos que seguir tremolando los muertos de unos y de otros para intentar lograr que nuestra pena sea más honda, que nuestra vindicación sea más justa. Para lograr que la historia, la necesidad y la lógica nos nos obliguen a cambiar. Seguimos necesitando amar a nuestros muertos para justificar ante nosotros mismos que no amamos lo más mínimo a nuestros vivos.
Si esperamos, y podemos hacerlo, porque -aunque suene irreverente, lo siento- las víctimas no van a ir a ningun lado, entonces podremos recordar, junto a la injusticia del tiro en la nuca, la bomba aleatoria y el ametrallamiento, la injusticia del aciago Intxaurrondo, el patético GAL, el quimérico Batallón Vasco Español, las torturas esporádicas y los cadáveres encontrados en el Monte Igueldo.
Entonces podremos recordar a todos los que cayeron muertos cuando un grupo de locos decidió que Euskadi quería ser independiente antes de pararse a preguntárselo o a convercela de ello y cuando otros decidieron que no tenía que serlo antes también de hacerle la dichosa pregunta.
Y ese esfuerzo lo tenemos que hacer todos. El de esperar y el de llorar -sí señores, llorar- por la muerte de aquellos que decidieron ser nuestros enemigos.
Los hay que ya conmemoran la muerte y la deasgracia que ha acarreado la absurda guerra mafiosa de ETA en todos los frentes ideológicos, los hay que ya quieren que unos y otros aprendan la lección de su recuerdo para que no tengan que asumirla desde una repetición de los hechos, pero otros no.
Todavía los hay que siguen aferrados al escudo del amor a las sombras de sus muertos para evitar el esfuerzo y la responsabilidad que exigiría el amor a sus vivos. Los hay que siguen pegados a la vindicación, la venganza y la victoria. Demasiadas palabras iniciadas por "uve", como víctima.
Lo dicho, hoy, Dia del Armisticio -que curioso- que conmemora la muerte absurda de millones de personas en La Primera Guerra Mundial, empezamos mal a escribir nuestro cuento de navidad para Euskadi.
El frente soberanista, a los que por lo menos ya se les reconoce la condición de ideología -algo es algo-, no conmemora el Día de La Memoria junto con lo que, supongo, que se llamará el frente no soberanista -aunque, como siempre, el PNV, me descoloca las divisiones-.
Aralar, Alternatiba y demás compañeros mártires se niegan. Pero no se niegan a recordar a las víctimas. Se niegan a no recordar a todas las víctimas.
Puede parecer un desaire, puede antojarse un insulto, pero, si hacemos ese ejercicio que nos cuesta tanto de mirar a través de los ojos de los otros, nos abofeteará las más completa de las lógicas en esta posición.
Adenauer, canciller alemán tras la Segunda Guerra Mundial, no acudió ni a uno sólo de los actos en memoria de las víctimas aliadas en esa conflagración absurda. Adenauer no era nazi -nada más lejos-, no era belicista, no era rencoroso -eso sólo lo supongo-, pero era alemán.
Y nadie en esas conmemoraciones en Omaha Beach o en Lóndres recordaba a los diez millones de muertos alemanes en ese conflicto, fueran muertos justos o injustos, si es que existe el concepto de muerte justa.
Sólo cuando los ideólogos y líderes de Yalta comenzaron a recordarlos, comenzaron a conmemorar la tragedia del bombardeo de Dusseldorf junto a la del de Londrés, la matanza de Las Ardenas junto a la de Normandía, el drama del sitio de Stalingrado junto al de la retirada de Dunquerke o la caída de la linea Mallinot junto a la de la línea Siegfried, Adenauer, o el canciller de turno de la entonces dividida Alemania, pudo acercarse a conmemorar lo absurdo de los enfrentamientos armados.
Y los vencedores, los que justamente se sentían atacados, invadidos y perjudicados hicieron ese esfuerzo. Lo hicieron por necesidad, lo hicieron por convicción y lo hicieron por lógica. Porque tenía que hacerse, porque era justo que se hiciera.
Pero, aparte de otras muchas, hay dos sutiles diferencias que separan el Día de La Memoria en Euskadi de los días de conmemoración de la gran guerra.
La primera se hace evidente al listar los nombres de los implicados en ambos momentos históricos. Cualquiera que pueda encontrarme una similitud política entre Patxi López, Iñigo Urkullu, Antonio Basagoiti, Ander Rodríguez y Rebeka Ubera -por no hablar de los jefecillos del conglomerado abertzale- y Konrad Adenauer, Winston Churchill, Charles Degaulle, Frankiln Delano Roosvelt y Josif Stalin -vale, con ese algunos si tienen alguna que otra similitud- se llevará una suscripción de por vida a una revista política -así me aseguro de que nadie reclame el premio-.
La segunda diferencia entre ambos momentos dedicados al recuerdo y a los muertos es que esas celebraciones, las de la Segunda Guerra Mundial, tenían el denominador común de haberse producido después del fin del conflicto. ¡Pequeño detalle!
Pero nosotros no podemos hacer eso. No podemos esperar. Tenemos que seguir tremolando los muertos de unos y de otros para intentar lograr que nuestra pena sea más honda, que nuestra vindicación sea más justa. Para lograr que la historia, la necesidad y la lógica nos nos obliguen a cambiar. Seguimos necesitando amar a nuestros muertos para justificar ante nosotros mismos que no amamos lo más mínimo a nuestros vivos.
Si esperamos, y podemos hacerlo, porque -aunque suene irreverente, lo siento- las víctimas no van a ir a ningun lado, entonces podremos recordar, junto a la injusticia del tiro en la nuca, la bomba aleatoria y el ametrallamiento, la injusticia del aciago Intxaurrondo, el patético GAL, el quimérico Batallón Vasco Español, las torturas esporádicas y los cadáveres encontrados en el Monte Igueldo.
Entonces podremos recordar a todos los que cayeron muertos cuando un grupo de locos decidió que Euskadi quería ser independiente antes de pararse a preguntárselo o a convercela de ello y cuando otros decidieron que no tenía que serlo antes también de hacerle la dichosa pregunta.
Y ese esfuerzo lo tenemos que hacer todos. El de esperar y el de llorar -sí señores, llorar- por la muerte de aquellos que decidieron ser nuestros enemigos.
Los hay que ya conmemoran la muerte y la deasgracia que ha acarreado la absurda guerra mafiosa de ETA en todos los frentes ideológicos, los hay que ya quieren que unos y otros aprendan la lección de su recuerdo para que no tengan que asumirla desde una repetición de los hechos, pero otros no.
Todavía los hay que siguen aferrados al escudo del amor a las sombras de sus muertos para evitar el esfuerzo y la responsabilidad que exigiría el amor a sus vivos. Los hay que siguen pegados a la vindicación, la venganza y la victoria. Demasiadas palabras iniciadas por "uve", como víctima.
Lo dicho, hoy, Dia del Armisticio -que curioso- que conmemora la muerte absurda de millones de personas en La Primera Guerra Mundial, empezamos mal a escribir nuestro cuento de navidad para Euskadi.
1 comentario:
PARA EMPEZAR NO SOY ESPAÑOLA SOY COLOMBIANA ,PERO DESCRIBE USTED EL PANORAMA, TAN CLARO QUE PARECE DESCRIBIR A MI PATRIA PUES, ES MI PENSAR LO DE QUE SE PREFIERE A LOS MUERTOS POR NO EMFRENTAR A LOS VIVOS , LA VENGANZA EN FIN EN CASI TODAS LAS COSAS COINCIDE CON SU OPINION
GUSTO DE SUS OPINIONES
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