Una vez más, nuestros políticos se empeñan en ser como nosotros. Y eso pasa con los políticos y los medios de comunicación de es Unión Europea con respeto a esa furia rapada disfrazada de ministro llamada Varoufakis.
El tío se presenta con vaqueros, camisa por fuera, abrigo de cuero y botas y se organiza la marimorena. Se habla de formas, de modos y maneras. Como lo hicieron en su tiempo con la chaqueta de pana de González, con el arremangamiento de Fraga, con los vestidos de Chanel de las ministras socialistas, con la kufiya de Zapatero o de Camps o los trajes oscuros de Julio Anguita.
Nuestros políticos han vivido y viven atrapados en la imagen. Tenemos que dar la imagen de que "Europa está unida y es fuerte", de que "España va bien", de que "España es progresista", de lo que toque en cada momento.
Por eso gastan más dinero en fomentar la ya ridícula "Marca España" que en facilitar la curación de los enfermos de Hepatitis C; por eso invirtieron más en la Marcha del Orgullo Gay de Madrid que en la deprimida industria vasca.
Y ¿qué decir de nuestros medios tradicionales? Defienden leyes injustas y discriminatorias por dar una imagen de progresismo, defienden actuaciones y cargas policiales inexcusables por dar una imagen de garantes del orden y la seguridad.
¿Por qué hacen eso? Porque son como nosotros.
Creemos y queremos creer que la imagen significa algo. Analizamos al dedillo cada pieza de indumentaria, cada gesto, cada complemento, en un intento de comprender -perdón, ¿escribí comprender?. No eso no-, de clasificar, de juzgar o prejuzgar al otro. De colocarlo en alguna parte de nuestro inagotable catálogo de clichés.
Pero, de repente, llega un tipo que no se preocupa de eso: "Mi trabajo es gestionar la economía de un país en bancarrota y para eso no sirven las corbatas ni los ternos perfectos", parece gritar el ministro griego mientras avanza con sus botones desabrochados, "si eso os provoca malas sensaciones es vuestro problema, no el mío".
Eso deja a los políticos esclavos de la imagen al borde de la catatonia. Se sienten ofendidos y hablan de faltas de respeto.
Precisamente ellos. Ellos, que han afirmado que el país que inventó el sistema que les permite ejercer el poder "no ha aportado nada a Europa"; que han definido en un mal chiste a más de un tercio de la población europea, entre ella los griegos, como cerdos (PIGS), que han gritado a personas en el límite interno de la miseria que "trabajen más y protesten menos", se atreven a calificar la ausencia de una corbata como una falta de respeto.
Y de nuevo me surge la misma pregunta, ¿por qué? Y de nuevo me vuelve a regresar la misma respuesta, porque son como nosotros.
Porque hemos convertido en una regla evangélica el error del adagio popular de "quien pierde las formas, pierde la razón". Lo cual es una mentira tan grande como el Templo de Salomón.
La razón no depende de las formas. La capacidad de convencer quizás sí, pero la razón la tiene quien la tiene, si es que la tiene alguien.
Pero a nosotros nos viene bien pensar lo contrario porque nos permite pensar que mantener las formas nos da la razón.
Y así, si insultamos, faltamos al respeto, despreciamos, mentimos y manipulamos bien vestidos y en un tono de voz emitido en los decibelios adecuados podemos creer que tenemos razón y si el que recibe esos desprecios, esos insultos o esas faltas de respeto alza la voz o no mantiene nuestros protocolos sociales en la respuesta es, por ese simple y ridículo motivo, quien no la tiene. Quien nos falta al respeto a nosotros.
Y claro si alguien que tiene que salvar la economía de un país no entra en ese juego y defiende la razón que cree tener -y parece tener, según yo creo- sin preocuparse de las formas y maneras sociales, a lo mejor nuestros políticos, nuestros medios de comunicación y nosotros mismos nos quedamos sin ese manido y falaz argumento para siempre.
¡Que mal rollo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario