Tenía que pasar. Como suele ocurrirnos
últimamente, nos ha pasado en el peor momento, nos ha llegado cuando menos
necesario nos resulta que nuestro Gobierno tenga una excusa más para
desatender lo que está ya desatendiendo o cuando menos atendiendo mal, pero
tenía que pasar.
Todos sabíamos -al menos todos los que
nos habíamos parado a pensar en ella- que la llamada Doctrina Parot no
solamente tenía todos los visos de ser inconstitucional sino que además era
injusta, absurda y éticamente reprochable.
Todos lo sabíamos pero muchos no querían
que lo vieramos. Y ahora el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo se ha disfrazado
de Fu Manchú, nos ha colocado palillos que nos obligan a mantener los párpados
abiertos y nos ha mostrado lo que no queríamos ver.
Que la doctrina Parot atenta contra
los Derechos Humanos y no se puede utilizar dentro de un sistema judicial que
se dice democrático.
Más allá del primer punto de esta
doctrina judicial, que significa, ni más ni menos, que la prisión preventiva no
se descuenta de las penas impuestas. Lo que ya es una forma de justicia
totalitaria de esas de manual de segundo de carrera, ¿qué defiende la Doctrina
Parot?
Es algo sencillo. Peligroso,
inconstitucional e injusto pero sencillo. Tan simple como suele ser todo lo
totalitario.
Los beneficios penitenciarios se
calculan sobre el total de la pena impuesta y no sobre el total de la pena
efectiva que se puede cumplir. Es decir, que si te beneficias de un año de
reducción por buena conducta o dos por estudios o lo que sea, esos se te
descuentan del total que suman tus condenas no del tiempo efectivo que puedes
pasar en la cárcel, que según la ley es un máximo de 30 años.
El españolismo de charanga y griterío,
ese que lleva siglos sin hacer nada por España salvo llenar sus perfiles y sus
coches de escudos y banderas, nos lo quiso vender entonces como un triunfo,
como una forma de conseguir que los terroristas de ETA, que los locos furiosos
de la bomba y el tiro en la nuca, cumplieran íntegramente sus condenas ya que
los beneficios penitenciarios les reportaban uno o dos años de descuento sobre
los cientos de años a los que estaban condenados.
Nos lo quiso vender así y muchos de nosotros
lo compramos acuciados por el miedo al terrorismo que siempre nos colocaban
tras la oreja, perseguidos por las sangrientas imágenes que los sicarios
enloquecidos de su propia visión de Euskadi desparramaban ante nuestros ojos.
Aceptamos lo que solamente se puede
considerar como una ley de Estado de Sitio por temor a no ganar una guerra que
no se podía ganar de esa manera.
Y ahora el Tribunal de Estrasburgo,
ese que se ocupa de los Derechos Humanos, el mismo que condena a Mladic o al
asesino de niños Joseph Koni, el mismo al que jaleamos cuando manda a prisión a
genocidas serbo bosnios o a tiranos africanos nos declara culpables, nos dice
que no. Que la doctrina Parot es tan totalitaria como los reclutamientos de
niños soldados o las limpiezas étnicas.
Nos dice que los titulares de prensa
no pueden dirigir un sistema judicial.
Porque pese a todo lo dicho, todo lo
escrito y todo lo anunciado, en este país no hay nadie, por muy etarra que sea,
condenado a doscientos, trescientos, cuatrocientos o tres mil años de cárcel.
Déjenme que lo repita. En España no
hay nadie condenado a más de treinta años de cárcel. No puede haberlo ni lo
habrá mientras sigamos teniendo la Constitución que tenemos.
Los siglos y milenios de condena con
los que terminaban para nosotros los juicios de los etarras son el resultado
del engrandecimiento sensacionalista de los periódicos, de las declaraciones
grandilocuentes de los políticos, no de la ley y de la justicia española.
Porque cien condenas de treinta años
de cárcel que se cumplen de forma simultánea nunca sumarán 3.000 años, siempre
seguirán sumando treinta. Pongan los titulares lo que pongan, digan los
políticos lo que digan, lean los bustos parlantes de los informativos lo que
lean.
Cien vidas vividas de forma simultanea
siguen siendo ocupando el espacio y el tiempo de una vida. Cien condenas
máximas cumplidas al unísono siguen sumando treinta años.
La matemática no entiende de miedo, no
entiende de venganza, no entiende de paranoia, de locura terrorista o de
mesianismo españolista. Treinta años son treinta años.
Y defender cualquier otra cosa, no
reflejada en nuestra Constitución, no recogida en ninguno de los tratados de
Derechos Humanos que hemos suscrito, no desarrollada en ninguna de nuestras
legislaciones ni reglamentos penitenciarios, puede parecer que nos ayuda
en esa guerra contra ETA que nunca corrimos el riesgo de perder, puede parecer
que es maquiavélicamente aceptable para lograr unos fines bondadosos, puede
intentar venderse como una herramienta excepcional que nos posibilita
defendernos de aquellos que querían imponer su visión de Euskadi por la sangre
y las armas.
