domingo, diciembre 30, 2012
De familias, iglesias, gobiernos, actos y palabras
Hay ocasiones en
que la palabra está tan alejada del acto que apenas permite reconocer al
segundo cuando se pronuncia la primera. Y ese es un defecto muy nuestro
-también del resto del occidente atlántico, pero muy nuestro-.
Mientras nuestros
políticos se cargan sobre las espaldas los méritos de reunirse con los medios
de comunicación -como si eso fuera un mérito y no una obligación- o nos piden
solidaridad y compromiso para con una política, la suya, que no es ni solidaria
ni comprometida, hay otros que van a lo suyo, que se dedican a lo que dicen que
iban a hacer. A unificar palabra y acto.
Y en este caso,
la palabra es familia y el acto... pues el acto es todo lo demás.
Aquí, en las
tierras patrias, se reunirán en la sempiterna madrileña Plaza de Colón, con gualda
y roja ondeando en los vientos y obispos en la tribuna, cientos, quizás miles
de personas para celebrar un rito -religioso y católico, claro está- en favor
de la familia. Pero eso es palabra.
Nuestro gobierno
revisa y reconstruye la Ley del Aborto desde la sede del Ministerio de Justicia
para defender a la familia, para potenciar la familia. Porque quien potencia el
embarazo, potencia la familia, claro está. Pero eso es palabra.
Los adalides del
Gobierno de Génova recurren una y otra vez a nuestro Tribunal Constitucional, manteniéndolo
en eterna parálisis para recurrir la Ley del Matrimonio Gay, nuestros obispos
castigan el concepto desde púlpitos y concatedrales -probablemente hoy también
lo hagan- y los alcaldes de la cuerda conservadora ponen el grano de su
absentismo e invisibilidad para este tipo de bodas. Y todo por defender la familia.
Pero eso es palabra.
Y mientras, más
allá de nuestras fronteras, aquí al lado, en esa tierra que no nos gusta mirar
porque nos recuerda la revolución que no hicimos, la ilustración que
desperdiciamos y la guillotina que no construimos, nadie habla de familia.
El Gobierno
coloca un impuesto sobre las grandes fortunas -la mayor parte de ellas
corporativas- que las gravará por encima de un baremo que para muchos es indecente y
para otros no es menos indecente que el montante total de las fortunas gravadas.
Y además fija
por presupuesto que lo recaudado de ese impuesto irá por obligación a
Educación, Sanidad y Asuntos Sociales. Nadie habla de familia, pero eso es un acto.
El Tribunal
Constitucional francés tumba la Ley de Hollande -al menos momentáneamente- no
porque le importe que se graven mucho las grandes fortunas, no porque le
parezca desproporcionado. Sino porque cree que puede haber un desajuste entre
unas familias y otras a la hora del gravamen, dependiendo de cómo esté
repartida la fortuna entre cada uno de sus miembros. Nadie habla de familia, ni
siquiera de la de los ricos, pero es un acto.
El Gobierno
francés rebaja los transportes públicos, mantiene la inversión en Educación y Sanidad, reduce de otros elementos del Gobierno, la Administración, la
burocracia y el aparato del sistema, eleva las pensiones, aumenta la oferta
pública de plazas en guarderías, fuerza a las empresas con determinado número
de trabajadores a instalar y mantener guarderías dentro de sus emplazamientos,
congela o reduce el IVA.
Nadie habla de matrimonio gay, de aborto, ni de nada por el estilo. Nadie habla de
familia. Pero, claro, esos son actos.
Y ¿cuál es la
diferencia entre la eterna palabra, el verbo repetido hasta la saciedad por
jerarcas purpurados ante altares y feligresías y el acto convencido del
gobierno de aquí al lado?
Pues la
diferencia está a quién va dirigido cada uno, en lo que realmente busca y en lo
que espera conseguir.
Hoy, miles
-quizás el mítico millón de todas nuestras concentraciones y manifestaciones-
escucharán a jerarcas religiosos que no tienen familia, que no han creado una y
que no la mantienen hablar de la familia. Hablarán de ella con muchos objetivos,
pero ninguno de ellos tendrá nada que ver con lo que necesita, precisa o
reclama la familia española de hoy en día, en los tiempos en los que la
economía, mal planteada y peor ejecutada, nos llevó desde el cielo indolente a
la miseria.
Quizás, solo
quizás, yo esté equivocado y mientras sus prelados hablan de familia cristiana,
de matrimonio gay, de aborto decorado, de religión impartida en la escuela y
todo lo que ellos mantienen que está hecho y pensado en favor y en pro de la
familia, las lenguas mitológicas del fuego celestial desciendan sobre las
abigarradas frentes de los que los escuchan
Y se pregunten
por qué un gobierno que dice defender a la familia gasta un centenar de millones de euros
en cada comunidad autónoma en impartir en centros de enseñanza una materia que podía
aprenderse sin coste en cada casa o parroquia mientras obliga a padres y madres
que sobreviven con el agua al cuello a pagar de su bolsillo el transporte, los
libros de texto y el comedor escolar de sus vástagos, poniendo a esas familias
que dicen defender en situaciones económicas que son insostenibles.
