Hay fábulas que, cuando las recibes en la infancia de manos de una abuela que las cuenta a trozos dispersos, mientras compacta la concretas y sin tener muy clara cual es la enseñanza que te pretende transmitir con ellas, te parecen ilógicas, irrelevantes y hasta casi absurdas en esa actitud infantil de querer conocerlo todo antes de haberlo vivido.
Eso me ocurrió con la fábula de Las Cuentas de la Lechera ¿qué sentido tenía?, ¿por qué se queda llorando cuando se le rompe el cántaro? ¿por qué no corre a ordeñar de nuevo a la vaca? ¿el que el rumiante lechero había muerto de un ataque de vacas locas?
Todas esas preguntas, esos porqués infantiles, se quedaron sin respuesta entonces y han permanecido en la más completa oscuridad hasta que dos conceptos se juntaron en la realidad, en la actualidad y en mi mente: Hasta que una acción de gobierno arrogante e injusta y una decisión judicial se han sumado para explicármelo años después.
Hasta que llegó la anulación judicial del ERE de Telemadrid que dejaba en la calle a casi novecientos profesionales.
Porque ahora Ignacio Gonzalez es la lechera- pido perdón a todas las imaginaciones sensibles por plantar en ellas imagen tan inquietante-, su gobierno, sus adláteres y sus parentelas y socios deben ser las cabras de Heidi y Pedro y los pingues beneficios que se buscaban con la venta al por mayor de un servicio público debe ser la leche derramada.
Porque ahora ya no salen las cuentas. Tienen que sacar 22 millones de euros de donde no los tienen para librarse de aquellos que querían hacer su trabajo y no cambiarlo por el marketing político y la propaganda electoral constante, tiene que deshacer la cuenta de recortes si quieren convertir Telemadrid en la máquina de cosechar votos que querían poseer.
Todos los frotamientos de manos, los sueños de grandes ganancias para las productoras creadas ad hoc por sus socios y amistades, todos los dineros soñados bajo cuerda a cambio de esas concesiones yacen agriados, mezclado con el barro de su propia inmundicia en forma de leche rancia que empapa las hojas y las letras de una sentencia judicial.
De unas frases que les dicen que los recortes, la situación económica y el ejercicio de la mayoría absoluta no son excusas suficientes para hacer justo lo injusto, para buscar el beneficio económico y la prevalencia política en los medios, para expulsar de su trabajo y de su futuro a profesionales de la información que entran por el aro de su diseño de Agitpro para Telemadrid.
Y donde antes había 47 millones de recortes y los sueños de cientos de millones de ganancia para ellos y sus socios ahora solamente quedan 22 millones de euros que tendrán que pagar si quieren librarse de aquellos que hacen su trabajo aunque no sea el que ellos quieren que se haga; donde antes había 100 millones para la producción externa -es decir para repartir entre los suyos con adjudicaciones a dedo de programas y productos televisivos- ahora solamente quedan 240 millones de deuda que su gestión politizada e incompetente de un servicio púbico han generado.
Donde antes había la fuente eterna de leche de jauja ahora solamente está el lodo que surgió del polvo que recubrió de política y necedad Telemadrid desde que el Partido Popular madrileño la convirtiera en su herramienta propagandística.
Y ahora entiendo la fabula de mi abuela.
Porque el Partido Popular y el Gobierno Regional Madrileño se vuelven hacia atrás, atisban en lontananza y ya no hay vaca. Un juez se ha encargado de que no haya vaca. De que no vuelva a haberla.
Telemadrid podrá ser un medio de información, un servicio público o una televisión de entretenimiento pero nunca será la ubre de la que puedan ordeñas dinero para sus cuentas helvéticas y sus campañas electorales.
Y no hay vaca y eso hace llorar a cualquier lechera soñadora. Aunque se llame Ignacio González.
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