miércoles, enero 05, 2011

La esperanza es lo último que se gana

Los hay  que afirman que poca esperanza sale de estas líneas. Ahora me tocaría una invectiva arguyendo que poca esperanza genera esta, nuestra Civilización Atlántica. Se impondría hablar de la pasividad que genera la esperanza -como si ya fuéramos poco pasivos-, entendida a la manera en la que nos resulta plausible y aceptable.
Pero simplemente diré que no, que se equivocan. Que esta mente y estas lineas están siempre cuajadas de esperanza. Pero, claro, como siempre, tiene trampa.
Un individuo que, como diría el glorioso personaje de José Luis Cuerda, tiene "el poder omnimodo" -dicho esto con acento de Gabino Diego de estar mascando chicle- decide renunciar a seis mil cabezas nucleares. No tiene porque hacerlo, pero lo hace. Obama se queda con 1.500, eso es cierto. No es la bomba, pero es esperanza.
Un personaje que está enloquecido por la ira de una religión mal entendida, decide que quizás la prensa deba poder decir lo que quiera y la gente protestar por lo que considera injusto. No tiene porque hacerlo. En su medieval Estado nadie puede obligarle a hacerlo, pero Ahmadineyad lo hace, recibe un bofetón por ello, pero lo hace. La adultera acusada de asesinato sigue en la cárcel, la prensa censurada y los vecinos milenaristas afilando los bordes de sus guijarros. Eso es cierto, pero menos esperanza da una piedra.
Un Estado que se ha apoltronado en el victimismo pretérito para evitar la responsabilidad de lo actual, decide procesar al que fuera su cabeza visible por un crimen. Decide condenarle. No tiene porque hacerlo, nadie puede obligarle a hacerlo, pero Israel manda a prisión a Katsav. Palestina sigue ocupada, eso es cierto. Pero menos esperanza es chocar contra un muro.
Jordania no tiene porque ser refugio de los cristianos en fuga de Oriente, pero lo es; Nadie puede obligar a Ratzinger a bajarse del burro de la complicidad en la pederastia o de la obcecación contra la contraconcepción profiláctica, pero se baja. Nadie puede obligar al Gobierno de Su Graciosa Majestad a dar voz a los ciudadanos en las cámaras, pero se la da; Los mastodontes del régimen cubano no tienen porque replantearse su sistema, nadie puede imponérselo, pero se lo replantean.
Los ejemplos son pocos -es cierto- y fácilmente contrarestables pero ahí están. Ahí está la esperanza.
Pero ahora llega la trampa.
Si todos esos regímenes, individuos y personajes, que no tienen nada que ganar con esas decisiones, que incluso pierden con muchas de ellas, se llevan recriminaciones, perdidas de popularidad y hasta sonoros bofetones pueden hacerlo, pueden ir contra ellos mismos y sus intereses y seguridades, ¿qué excusa tenemos nosotros?
Aunque no lo parezca, aunque no lo creamos, no tenemos ninguna. Y esa es la clave de toda esperanza.
En todos los post, en todas las críticas, en todas las cuasi apocalípticas definiciones de los que somos, en lo que nos hemos convertido y lo que nos gusta ser, siempre ha estado esa esperanza.
Katsav, Obama, Ahmadineyad, los halcones sionistas, Ratzinger o cualquiera de los que, durante el pasado año, poblaron estas endemoniadas lineas son siempre el reflejo magnificado y poderoso de nuestras propias inacciones, de nuestras propias elusiones, de nuestras propios criterios egoístas e irresponsables, de nuestros propios silencios. También lo son cuando sus acciones y sus responsabilidades les permiten ver la lógica, la razón y la humanidad. Aunque sólo sea un momento.
Llevo un blog entero diciendo que somos nosotros los que la estamos cagando. No los políticos, no los bancos, no los jueces, no los gobernantes. Nosotros. Y ahí está la esperanza. Si nosotros hemos organizado este embrollo, nosotros podemos deshacerlo .Y ahí está la esperanza. Nosotros debemos deshacerlo. No los políticos, no los bancos, no los jueces, no los gobernantes. Nosotros. Y ahí está la responsabilidad.
Esperanza responsable o responsabilidad esperanzada. Quizás en estas líneas la responsabilidad sea más visible, pero eso no quita que la esperanza esté. Una esperanza más de Serrat que de Disney. Una esperanza que prefiere que no hagan falta más héroes ni más milagros para adecentar el local. El local es nuestro. Nosotros lo adecentamos.
Y no se trata de la revolución -aunque quizás también-, no se trata de la presión social -aunque probablemente sea necesaria-, no se trata de la insumisión o la resistencia civil -aunque es posible que sea imprescindible-. Se trata de nosotros, de nuestros días y nuestras noches, de nuestras vidas.
Se trata, como diría el excelso Rubalcaba de José Mota, de buscar entre las rendijas del sofá.
