Siento decirlo pero creo que estamos regresando a la barbarie en todos los sentidos y en todos los niveles.
Sé que suena dramático e imposible al contemplar una sociedad que avanza tecnológicamente a un ritmo vertiginoso. Pero, tal y como yo lo veo, es así.
Estados Unidos ha vuelto a los años de la lucha por los Derechos Civiles; Francia ha dado un salto a su ancestral chauvinismo nacional; Israel retrocede a los tiempos del Rey David donde dios era más importante que la justicia; Escocia se retrotrae a los tiempos de William Wallace, Rusia comienza a reconstruir su telón militar. Hasta la mítica Suecia, paradigma de modernidad, recupera vicios vikingos de autarquía. Y ya ni hablamos de lo que significa el resurgimiento del Califato sangriento del Estado Islámico yihadista. ¿Y España?, en fin España.
La lista es interminable.
¿El motivo? No es la crisis, no es la economía... Puede que suene reduccionista pero no es otra cosa que el miedo. Nuestro más atávico rasgo como sociedad Occidental Atlántica.
El miedo nos lleva al regreso a cuando éramos una especie en peligro constante de extinción, enfrentada a depredadores que la superaban en número y capacidades.
Ese pánico a no sobrevivir y a no poder vivir -que para mí no es lo mismo, aunque lo parezca- nos hace tirar de las soluciones que hemos integrado en lo personal y en lo social. A las que nos han funcionado hasta ahora: Huir y esconderse.
Tan acostumbrados estamos a escapar de los problemas, a huir cuando se nos presenta la incertidumbre del futuro, que repetimos el intento; tanto hemos integrado como reacción instintiva el escondernos cuando alguien o algo nos insta al cambio que ya no sabemos hacer otra cosa.
Hasta ahora hemos huido hacia adelante -más consumo, más tecnología-. Pero como nos damos de frente contra el muro del desplome del sistema que sustentaba nuestras huidas con su crecimiento, nos giramos y huimos hacia atrás
Como adultos que se niegan a afrontar los esfuerzos y renuncias que supone la madurez y se giran corriendo hacia un pasado adolescente de eternas noches de diversión sin responsabilidad, intentamos correr a aquello de "cualquier tiempo pasado fue mejor".
Y eso nos convierte en bárbaros que desconfían de todos los que no son de su tribu, los que traspasan sus fronteras y que ven a los demás siempre como invasores, como un peligro a su supervivencia.
Hasta ahora nos habíamos escondido de cualquier necesidad de cambio en nuestra burbuja individual que nos mantenía más allá de la realidad social. Pero, como la miseria rampante también nos ha quitado eso, lo intentamos de otra manera.
Nos limitamos a negar la mayor, a permanecer quietos esperando a que la cosa pase, a negar la necesidad y el esfuerzo que nos supone el cambio, obligándonos a pensar que este llegará por su cuenta, con el tiempo o con lo que hagan los demás.
Como quienes ven que no tienen la vida o el amor que quieren pero esperan el milagro de que "lleguen tiempos mejores" por suerte o con el esfuerzo ajeno.
Y eso nos transforma también en bárbaros que ponen su esperanza en dioses ex machina que les resuelvan los problemas que se agarran al "no estamos tan mal", al orgullo nacional, el pasado glorioso o la lucha de clases para eludir el esfuerzo de ese cambio.
Huir o esconderse. Nos movemos en esa dicotomía.
Seres que corren hacia la adolescencia eterna por miedo a crecer o capitanes de un galeón, atados a un timón destrozado de un barco que se hunde, esperando que la fortuna o el remar de unos galeotes agotados les libre al final de la tormenta sin ningún esfuerzo por su parte.
Pero tranquilos, que solo estoy hablando de política.
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