Y se cuestionen
el motivo que lleva a un Gobierno que dice defender a la familia a preferir
subir los impuestos a todos los que compran con el IVA, a todos los que
trabajan con el IRPF, a todos los que comercian con el de Sociedades, haciendo
que las familias de todas esas gentes estén mucho peor, antes que cobrarle el
IBI a los jerarcas eclesiales por todas sus propiedades o que a eliminar por
fin los beneficios tributarios o las ayudas directas a toda confesión.
Quizás,
arrebolada por ese hipotético milagro del don de lenguas, la fervorosa multitud
que pide, reza y ora por la familia encuentre un lugar en sus mentes para
preguntarse por qué el mismo Gobierno que dice defenderla poniendo obstáculos
continuos al matrimonio y las adopciones de gais, se dedica a permitir
desahucios a diestra y a siniestra que dejan en la calle a familias enteras con
el único propósito de que los mismos banqueros que hundieron sus entidades
puedan recuperar los pisos y quitarse el tóxico de sus balances pasando el
futuro y la desesperación de esas familias a los activos de ese banco malo que
se lo compra todo.
Tal vez, si ese
milagro del pentecostés social se produce en este mediodía de domingo de ritos
y rezos por la familia, se pregunten por qué sus ínclitos purpurados defienden
a ultranza a este inquilino de Moncloa por maquillar el aborto y costear los sueldos de sus
profesores de religión y sacerdotes, mientras mandan callar a un buen puñado de
curas que criticar al gobierno que nos hemos buscado por aumentar la miseria a
pasos agigantados, no apoyan a obispos que se escapan de la foto de grupo y
boicotean desahucios o exigen a sus superiores que destinen mucha más dinero a
Cáritas y la ayuda social y menos a macro botellones de rezos y de fe como el
de este mañana.
O por qué sus jerarquías
tan acostumbradas a meterse en leyes y política, callan ahora cuando las
medidas del Gobierno que ha recuperado la religión en los colegios están
destruyendo el tejido social y asistencial de todo un país y, por ende,
atacando de frente a sus familias.
Quizás se
produzca el milagro de que en lugar de bajar la mirada contrita hacia los
suelos o elevarla trémula y arrebatada hacia los cielos, simplemente la fijen
en el frente y descubran en el reflejo del país vecino que no dice defender a
la familia como son y han de ser las acciones y actos que de hecho la
defiendan.
Aunque no crean
en su dios como principio y tengan religión en sus escuelas, ni le paguen el
sueldo a sacerdotes, ni prohíban casarse a los homosexuales ni decoren las
normas del aborto.
Pero como mi
endemoniada increencia me impide confiar en los milagros por muchos prelados
que se junten en un sitio, quizás sea posible que hagan otra cosa más práctica.
Que, mientras
esperan que todo se organice, echen un vistazo a las páginas del BOE y los
boletines oficiales de las Comunidades que están bajo la férula del recorte
inconsciente del PP.
Y que busquen en
ellas cuantas ayudas, aportaciones, subvenciones o dadivas del PP recibiría una
familia compuesta por una adolescente que se quedó embarazada de un padre que desapareció
sin hacerse cargo del mantenimiento de su vástago y que reside, desahuciada y
sin casa, en un corral abandonado, acompañada por un hombre que se intenta
hacer cargo del pequeño, aunque no es hijo suyo y no tiene relación parental
alguna con el crío.
Que analicen
cuantas subvenciones recibiría la unidad familiar cuando el hijo, algo más
crecidito, abandonará el seno familiar para formar una especie de comuna y
fuera saludado y besado en los labios por su primo, alguien que bordea la
esquizofrenia pero sin apoyo sanitario gratuito ninguno y que pasea semidesnudo
por las laderas de un río.
O cuantas
subvenciones podría solicitar para, en plena furia anticlerical, emprenderla a
golpes y latigazos contra las jerarquías, mientras su madre y los hijos de su
segundo matrimonio -uno de ellos de nombre Juan y adicto a los psicotrópicos
que crecen en la isla de Patmos- le siguen por doquier pidiéndole que regrese
al hogar.
Y cuando se den
cuenta de que ni el Gobierno del PP apoyaría en nada a esa familia, ni los
jerarcas de su iglesia querrían saber nada de ella como modelo de familia
cristiana, que miren al belén.
Porque, diga lo
que diga el obispo, el papá o toda la curia purpurada vaticana, con mula y buey
o sin ellos, el belén representa a ese tipo y modelo de familia y no a ninguna
otra que el clero hispano quiera seguir defendiendo de palabra y sin actos.
viernes, diciembre 28, 2012
Nos llevan los Santos Inocentes de Herodes a Delibes
Hay celebraciones tradicionales que no parecen tener mucho sentido al unir el fondo con la forma. Y si hay una que es prueba de ello es la que nos lleva en el día de hoy a celebrar con bromas pesadas de las que hay que exculparnos la mitológica muerte de numerosos infantes -de edad, no de realengo- a manos de un rey loco que quiso de esa forma eliminar de un plumazo cualquier amenaza posible o plausible a su trono Galileo.
Pero no se sabe si por ese afán
revisionista de todo lo hecho hasta el momento o por su incombustible apego por
la tradición más rancia en todas sus formas y expresiones, este nuestro
Gobierno, parece que ha decidido cambiar también esta festividad de Los Santos
Inocentes de contexto y significado.
Hoy tocaría hablar de los nuevos
Herodes, de aquellos que cercenan la inocencia y sus edades. Hoy tendríamos que
llevarnos a los labios, con el regusto amargo y asqueado de su existencia entre
nosotros, a padres cordobeses presuntos asesinos, a madres asesinas confesas, a acosadores canadienses que
guiaron la mano de Amanda Tood hasta su propia muerte, de francotiradores
alcarreños que matan de un disparo lejano aquello que en su complejo y su
enfermedad mental aseguran amar.
Hoy habría que recordar con el ceño
fruncido y los puños crispados a quien quiera que sea que haya matado un bebé
en Almería y haya dejado su cuerpo en una balsa de agua.
Los Santos Inocentes, como epítome trágico
de la inocencia interrumpida con la sangre y la muerte, habrían de llevar
nuestro recuerdo a los niños bombardeados en Siria o Palestina, o los
tiroteados en Westboro o los muertos de hambre cada día en Mogadiscio o Addis
Abeba.
Y no es que esos Herodes no hagan su
perverso trabajo cortando la inocencia, pero aquí, en nuestras tierras nos han
surgido otros, que lo hacen distinto, que lo extienden en el tiempo, que lo
cambian de libro.
Hoy, 28 de diciembre del año del
recorte de Mariano Rajoy, nos cambian los Santos Inocentes de Herodes a
Delibes.
Porque como el tetrarca galileo
hiciera en el mito cristiano, el líder genovita y actual inquilino de Moncloa
nos saca a sus centurias para matarnos niños.
Les mata su futuro con una educación
sesgada en lo social que pretende condenar a quien no tiene fondos propios a
aprender solo las cuatro reglas y aquello del lenguaje necesario para saludar con
decoro y respeto infinito a quien les de trabajo y, como el señorito de la
novela de Miguel Delibes, se presente ante ellos con el orgullo y el poder de
ser su empleador.
Les mata expectativas, cerrándoles el
paso, poniéndoles barreras de transporte, de carencia de libros, de ausencia de
becas para su futuro universitario para que ya no sean niños, ni jóvenes, sino
siervos en ciernes que se humillen en agradecimiento de aquello que reciben por
su trabajo cuasi esclavo en aras de la mayor fortuna del que tiene el dinero
Les asesina el tiempo y el espacio al
quitar a sus padres derechos laborales, ingresos ganados con su trabajo y
tratar de transformarlos en esos Régula y Paco de la obra de Delibes que ya
solo pueden soñar con que sus hijos estudien para salir del círculo de miseria
y humillada dependencia que otros han dibujado para ellos.
Nos los mata en el tiempo porque
ya no es la daga o el gladio del legionario el que corta su inocencia al tiempo
que cercena su garganta, sino que es el decreto, la ley y a reforma del
sistema, que les garantizaba una oportunidad si querían y tenían la capacidad y
la voluntad para aprovecharla, lo que les impedirá seguir viviendo como deben
vivir y les obligará a hacerlo como aquellos que han cambiado las reglas han
decidido que sea la vida para ellos.
Los Santos Inocentes han cambiado de
libro porque, mientras se pretende defender a los que no nacieron, se les corta
la vida a los que sí lo hicieron. Con menos sanidad, con salarios más bajos, con
impuestos crecientes, con pensiones menguantes y con todas las armas que hagan
que su vida ya no sea la de un niño inocente, la de un adulto libre o la de un
anciano tranquilo, sino la de un ser humillado en cualquiera de sus tiempos y
edades que haga exactamente aquello que otros necesitan que haga para seguir
engordando ad eternum sus amplios patrimonios.
Así que hoy es quizá el primer día de
los Santos Inocentes en España en que el asesino de inocencias no recorre las
polvorientas calles de un pueblo galileo exigiendo el tratamiento mayestático
para con su persona, sino que transita por las cañadas valencianas, las calles
madrileñas o las plazas catalanas, pavoneándose con su cartera y rango de
ministro, exigiendo que nadie le aguante la mirada y todos le llamen señorito,
como al inolvidable Iván de la película de Mario Camus sobre la obra de Delibes
encarnado en Juan Diego.
Hoy, en nuestro país los Santos
Inocentes que hemos de tener presentes no son los del relato mitológico y
trágico de la pluma evangélica sino los que surgen del dramático cuadro de la
Arcadia de la obra realista.