Pero todo eso es mentira. Por
bellamente que nos lo hayan adornado es falso, por dramáticamente que nos lo
hayan vendido es mentira, por mucho que nuestro miedo clame por aceptarlo, por
mucho que nuestra víscera intente imponerse una y otra vez al razonamiento más
simple, no deja de ser mentira.
La Doctrina Parot no nos defiende ni
nunca nos defendió de los asesinos que llenaban Euskadi de sangre y a nosotros
de miedo. Simplemente nos hizo igual que ellos.
Porque, como la Ley de Partidos,
suspendía derechos, eludía la ley y la Constitución, para obtener la victoria.
Hacía al Estado Español rehén de una guerra y subsumía toda legalidad, toda
ética, toda justicia al fin último y único que era la victoria. Da igual que
nuestros objetivos fueran acertados, daba igual que lo hiciéramos en defensa de
fines legítimos. Aparcábamos la democracia y la justicia que decíamos estar
defendiendo para intentar asegurarnos la victoria.
Hacíamos exactamente lo mismo que los recalcitrantes
y enloquecidos adalides fanáticos y ciegos de la revolución falaz en Euskadi.
Sin tiros en la nuca y sin bombas, pero nos saltábamos nuestra propia justicia
a la torera porque nos venía mal, porque nos resultaba molesta, porque nos
ralentizaba la victoria y nos impedía la venganza.
Si hubiéramos ganado la guerra contra
la violencia así ¿quién habría ganado? ¿Nosotros por conseguir nuestra victoria
y nuestra seguridad o ellos por demostrar que saltarse y poner en suspenso las
leyes, los derechos humanos y la justicia es una forma aceptable de lograr objetivos
políticos legítimos o ilegítimos?
Habrían ganado ellos.
La Doctrina
Parot y La Ley de Partidos siempre fueron sus principales armas de lucha, como
antes los fueron el Proceso de Burgos, el caso Lasa y Zabala, el Batallón Vasco
Español o los Gal. Y muchos, con sus cabezas bienintencionadas -he de suponer- escondidas tras la trinchera de esa
batalla de treinta años contra la locura y la sangre en Euskadi no quisieron,
no supieron o no pudieron verlo.
Como otros antes no habían sabido ver que el proceso de
los Cinco de Birmingham, la aplicación de la legislación militar en el Ulster,
los decretos de no alimentación de presos en huelga de hambre o la implantación
del Estado de Sitio en Belfast no sirvieron contra el IRA; o no pudieron recordar que las deportaciones, los encarcelamientos sin acusación o el
enjuiciamiento sumario no sirvieron contra la OLP.
Afortunadamente, un acto
puramente democrático del pueblo vasco, el único que unos y otros le
consintieron en muchos años, selló el final de un enfrentamiento que no podía
ganarse como una guerra. Euskadi separó su independencia de las armas, su
soberanismo de las bombas, su futuro de la violencia en unas urnas. Y la guerra
acabó.
Para unos y para otros, la guerra
acabó.
Y ahora el Tribunal de Derechos
Humanos de Estrasburgo mete la mano en las trincheras que aún no se han
rellenado de la pasada guerra y nos saca de los pelos para que miremos fuera,
para que descubramos que si la Doctrina Parot no nos sirvió para ganar la
batalla, aunque nos la consintieran como remedo de un decreto de Estado de
Sitio, ahora no nos la van a permitir como elemento para articular nuestra
venganza.
Treinta años son Treinta años. Aunque
le venga mal a nuestra vindicación. Si nuestro gobierno y nosotros aún queremos
manipular hasta las incuestionables matemáticas en nuestro provecho es que no
hemos aprendido nada de los otros treinta años.
De los treinta años que Euskadi pasó
luchando por tomar al fin las riendas de su futuro y nosotros enfrentados al
terror de ETA.
No nos equivoquemos, Europa y el
Tribunal de Estrasburgo no nos están dictando como tenemos que ser. Se están
limitando a recordarnos como elegimos que queríamos ser.
Nosotros mismos.
(Y por si alguien siente la necesidad
de recordarme el sufrimiento de las víctimas tras leer este post, le diré que
la etarra a la que Estrasburgo ha dado la razón me mató en el atentado de La
Republica Dominicana a alguien con quien había crecido y del que había
aprendido muchas cosas, entre otras que ley ha de ser la ley para todos, para
buenos y malos. Absténganse por favor de intentar darme lecciones al respecto.
Gracias).
2 comentarios:
Acojonante. Te sacaba a hombros.
gracias.
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