Dicen que la convicción es una bondad, una de esas virtudes sociales de las que hay que hacer gala para que la vida nos ruede bien y nos vaya, como dirían los de allende los mares, bonito.
Y no se pone en duda esa afirmación aunque, como todo, tiene o debería tener sus matices. La convicción es una poderosa herramienta de lucha y de trabajo pero si -y solo si- se esta también convencido de la razón, se está absolutamente seguro de la lógica de la posición que refuerza y mantiene esa convicción que se quiere utilizar como herramienta en la vida.
Vamos, justito, justito lo contrario de lo que le lleva pasando mucho tiempo y le vuelve a pasar a la ya mítica por su arrogante incapacidad para la reflexión consejera de Educación de la Comunitat Valenciana, María José Catalá.
Ella es fiel a sus convicciones. A todas ellas. Sin pasarlas por tamiz lógico alguno, sin mirarlas a través del prisma de la realidad que las desmiente. Ella mantiene la absoluta convicción de su irracional razón en todo y para todo.
Pero sobre todo mantiene su convicción en la bondad matemática en el que ya podríamos bautizar como el axioma educativo de la linea recta.
Quizás sea porque sus otras convicciones, las religiosas, le juegan una mala pasada y le hacen recordar que hubo un tiempo en que los jerarcas romanos consideraron eso de la curvatura y el giro de la tierra como una proposición herética o quizás sea porque le han hecho instalarse en la más absoluta de las incongruencias como defender, esta vez con razón, la libertad de cátedra de una profesora que defiende que hay que aguantar los malos tratos por amor cristiano -algo que, por cierto, ya ni siquiera mantiene la doctrina romana desde hace siglo y cuarto y cuatro o cinco papas-, mientras calla y jalea interiormente a sus cachorros castellonenses en la campaña en contra de profesores que defienden con la misma libertad de cátedra otros principios radicalmente distintos.
Sea como fuere, ella se mantiene firme en ese axioma matemático de que la linea recta es el criterio para definir la distancia a la hora de tramitar las ayudas para el transporte escolar en su comunidad.
Da igual que la agreste orografía que rodea el pueblo de Montserrat y las famosas a su pesar por sus sensuales modos de lucha por sus derechos madres del Evaristo Calatayud le hayan demostrado lo contrario, ella firme en su convicción.
En su convicción de imponer su criterio porque sino no le salen las cuentas del recorte en esas ayudas.
Da da igual que las mediciones anteriores le demuestren que la distancia por carretera tiende a ser muy superior que a la trazada en linea recta a escala sobre un mapa, ella permanece fiel a sus convicciones.
Sus convicciones de intentar drenar lo más posible del dinero empleado en el gasto educativo público para contribuir a la salvación de la banca que se arruinó sufragando los gastos suntuarios y las construcciones inútiles y faraónicas del gobierno valenciano.
Y por supuesto da igual que ahora la Defensora del Pueblo le diga que ese criterio no se puede aplicar. Que es arbitrario, irracional e injusto.
Da igual que la conmine a cambiarlo para evitar un perjuicio que ya está causando a muchos escolares y a muchas familias que han perdido las ayudas simplemente porque ella quiere reducir las ayudas y ha encontrado esa excusa para hacerlo como podría haber hallado otra cualquiera.
Ella se mantiene, contra viento y marea, contra sociedad, afectados e instituciones, firme en sus convicciones.
Firme en su convicción última de hacer rotar la financiación autonómica de la enseñanza pública a la controlada por la secta -¡Uy, perdón!, quise decir Prelatura Personal- a la que cree que debe lealtad sin fisuras y de favorecer a los colectivos empresariales de la enseñanza privada que pretenden hacer negocio con el futuro y la de educación de los estudiantes.
Firme en sus convicciones de quitarle todo lo posible a una enseñanza pública necesaria y de calidad para dársela a una concertada que, sobre todo en su caso, solamente se encarga de adoctrinar en lo moral y de recolectar beneficios en lo económico.
Y es en ese momento cuando la convicción se vuelve obcecación, cuando la certeza se vuelve intransigencia, cuando la ideología se vuelve irracionalidad. Cuando la fe se vuelve fanatismo.
En ese punto cuando, pese a las madres de Montserrat, a la comunidad educativa en general, a la Defensora del Pueblo y hasta a Google Maps, se insiste en mantener el criterio de la escuadra y el cartabón como forma de medir la distancia para asignar las ayudas al transporte escolar, es cuando se demuestra la existencia del axioma educativo de la linea recta.
La linea recta es el camino mas corto entre dos puntos. Entre la irracionalidad y el absoluto totalitarismo de María José Catála, por ejemplo.
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