domingo, diciembre 06, 2015

La guerra contra el Califato se explica a sí misma.

La guerra es una de esas realidades que se explican a sí mismas.
Da igual lo que se diga sobre ella, da igual cómo se la intente definir. Son las acciones, las operaciones militares y los objetivos los que definen una conflagración.
Así que puede que nos vendan que esta guerra de ahora lo es contra el terrorismo pero nuestras acciones militares nos demuestran que no. Puede que Albert Rivera -como otros tantos, todo sea dicho- se llene la boca de decir que es una "guerra justa y no por petróleo" pero lo cierto es que la RAF lo primero que hace cuando el Reino Unido entra en la Guerra es bombardear campos petrolíferos en Siria, Rusia sigue con sus intentos de controlar las líneas de comunicaciones y carreteras que curiosamente coinciden con los tratados de los gaseoductos y oleoductos en poder del Estado Islámico y Al Asad sigue empeñado en el sitio de ciudades que son los nudos neurálgicos de la industria energética de esa parte del mundo.
Mientras tanto ciudades enteras sigues sufriendo el fanatismo y la locura de aquellos que creen las palabras y la propaganda de los líderes del falso califato, miles de personas huyen sin protección ninguna. No se asignan recursos militares a defenderlos ni protegerlos, no se afronta la liberación de ciudades que no están en esos puntos del mapa.
Si a ello sumamos que se deja que los peshmergas -que ahora parece que son de los nuestros- campen a sus anchas con sus limpiezas étnicas en las zonas arrebatadas al Estado Islámico en Irak y Siria -donde casualmente se produce el 75% del petróleo iraquí y una buena parte del sirio- la situación comienza a explicarse a sí misma.
Va a ser que esto de nuestra guerra no va de luchar por la libertad y contra el terrorismo.Va cómo siempre de petroleo, de conservar el control de las fuentes de energía.
Y también pueden que intenten convencernos de que estos bombardeos, esta estrategia militar, es la mejor para que nosotros nos sintamos a salvo aquí, dentro de las fronteras de nuestro mundo occidental. Puede que nos intenten convencer de que los despliegues policiales e incluso militares en las grandes ciudades, de que la presencia de cuerpos de élite subfusil en mano patrullando las calles nos defienden, impiden que la guerra llegue hasta nosotros.
Pero tres individuos armados hasta los dientes entran en un centro de discapacitados de San Bernardino, California y matan a tiros a una cuarentena de personas. Porque, por más que lo repitan en discursos y pancartas el Estado Islámico no busca el terrorismo. No quiere atacar lugares emblemáticos para que vivamos sumidos en el terror, no quiere dar grandes golpes de efecto y retirarse luego a celebrarlos. Al falso califato le vale igual la sangre de un francés al lado de la Torre Eiffel que la de un belga en mitad de una calle poco transitada, que la de un discapacitado californiano en el soleado San Bernardino.
Va a ser que esto de su guerra no va de terrorismo. Va sencilla y simplemente de matarnos. De cobrarse cada muerte suya con diez nuestras, de que el control del petróleo nos resulte tan caro en vidas y sangre que renunciemos a él. Y no podemos proteger cada calle, cada acera, cada ciudad, cada pueblo, cada casa. Todos somos objetivos. Aunque suene trágico o dramático, no hay lugar donde esconderse.
Podemos seguir en la miopía extrema y soberbia de no reconocerlo, pero si nuestra estrategia ofensiva no consigue la libertad de nadie y nuestra estrategia defensiva no puede protegernos ¿no deberíamos hacerlo de otro modo?
No es "buenismo", no es pacifismo, es simple pragmatismo. Si queremos ganar esta guerra para siempre lo único que podemos hacer es privar al Estado Islámico de las dos herramientas que necesita un ejército para la guerra: tropas y dinero.
De las tropas les privaremos llevando la justicia a esas tierras y dejando de intentar controlar sus fuentes de riqueza o de apoyar a aquellos que las controlan con dictaduras y terror en nuestro nombre.
De las armas les privamos persiguiendo de verdad el tráfico de armas, dejándoles sin proveedores, atacando el problema en la corrupción de nuestros arsenales, de las operaciones encubiertas de nuestros servicios de inteligencia, de los intermediarios que usamos para armar impunemente a regímenes dictatoriales, guerrillas que hacen lo que queremos que hagan en nuestro beneficio.
Si no lo hacemos por más bombas que lancemos desde el aire y más soldados que saquemos a la calle, seguimos perdiendo esta guerra cada día.

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