Hay ciertos momentos que se prevén durante muchos años. No porque se esté dotado de don profético alguno ni porque se sufra del últimamente muy popular complejo de Casandra, sino porque los caminos y las direcciones tomadas son tan obvias que no permiten albergar duda alguna sobre el destino final de las mismas.
Y eso ha pasado con la AVT, con aquellos que han confundido o pretendido confundir durante años justicia con venganza, con aquellos que se han vinculado políticamente a una visión de Euskadi y han intentado hacer de su condición de familiares de los muertos por la locura iracunda del terrorismo de ETA un mecanismo de presión.
La guerra ha terminado y ellos no quieren verlo.
España lo ve, Euskadi lo ve y hasta Europa lo ve. Pero ellos no quieren verlo. Durante años han mantenido un silogismo falso y temerario que se ha venido abajo a las primeras de cambio, en cuanto el fin de esa guerra absurda que pretendía mantener el radicalismo de los asesinos de tiro en la nuca y bomba lapa se ha hecho evidente.
Primero Francisco José Alcaraz y luego Ángeles Pedraza, intentaron vendernos que, como sus familiares eran en muchos casos demócratas asesinados por antidemocratas sangrientos y totalitarios, eso les convertía a ellos en defensores de la democracia. Pero era falso. Tras una semana en silencio tras la derogación en la práctica por la Corte Mayor de Estrasburgo de la malhadada Doctrina Parot. Han demostrado que era falso.
Porque los que defienden la democracia no pueden exigirle a un gobierno que no acate una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos solamente porque su sentimiento de vindicación se ve frustrado por ello. Los que defienden la venganza -justa, si se quiere- sí pueden hacerlo, pero los que defienden la democracia no.
Porque los demócratas saben que su instinto, su deseo y victimismo eterno y militante no puede anteponerse al principio de no retroactividad de las leyes; porque los demócratas saben que el futuro de Euskadi y sus gentes, que fueron los que derrotaron a ETA volviéndoles la espalda, es y debe ser más importante que su justificado o no deseo de eterna vindicación. Porque los demócratas saben que, acabada una guerra, la paz y la justicia es más importante que la victoria.
Pero las cabezas visibles de la AVT no han sabido nunca eso. Y por eso se han permitido el lujo de intentar crispar con sus mascaradas carcelarias una sociedad que por fin respiraba con algo de paz tras décadas de sangre; por eso han intentado una y otra vez identificar nacionalismo con violencia, independentismo de Euskadi con terrorismo.
Como nunca han accedido al conocimiento de que la democracia y la justicia corre en ambas direcciones han intentado utilizar su condición de víctimas y la de asesinos irracionales de ETA para vender que su españolismo es justo y democrático y el independentismo que representaba falsamente ETA es injusto y totalitarista.
Como si tuviéramos ojos y no nos diéramos cuenta que ni ETA era todo el independentismo de Euskadi ni la AVT es el único españolismo vasco posible.
Y por todas esas carencias son capaces de exigirle a un gobierno que actúe como un grupo terrorista. Que ignore los derechos humanos y se convierta en aquello que se supone que solamente tienen que ser los asesinos: radicales furiosos que buscan la victoria pasando por encima de los derechos fundamentales de todos los que no piensan como ellos.
Y ahora salen a las calles pidiendo dignidad para las víctimas. La dignidad para las víctimas no se gana gritando y clamando para que un gobierno se vuelva totalitario e ignore los derechos humanos y las bases mínimas de una legislación democrática.
La dignidad para las víctimas se logra siendo dignos. Anteponiendo, pese al dolor y la frustración, el futuro de una tierra que ya ha sufrido demasiado y las reglas del juego democrático que dicen defender a sus propias necesidades psicológicas de vindicación por muy justificadas que estén.
Y cada vez que hace eso, cada grito que den pidiendo eso, cada pancarta que escriban demandándolo, sera una bofetada salvaje y desmedida sobre los cadáveres de aquellos que murieron para que la democracia y la libertad fuera la que gobernara Euskadi. Por muy familiares suyos que fueran.
Pero claro, el Gobierno Español no les dirá nada de eso. No les llamará radicales, ni antisistema, ni antidemócratas cuando invadan las calles como ha hecho con aquellos que lo han hecho por otros motivos.
Porque si les dijera la verdad de lo antidemocrático de su postura perdería la pírrica cosecha de votos que esa asociación recolecta para ellos en Euskadi y en el resto de España. Y les permitirán que recorran las calles exigiendo que el Gobierno español se transforme en una banda terrorista.
Alguien ha dicho que "la derogación de la Doctrina Parot es una de las peores noticias para la democracia en España".Y estoy de acuerdo con ella -creo ha sido Rosa Díez-.
Es uno de los peores días para la democracia en España porque alguien de fuera ha tenido que venir a recordarnos lo que es la democracia, lo que es la justicia y que ninguna de las dos cosas está por debajo de nuestros sentimientos viscerales. Sean estos justificados o no.