Que hay cuestiones que no soportan el más mínimo apunte de racionalismo en este constante discurso del recorte necesario que sufrimos como un eco constante y reiterativo es algo que, a estas alturas, apenas acepta discusión.
El gobierno que nos echamos sobre la espalda y el futuro en las urnas busca de donde recortar porque tienen mucho dinero que dar a las entidades financieras que sus propios políticos hundieron con sus prestamos autonómicos sin pagar y su deuda regional sin garantías. Y la educación es uno de los filones que Moncloa y los genoveses pretenden explotar para lograr esos ahorros que satisfarán sus necesidades.
El ínclito José Ignacio Wert, ministro nominal de Educación, considera inútil que haya tantos universitarios porque, dice él, que no hay salidas para todos; considera necesario arrojar a los peor dotados del sistema educativo -algo muy darwinista para quien apoya el absurdo creacionismo rancio de la Conferencia Episcopal Española- porque no lo aprovechan y es mejor ponerlos a trabajar de peones medio siervos por 500 euros el mes.
Incluso considera que hay que eliminar asignaturas de saberes clásicos, de lenguas muertas, recortar temarios de historia y reducir los conocimientos a la lectoescritura y las cuatro reglas.
Todo en aras del ahorro y de la utilidad. Todo subsumido al máximo aprovechamiento de los recursos para que la educación pública sea lo más útil posible y solo dispongan de ella quienes pueden aprovecharla.
Como excusa formal está bien construida, puede sonar bien y hasta puede ser aplaudida por alguno que piense en su presente exclusivamente y no en el futuro de todos.
Pero, claro, toda cortina de humo tiene un problema. Hay un momento en el que se disipa y se puede atisbar la realidad que oculta. Y en el caso de ese utilitarismo de Wert con respecto a la educación pública, el viento que disipa el humo se llama asignatura de religión.
Intentemos por un momento pensar como José Ignacio Wert -es difícil, lo sé, somos humanos, pero intentémoslo- Intentemos pensar que solo tenemos que, como Estado, gastar dinero en lo útil para que la sociedad liberal capitalista tenga los operarios necesarios, los ingenieros cualificados y los profesionales mínimos para crear beneficios empresariales. Intentemos recortar todo aquello que no se aproveche.
Pues bien, más allá de lo que opinemos de la religión, más allá de que la consideremos o no esencial o perniciosa para el desarrollo humano, más allá de que pensemos o no en lo que ocurre después de que dejemos de ser humanos y nos convirtamos en cadáveres, tendríamos que meter un tajo del tamaño del paso de Roncesvalles en la enseñanza religiosa.
No por laicismo -que también-, no por imposibilidad económica -que por supuesto- sino por el mínimo concepto de aprovechamiento y utilidad a ultranza que Wert intenta imponer en el resto de la educación pública y privada.
¿Para que estudiar latín si nadie sabe hablar en esa lengua y no es necesario?, reflexiona Wert en ocasiones; ¿para que estudiar griego si nadie va a saludarnos en Koiné?, expone el ministro menos educado de la historia de la educación española; ¿para qué estudiar los ejes cartesianos, el desarrollo del imperio colonial inglés o la Batalla del Salado si al final nadie saca rendimiento ni recuerda esos conocimientos?
En esas preguntas retóricas que solamente el contesta a su manera apoya la justificación para recortar miles de millones de euros y ofrecerlos como sacrificio y holocausto en el altar de las "imprescindibles" entidades financieras y el sacrosanto déficit reducido -que por cierto, no hace otra cosa que incrementarse pese a todo-.
Pero cuando llega a la religión su propio criterio desaparece, se esfuma, se niega a sí mismo.
Cada año el Estado español gasta 500 millones de euros en profesores de religión y prácticamente 6.000 -aunque reconozcan tres mil y pico- en mantener centros concertados católicos que solamente tiene en ese ideario su elemento diferencial. Pero la religión es la asignatura menos aprovechada del temario.
Porque la inmensa mayoría del catolicismo español no tiene ni pajolera idea de su propia religión.
Pese a un concordato leonino impuesto a Adolfo Suárez en pleno temor a los sables militares que aún sonaban en La Transición, pese a las constantes arengas de los obispos en misas multitudinarias y cartas pastorales continuas y constantes, pese a los miles de millones del erario público empleados en ese proselitismo doctrinal educativo, los españoles no aprovechan esos estudios.
Y el que no lo crea, el que se encienda pensando que la doctrina cristiana se basa en el rechazo al matrimonio gay o en el apoyo de la familia de pesebre y luces navideñas con mula y buey -o sin mula y buey, que eso depende del papa de turno- que, en lugar de aprovechar su comentario para destinar al autor de este post al infierno o para acusarle de "progre", descreído o "sociata", lo utilice para responder a cualquiera de estas sencillas preguntas.
¿Cuales son los dogmas innegables de la fe católica -es sencillo, solamente son cuatro-?, ¿cuales son las virtudes cardinales o en su defecto las teologales y la diferencia entre ambas?, ¿en qué es el dios cristiano distinto del Yahve judío?, ¿por qué la providencia divina antepone la misericordia a la justicia?, ¿en qué principio organizador se basa la escatología cristiana?
O si quieren algo más básico, más de revalida general de esas que tanto gustan a Wert para separar el trigo de la paja, que se marquen una de enunciar las bienaventuranzas, una definición básica de transustanciación o una tipo test de diferencias entre asunción y ascensión o entre el Jesús vivo y el cristo resucitado. Y no vale consultar la Wikipedia.
O sea que nadie aprovecha la religión.
Nadie la aprovecha porque los profesores de religión la aprueban sin más desde hace treinta y cinco años; nadie la aprovecha porque a nadie le importa. Nadie la aprovecha porque los obispos la utilizan no para enseñar aquello es la base de su religión -aquello del amor y el perdón, ¿nos acordamos?- sino para manipular la mente de los que la estudian, en un intento de construir una sociedad que les beneficie incluso en contra de lo que defendía aquel al que llaman su mesías.
Así que, incluso aplicando la doctrina de recorte, utilidad y aprovechamiento más furibundo del ministro Wert, la enseñanza de la religión debería ahorrarnos casi 7.000 millones de euros al años.
No solo porque sea socialmente perniciosa, sino porque los propios profesores de la misma la consideran inútil y los propios católicos no le sacan provecho ninguno
Los obispos sí, económico y de poder, pero los católicos no. Va a ser por eso que Wert la mantiene y la potencia. Es de temer que va a ser por eso.
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