Pero, ya sea siguiendo el relato de Mateo o de Miguel Delibes,
el juego al que juegan estos nuevos matadores de la inocencia que antaño fuera
santa e intocable aún sigue siendo el mismo. El monarca evangélico los cercanos
los cuellos por miedo a perder su corona y los actuales ocupantes del Gobierno
en España les cortan la educación el futuro y, a la larga, la vida por miedo a
perder su poder y riqueza si no los hacen siervos obedientes y sin expectativas.
Y por ello ya no toca coger nuestros
pertrechos, hacernos con un asno y marcharnos a Egipto, sino coger la antorcha
y quemarnos la Arcadia para reconstruirla sin señorito Iván ni majestad
Herodes.
miércoles, diciembre 26, 2012
La religión impide a Damasco defenderse de El Asad
Acuciados por lo nuestro, que no es poco, hace tiempo que
nos cuesta mirar más allá de nuestras fronteras. Como mucho echamos un vistazo
rápido a nuestro Occidente Atlántico para ver qué se nos viene encima desde
Berlín, cómo se lo monta Monti -y valga la aliteración casi cacofónica- por la
parte que nos toca o como intenta salir del paso Francia para conseguir los
resultados que aquí no se logran haciendo justo lo contrario de en lo que
insiste nuestro Gobierno.
Pero mirar más allá nos es difícil. Por eso hemos
anquilosado en nuestras referencias el conflicto sirio, por eso lo hemos
convertido en una más de esas guerras enquistadas que se solucionarán algún día
y que por lejanas se nos hacen baldías.
Por eso, mientras discutimos aquí, en la enésima cortina de
humo levantada por el ministro Wert para ocultarnos sus recortes y su política,
sobre si ha de haber o no ha de haber religión en las aulas, dejamos pasar el
mejor ejemplo, la mejor expresión que nos serviría para enfrentarnos a ese
problema: La guerra de Siria.
Aún creemos que a Siria la está matando EL Asad o incluso
que la están matando los rebeldes, aún pensamos que el conflicto depende del
apoyo de Irán, Israel -curiosamente aliados está vez en apoyar al dictador- al
régimen o del apoyo de la comunidad internacional a los rebeldes.
Aún creemos que a Siria la están matando las armas químicas,
los bombardeos a las panaderías, las venganzas de los rebeldes o las oleadas de
refugiados que ya casi ni siquiera tienen donde escapar.
Pero hace semanas, meses, que a Siria, al orgulloso otrora
califato de Damasco, la está matando otra cosa. La está matando la religión.
Y eso es mejor ejemplo que cualquier inversión en aulas o
profesores de religión, que cualquier irrelevante discurso sobre la izquierda y
el cristianismo en el blog de la ínclita Aguirre o que cualquier declaración
satisfecha de la Conferencia Episcopal, sobre el valor pernicioso de la
religión estructurada en una sociedad.
Los salafistas -lo más acérrimo del yihadismo más pernicioso
y contumaz- se infiltran entre las huestes de la revolución, entre los
batallones de rebeldes que en todo este tiempo no habían hablado de religión
para nada, no habían recurrido al verde el islam en sus pendones y estandartes
sino al rojo de su nación, no habían hablado de Corán sino de Constitución, no
habían hablado de Sharia sino de derecho internacional.
Y eso divide, desvía, entorpece la rebelión de un pueblo
contra el dictador, les impide fijar el foco en lo importante. La intenta
cambiar de rumbo, fanatizarla, hacerle buscar lo que no quiere buscar. Intenta
que Siria cambie la dictadura de un hombre por la de un dios.
Los rebeldes sirios no pasan demasiado por el aro.
No en vano tienen entre sus referentes históricos de antigua
grandeza y poderío -¿qué país no los tiene, por desgracia? a aquel que, tras
vencer abrumadoramente a los cristianos en las puertas de Jerusalén se negó a
permitir al Mullah de turno atribuir la victoria a su dios invisible con la admonitoria,
probablemente mitológica y seguramente retórica pregunta de "¿Cuantas batallas había ganado Alá
para vosotros antes de que yo me pusiera al mando de estos ejércitos?".
No en vano su héroe mítico es aquel que, pese a ser el único
hombre al que todo el islam de su tiempo ha reconocido a lo largo de la
historia como Califa -autoridad religiosa y civil al mismo tiempo- impuso la
pena de muerte para todo aquel que en Damasco y sus dominios violentara o
matara a un hermano del libro.
No en vano una estatua de Salāh ad-Dīn, conocido en este nuestro occidente como Saladino,
decora el centro mismo del casco antiguo de Damasco.
Pero los salafistas no entienden de eso, no quieren
entenderlo, la religión -su mal entendida religión- les ciega. Ellos no quieren
revolución, quieren falsa yihad. Ellos no quieren democracia, quieren sumisión
religiosa. Ellos no quieren libertad, quieren poder.
Y cuando la religión ataca, se infiltra y disocia a los que
luchan de sus auténticos objetivos, sus enemigos la contrarrestan con más
religión.
El fuego religioso que devora cualquier sociedad, se combate
con el mismo fuego.Así la sociedad acaba doblemente calcinada.
El Asad, el dictador que ve como las filas de su ejército
menguan, como sus pilotos desertan, como sus ministros -arribistas perecederos,
como todos los ministros de un régimen dictatorial- se escapan, arma a los
cristianos.
Una minoría de casi un 10 por ciento de la población que
nunca ha tenido problemas para desarrollar su religión, que nunca se ha visto
perseguida ni acuciada religiosamente.
Hace meses esa minoría estaba tan dispuesta a enfrentarse al
dictador como cualquier otro sirio que estuviera harto de lo que suponía el
régimen de El Asad en el país, como cualquier otro sirio que quisiera evitar
que su miseria y su falta de libertad fuera consentida por occidente
simplemente porque el que se sentaba en el sillón del poder había llegado a un
acuerdo de ser en la práctica un estado tapón para proteger a Israel, aunque
mantuviera la imagen de enfrentamiento armado con ella en el Golán y Líbano.
Pero la religión ha cambiado eso.
Ahora el dictador se une a los jerarcas cristianos del país,
que nunca le condenaron del todo, arguyendo precisamente ese buen trato a los
cristianos –que no era algo de EL Asad, sino de la evolución histórica siria en
su conjunto- y utiliza la baza de los salafistas
para infundir el miedo en los cristianos a la Sharia, a la persecución, les
entrega armas, les manipula para que luche a su favor porque él no les ha hecho
nada y los salafistas amenazan con exterminarlos o al menos someterlos a una
presión insoportable.
¿Qué arma hubiera tenido El Asad para manipular a los
cristianos sirios -caí los más antiguos del mundo- sin la religión?, ¿qué
herramienta hubiera podido utilizar para acercarles a su bando?, ¿qué palanca
podría haber utilizado para forzar su miedo?, ¿Qué excusa hubieran tenido los
obispos damascenos para justificar su velado apoyo a la permanencia del
régimen?
La respuesta es: ninguna.
Por un lado y por otro la religión, la sempiterna y perversa
jerarquización pública de los sentimientos religiosos que deberían quedarse en
lo íntimo y personal, está sirviendo para matar a un pueblo.
Para matar a los sirios porque les impide unirse contra el
que les asesina, para matarles porque les conmina a defenderse los unos de los
otros en lugar de hacerlo de quien ataca a ambos, para matarles porque les
obliga a luchar por su fe y no por su libertad.
Dejo a los creyentes en uno y otro ser invisible la
disquisición sobre cuál de los dos cultos tiene más culpa, sobre cuál de las
dos religiones sociales tiró la primera piedra, sobre cuál de las dos creencias
es más culpable.
Eso también forma parte del juego perverso que los jerarcas
religiosos de cualquier religión juegan para matar y someter sociedades.
El mismo juego de enfrentamiento y división al que juega
Wert, al que juega el laicismo agresivo, al que juega la Conferencia episcopal.
Más sangriento, pero el mismo.
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martes, diciembre 25, 2012
Montserrat, Mestalla y la venta ambulante de dignidad
Está tan claro que los políticos y las
instituciones que los encumbran y protegen funcionan a bandazos, a ráfagas
heladas de víscera y sinsentido, que resulta casi redundante destacarlo.
Hace pocos días el presidente de la
Comunitat Valenciana, Alberto Fabra, no podía resistir el para el hipnótico
atractivo de las cámaras y los flashes periodísticos y se dejaba caer, como
quien no quiere la cosa, frente al tendereta de las Madres de Montserrat, esas
mujeres a las que la intransigencia y furia recortadora del departamento de
Educación de su gobierno han obligado a desnudarse para poder llevar a sus
hijos al colegio en autobús, para adquirir un calendario mientras prometía que
"lo estudiaría detenidamente", no se sabe muy bien si el calendario o
el caso.
Apenas se han apagado los ecos de ese
ridículo mediático falsamente conciliador cuando la policía local valenciana,
que no debe tener tiempo para leer diarios, las aparta con cajas destempladas
de los aledaños de Mestalla cuando están realizando la misma operación.
Y puede ser que no tenga nada que ver,
puede ser que sea casualidad, puede ser que el hecho de que las retiraran no
tenga una explicación. Puede ser todo eso. Y también puede ser que el mundo se
haya acabado el pasado día 21 de diciembre y no nos hayamos dado cuenta.
Unos primeros policía municipales no
ponen problemas -si es que lo sensual es un arma que desarma al más pintado de
los agentes del orden, sobre todo si son locales- y ahí podía haber quedado la
cosa.
Pero llega un segundo grupo, que las
busca hasta que las encuentra, y les dice que no, que lo considerarán un acto
de venta ambulante y las sancionarán, que tienen que dejar de hacerlo.
No soy yo muy de partidos ligueros en
los campos de fútbol pero me temo que están rodeados los estadios de tenderetes
con banderolas, camisetas, escudos y parafernalia varia de todo equipo de
fútbol que se precie, los reventas, conocidos por todos y habituales semana
tras semana -o al menos en los grandes partidos- se pasean impunemente por las
cercanías haciendo el negocio que la afición exacerbada al fútbol les permite. Y si no los hay en Mestalla, los hay en todos los demás.
Y los agentes locales se pasean sin
pedir una licencia, con las manos en sus cintos cual agentes de la migra sin
Rai Ban ni sombrero de ala, haciendo la vista tan gorda que el orzuelo de la
indiferencia y la transigencia amenaza con cerrarles definitivamente la mirada.
Por no hablar de los cientos, casi
miles de veces, que se ve a infantes recolectando para el Domund - que siempre
es domingo, no lo olvidemos-, para la lucha contra el cáncer o para cualquier
otra causa para la que se pueda agitar una hucha ante los rostros y bolsillos
de los viandantes. Tan solidarios, como poco, como el calendario vendido por
las Madres de Montserrat. Estan vendiendo banderitas a cambio de la voluntad, según la estricta interpretación del segundo grupo de agentes para con los calendarios.
Pero cuando unas madres venden un
calendario que se han visto forzadas a hacer por la injusticia de un cambio de
criterio en las mediciones que ha dejado a sus hijos sin transporte escolar, la
cosa cambia, cuando se ponen a vender la imagen sensual de sus cuerpos para
reclamar aquello que ya debería estar pagado y cubierto por sus impuestos y los
de todos, ahora destinados a otras cosas, los agentes locales se acuerdan de la
venta ambulante.
Y tienen razón, las Madres de
Montserrat estaban en Mestalla haciendo algo prohibido y denostado por el
gobierno de Fabra en Valencia y de Rajoy en toda España. Estaban vendiendo algo
que no quieren que se propague ni se comercialice, que no desean que se
extienda ni que sea adquirido por los ciudadanos de este país y mucho
menos al módico precio de cinco euros.
Las madres de Monserrat están
dedicándose a la venta ambulante de dignidad y lucha y eso no puede permitirse.
Aunque Fabra la haya comprado por error.
Mientras se vendan gorras, camisetas
falsificadas, banderitas o llaveros valencianistas no pasa nada, mientras
se negocien a millón entradas de segunda oleada, todo está bien. Esa es la
venta que desea y potencia el Gobierno.
Todo lo que nos aleje de los recortes,
lo que nos venda victoria donde hay derrota, lo que nos venda triunfo donde hay
miseria por sus políticas, lo que nos de la imagen de un equipo ganador, de una
selección triunfante o de una liga de altos vuelos se puede vender, se debe
vender. Sea de forma ambulante o no.
Pero las Madres de Montserrat están en
otro negocio. Cada una de sus curvas, cada una sus fotos, vende lucha, vende
dignidad, vende no conformarse con las blusas cerradas y los ojos agachados
con la decisión de quitarles lo que les pertenece a sus hijos por derecho para
acumularlo como oferta de paz a una banca arruinada en negocios tan suyos como
de los políticos que las protegen.
Cada billete azul de cinco euros que
cosechan las madres es un dividendo para la lucha, un beneficio para el
esfuerzo colectivo, un respiro para los que se enfrentan a decisiones injustas,
a recortes draconianos, a gobiernos insolidarios que intentan tapar la
insolvencia que sus manejos y obras inútiles han generado con el dinero que
roban legalmente a aquellos que nunca pidieron un circuito de Fórmula 1, un
puerto deportivo o un aeropuerto fantasma en Castellón.
Y ese negocio no debe permitirse. Mestalla
no puede saber de él, no puede comprarlo y financiarlo. Mestalla debe ser
utilizado para acallar conciencias y realidades, no para despertar luchas y
dignidades.
El fútbol ha de servir para eso, no
para todo lo contrario.
http://www.calendariosolidarioautobus.com |
Por fortuna ya ni los clubes, ni los
futbolistas se creen eso ni quieren participar de ese rol asignado en la
política cada vez más quebradiza del pan y circo que inventara Tiberio para
Roma y que ahora Moncloa y el Palau de la Generalitat intentan aplicar a
rajatabla.
Los jugadores firmarán los calendarios
y se subastarán. Más ingresos de lucha y dignidad para las Madres de
Montserrat, el colegio Evaristo Calatayud, Valencia y cada rincor conocido o ignoto de España en general.
Porque ni Fabra, ni los agente locales
que impiden esa venta, ni todos los que quieren una mayoría silenciosa y
aquiescente que se resigne al papel que ellos han diseñado para ellos en una
sociedad reestructurada solo en su beneficio han captado el mensaje.
La Madres de Montserrat no posan para
ellos, Mestalla no es su circo romano y ya ni siquiera el Valencia CF quiere
jugar en su liga.
Y ellos no se han dado cuenta aún. Por
eso Fabra compra el calendario y la policía local de la capital del Turia
impide que se venda.
lunes, diciembre 24, 2012
No, mamá. Hoy no nazco en España
No voy a ir, mamá, porque hay hombres y mujeres
extrañas y crueles que, enfundados en ternos siempre grises y trajes de Chanel,
arrancan aquello que otros se ganaron con sudor en los días y con sangre de las
luchas para repartírselo en un festín perverso de corrupta avaricia.
