Ya estaban tardando. De hecho resulta ciertamente llamativo que hayan tardado tanto, una vez que se les ha desinflado el poder político y se les ha evaporado la capacidad de imposición de sus ideas, que hayan tardado tanto en hacerlo.
Como ya sabemos de quienes hablo y de qué ideología las mueve no resulta necesario presentarlas demasiado, pero como las cifras y las estadísticas ya no les cuadran, como las denuncias ya no les salen y las condenas ya las desdicen tiran de un argumento que ya era absurdo cuando se utilizó allá por los finales de los noventa para justificar otras cosas.
Corrían los años del final de las movidas cuando empezó a darse vueltas sobre el concepto de acoso laboral. Ciertamente era un problema y ciertamente, como todos los que tienen que ver la mujer fue magnificado por aquellas que pretenden hacer de esos problemas la raíz de los males del mundo y la esencia de la necesidad de su ascenso al poder. Todo en uno como los detergentes de los chinos.
Pues bien, entonces llegaron a la conclusión de que en España no había denuncias de acoso sexual en el trabajo por dos motivos: primero el sempiterno y omnipresente miedo -según su visión de la mujer esta es miedosa y pacata por naturaleza, menos ellas, supongo, guerreras indomables en la batalla contra el pérfido varón- Y el segundo era porque, pese a ser acosadas, las mujeres no lo percibían como acoso.
Y ahora vuelven a las mismas con el maltrato.
Entonces no comprendieron que si una mujer no se siente acosada porque un compañero la invite un viernes a la salida del trabajo a tomar unas cañas, no puede haber acoso, que si una mujer no se siente agredida porque se le insinúe un jefe o decide dejarse magrear y magrear a su vez en el rincón de la fotocopiadora al mensajero o al chico de las fotocopias no hay acoso. No puede haberlo.
Y ahora vuelven a lo mismo con el maltrato. Como el objetivo no les cuadra pretenden defender -de momento en Euskadi, luego seguro que en toda España si el giro les funciona- que lo pasa es que las mujeres son maltratadas pero ellas no lo perciben.
Ignoran una verdad psicológica y social tan evidente como que la violencia solamente es definible desde la perspectiva del que la padece, no desde la perspectiva del que la observa. Olvidan que las mujeres son seres humanos adultos que pueden perfectamente definir lo que consienten y lo que no. No pobres animalillos indefensos que, mediatizados por su entrenamiento y su condicionamiento pavloniano, no saben hacer distingo alguno entre lo que las violenta y lo que no.
¿Y ellas se llaman defensoras de la dignidad de la mujer?
Dicen que una de cada tres mujeres vascas recibe violencia y malos tratos pero ellas no los perciben.
Pues si esa estadística es cierta solamente significa que una de cada tres mujeres vascas no recibe violencia ni malos tratos por el simple hecho de que no lo percibe como tal. Parece un trabalenguas pero es simplemente la verdad de Perogrullo.
Y hablan de control, aislamiento y menosprecio. Pero claro no dicen que lo que ellas definen como control no es control -o es un control asumible- para la encuestada, que lo que ellas definen como aislamiento no lo es para la encuestada y menos -que me perdonen los vascos- en una sociedad que tiende al aislamiento vital y social de forma recurrente. Y lo mismo pasa con el menosprecio.
Pero lo que hay detrás de esto del maltrato objetivo -al loro con el término que ya lo utilizaron con el acoso y reaparecerá en breve-, aparte de una profunda falta de respeto por las elecciones vitales de las mujeres que no son ellas y no piensan como ellas, es un nuevo intento de ser ellas las que fijen lo que está bien y lo que está mal. Es una nueva vuelta de tuerca en lograr convertirse en las Fray Tomás de Torquemada de las mujeres, en el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición radical feminista.
Así que si a una mujer le gusta que la aten a la cama en un rito amatorio, no sirve, está siendo maltratada, si le gustan los juegos de sumisión o dolor en el sexo - y empiezo con los ejemplos especialmente escabrosos a propósito-, no sirve, es maltrato y humillación; si yo echo de menos que mi pareja me llame cada cuatro horas para ver lo que hago y así me siento a gusto, no sirve, soy una maltratada a la que lobotomizaron en su infancia para que no se dé cuenta de las cosas y es maltrato aunque yo no lo perciba como tal o incluso lo reclame.
Si no me importa que me mande al carajo mi pareja cuando hablo del Athletic porque yo le envío allá donde se fue el Padre Padilla cuando intenta meterse con mis compras -algo muy propio del matriarcado vasco, por cierto-, pues no puedo hacerlo, es un menosprecio; si me gusta que mi novio, mi amante o mi rollo malote me utilice como un objeto llamándome para tener sexo sólo cuando a él le apetece y yo corro como una boba a complacerle, no puedo, es maltrato, me está menospreciando y tengo que consentir que las nuevas vigilantes novecentistas de la moralidad decidan por mí, acusen por mí, sentencien por mí y castiguen por mí aun cuando pienso que no debe ser castigado, sentenciado ni acusado.
Por supuesto olvidan o quieren olvidar dos datos fundamentales. Las mujeres vascas en particular por el caso y españolas en general por la estrategia son adultas y libres.
Si quieren que las aten o las causen dolor en el sexo que lo hagan, si quieren que las llamen a todas horas o salir a la calle sólo del brazo de su pareja, que lo hagan, si quieren ser tan bobas como para dejarse utilizar como objetos intercambiables y desechables renunciando a todo lo demás, incluida su propia dignidad personal, que lo hagan.
Es su responsabilidad, es su elección y a lo que renuncien con esa elección es simplemente la consecuencia de algo que por ser libremente elegido y tolerado no puede considerarse de otro modo que el producto de sus propias decisiones.
Por no hablar de que por supuesto todo ese maltrato no percibido que se inventan o pretenden imponer como objetivo no funciona en la otra dirección. Si un hombre no se siente maltratado es porque no lo es y si se siente maltratado es porquese equivoca. La mujer no maltrata. Ni la vasca ni ninguna otra, desde luego.
.Y nadie por mucho rosa que tremole en la bandera y por muy feminista que se haga llamar es quien para decir que eso está mal y que no hay que hacerlo o para perseguirlo o para prohibirlo solamente para que les vuelvan a salir las cuentas del maltrato.
Cuando una ideología se mueve y actúa así y pretende imponer a los actores de sus propias vidas cómo deben vivirlas puede que empiece por "F" y acabe por "ismo" pero es mucho más corto que feminismo. Le dieron un nombre hace tres cuartos de siglo.
Se llama fascismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario