Existen expresiones que, repetidas a lo largo de siglos y generaciones, terminar por cobrar un sentido distinto al literal.
Por fortuna, siempre hay alguien que con esa mezcla de estulticia y soberbia que suelen tener aquellos que ejercen el poder con el conocimiento interno de su propia incapacidad, consigue llevarlas de nuevo a su sentido literal. Así Javier Fernández Lasquetty ha lograd que aquello de "negarse a lavar los trapos sucios" adquiera tras varios siglos de nuevo un significado literal.
La Lavandería Central Hospitalaria está en pie de guerra porque el consejero, su consejería y toda la política de privatizaciones de la sanidad pública madrileña le han hecho que su única defensa sea negarse a lavar los trapos sucios. O al menos hacerlo a ritmo lento.
Y Lasquetty se encoge de hombros porque dice que él no tiene la culpa de que los trabajadores del servicio adjudicado a dos empresas -de la Fundación ONCE- vayan de repente a recibir menos de la mitad de su sueldo, de que de repente se vean abocados a vivir con menos de 700 euros al mes.
Pretende colarnos que no es de su incumbencia cuando él, sus antecesores en el cargo y su partido -que desgraciadamente lleva ejerciendo mastodónticamente el gobierno en la Comunidad de Madrid desde hace décadas- son los que han originado esa situación.
Pretende colarnos que ese es un problema del convenio, de los sindicatos, de la empresa. Como si no nos diéramos cuenta que la ropa que no lavan es la de los hospitales públicos, como si no supiéramos que esas inmensas coladas que ocupan diez camiones diarios son una garantía sanitaria. Un derecho de todos porque forma parte de nuestro derecho a una atención sanitaria pública de calidad.
Su soberbia le lleva a minimizar la situación como si afectara a un servicio menor, a un servicio no esencial, como si se declararan en conflicto colectivo los papás Noel de los centros comerciales o los personal shoppers de las urbanizaciones de alto copete.
Nos vende la mentira más artera y ladina que se puede intentar colar sobre la sanidad.
Puede que en su visión mercantilista y nepotista de la Sanidad la lavandería sea algo en lo que se puede recortar, como parece serlo la limpieza hospitalaria o la comida para los enfermos. Pero, a estas alturas del partido que nos vemos obligados a jugar contra aquellos que deberían garantizarnos la sanidad pero quieren recortárnosla, debería saber que ya no puede vendernos esa moto. Ni esa ni ninguna de ningún otro parking.
Porque la lucha y la concienciación de los profesionales de ese sector ya nos han enseñado. En la Sanidad no hay servicios prescindibles.
Como si una cirujana pudiera operar en con garantías sin su vestimenta estéril en condiciones de perfecta pulcritud, como si un enfermero tuviera seguridad de hacer una cura sin su equipación y la ropa de cama del enfermo limpias e impolutas, como si la limpieza no fuera esencial para la curación, el tratamiento y la recuperación de los enfermos.
Pero Lasquetty tira balones fuera porque no le importan nuestras vidas, no le importa nuestra salud y no le importan las condiciones de trabajo de aquellos que son esenciales para la sanidad pública que, por desgracia para él y para sus manejos, lo son todos, desde los cirujanos hasta las cocineras, desde los lavanderos hasta las enfermeras, desde las doctoras hasta los limpiadores. Todos.
Bueno, quizás los predicadores, capellanes y confesores no lo sean tanto. Pero de esos no se recorta ni un duro. No vaya a ser que...
De nuevo queda al descubierto porque esta situación es producto de su política -y la de sus predecesores- de privatización hospitalaria, una política que permite a las empresas adjudicatarias reducir el sueldo a la mitad a trabajadores que no han reducido a la mitad su jornada, que no han reducido a la mitad su ritmo de trabajo y que no reciben la mitad de los camiones de colada hospitalaria.
Trabajadores que, de repente, se vieron abocados a trabajar para una empresa privada a la que le importa un carajo nuestra salud, las condiciones de salubridad de los hospitales madrileños y mucho menos la dignidad de sus trabajadores. Que solamente quiere ganar dinero y lo hace a costa de los derechos de todos. Los nuestros, negándonos una ropa limpia necesaria en los hospitales y los de los trabajadores, negándoles el sueldo que merecen por su trabajo.
Porque, si hacen el mismo trabajo que antes de ser privatizados y que los que aún están contratados por la administración -que no sufrirán esa rebaja-, su sueldo no tiene porque ser reducido a la mitad. Porque si la remuneración digna cuando se lava ropa esencial para el buen funcionamiento de la red sanitaria madrileña es de 1.400 euros, no pasa a ser de 700 por el mero hecho de que una empresa quiera tener más beneficios.
Y todo ello lo único que pone al descubierto son los trapos sucios de la Consejería de Sanidad y de todos los que han sidos consejos del Partido Popular madrileño en esas funciones. Trapos que hablan de concesiones irregulares, de vender a empresas servicios esenciales, de poner en peligro nuestra salud a cambio de dar ganancias a sus socios y amigos, cercenando, minimizando y destruyendo áreas completas de la atención sanitaria pública a cambio de comisiones bajo cuerda o puestos futuros altamente remunerado.
La ropa sucia de la Lavandería Central Hospitalaria no es otra cosa que la prueba metafórica de todos los trapos sucios que se almacenan desde hace años en los despachos de la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid y sobre los que se sienta y asienta el actual consejero.
Y todo ello lo único que pone al descubierto son los trapos sucios de la Consejería de Sanidad y de todos los que han sidos consejos del Partido Popular madrileño en esas funciones. Trapos que hablan de concesiones irregulares, de vender a empresas servicios esenciales, de poner en peligro nuestra salud a cambio de dar ganancias a sus socios y amigos, cercenando, minimizando y destruyendo áreas completas de la atención sanitaria pública a cambio de comisiones bajo cuerda o puestos futuros altamente remunerado.
La ropa sucia de la Lavandería Central Hospitalaria no es otra cosa que la prueba metafórica de todos los trapos sucios que se almacenan desde hace años en los despachos de la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid y sobre los que se sienta y asienta el actual consejero.
Y para rematar la faena, cuando la Lavandería Hospitalaria se le alza en armas y le convoca una huelga, La Comunidad de Madrid tiene la pétrea cara dura de decirles sin inmutarse que no pueden hacerla en los plazos pedidos porque "al ser un servicio público y esencial no tiene derecho al carácter urgente. De modo que se tiene que presentar la solicitud forzosamente con 10 días de antelación”.
¡Ole y olé y olé!
No eres esencial para que te mantenga dentro del sistema público y no te lance a las garras de aquellos que solamente quieren hacer dinero a costa del sistema, no eres esencial para que te asegure un sueldo digno, pero eres esencial para que te restrinja el derecho a protestar por las condiciones estajanovistas y serviles en las que te he obligado a trabajar.
Pues, con su privatización hospitalaria paralizada en los juzgados y con sus jueces amigos maniobrando para intentar echarle una mano, con sus dos antecesores imputados por nepotismo y corrupción, con cada una de sus medidas recurrida ante los tribunales y sus manejos aireados a diestro y siniestro, mas le vale al egregio consejero Lasquetty que solucione el problema que nos está creando a todos con su intento de llevar La Lavandería Hospitalaria al Manchester del Siglo XIX y la Revolución Industrial.
Porque, si hay algo que va a necesitar ese nefasto personaje es alguien que sepa los lavar los trapos sucios.
De hecho, ya lo necesita.
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