Hay quien diría que sea para lo que sea está bien que se recurra a Anastacia. Y no les quitaré la razón pero hay gobiernos que son tan como
nosotros que pese a su incompetencia a veces te dan ganas de coger uno por uno
a sus integrantes y dirigentes y darles una palmadita en la espalda y decirles
"no importa, chaval, todo el mundo lo hace" y seguir tu camino para
arrojarte por tu propio pie al abismo antes de que sus empujones te arrastren al
fondo de la sima.
Y eso pasa con este nuestro que reside
en Moncloa y que capitanea el noqueado Mariano Rajoy que sigue recibiendo
golpes de un púgil negro y enorme que, como hiciera el mítico George Foreman,
no necesita moverse para seguir castigando los bajos y el rostro de su pequeño
rival por más que este intente eludirle una y otra vez con su juego de pies.
Rajoy y su gobierno no están bajo
mínimos por los recortes, no están contra las cuerdas por la deuda, la prima de
riesgo o el déficit, no están en él límite de su crédito social y político por
el rescate de Bankia o por la deuda aflorada repentinamente en sus
faraónicos gobiernos autonómicos.
Lo que está desgastando hasta el tuétano
de su propia ideología al gobierno de Rajoy es el mismo error, la misma
circunstancia, que lleva más de un siglo amenazándonos con la extinción
como civilización, como cultura y como sociedad: la incapacidad para mostrarnos.
La opacidad. El gusto desmedido por ocultar lo que somos, lo que hacemos y cómo
vivimos.
El derecho que creemos añadido a la
Declaración Universal de hace siglos de no tener que dar explicaciones.
¿Alguien se acuerda de la famosa ley
de Transparencia? ¡Pues tienen suerte o muy buena memoria! Porque el gobierno
de Rajoy la ha olvidado, la ha arrinconado, la ha encerrado en un rincón de su
memoria para poder hacer lo que todos queremos hacer, lo que creemos que
tenemos derecho a hacer: no dar explicaciones.
Se recortan los fondos para las aulas
especiales de TCH en los colegios públicos mientras se mantienen las
subvenciones millonarias a los hipódromos, se suben las tasas universitarias
mientras se gasta dinero a espuertas en reconstruir antiguas murallas en
Cambrils, Ibiza o cualquier otra ciudad que lleva casi tantos siglos sin
subvención para ello como sin sufrir un ataque del pérfido sarraceno que
derribó en su momento esos muros; se elevan los criterios para la concesión de
becas buscando ahorro, mientras se elevan y mantienen concesiones de millones
de euros a asociaciones operísticas que prácticamente solamente llevan la
cultura a los miembros de la "buena sociedad" que son sus socios. Y
así ad eternum.
Y nadie cree que sea necesario
justificar el motivo por el que se quitan unas cosas y se mantienen otras.
Nadie está dispuesto a aceptar que los demás tienen derecho a saber lo que hago
y por qué lo hago. Escondo las subvenciones en la página mil y pico del
presupuesto y los recortes en la setecientos y pico y considero que nadie puede
cuestionar mi decisión.
Soy el Gobierno y gobierno. Hago lo
que quiero o creo que debo hacer y ya está punto final.
Se recurre a la defensa siciliana de
la opacidad, el secreto y la intimidad porque se cree que se está en posesión
de ese derecho. Tratamos como íntimos actos que por su repercusión en los demás
nunca lo han sido, nunca nos han pertenecido por entero, nunca han estado
exentos de la obligación de ser explicados e incluso justificados.
Se rescata Bankia y se bloquea
toda explicación de su hundimiento; se la intenta rescatar inyectando deuda
pública por la puerta de atrás y se considera que no debe comunicarse
oficialmente a las autoridades financieras europeas; se fuerza la dimisión
del Director del Banco de España y se impide que se expliquen los motivos, se
pilla al presidente del Consejo General del Poder Judicial en un renuncio
marbellí y se bloquea la posibilidad de que se investigue; se coge a La Corona
con la escopeta alzada y las calzas bajadas en Bostwana y se rechaza la
necesidad de dar explicaciones al respecto, saldando todo con una disculpa
infantil de patio de colegio de esas que se dan para eludir el castigo sin
recreo.
Se hacen públicas las deudas
millonarias y los impagos continuados de las comunidades autónomas en las que
gobernaba el PP y se impide que se reciba explicación alguna sobre por qué se
pagaba a unas empresas y a otras no.
Y así cada acto, cada acción, cada
decisión. El ínclito Mariano y la corte genovesa que ahora se ha trasladado al
Palacio de Invierno en la Moncloa ha tirado del más viejo y peligroso recurso
occidental atlántico de ser los amos del secreto, los únicos guardianes de sus
motivaciones. Del derecho a no explicar a nadie lo que hacemos.
Nada se justifica, nada se explica,
nada se aclara ni se declara, nada se esclarece. No es necesario. Como Gobierno
se consideran los amos del secreto íntimo de sus vidas y sus acciones. Les
niegan a todos el derecho a saber sobre su motivos y sus actos aunque su vida y
sus acciones estén complicando y casi imposibilitando la vida y la
supervivencia de muchos o de todos. Al menos de todos los que les están
pidiendo explicaciones.
Y nosotros callamos y no reaccionamos
ante esa clamorosa falta de transparencia por mor de que Mariano y sus gentes
no son en nada diferente de nosotros. Su opacidad es reflejo de la nuestra.
Hacen con su gobierno lo que nosotros pretendemos hacer con nuestras vidas.
Elevan a rango de decreto y mayoría absoluta parlamentaria lo que nosotros
hemos impuesto en nuestras relaciones sociales, laborales y afectivas como un
derecho universal.
El derecho a ocultarles a los otros
nuestras vidas y nuestras acciones.
Y aqui es donde entra la cantante que ilustra este post a la que todos recurririamos para muchas cosas. Porque, por obra y gracia de nuestra modernidad individualista y eogoísta, todos nos hemos vuelto los coros de la inmarcesible Anastacia en una de sus más míticas canciones: Oh, when you feel invisible, uh, Just know you're on save - O sea que cuando te sientes invisible es cuando estás a salvo. Craso error, bella Anastacia, craso error a mi juicio.-
Porque lo único que nos hace sentirnos
a salvo, que nos hace vernos protegidos es la ocultación, el secreto, el no dar
acceso a los otros a conocimiento alguno sobre nuestras decisiones, sobre lo
que hacemos.
Y eso convierte automáticamente al que
pregunta, al que pide o incluso al que exige explicaciones en el reverso
tenebroso de nuestras existencias. En el entrometido que pretende privarnos de
nuestro inmanente derecho a hacer lo que queramos sin dar explicaciones ni
asumir la responsabilidad de la repercusión de esas decisiones en las vidas -y
haciendas, en su caso- de otros.
Y el vocal Benítez es el perverso por
preguntar. Y MOFA es el entrometido por querer explicar y los sindicatos, las
asociaciones estudiantiles y el Consejo de Universidades es malévolo por exigir
explicaciones y el Tribunal de Cuentas es el malintencionado por exigir
aclaraciones y la UE se transforma en la entidad nefanda que busca inmiscuirse
en nuestros asuntos internos.
Todo el que cree que merece una
explicación recibe el silencio y se vuelve un enemigo porque nuestro
gobierno, al igual que nosotros, no reconoce que tenga la obligación de
explicarse ante nadie.
Vivimos en un falso concepto de
derecho a la intimidad que hace que creamos que, por muy afectados que están
otros por nuestros actos, por mucho que podamos perjudicarlos con ellos, por
mucho que modifiquen sus existencias, no estamos obligados a explicar los
motivos, los criterios y las justificaciones de los mismos.
Hacemos lo que queremos, porque lo
queremos y creemos que estamos en el derecho de no dar explicaciones. Como
solamente podemos vernos a nosotros mismos, nuestras necesidades y nuestras expectativas
no creemos relevante el efecto que eso produce sobre los demás y no
consideramos necesario que los demás sepan de nuestras vidas aunque estemos
interfiriendo con las suyas.
Y al hacer eso nos negamos a nosotros
y sobre todo a los demás la posibilidad de relacionarnos en rango de igualdad,
nos negamos algo que es una necesidad para que toda sociedad lo sea y pueda
vivir en paz consigo misma.
Pero no nos importa. Lo que nos
importa es que nosotros, ocultando lo que somos y lo que hacemos por más que
sepamos que está perjudicando a otro ser humano no sentimos tranquilos y
cómodos. Estamos a salvo de que nadie nos cuestione los actos, nos desmonte los
argumentos y las justificaciones, nos critique la vida o nos enmiende la plana.
Al igual que Rajoy y Moncloa no nos
damos cuenta de que nuestro secreto, nuestra opacidad, nuestro gusto por
ocultar nuestra vida y nuestros actos es precisamente lo que nos vuelve
transparentes.
A falta de más información, son
nuestros actos los que nos definen. Las explicaciones pueden modificar el
sentido de esos actos y hacerlos comprensibles, incluso justificables. Pero si
no las damos, son nuestros actos los que nos definen. La opacidad no existe por
más que la busquemos, por más que la deseemos, por más que la necesitemos para
sentirnos a salvo del mundo y de las críticas.
Por más que intentemos ocultar y
oscurecer nuestras existencias a la vista del otro, cada movimiento, cada acto,
cada respiración nos hace transparentes y cuanto más ocultamos más visible se
hace aquello que no queremos enseñar, que queremos ocultar a cualquier precio.
Más transparente se hace nuestro
miedo.
Miedo a los demás, miedo a las
críticas, miedo a cambiar, miedo a reconocer nuestros errores, miedo a
evolucionar, miedo a ser seres humanos. Miedo a vivir y a aceptar que hemos de
hacerlo con los otros.
La opacidad, el oscurantismo y la
obsesión por ocultarse de aquellos a los que sus actos les afectan, la obcecación en no conceder la potestad de opinar y criticar a aquellos que
tienen por afectación el derecho -o por lo menos la necesidad- de hacerlo es lo
que está degastando a Rajoy y su gobierno más allá de sus decisiones. Huelga
decir lo que eso está haciendo con nosotros como seres humanos.
Así que, pamadita en la espalda y "no te preocupes Mariano. Tú te estás cargando el gobierno, pero nosotros nos estamos cargando nuestras vidas y nuestra sociedad. Todos lo hacemos".
No hay comentarios:
Publicar un comentario