El 4 de junio no es el recuerdo de una trágica historia, no es el recuerdo de un baño de sangre, no es el recuerdo de un poder casi omnímodo y totalitario pasando por encima de las ansías de libertad y capacidad de decisión impresas en nuestro inconsciente colectivo por la muerte de muchos, la desesperación de todos, la sangre de otros tantos que la dieron por todos y la lucha de generaciones enteras.
El 4 de junio de 1989 es el recuerdo de como un pueblo que no tiene noción ni recuerdo de haber vivido alguna vez en libertad, desde la dinastía Ming a los mongoles, desde la china de Han hasta Pu Yi, desde la revolución cultural hasta el capitalismo revolucionario de Hu Jin Tao, hizo lo que tenía que hacer, lo único que un pueblo tiene que hacer por el futuro de aquellos que tienen que llegar: luchar, luchar aunque se pierda, luchar aunque se tenga ninguna esperanza de ganar.
Tiananmen no es el aniversario de que China no puede despertar de su eterna pesadilla de oprobio, humillación y falta de libertad.
Tiananmen, ese 4 de junio en Tiananmen, siempre será el aniversario de que unos señores bajitos, orientales, lejanos y con la piel manchada de escorbuto nos dijeron a nosotros los que creemos nacer con todos los derechos que no tenemos excusa alguna para negarnos a luchar por mantenerlos.
Tiananmen no es el recuerdo de un aplastamiento más de la libertad en la lejana China. Es el recordatorio permanente de que si ellos lo pudieron hacer aunque murieron, nosotros no tenemos derecho a intentar ignorarlo.
Eso es Tiananmen, eso llega de China. Eso es y será el 4 de junio de 1989 en una plaza sangrienta de Pekín.
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