Este país siempre será igual básicamente porque nosotros nos negamos a cambiar.
Mientras Mariano Rajoy se empeñaba en culpar a un partido que nunca ha gobernado de la inestabilidad y el rampante descenso a tumba abierta a la miseria que experimenta nuestra sociedad, uno de los suyos culminaba uno de los capítulos más aciagos de esa remodelación social que realizan los inquilinos de Moncloa: La Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa. Vamos, la LOCME.
Casi a traición, sin luz ni taquígrafos, como casi todo, y sin consenso, como todo en general, el ministro Wert aprobó el último capítulo del esperpento en el que quiere convertir el sistema educativo público: el currículo básico.
Y lo hizo de la peor manera posible, como se llevan a cabo los saqueos, como se ejecutaban las razzias berberiscas: en secreto y a toda prisa.
Tan secreto que ni siquiera se lo ha presentado a la Conferencia Sectorial de Educación, tan secreto que el Ministerio se niega a dar a los medios de comunicación el contenido del decreto.
Es decir se niega a hacer público los contenidos mínimos que se exigen para cada materia. No vaya a ser que nos demos cuenta de cosas que nos puedan escamar. No sea que descubramos que han reducido las matemáticas y la lengua al ya consabido "leer, escribir y las cuatro reglas" que ya dejó escapar en su momento el ínclito José Ignacio; no se que nos enteremos de que han sesgado las lecciones de historia tratando a Viriato como si fuera hispano -de Hispania, se entiende- y no lusitano o negando la existencia como ente independiente de la Marca Hispánica o los Condados Catalanes allá en la Edad Media; no sea que descubramos que han convertido esa irredimible asignatura de Educación para la Ciudadanía en un cántico patrio contra los antisistema, los soberanistas y todo aquel que no tiene la misma visión de este país que ellos.
En definitiva, no vayamos a darnos cuenta de que pretenden darnos una educación mínima y un aleccionamiento máximo que nos condicione a no sacar los pies del tiesto casi como a los perros de Pavlov.
Tan a toda prisa que hace a las comunidades -incluso a las gobernadas por su partido- el grito en el cielo porque les da dos meses para desarrollar más de un centenar de asignaturas; porque a algunas de ellas las fuerza a desarrollar sus propios decretos más rápido aún, porque lo único que se busca es que la LOCME entre en vigor cuanto antes sin importar nada más.
No le importa que ocho comunidades no hayan aprobado el cambio de libros de texto porque saben que hay familias que no pueden permitirse no usar los libros de un hermano para otro, no le importa el coste que va a suponer para las cuentas autonómicas la implantación ni para las familias la adecuación a la misma.
Mientras el presidente del gobierne al que pertenece le echa la culpa a otros de la inestabilidad, Wert desestabiliza por completo el sistema educativo español al presentar un decreto de currículo básico sin claridad y a toda velocidad. Mientras su jefe busca a diestra y siniestra -más a siniestra, por supuesto- un culpable de la pérdida de bienestar, su ministro de Educación arroja a las comunidades autónomas a unos gastos que difícilmente podrán afrontar y a las familias a unos gastos que les acercarán un poco más a la miseria que hoy en día planea sobre todos nosotros cada mañana.
Convierten una ley educativa en la quintaesencia de la inestabilidad y de la pérdida de bienestar en estado puro
Todo por ganar. Todo por tener razón. Todo por no escuchar. Todo por no aceptar un error.
Todo por no dejar que la realidad hablé en lugar de la ideología preconcebida y el interés propio.
¿Cuantas veces han hecho eso ya?, ¿cuando van a aprender a dejar de hacerlo?
Les convendría ir pensando en crecer.
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