sábado, mayo 19, 2012

Si a Rajoy le va mal... llega la familia a lo Juan Rulfo


Hay momentos en los que creemos que dentro de lo malo no estamos en lo peor. En los que dentro de no tener lo que buscamos y no lograr lo que queremos nos parece que las cosas pueden mejorar, que la vida puede ir a más.
Y como diría el tempestuoso escritor mexicano: "Cuando todo va mal, siempre puede llegar la familia y ponerlo peor".
Mariano Rajoy debe estar buscando en estos días como un loco una edición de lujo de las obras completas de Juan Rulfo para consultar la cita y poder colgarla en su despacho enmarcada en pan de oro.
Porque un sólo día, un solo dato, un solo momento estadístico ha desbaratado toda una estrategia de consecución y mantenimiento del gobierno, ha tirado por tierra todo el diseño no comunicativo -porque la comunicación de Moncloa desde que el inefable gallego entrara por sus puestas consiste en comunicar lo menos posible-.
De repente, después de hacer un acto de digodiegismo descarado en marzo con la Unión Europea y subirse por la tremenda el déficit permitido para este año y echarle la culpa de su cambio de cifras a los que ocuparon cargos e irresponsabilidades antes que él, ahora tiene que corregir de nuevo el dato del déficit público y subirlo ni más ni menos que en cuatro décimas.
Cuatro décimas que en nuestros cada vez más exiguos al cambio vital sueldos no supondría más allá de un par de billetes -y además de los pequeños-, pero que en las cifras en las que se mueve el constantemente engrandecido agujero de las cuentas públicas suponen ni más ni menos que 4.000 millones de euros.
Y esta vez no puede decir nada, no puede echarle la culpa a los otros, los anteriores, los demás, o cualquier "los" que se le venga a la mente y no forme parte de él y los suyos.
Esta vez la familia le ha jodido a lo Juan Rulfo. Pero de lo lindo
Porque esa desviación, esas cuatro décimas, no parten de las cuentas andaluzas que se empeñaba en no creer durante las elecciones autonómicas para darle a Javier Arenas una oportunidad de gobernar en las tierras del sur, no parte de Asturias cuyo plan de ajuste no ha sido aceptado -no se sabe muy bien si como castigo a los socialistas que entran en el gobierno o al ex ministro del PP Cascos que sale del mismo- y ni siquiera parte de Euskadi o de Cataluña, a los que siempre se podía acusar de nacionalismo egoísta si se terciara.
Esta vez ha sido la familia, los propios y no los extraños  los que han descalabrado la economía que defiende el PP y que intenta ejecutar el gobierno de Rajoy con tan poco éxito como rigor.
Madrid y Valencia han disparado cuatro décimas el déficit nacional. Son la abuela porretas y el hijo pródigo los que han intentado engañar al gobierno para quedarse con las vueltas de la compra y cuando no han podido hacerlo han dejado un agujero en el bolsillo del estado del tamaño de las Islas Baleares -que por cierto también está en banca rota-.
Y eso deja desamparado a Rajoy, incapaz de reaccionar, imposibilitado para su más adorado deporte -que es, por cierto, el de muchos otros de nosotros en otros muchos niveles- que consiste en echar la culpa a otro.
Y guarda silencio. En un gesto que se le ha hecho una costumbre, en un un ritmo que ya se la ha convertido en una cadencia. Guarda silencio.
Porque la estrategia de echar la culpa al otro -que la tiene también, no lo olvidemos- ya no sirve cuando ocurren estas cosas. Cuando el otro son los tuyos.
Porque Rajoy aún parece que no se ha dado cuenta de que los suyos, como gobierno, deberíamos ser todos.
Casi veinte años de gobierno en Madrid y Valencia han generado un déficit que es proporcionalmente dos veces el del Estado, y en Castilla León uno que es prácticamente el mismo. Así que ya no va a ser culpa de que el PP no estaba en el gobierno, no va a ser culpa de que los gobernantes socialistas o de cualquier otro partido gastaban lo que tenían, no va a ser culpa de que unas políticas del Estado del Bienestar mal entendido inflaban el gasto público.
Va a ser culpa de que la ética y la estética del gobierno en este país está dada la vuelta. Para unos y para otros. Para beneficio de unos pocos y para perjuicio de muchos.
Rajoy y sus ministros, sobre todo Montoro, se hartan de pedir y exigir responsabilidad a todo el mundo, incluidos premios Nobel de Economía.
Pero, cuando llega el momento de la suya, la eluden, la minimizan, la silencian.
No hay nada que conceda o niegue más cosas que el silencio. Pero el suyo las concede.
Concede impunidad a aquellos y aquellas de los suyos que han hecho de su capa un sayo con el erario público, transformando los servicios públicos y el dinero que tendrían que haber dedicado a ellos en puertos deportivos, festejos ceremoniales, circuitos de Fórmula 1 y toda suerte de fastos y de obras faraónicas que les han llevado a unos a la bancarrota y a otros al borde mismo del desastre.
Al igual que la procelosa profeta de la austeridad y el recorte, Santa Dolores de Cospedal, cargó contra las cuentas autonómicas de Barreda en cuanto se sentó en su sillón toledano de la Junta de Castilla La Mancha, ahora Rajoy debería cargar contra Aguirre, Camps y Fabra. Por mucho que sean sus colegas, por mucho que se sienten junto a él en las butacas de Génova, por mucho que dependa de ellos para cosechar los apoyos en el partido y para cosechar el siguiente caudal de votos que le sea necesario.
Debería decirlo alto y claro.
Debería decirlo para defender a los suyos. Porque si Rajoy quiere que alguien crea que su gobierno no es y no va a ser como lo es madrileño o lo es valenciano -Por no hablar del Balear o el murciano- tiene que dejar claro quiénes son los suyos.
La familia le ha hecho una faena y eso ya no hay quien lo arregle.
Puede empeñarse en seguir junto a ellos por la fuerza de la sangre y del interés como hacen mucho o simplemente ligarse, en un acto evolutivo natural, a otra familia por el elegida, de manera que nadie puede ponerle como ejemplo de mala gestión económica y desgobierno financiero usando a sus parientes madrileños y valencianos como ejemplo.
El ínclito Mariano debería hablar, aunque solamente fuera para decir que siempre va a defender a los suyos.
Porque para un gobierno sus ciudadanos siempre han de ser los suyos. O deberían serlo.
Pero eso no ocurrirá. Ningún político renuncia a su familia ideológica por su ciudadanía.
Yo, al menos, aún no lo he visto en ninguno.

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