No voy a ir, mamá, porque hay seres
armados que atacan a aquellos que deben escudar, defienden a aquellos que deben
detener y maltratan a quienes tienen que proteger.
No iré porque hay nuevos Herodes que,
con el fatuo orgullo que les da saberse poderosos, insultan, amenazan y
arrancan a los niños un futuro de saber y decencia para intentar hacerles casi
siervos y esclavos solo en su beneficio.
No iré porque hay postreras Salomés
que bailan su danza con la muerte, negándoles la salud y la cura a los que la
precisan, para ofrecer, en bandeja de plata, el dinero ganado con las muertes de
pobres, extranjeros y ancianos a su amo usurero.
No vamos a ir, mamá, pues no nos quedan
puentes bajo los que morar, establos en los que cobijarnos o bancos en los que
pernoctar, poblados todos ellos de ingentes cantidades de personas que
perdieron su casa, su vida y su futuro a manos de aquellos que prometieron
financiarla sin riesgo a treinta años.
No vamos a ir, mamá, pues las mulas
huyeron y los bueyes fueron sacrificados por aquellos que buscan comida en la
basura, consumen viandas caducadas y piden en las calles privados de trabajo y
salario para que otros repartan beneficios y obtengan dividendos sin moverse de
casa.
No iré porque nadie irá a verme,
cansados ya los pies de recorrer eternas carreteras por defender su mina,
agotadas las piernas de marchar cada día por angostos senderos para dar a sus
hijos un futuro de estudio, perdidos los andares de acudir cada día a los
mismos lugares para exigir derechos y terminar corriendo delante de los mismos.
No iré porque ya nadie podrá
cantar cuando vea que he ido. Ya con las voces roncas de gritar su desespero a
los cielos, con las gargantas rotas de llorar en silencio el mal que les traen
aquellos que deberían buscar el bien de todos juntos, hastiadas las palabras de
recorrer las calles exigiendo una justicia que siempre ha sido ciega y ahora
algunos convirtieron en sorda.
No iré, mamá, porque hoy en España no
queda sitio, hambre, miseria ni esperanza para una boca más.
Vas a ir hijo mío, como todos los
años.
Irás porque hay gente que arriesga sus
batas y sus togas y sus años de esfuerzo por darle a los demás aquello que fue suyo y que quieren quitarles.
Irás porque hay personas que aún
tienen sus moradas y se plantan en la puerta de las casa de otros para evitar
que sean arrojados de ellas, empleando su tiempo, su esfuerzo y su riesgo en
defender aquello que ellos aún no tienen perdido.
Iremos porque hay mujeres que se desnudan,
hombres que se encierran y otros que se embozan para seguir luchando para dar a
sus hijos un futuro ganado en el que puedan elegir lo que su saber y su estudio
les hayan concedido.
Vamos a ir porque hay gentes de
ciencia que dan clase en las calles para exigir futuro.
Porque hay gentes comunes que les
abren las puertas de sus bares a aquellos que huyen de la fuerza.
Porque hay gentes corrientes que
gastan sus gargantas, su menguado pecunio y sus tiempos escasos en buscar la
manera de enderezar el rumbo que otros les han torcido a todos.
Porque hay gentes calladas que al fin,
como principio, alzaron sus cabezas del refugio egoísta del miedo y la desidia
para ayudar a otros, para exigir que lo común sea de nuevo para todos y no solo
para unos pocos.
Porque hasta los abogados, sí hijo,
los abogados, defienden inocentes y buscan la manera de que se haga justicia.
Vas a ir, hijo mío, porque hoy en España
hay lucha, injusticia y esfuerzo necesario para una mano más.
De acuerdo, iré, mamá. Pero esta vez
no mientas.
No hagas creer a todos que llevo un
dios a mis espaldas para que agachen la cabeza y crean que soy la salvación.
Diles que, sí existí, solo fui uno
como ellos que se enfrentó al poder, que luchó como otros contra gentes
injustas, avaras y malvadas y que se resisitió a aceptar sin pelear su absurdo
cataclismo.
Hoy, no hace falta en España nadie que
se resigne y solo crea en mí. Hacen falta millones que alcen la
cabeza y crean en sí mismos.
Si haces eso, sí iré. Iré esta misma
noche.
domingo, diciembre 23, 2012
sábado, diciembre 22, 2012
Rajoy escupe tres euros insultantes al cielo electoral
Hay gobiernos que se instalan en la
incapacidad para gestionar su efímero paso por los pasillos y los
despachos del poder, los hay que se pretenden mantener en esos calientes
sillones amparados en el despliegue del orgullo y la soberbia.
No es que la pléyade moncloita
encabezada por Mariano Rajoy este exenta de estas ancestrales características
de los gobiernos y gobernantes españoles. Ahí tenemos a Wert y Montoro,
arquetípicas caricaturizaciones de la más desmedida e inculta soberbia supremacista,
o a Bañez y Soria, esperpénticos bocetos esbozados en el blanco y negro de su
incapacidad y su inoperancia.
Pero lo que caracteriza al Gobierno de
Rajoy no es la endémica soberbia de los de Aznar, ni la fútil inutilidad en
muchas cosas de los de Zapatero. El rasgo diferencial del Gobierno del ínclito
gallego que no sabe si sube o si baja la escalera es otra cosa: es el insulto.
El Gobierno español se ha instalado en
el insulto permanente de los cuales el último y más descarado es su último acto
bufonesco de ascender el salario mínimo interprofesional la exorbitante
cantidad de tres euros con noventa céntimos.
Y ese insulto es más desmedido que el
"antiespañoles" del ministro de Interior, que el "pijo
ácrata" expelido por el diputado almeriense a los jueces, que la
"españolización" de Wert, que el "menos editoriales y más pagar
impuestos" de Montoro o incluso que el "¡que se jodan! de Andreita
Fabra.
Porque es un insulto hecho sin ira,
sin desasosiego ideológico. Es un insulto hecho solamente por desprecio.
Podrían no haber tocado el salario
mínimo y nadie se hubiera dado ni cuenta en una economía en la que los salarios
máximos de la mayoría ya ni siquiera llegan a la primera decena del mes,
podrían haber ignorado ese concepto con las miradas de todos puestas en los
impuestos, en los desahucios, en las hipotecas, en las pensiones.
No subirlo habría sido una muestra más
de su absoluta incapacidad, bajarlo hubiera sido una demostración de su más
completa soberbia. Pero subirlo cuatro pírricos euros es simplemente una
muestra de lo que desprecian a la sociedad sobre la que gobiernan.
No el único, no el primero. Pero sí el
más relevante.
Son insultos sordos, que pasan
desapercibidos entre la cascada de declaraciones grandilocuentes y de acciones
inútiles que abordan cada jornada, pero son muchos.
Es el escupitajo en la cara de la
sociedad que supone "recortar" los salarios de los ejecutivos de las
entidades financieras intervenidas a 500.000 euros anuales, el salivazo arrojado en el rostro de la miseria
que has generado que supone el decreto con el que gobierno da una moratoria
caritativa a los que están siendo desahuciados por sus políticas del sistema
financiero.
Es el gargajo con el que ensucian el
rostro de la educación con la introducción del cálculo de la distancia en línearecta para retirar asignaciones de transporte escolar en zonas en las que la orografía
lo hace imposible, es el esputo que lanzan a las batas blancas de la sanidad
madrileña al estar dispuestos a vender la gestión de siete hospitales y una
veintena larga de centros de salud para recaudar la pírrica cifra de 100 o 200
millones cuando han gastado cien veces es cantidad en fastos y campañas de
promoción de la sanidad pública madrileña, siempre con el rostro electoral de
Esperanza Aguirre en la palestra, por supuesto, es la flema que lanzan contra
la cultura al negarse al aumentar la asignación de dinero a la tauromaquia y restársela
a la investigación.
Es un insulto que empezó con los
famosos brotes verdes que solamente ellos veían y que parecían acusarnos de
incultos, poco preparados y sectarios por no verlos como ellos.
Ya no solo importa lo que hacen sino
que nos insultan al hacerlo.
Quizás por eso Wert quiera que la
educación pública sea de mínimos. Para que nuestras matemáticas básicas no nos permitan
percibir sus insultos, los desprecios que nos escupen a la cara.
Para que pueda seguir tratándonos como
hijos perquños sin entendederas que no van a caer en lacuenta de que no se pueden hacer cálculos en línea recta, que no
se pueden vender hospitales y centros de salud en los que se han invertido
miles de millones por un par de cientos de millones de euros, que permitir que
gestores de entidades intervenidas ganen medio millón de euros anuales no es un
recorte, que la falsa caridad del decreto de los desahucios no soluciona la permanente
injusticia de una ley hipotecaria novecentista.
Que los tres euros con noventa
céntimos de aumento del salario mínimo interprofesional no son un aumento. Son
simplemente un desprecio calculado.
Como el regalo de un gorrino que
llevaba el señor feudal a la boda de su sierva al tiempo que ejecutaba su
injusto derecho a meterse entre sus piernas en contra de su voluntad. Como las
monedas que arrojaba el señorito de cortijo con desgana sobre el desnudo cuerpo
de la campesina después de haberla violado.
Como la patada distraída que el amo
daba al esclavo después de haberle azotado.
Ahora tenemos que decidir si nos
arrastramos por el suelo para recoger esos tres euros con noventa céntimos
desperdigados con desprecio desmedido por el enlodado suelo de nuestra economía
o simplemente nos quitamos la saliva de Moncloa de la cara y empezamos de una
vez por todas a responder a sus desprecios.
Tenemos que decidir si por fin les recordamos que, pese a las aportaciones millonarias de sus amigos banqueros para mantener sus partidos y sus campañas, pese a la connivencia de sus amigos empresarios para llenar sus bolsillos con corruptelas y cohechos, el cielo de su poder depende del infierno inferior de los votos de la sociedad.
Que si escupen al cielo de sus ciudadanos, las viejas leyes de Newton y la fuerza de nuestra ira van a caer en pleno rostro.
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