Parece que al final nos hemos quedado sin navidades y sin cuentos para ella. Ni los polvorones, ni los reyes magos, ni el espíritu de la bondad efímera, ni siquiera el olentzero han sido capaces de hacer romper los silencios que sobran y las decisiones que matan. Eguiguren se ha quedado sin final navideño feliz.
Los ebenezer, falsamente de izquierdas y falsamente abertzales, no han escuchado a sus fantasmas pasados, presentes y futuros. No han captado sus mensajes. No han hablado.
Y pese a que, para el sarcasmo de muchos y la alegría de unos pocos simbiontes del terrorismo, el Cuento de Navidad de Eguiguren se haya transformado en el cuento de Pedro y El Lobo, la realidad es muy diferente.
Y pese a que, para el sarcasmo de muchos y la alegría de unos pocos simbiontes del terrorismo, el Cuento de Navidad de Eguiguren se haya transformado en el cuento de Pedro y El Lobo, la realidad es muy diferente.
El silencio de los que hicieron del disparo y el estallido su forma principal de comunicación ha transformado el deseado cuento de Dickens para Euskadi en la tragicomedia de Calisto y Melibea para los abertzales. Una tragicomedia en la que la izquierda abertzale es la amante incomprendida y en la que ETA es el amado imperfecto. Y en la que a los demás nos toca el simpre ponderado papel de Puta Vieja Celestina -como escribiera literalmente Don Fernando de Rojas-.
Los adalides de la acción violenta y la palabra armada y asesina han convertido la situación de Euskadi en un minue entre enamorados. En un vals en el que la izquierda abertazale pierde el paso por intentar no perder la pareja de baile. En una danza en la cual, pese a todos los requiebros, todas las insinuaciones, todas las caídas de ojos amorosas y persistentes de sus amantes abertazales, los de la violencia y el tiro en la nuca, no se atreven a salir a la pista de baile por miedo a no saber bailar, ahora que les han cambiado el ritmo de la coreogarfía.
Mientras los independentistas abertzales, los que fueron y son sus amantes, les esperan ansiosos en el centro de la pista, ETA se convierte en ese infiel que dice nunca lo haré, como diría la vasca poetisa de voz chillona y brazos siempre robustos. Acostumbrados a ser amados e imperfectos, no son capaces de dar el paso que les convierta en amantes.
Otegui y los suyos, los que se llaman independentistas, los que se nombran abertazales, los que se dicen vascos, han sido los amantes perfectos. Han amado a ETA más allá de toda pregunta y de toda respuesta, más allá de toda explicación, más allá de toda lógica formal o material.
Y los que portan las armas y derraman la sangre se han acostumbrado a ese amor incondicional. A que se les siga a todas partes, a que se les de la razón con los ojos en blanco de la ceguera del amor.
Se han hecho a la idea de que sus amantes siempre intenten lo imposible con la sonrisa embobada del que ama y no quiere perder a su amor. Con la insistencia del que no es capaz de percibir que su amado es imperfecto, que sus fracasos no son culpa de las circunstancias, no son consecuencia de la maldad del entorno o de la incomprensión de los otros. Que su amado no le ama, no por nada que hagan o dejen de hacer ellos, sino porque es incapaz de amar.
Y ahora, tras años, tras lustros, tras decádas, de seguir a su amado hasta donde quisiera llevarles, hasta la agonía, hasta el suicidio -político, por supuesto, no nos pongamos demasiado trágicos-, la Melibea abertazale por fin se detiene, por fin mira a su alrededor, por fin abre un poco -sólo un poco- los ojos, más alla de su embobamiento amoroso.
Por fin hace algo que descoloca, que deja fuera de juego a aquellos que estaban acostumbrados a jugar con las cartas marcadas en la partida amorosa que estaban manteniendo con su eterna pareja de baile. Les suplican, les piden, les exigen algo. Les cambian las reglas.
Por fin hace algo que descoloca, que deja fuera de juego a aquellos que estaban acostumbrados a jugar con las cartas marcadas en la partida amorosa que estaban manteniendo con su eterna pareja de baile. Les suplican, les piden, les exigen algo. Les cambian las reglas.
Y ETA no sabe qué hacer, no sabe qué decir. No porque se lo esté pensando, no porque no esté dispuesta a hacer lo que le piden. Si no porque alguien se ha atrevido a cuestionar su forma de ver las cosas, porque alguien que la amaba se ha atrevido a instarla al cambio. Porque alguien le ha recordado que para ser amdao, por un imperfecto que se sea, es condición imprescindible ser amante. Si las mafias terroristas pudieran llorar, lás lagrimas de ETA anegarian Euskadi. No por tristeza, no por dolor. Simplemente por rabia.
Ellos, que han forzado una y mil veces a sus amantes a tropezar cambiándoles el paso, que les ha obligado una y mil veces a caer, haciéndoles hablar y desdecirse cada vez que ellos cambiaban de argumento, de rumbo de pensamiento -y lo de pensamiento es un eufemismo-, de línea de acción -y eso también es un eufemismo, cuando el cambio supone la diferencia entre matar de uno en uno o de multitud en multitud-, se bloquean ahora que se les pide lo mismo.
Ellos, que han forzado a cambiar infinitas veces a sus amantes para que siguieran sus estrategias, que han forzado a la mutación continua a los abertzales para que se aclimataran a sus exigencias y necesidades, se permiten ahora indignarse por dentro cuando, por una vez, estos les piden que hagan lo mismo por ellos han echo desde siempre.
Ellos, que han llevado su danza amorosa con la izquierda abertzale al fracaso continuo y han equivocado todos los pasos, todas las melodías y todas las armonías una y otra vez, piensan que son los únicos que pueden imponer las notas y los ritmos, los únicos que tiene derecho a marcar el paso. Ellos, que han impuesto, insinuado y dibujado ultimatumes durante toda su aciaga relación con la independencia de Euskadi se permiten el lujo de reaccionar mal cuando la independencia de Euskadi, su amante desde siempre, reacciona por fin y les da un ultimatum.
Los calistos de ETA, acostumbrados a que fuera su Melibea la que siempre tansigía, la que siempre seguía su cambiante paso hasta el fracaso, se sorprenden cuando su amante impeninente exige a su imperfecto amado que pruebe lo único que hasta ahora se ha negado a probar, lo único que no ha intentado: el cambio.
Y se refugian en algo muy político, muy vasco, muy español, muy occidental, muy nuestro: el silencio.
Creen que el silencio les permitirá seguir siendo propietarios de su ser, dueños de si mismos, amos de sus fracasos, impermeables al cambio. Creen que sus palabras les encadenarán y les conducirán inexorablemente a su cumplimiento a la escalvitud del cambio. Creen, de verdad, que son dueños de sus silencios y esclavos de sus palabras.
Dejan a sus descolocados amantes, indecisos y desorientados, en mitad de la pista de baile mientras suena la nueva melodía que se escucha en Euskadi.
No comprenden que el silencio no es una respuesta, no es un escudo, no es una libertad. Que decir lo que se quiere decir, es un riesgo, es una libertad, es una vida. Que si te crees dueño de tus silencios solamente estás siendo dueño de tu muerte.
No comprenden que el silencio no es una respuesta, no es un escudo, no es una libertad. Que decir lo que se quiere decir, es un riesgo, es una libertad, es una vida. Que si te crees dueño de tus silencios solamente estás siendo dueño de tu muerte.
Fingen ignorar que el camino para el amado imperfecto no es solamente el sendero de la esclavitud, la muerte y de la desaparición que genera el silencio, sino que puede elegir el camino de la libertad, de la palabra, del esfuerzo, del riesgo y del cambio. De convertirse en el perfecto amado.
Pero ETA no quiere salir del silencio porque entonces debería hacer aquello que se ha negado ha hacer desde el principio. Lo único que queda por hacer: renunciar a lo que creía, a lo que pensaba, a lo que consideraba parte de su esencia. Reconocer su error.
Y sabe que, si lo hace, su amante melibea solo podrá reaccionar de una manera. Tendrá que abrir sus brazos en mitad de la pista, invitarle a bailar y decirle : si de verdad queires bailar con esta nueva música, demuestraló.
Y sabe que, si lo hace, su amante melibea solo podrá reaccionar de una manera. Tendrá que abrir sus brazos en mitad de la pista, invitarle a bailar y decirle : si de verdad queires bailar con esta nueva música, demuestraló.
Y entoncesTendrá, por seguir con las metáforas, que de la cabeza arrancarse cables para meterse cosas que antes no cabían, como diría el pequeño poeta urbano de Bilbao. Cosas como la paz, como la democracia. Cosas como la libertad.
El telón de la tragicomedia abertzale de Calisto y Melibea ya ha caído. Sólo queda por saber si el amado imperfecto que es ETA decide con la palabra hacer honor a su juramento de amor a la independencia de Euskadi y a los abretzales y volver a la pista de baile para poder seguir vivo, cambiado y distinto, pero vivo. U opta por el silencio y, con tal de no cambiar, prefiere seguir muerto.
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