Solo han pasado dos días desde las elecciones y todo parece diferente. Sobre todo dos frases que en España se han repetido hasta la saciedad sobre política y ahora suenan de otro modo.
Nuestra política, nuestros políticos y nosotros, sobre todo nosotros, hemos cambiado un poco.
La primera sentencia popular que ahora se antoja distinta es ese tradicional "en elecciones todos ganan". Ahora es cierto por lo menos en lo que se refiere a los cuatro grandes partidos del arco parlamentario. Y ese claro es el primer cambio. Son cuatro.
Pero también todos han perdido. De una forma o de otra todas han perdido. Y esa es la novedad. Por eso no se ve a nadie España taciturna y contrariada y a la otra paseando con el pecho henchido de orgullo triunfador.
Desde el Partido Popular a Unidad Popular, desde Podemos a Ciudadanos pasando por el PSOE, todos han ganado en algo y perdido en otro tanto, todos se han impuesto a un rival y perdido con otro, todos han alcanzado un objetivo y fracasado en otro.
Por eso tras estas elecciones no hablamos de nuestro partido, hablamos de política; por eso la gente no habla del pasado, habla del futuro.
Y otra máxima popular con respecto a la política que se nos ha cambiado de repente es aquella que reza "en política parece que todo vale". Ahora es una verdad del tamaño de un continente pequeño. Todo vale, todo es lícito y democrático.
Nadie puede objetar nada a que el Partido Popular busque una alianza con el PSOE y Ciudadanos en base a ese supuesto constitucionalismo que supone anteponer la unidad territorial a cualquier otra consideración social u económica. Nadie puede objetar nada a que el PSOE la rechace de plano o a que Ciudadanos la estudie.
Nadie puede criticar que Podemos ponga su linea roja en la celebración de un referéndum en Cataluña y sobre el cambio constitucional y que Unidad Popular la apoye, el PSOE la estudie y Ciudadanos la rechace.
Nadie puede objetar que Podemos y Ciudadanos tengan claro que todo apoyo pasa por un compromiso de cambio en la Ley Electoral ni que estén dispuestos a forzar esa reforma legal en su momento.
Nadie puede desacreditar el hecho de que el PSOE anuncie que buscará más adelante -y en este nuevo universo cuántico donde el tiempo se pliega y se acelera, no será dentro de mucho- una alianza basada en las políticas sociales compartidas para gobernar con Podemos, Unidad Popular y quizás Ciudadanos y que todos los demás se mantengan a la espera conservando su opinión a ese respecto.
Y por supuesto nadie puede rasgarse las vestiduras ni untarse el cabello con ceniza porque ninguno de ellos esté dispuesto a renunciar a asuntos esenciales para cada formación política en aras de una falsa estabilidad, de la tranquilidad de los mercados o de cualquier otra consideración y nos veamos dentro de seis meses de nuevo ante la puerta de los colegios electorales con nuestras paletas. Las mismas u otras.
Ahora en política todo vale, todo es lícito y democrático. Y quien se ofenda por ello es que no entiende la política como acuerdo, como alianza, como herramienta social. Es que solo entiende el poder como objetivo.
Lo cual tampoco es extraño porque no estamos acostumbrados a que nuestros políticos hagan política dado que en este país nuestro no se ha hecho política con frecuencia.
Vamos, que salvo en las alianzas y contra alianzas de los reinos cristianos con las taifas califales en la lejana Edad Media y la Segunda República no se ha hecho política nunca.
Solo hay dos límites a esa nueva realidad en la que nos tenemos que acostumbrar a que todo vale. La ideología y la coherencia.
Se pueden fijar prioridades, retrasar o posponer unos principios ideológicos en beneficio de otros para lograr un pacto de gobierno, una alianza, pero no se puede actuar en contra de la ideología y los principios programáticos con tal de acceder al Gobierno.
"Programa, programa, programa". Ahora la letanía del mítico califa Julio Anguita para la no se sabe si extinta IU debe resonar en los pabellones auditivos de todo político que se siente a la mesa para negociar un pacto o coalición postelectoral.
Y la coherencia. Hay que ser fiel a lo que se ha dicho, se ha prometido y se ha gritado en los mítines. Por más beneficiosa que pueda parecer una alianza no se puede jugar ese digodiegismo eterno al que jugaban con tanta naturalidad nuestros políticos.
Así por ejemplo no sería de recibo que el PSOE que ha gritado "¡Cambio!" como arenga firmara una alianza exclusiva con el Partido Popular para que nada cambiara y dejar fuera de todo a la mitad de los sufragios españoles. No porque no puedan hacerlo, sino porque han dicho y prometido que no lo harían en el último debate electoral.
No sería aceptable que el Partido Popular aceptara de repente un referéndum territorial y un cambio constitucional con tal de mantenerse en el poder. No digo que no esté de acuerdo con esos puntos. Pero ellos no pueden hacerlo porque prometieron no hacerlo en el último mitin de su campaña.
No habría excusa para que Podemos renunciara a la reforma constitucional y al referéndum territorial en Catalunya no porque sea bueno o malo sino porque cerraron su campaña electoral en Barcelona anunciando a los cuatro vientos que no lo harían.
Y no habría explicación posible para que Ciudadanos apoyara un gobierno del PP con su aquiescencia para lograr un pedazo del gobierno o un objetivo ideológico. No porque no pueda hacerse o no sea democrático que lo haga. Sino porque durante toda su campaña han pregonado el cambio, la salida del poder de un gobierno "enlodado por la corrupción" y "paralizado por los intereses privados" y porque dos días entes de los comicios Rivera llenaba las portadas con su frase "No vamos a mantener a gobiernos en los que no confiamos".
Así que al final va a ser que no, que no "todo vale". Y que cada palo aguante su vela en este nuevo día a día en el que los políticos tienen que hacer política para ganarse el derecho a gobernar.
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