Hay gobiernos que se instalan en la
incapacidad para gestionar su efímero paso por los pasillos y los
despachos del poder, los hay que se pretenden mantener en esos calientes
sillones amparados en el despliegue del orgullo y la soberbia.
No es que la pléyade moncloita
encabezada por Mariano Rajoy este exenta de estas ancestrales características
de los gobiernos y gobernantes españoles. Ahí tenemos a Wert y Montoro,
arquetípicas caricaturizaciones de la más desmedida e inculta soberbia supremacista,
o a Bañez y Soria, esperpénticos bocetos esbozados en el blanco y negro de su
incapacidad y su inoperancia.
Pero lo que caracteriza al Gobierno de
Rajoy no es la endémica soberbia de los de Aznar, ni la fútil inutilidad en
muchas cosas de los de Zapatero. El rasgo diferencial del Gobierno del ínclito
gallego que no sabe si sube o si baja la escalera es otra cosa: es el insulto.
El Gobierno español se ha instalado en
el insulto permanente de los cuales el último y más descarado es su último acto
bufonesco de ascender el salario mínimo interprofesional la exorbitante
cantidad de tres euros con noventa céntimos.
Y ese insulto es más desmedido que el
"antiespañoles" del ministro de Interior, que el "pijo
ácrata" expelido por el diputado almeriense a los jueces, que la
"españolización" de Wert, que el "menos editoriales y más pagar
impuestos" de Montoro o incluso que el "¡que se jodan! de Andreita
Fabra.
Porque es un insulto hecho sin ira,
sin desasosiego ideológico. Es un insulto hecho solamente por desprecio.
Podrían no haber tocado el salario
mínimo y nadie se hubiera dado ni cuenta en una economía en la que los salarios
máximos de la mayoría ya ni siquiera llegan a la primera decena del mes,
podrían haber ignorado ese concepto con las miradas de todos puestas en los
impuestos, en los desahucios, en las hipotecas, en las pensiones.
No subirlo habría sido una muestra más
de su absoluta incapacidad, bajarlo hubiera sido una demostración de su más
completa soberbia. Pero subirlo cuatro pírricos euros es simplemente una
muestra de lo que desprecian a la sociedad sobre la que gobiernan.
No el único, no el primero. Pero sí el
más relevante.
Son insultos sordos, que pasan
desapercibidos entre la cascada de declaraciones grandilocuentes y de acciones
inútiles que abordan cada jornada, pero son muchos.
Es el escupitajo en la cara de la
sociedad que supone "recortar" los salarios de los ejecutivos de las
entidades financieras intervenidas a 500.000 euros anuales, el salivazo arrojado en el rostro de la miseria
que has generado que supone el decreto con el que gobierno da una moratoria
caritativa a los que están siendo desahuciados por sus políticas del sistema
financiero.
Es el gargajo con el que ensucian el
rostro de la educación con la introducción del cálculo de la distancia en línearecta para retirar asignaciones de transporte escolar en zonas en las que la orografía
lo hace imposible, es el esputo que lanzan a las batas blancas de la sanidad
madrileña al estar dispuestos a vender la gestión de siete hospitales y una
veintena larga de centros de salud para recaudar la pírrica cifra de 100 o 200
millones cuando han gastado cien veces es cantidad en fastos y campañas de
promoción de la sanidad pública madrileña, siempre con el rostro electoral de
Esperanza Aguirre en la palestra, por supuesto, es la flema que lanzan contra
la cultura al negarse al aumentar la asignación de dinero a la tauromaquia y restársela
a la investigación.
Es un insulto que empezó con los
famosos brotes verdes que solamente ellos veían y que parecían acusarnos de
incultos, poco preparados y sectarios por no verlos como ellos.
Ya no solo importa lo que hacen sino
que nos insultan al hacerlo.
Quizás por eso Wert quiera que la
educación pública sea de mínimos. Para que nuestras matemáticas básicas no nos permitan
percibir sus insultos, los desprecios que nos escupen a la cara.
Para que pueda seguir tratándonos como
hijos perquños sin entendederas que no van a caer en lacuenta de que no se pueden hacer cálculos en línea recta, que no
se pueden vender hospitales y centros de salud en los que se han invertido
miles de millones por un par de cientos de millones de euros, que permitir que
gestores de entidades intervenidas ganen medio millón de euros anuales no es un
recorte, que la falsa caridad del decreto de los desahucios no soluciona la permanente
injusticia de una ley hipotecaria novecentista.
Que los tres euros con noventa
céntimos de aumento del salario mínimo interprofesional no son un aumento. Son
simplemente un desprecio calculado.
Como el regalo de un gorrino que
llevaba el señor feudal a la boda de su sierva al tiempo que ejecutaba su
injusto derecho a meterse entre sus piernas en contra de su voluntad. Como las
monedas que arrojaba el señorito de cortijo con desgana sobre el desnudo cuerpo
de la campesina después de haberla violado.
Como la patada distraída que el amo
daba al esclavo después de haberle azotado.
Ahora tenemos que decidir si nos
arrastramos por el suelo para recoger esos tres euros con noventa céntimos
desperdigados con desprecio desmedido por el enlodado suelo de nuestra economía
o simplemente nos quitamos la saliva de Moncloa de la cara y empezamos de una
vez por todas a responder a sus desprecios.
Tenemos que decidir si por fin les recordamos que, pese a las aportaciones millonarias de sus amigos banqueros para mantener sus partidos y sus campañas, pese a la connivencia de sus amigos empresarios para llenar sus bolsillos con corruptelas y cohechos, el cielo de su poder depende del infierno inferior de los votos de la sociedad.
Que si escupen al cielo de sus ciudadanos, las viejas leyes de Newton y la fuerza de nuestra ira van a caer en pleno rostro.
1 comentario:
Esperando a que caduquen los convenios y la gran mayoría de nosotros no nos quede otra que aceptar el salario mínimo, ¿Hay que esperar que encima lo suban?. Si hasta ahora las cosas iban mal para los que no trabajaban, ahora tambien pasaran hambre los que trabajarán por un bocadillo.
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