Pero no para buscar el mítico billete de quinientos euros que nos permita pagar los recibos. Ni siquiera para recuperar las monedas de cincuenta céntimos que nos permitan llegar a día quince -que llegar a fin de mes ya es una entelequia utópica-. Se trata de rebuscar en las rendijas del sofá para encontrar otra cosa. Para encontrarnos a nosotros. Para encontrar nuestros corazones.
Es sencillo. El mecanismo es simple. Pero no nos confundamos. Sencillo no significa fácil, no significa gratuito, no significa indoloro, no significa indolente. Significa sencillo, sólo eso.
Y aún tengo la esperanza de que rebusquemos entre las rendijas del sofá, aunque las perfectas uñas de nuestros egoísmos y nuestras necesidades se quiebren en la búsqueda. 
Y aún tengo la esperanza de que, aun cuando nos escuezan los padrastros de nuestros silencios convenientes y nuestras elusiones culpables, insistamos en el hecho de bucear en los huecos del sofá de nuestra vida. 
Y aún tengo la esperanza de que, aunque nuestras manos se topen con las astillas de responsabilidades dolorosas o con las grapas sobresalientes de revindicaciones peligrosas, nos empeñemos en esculcar los fondos del tresillo sobre el que sentamos y asentamos nuestra existencia.
Aún mantengo la esperanza de que, pese a que nos molesten las durezas de nuestras percepciones individuales y nuestras realidades negadas, nos esforcemos por mover nuestra mano a uno y otro lado en busca que lo que se esconde, de lo que se cayó, de lo que se perdió cuando nos sentamos sobre nuestras propias vidas.
Aún mantengo la esperanza de que avancemos, de que tanteamos de que, aunque se nos enrojezca la piel de los dedos y se nos llenen de polvo y de esfuerzo los bordes de las uñas, por fin lo toquemos, lo acariciemos.
Aún concibo la esperanza de que, como aquel que halla un céntimo perdido o dos euros oxidados, nos topemos sin verlos, tanteando, con nuestros corazones. Esos que no nos sirven, esos que no mostramos. Esos que no usamos por miedo a que nos digan aquello que sabemos que no queremos escuchar.
Y no pierdo la esperanza de que, cuando nuestro tacto haya sentido tan sólo un ínfimo latido de esa parte que parece a veces que nos hubiera nacido muerta o que hemos matado por no sentirla viva, la vida se nos cambie.
De que ese latido, quizás doloroso, quizás esforzado, quizás inconveniente, nos haga insoportable el cómodo cojín de la conveniencia que tapa la dura dignidad, el mullido almohadón de las risas y carcajadas que esconden la esfrozada plenitud vital del compromiso feliz.
Aún tengo la esperanza de que ese solo latido nos convierta en incómodo y molesto el tenue cobertor de las copas y ritos que ocultan el armazón vacío de nuestras soledades, nos vuelva intolerable la almohada sudorosa del sexo complaciente que anestesia el dolor y el olvido del amor deseado.
Aún tengo la esperanza de que seamos capaces de apartar del sofá todo aquello que pusimos encima.
Y aún tengo la esperanza de que eso nos sirva para darnos de frente con nuestros corazones. Para volver al mundo, aunque tan solo sea eso. Para ser lo que somos. Para ser lo que fuimos. Para ser más humanos.
Y si no la tuviera no escribiría esto. Haría lo que muchos. Pediría a los Reyes Magos salud, dinero y amor. Y la paz en el mundo, que siempre viste mucho.
Pero aún tengo la esperanza de que nuestros corazones nos curen nuestros males, nus curen nuestros miedos. Nos curen a nosotros y nos curen el mundo.
Que en este mundo, como dice el que dijo, hay corazones inmensos escondidos debajo según de que culos.

1 comentario:

Desclasado dijo...

Hola, me doy por presentado.
Quizá cuando te digan: "no nos hagas perder la esperanza; siempre hablas de cosas feas", lo que te estén diciendo es: "no quiero ver lo que tengo delante, prefiero distraerme y no mirar, quizá si no miro, como en un cuento infantil, desparecerá, o despertaré y ya habrá pasado". Quizá sea eso... Es lo que capto yo que me dicen a mí en muchas ocasiones, por eso me permito apuntar que puede ser algo similar en tu caso.
Lo cierto es que la esperanza sin hechos esperanzadores de calado se asemeja más al milagro. Un milagro de esos que llaman "de combustión espontánea". O, como bien dices, empezamos a construir la esperanza entre todos, o al menos entre muchos, o seguimos con aquello de "si no miro desparecerá".
Es jodido...
Saludos, no sé bien cómo llegue aquí, supongo que saltando de blog en blog. (Llegué otro día, pero no me intereso comentar en lo de la catolicofobia y estuve mirando más entradas).

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