miércoles, febrero 04, 2015

Y el fascismo fue declarado por fin enemigo de la fe

Hay veces que los asuntos de ese club privado llamado Iglesia Católica tienen relevancia social y hay otras que no -aunque los hay que se la quieren dar siempre-. Pero la beatificación del arzobispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, asesinado en 1980 mientras ofrecía una misa, la tiene aunque pueda parecer que no. Realmente hay que reconocer que desde que alcanzó la máxima jerarquía eclesiástica casi todo lo que ha hecho el jesuita argentino que ocupa el vaticano con el nombre de Francisco la ha tenido. 
Después de conminar a los obispos a dejar en paz a los homosexuales, de exigir el desenmascaramiento de pederastas, de recordar a las élites guerreras del catolicismo a ultranza que el celibato o la procreación en masa no son dogmas de fe, ahora el gaucho coge su sotana blanca y se descuelga beatificando a Monseñor Romero.
Y puede que parezca que hace un santo más. Pero no es así. no es así porque no se inventa milagros como se hizo con el Juan Pablo II, el papa polaco, para subirlo a los altares, no es así porque no tira de hechos inusuales para inventarse su intercesión desde las alturas por la gracia de dios -y amen-.
Monseñor Romero, que se desgañitó en el púlpito, que arriesgo y perdió su vida por defender a la gente de los poderosos, será elevado a los altares por como martil in odium fidei que, para los que no pasaron del mítico rosa rosae de latín, viene a significar martil por odio a la fe.
Y eso, solamente eso, es una bofetada en el stablisment eclesiástico, es un revés con la mano abierta en el rostro de siglos de connivencia de las jerarquías eclesiásticas de todos los países del mundo con lo más rancio de las dictaduras, despotismos y gobiernos tiránicos del orbe.
Y lo hace después de que su antecesor, el inquisidor Ratzinguer, buscara y rebuscara mártires en los muertos del bando nacional de la guerra civil española, ignorando a los curas rojos, fusilados por defender el gobierno constitucional surgido de la voluntad popular, elevara a los altares a monjas muertas a manos de la guerrilla nicaragüense, ignorando a sacerdotes muertos y desaparecidos en la dictadura argentina por enfrentarse a la represión de la junta militar. Lo hace después de que se organizaran beatificaciones con bombo y circunstancia para personajes que lo único que buscaban era el cilicio y que colaboraron abiertamente en el control mental que dictaduras patrias y extranjeras querían ejercer sobre sus poblaciones.
Llega Paco y declara que el francotirador que metió una bala en la cabeza y otra en el pecho a Monseñor Romero lo hacia por odio la fe católica. Lo que significa muchas cosas. 
Que el pensamiento ultraderechista que lo guiaba odia la fe católica, que Roberto D´Aubuisson, comandante de un escuadrón de ultraderecha y que acusaba públicamente al arzobispo de ser un agitador y subversivo que el dictador odiaba la fe católica, que el dictador que le armó, le amparó y le protegió y que iba a misa todos los días odiaba la fe católica.
En definitiva, que la ideología ultraderechista y los gobiernos dictatoriales surgidos de ella que a lo largo de la geografía y la historia del planeta se han empeñado en amparar las jerarquías eclesiales, escudándose en que defendían los valores morales cristianos odian la fe católica.
Que el fascismo odia la fe católica.
Sin poder tener hijos como conejos, acumular dinero a espuertas ni ser fascistas no se yo cuantos de los grandes católicos españoles de manifestación en defensa de la moral cristiana y misa de domingo van a poder mantenerse en sus trece sin caer en la herejía más bochornosa.
Nosotros ya lo sabíamos pero ahora Roma reconoce que ser de ultraderecha, dictatorial y fascista no es solo no ser católico. Es odiar la fe católica.
Y los habrá, me temo, que anclados en un anticlericalismo a ultranza tan trasnochado como el nacional catolicismo o en un mal entendido ateísmo, no sepan valorar este asunto en su justa medida y encuentren algún modo de criticarlo o minimizarlo.
De todo tiene que haber. 
Pero al César lo que es del César y Francisco lo que es suyo.

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