Partido Popular y Partido Socialista en mitad de un marasmo económico de imposible solución si no se cambian las reglas de juego, en plena cabalgada de la miseria por el territorio español, se paran, se sientan y firman... un pacto antiterrorista. Como si esa fuera la prioridad nacional, como si eso solucionara algo.
¡Como si hiciera falta!
Hace más de un lustro que no hay un atentado terrorista en este país, hace años que el fantasma de vivir pegados a la violencia del tiro en la nuca y la bomba lapa desapareció de nuestro horizonte, pero ellos vuelven allá donde se sienten cómodos. Cuando se acercan las elecciones tiran de la estrategia más rentable. Tiran del miedo, lo provocan para beneficiarse de él.
Como no termina de cuajar el miedo al estalinismo supuesto de Podemos -quizás porque nadie se ha preocupado en este país de enseñar teoría política en las escuelas. Siempre vamos tarde- tiran de otro miedo más convencional, más nuestro, más rentable para el PP en todos los comicios en los que han participado. Quieren recuperar el miedo al terrorismo, al atentado, a morir en la calle cuando se va a comprar el pan. Nadie les cree. Pero ellos lo intentan.
Tiran de Guardias Civiles armados hasta los dientes, los despliegan por Bilbao y detienen a los abogados del entramado Abertzale a bombo y platillo. Ni siquiera les acusan de terrorismo -porque no pueden, claro- sino que les acusan de blanquear dinero, de fraude fiscal. De los mismos delitos vamos que está acusada, imputada o es sospechosa la mitad de la plana mayor política española.
Esperan que eso reactive el miedo a ETA, que eso vuelva a sembrar el miedo en la población. Que les de los mismos réditos electorales que el atentado de pacotilla de ETA contra Aznar o que el atentado de la T4 del aeropuerto de Barajas.
Pero los vascos y el resto de los españoles arquean una ceja y siguen con su vida.
La miseria, la corrupción, la falta de expectativas y llegar a la mitad de mes con sus depauperados sueldos les preocupa mucho más.
Así que se inventan otros miedos. Los Mossos la lían parda por Barcelona en una operación contra el terrorismo anarquista -¿perdón?-; las unidades antiterroristas de la policía convierten el madrileño barrio de Malasaña en una ciudad de Gaza o Líbano, descolgándose por las terrazas para detener a un puñado de manifestantes perroflautas que han tenido la osadía de traducir al español el lema "Ocupa el Congreso".
Pero tampoco parece funcionar del todo.
La gente sigue preocupada de lo que a ellos no les conviene. De la pérdida de puestos de trabajo, de la reducción rampante del poder adquisitivo de los salarios, de la precarización del empleo, de la corrupción política. De todo aquello, para entendernos, que ellos no tienen la más mínima intención de solucionar.
Así que se sientan y firman un pacto antiterrorista en el último y desesperado intento por llamar la atención sobre algo que ellos controlan, de desviar la vista de los ciudadanos de los problemas reales.
Que no digo yo que no sea bueno, pero todos sabemos que el yihadismo recluta en Ceuta para combatir en Irak, Turquía, Siria y Líbano. Todos sabemos que la derrota del Califato o de cualquier otra organización yihadista está más allá de las posibilidades de cualquier gobierno español.
Todos sabemos que hay más españoles en riesgo de morir de hambre o de desesperación que todos los que pudieran matar los fanáticos locos radicales de la más pérfida interpretación del Islam.
Pero ellos necesitan ese miedo, necesitan el arma del terror para cosechar votos, para recuperarlos, para arrebatárselos en las encuestas a otros partidos que, con mayor o menor acierto, pretenden solucionar los verdaderos problemas de este país. Esos que han creado los partidos tradicionales y su forma de hacer política.
Yo lo veo así. Todo aquel que intente utilizar el terror, la amenaza de una posible muerte o de la violencia para generar miedo y ganar votos es, en esencia, un terrorista.
Y eso es para mi el reciente pacto antiterrorista. Un intento desesperado de aprovechar el terror, real o inventado, lejano o cercano, en su propio beneficio. La descripción casi literal de terrorismo. De guante blanco si se quiere, incruento si es necesario precisarlo. Pero terrorismo al fin y a la postre.
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