Desde hace siglos, cuando alguien se equivocó y tuvo redaños para reconocer su error públicamente, se dice aquello de que rectificar es de sabios.
Y puede que sea verdad lo que convertiría el último paso atrás con las becas Erasmus de José Ignacio Wert, el ministro al que nuestras votaciones pusieron al frente de la Educación española, en la única muestra de sabiduría que ha dado desde que luce con arrogante soberbia su cartera ministerial.
Pero me temo que no.
No es que no se celebre el hecho de que a partir de Marzo no vayamos a tener un buen puñado de estudiantes españoles luciendo su falta de recursos y la falta de importancia que su gobierno les concede por las calles y los campus europeos, pero la rectificación de Wert en su decisión de quitarles, así por la tremenda, sin anestesia ni nada, la beca Erasmus, no demuestra sabiduría.
Demuestra otras muchas cosas pero sabiduría no.
Demuestra demagogia porque un día es necesario ahorrar cuanto antes, en mitad del curso, ese dinero para que el país no se vaya a pique, para que las cuentas -la sacrosantas cuentas públicas- cuadren, para que este territorio nuestro no sea una ruina humeante sin fondos ni recursos.
Pero al día siguiente resulta que, en un acto del más puro "digodieguismo" político, esa urgencia desaparece, esa necesidad se minimiza, esa furibunda captación de recursos financieros ya no es la prioridad absoluta de un gobierno que debe dejar a nuestros estudiantes por Europa con una mano delante y otra detrás para salvar los muebles de los presupuestos patrios.
Demuestra improvisación porque, ¿qué le ha impedido a Wert, sus adlateres, sus contables o sus secretarias de Estado, echar las mismas cuentas antes y después del anuncio?
¿Por qué no se han ahorrado ellos el bochorno y a todos los demás el susto, ajustando a priori los números y dejando las Erasmus como estaban?
Simplemente porque les interesa tan poco la sociedad sobre la que gobiernan, las personas que están detrás de los números, los rostros que se esconden tras los números de las estadísticas, que improvisaron un recorte y se abrazaron y dieron golpecitos en la espalda felicitándose por todo el dinero ahorrado sin pensar en quienes iban a sufrir ese recorte, sin tener en cuenta las consecuencias de sus actos.
Y cuando estás les han estallado en el rostro, les han abofeteado la cara hasta ponérsela roja desde periódicos y televisiones entonces han dado marcha atrás.
Demuestra arrogancia porque, para más sorna y escarnio, el proceloso ministro que quiere hacer de la Educación entrenamiento de siervos, sale de Moncloa con esa sonrisa torcida suya y se atreve a decir que la idea de no eliminar las becas se la propuesto él al ínclito Don Mariano -que debería estar consultando mientras tanto el efecto de la medida en su ya menguada y siempre menguante popularidad-.
Pero Don José Ignacio, si es idea suya ¿para qué cojones -con perdón- las ha recortado?, ¿para luego entrar en la corte moncloita y proponer no recortarlas?, ¿acaso cree que ya hemos estudiado en el sistema ese suyo de la LOCME y no sabemos distinguir un sofisma imposible en cuanto lo olemos a distancia?
Pero ni siquiera en la derrota, en el rapapolvo, en el varapalo, el bueno de Wert renuncia a su soberbia, a su grandeza, a su victoria por encima de todos y de todo. A tener razón.
Pero, sobre todo, demuestra lo que todos sabemos, lo que siempre hemos sabido y lo que nos niegan por activa y por pasiva. Que esos recortes no son necesarios, que esa eliminación de becas no es imprescindible, que quitarle dinero e inversiones a la educación no es algo que los genoveses que nos gobiernas hagan a disgusto porque no queda otro remedio.
Demuestra que lo hacen porque quieren hacerlo y que no es necesario sino una mera imposición de una ideología novecentista que no da valor a la educación. Que pretende revertir la sociedad española al servilismo de los Santos Inocentes de Delibes, desarmando a las generaciones futuras de la única arma y herramienta que tienen para enfrentarse al poder: la educación.
Porque cunado las Erasmus dejan de ser una herramienta para los ciudadanos, para los estudiantes, y un gasto en futuro para transformarse en un baremo de la popularidad del Gobierno, un factor en la ecuación de sus apoyos y sus votos y un elemento de imagen internacional de la corte moncloita, entonces de repente aparece el dinero y no hay problema.
Como ocurrió con las deudas e impagos de sus comunidades autónomas, como sucede con los agujeros financieros de las entidades bancarias por ellos controlados, como pasa con la dotación presupuestaria para los profesores de religión...
Como ocurre siempre que el dinero les beneficia a ellos, sus socios y apoyos o su imagen y no a todos los demás.
Y que en este caso miles de estudiantes que pululan por Europa se vean beneficiados por el hecho es motivo de alivio, pero no es otra cosa que una coincidencia circunstancial. Afortunada, pero circunstancial.
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