Al final llegan. Parece que nunca lo van a hacer pero después de una precampaña que dura media legislatura y una campaña electoral de tirarse los trasto, llegan las elecciones.
Y ahora es cuando ya toca hacer lo que tenemos que hacer. Ya no hay lugar donde esconderse. Ahora es cuando estamos solos con nuestra realidad y nuestro sufragio y tenemos que decidir qué hacer con él. Ese instante que tan poco nos gusta a los occidentales atlánticos de hacer algo de lo que luego no le podremos echar la culpa nadie.
Podemos votar por la posibilidad distópica de que alguien venga a quitarnos la segunda residencia que no tenemos o por evitar la realidad de que alguien ya está viniendo a quitarnos y hacernos seguir pagando la que ya creímos que teníamos pero que aún era del banco; podemos votar basándonos en el don profético de algunos que nos dicen que seremos como Venezuela o por la realidad de que ya nos están convirtiendo en aras de la competencia en la provincia china de Guangdong, en la que los salarios de miserias y las condiciones laborales precarias hace a las transnacionales rentable abrir sus fábricas.
Podemos emitir nuestro sufragio enredados en el argumento incierto de la inconveniencia de subir los impuestos solo a los ricos y las grandes empresas o aclarados por la realidad de que ya nos los han subido a todos los demás salvo a ellos; podemos hacerlo escuchando los augurios de que el estatalismo galopante no demostrado destruirá la iniciativa privada o consultando la estadística de la destrucción a millares de pequeñas y medianas empresas con la política actual; podemos hacerlo refugiándonos en la falaz acusación de falta de experiencia de los que no han gobernado o asentándonos en la innegable realidad de que la experiencia del gobierno de los que lo han hecho alternativamente durante cuatro décadas nos ha llevado a donde estamos.
Podemos acudir a las urnas creyendo la palabra de que se han creado dos millones de puestos de trabajo ignorando el hecho de que se han destruido más de cinco millones, de que ha descendido el paro pasando por alto el hecho de que han aumentado las jubilaciones y las prejubilaciones y ha descendido la población activa o de que se crearán cuatro millones más de empleos sin prestar atención a que el nivel salarial de esos empleos sera inferior al de 2007. O podemos hacerlo pensando en que se potenciarán sectores con futuro que exigen un nivel de empleo elevado y cualificado en contra de los intereses de los mastodontes empresariales que quieren mantenerlos sin desarrollar por sus intereses económicos.
Podemos elegir deseando evitar que un yihadista loco nos haga estallar en medio de la calle o intentando evitar que nuestro propio gobierno siga matando de miseria y falta de servicios; temiendo que nos vayan a adoctrinar en las escuelas o sabiendo que ya lo están haciendo, teniendo miedo de que no nos vayan a dejar disentir o teniendo muy claro que ya se han aprobado leyes para evitar, castigar y penar la disensión.
Podemos hacerlo creyendo que no salen las cuentas de los gastos sociales de unos o sabiendo que ya no han salido las cuentas de los recortes sociales de los otros; en la creencia de que los nuevos cuando lleguen al poder no harán lo mismo que todos los demás o en la inconsciencia de que los que ya roban, prevarican y corrompen el Gobierno dejarán de hacerlo si los mantenemos de nuevo en sus cargos.
En fin, podemos coger nuestro voto, mirarnos al espejo y gritar ¡Gerónimo! o mascullar ¡Virgencita, virgencita, que me quede como estoy!
Podemos creer en nosotros y nuestro país o podemos resignarnos a seguir siendo como somos y dejar de vivir solo para poder seguir respirando.
Pero luego, eso es lo que tiene el voto personal e intransferible, no podremos quejarnos.
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