En mitad de toda la debacle social que se esta pintando dentro de nuestras fronteras, acosados por todos los frentes por recortes masivos y políticas que buscan hacer descender los niveles de derechos y expectativas hasta la servidumbre para garantizar los beneficios de unos pocos -y cada vez peor avenidos, por cierto-, hay veces que resulta difícil echar la vista hacia afuera para ver lo que ocurre allende nuestros recortes. Pero conviene hacerlo, aunque sea de vez en cuando, porque de los movimientos exteriores depende en gran medida el futuro de lo nuestro, de eso que creíamos seguro pero que nos están quitando a grandes paletadas.
Y si miramos fuera, lo primero que vemos, lo más grande sin duda, es China.
Hasta hace bien poco si mirábamos al gigante que en realidad nunca durmió pero que fingió hacerlo, lo único que veíamos era el mismo mensaje rancio y dispar del comunismo maoista y de la dicotomía entre una sociedad encorsetada y controlada por la dictadura política y empobrecida y mísera por la aceptación del capitalismo occidental como fuente de ingresos para el país.
Sus presidentes -dictadores, al fin y a la postre- perdían el trasero por fotografiarse con los líderes occidentales, por desbrozar cualquier terreno en el que se asentara una sección deslocalizada de una empresa de este Occidente Atlántico nuestro que cree que la dignidad laboral es solamente un derecho nuestro y no de chinos, indios o habitantes de Bangladesh -no me atrevo a apostar por un gentilicio para esas tierras-.
Pero ahora miramos al presidente de China, al nuevo, y no vemos eso. No le vemos estrechando la mano de Obama o de Merkel o de nadie por el estilo. Ni siquiera le vemos lanzando invectivas contra el perverso Occidente. Le vemos paseando trajeado y sonriente por África.
Y de eso va todo esto. De ese paseo por Tanzania, por Kenia o por Nigeria van nuestros recortes, nuestras pérdidas sociales. La obsesión de nuestro gobierno -y el europeo- de imponer a sangre y sufrimiento de la ciudadanía una regresión en los derechos sociales.
Porque China ha desembarcado en lo que era nuestro patio trasero, en lo que era la fuente inagotable de desequilibrio que nos servía para seguir manteniendo la desigualdad internacional. Que nos proporcionaba a un precio irrisorio desde los diamantes hasta el coltán de nuestros móviles, desde los fosfatos hasta el petroleo o el gas. Y Europa en particular y todo el Occidente Atlántico en general empiezan a sentir temblar sus carnes cuando piensan en ello.
Nerviosos y acuciados, caen en uno de los ejercicios de hipocresía más desmedidos que se recuerdan desde el panegírico de Marco Antonio por la muerte de Julio César.
Los ministros económicos de la UE afirman sin que nadie les pregunte que China debe ser respetuosa con los derechos sociales en África Los mismos que se han lanzado a una cruzada de recortes sociales, que dejan a los enfermos crónicos a su suerte para pagar la cuenta de sus medicamentos, que obligan a los que quieran una educación de calidad a costearsela, que cobran por las ambulancias, las sillas de ruedas o las camas individuales hospitalarias, se atreven a mirar a la cara a Xi Jiping y decirle que debe respetar los derechos sociales.
Algo que nosotros no hemos hecho en África y estamos empezando a no hacer en nuestras propias tierras.
Los y las gerifaltes del sistema económico que nos está devorando afirman desde sus despachos neoyorquinos que China debe dialogar en África con los agentes sociales y los sindicatos.
Son los mismos que han hecho oídos sordos a las ingentes huelgas generales españolas, portuguesas, griegas o británicas; las mismas que conminan a los helenos a trabajar más y protestar menos, que exigen a los chipriotas que se desprendan de su dinero para costear el rescate bancario.
Los mismos que han puesto en marcha y dado su visto bueno a una reforma laboral que, reconocido por la propia ministra, no busca generar empleo sino abaratar los costes laborales, tienen la osadía de mirar al dictador chino y exigirle que no haga en África lo mismo que llevamos nosotros haciendo tres siglos y que nuestros gobiernos están dispuestos a trasladar ahora al portal mismo de nuestras casas y empresas.
De manera que las prendas más íntimas y sugerentes de nuestras féminas pueden estar hechas a costa de los golpes de vara a niñas de trece años que recogen algodón en Níger pero China tiene que hablar con los sindicatos; el coltán de nuestro móviles puede extraerse en minas donde se paga un sueldo de dos dólares por día a una familia entera en la que trabajan niños de once años pero China debe dialogar en África con los agentes sociales; los diamantes que lucen las mujeres y las máquinas occidentales pueden estar manchados de sangre pero China debe respetar los derechos sociales en el continente africano.
Y Xi Jiping mira, asiente, sonríe y sigue a lo suyo.
Porque, aunque nosotros hayamos ignorado China durante generaciones, ellos no lo han hecho.
Saben que nuestros gobiernos y los servidores devotos del sistema económico que nos acucia quieren jugar al doble juego de imponerle a China -y a La India, Brasil, Rusia, Sudáfrica y todo país emergente de paso- los mismos costes laborales, los mismos derechos sociales de los que ellos quieren desprenderse a cualquier precio a costa de su ciudadanía. De manera que así podamos seguir compitiendo por los beneficios corporativos, de modo que así puedan seguir metiendo la mano en los dividendos de las empresas desde los gobiernos y desde los lobbies.
Saben que si China llega ahora a África se llevará los recursos. Ellos no tienen ONGs, campañas de concienciacion, ni boicots de consumo a empresas asentadas en países que imponen o consienten la sharia, el velo, las lapidaciones, la milicia infantil, la violación ritual, la limpieza étnica o la experimentación con animales. China no juega a imponer su forma de ver el mundo y su cultura. Llegará, comprará, no hará preguntas y se irá. Y es probable que hasta pague un mejor precio que Occidente.
Como ya hace con el petroleo venezolano y libio, como ya hace con los semiconductores, como pretende hacer con todos los recursos africanos.
Y si llega ese punto no seremos rentables, competitivos ni viables. Nuestras empresas y corporaciones quizás sí, pero nuestros países no.
Así que nuestros recortes van de eso, nuestra regresión a la miseria va de eso, nuestros gobiernos van de eso. Pretenden transformarnos en los falsos proletarios semi esclavos chinos para que China no se transforme en la potencia hegemónica en lo económico que ahora creen ser ellos y les deje fuera del pastel del beneficio corporativo.
Pretenden convertirnos en el Tercer Mundo porque todo la humanidad sabe que los ricos del Tercer Mundo son mucho más ricos que los del primero y mucho más poderosos.
Y nuestros gobiernos pretenden desde luego seguir siendo los ricos, aunque su país tenga que ser reducido a la miseria para que los beneficios económicos y corporativos vayan a sus bolsillos y no a los de los jerarcas del gobierno chino.
Y todo eso porque Xi Jiping viaja a África. No me quiero ni imaginar qué pasará cuando comience a visitar los países árabes.
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