Hay momentos en los que todo se nos viene encima, se nos acumula como sociedad y como civilización, hasta el punto de que dejamos pasar lo aquello que en otras circunstancias nos llamaría la atención.
Con la famosa deuda soberana bailando una danza macabra con los 500 puntos básicos, los colegios de pueblo a punto de ser cerrados masivamente, la Europa unida cada vez más distante, los recortes cada vez más prolijos y los bancos metiendo la mano en el bolsillo gubernamental con la aquiescencia de aquel que parece empezar a creerse su propietario cuando es solamente su inquilino, lo que diga o no diga un Secretario de Cultura brasileño -aunque sea hermano de Chico Buarque- apenas parece relevante.
Pero lo es, lo es no porque la lógica irrefutable de sus palabras sino por el error manifiesto que nos hace ver sobre nosotros mismos, sobre los occidentales atlánticos que nos refugiamos en lo que queremos para ignorar aquello que hemos hecho.
Al bueno de Buarque -Cristovao- le preguntan por la gloriosa idea de Obama que, en tiempo de lecciones, no lo olvidemos, se saca de la manga una suerte de "te cambio esa deuda internacional por el Amazonas" como remedo de propuesta ecologista de alto calado de manera que se le condonaría la deuda a Brasil a cambio de que internacionalizara la Amazonía y la convirtiera en patrimonio universal.
Y, claro, Buarque se ríe en la cara del concienciado ecologista estadounidense que le hace la pregunta, muy educadamente, pero se ríe, muy retóricamente, pero se ríe. Pero en realidad se ríe de nosotros.
Y dice que de acuerdo, que Brasil internacionalizará la cuenca del Amazonas y todos sus bosques cuando Estados Unidos declare patrimonio de la humanidad sus arsenales nucleares y sus patentes científicas e incluso cuando declaremos patrimonio de la humanidad a todos los niños y los miserables del mundo para que alimentarlos y darles dignidad sea una obligación y una responsabilidad para todos, independientemente de donde hayan nacido.
Y nosotros nos indignamos y decimos que eso es demagogia barata, que es una excusa pobre y absurda -aunque en el fondo sabemos que algo de razón tiene- porque lo que quiere es quedarse con la Amazonía para explotarla y sacarla beneficios para esa economía emergente que no entra por nuestro aro llamada Brasil.
Pero realmente nos equivocamos. Porque ni Buarque, ni Brasil quieren los arsenales nucleares occidentales, ni mucho menos los niños macilentos del resto del mundo. Así que el secretario de cultura brasileño no está haciendo demagogia, está practicando la retórica. No está polemizando, está ejerciendo la mayéutica.
Porque hay un dato que nosotros ignoramos o fingimos ignorar que cambia todo el punto de vista, que modifica todas las explicaciones, que altera la posición en el mundo de la Amazonía como pulmón verde universal.
Según cálculos de la Real Sociedad Británica de Botánica -los británicos tienen reales sociedades para todo, como los donostiarras- en los tiempos de Sus Muy Católicas majestades, Isabel y Fernando, la Amazonia suponía un cinco por ciento del total de la masa boscosa del planeta y hoy, pese a que desde la década de los 90 no hace otra cosa que menguar, supone un 18% del total de los bosques que hay en nuestro planeta.
Y no queremos interpretar ese dato.
No es que la Amazonia haya crecido porque hayamos organizado viajes guiados para plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro en Brasil. Es que en esos 600 años el occidente atlántico no ha hecho lo que ahora le exige que haga a Brasil.
Y esa es la colleja que nos da Buarque entre las orejas.
El Reino Unido se cargó sus bosques en su revolución industrial y los de la Commonwealth en sus guerras coloniales, Francia destruyó los suyos y los de gran parte de sus colonias, los madereros de Maine, los ovejeros de Wyoming, los vaqueros del medio oeste y los agricultores de Idaho hicieron lo propio con los de Estados Unidos, España decidió llevarle la contraria a su ardilla romana y la hizo bajar al suelo para convertir los suyos en regadíos, olivares y viñedos, Alemania dejó su selva negra reducida a la mínima expresión turística...
Y ahora nos atrevemos a decirle a Brasil que no los ha explotado prácticamente en estos 600 años que siga sin hacerlo porque el planeta los necesita, porque son lo últimos, porque ya no quedan más.
Y esa propuesta y su contrapartida se transforman en una lista de todos los vicios que atesoramos en nuestra concepción del mundo como individuos y como sociedad.
Nosotros no hacemos lo que tenemos que hacer. Nos negamos a ver lo irresponsable o lo peligroso de nuestras acciones, pero exigimos a los demás que no las lleven a cabo de forma idéntica cuando nos viene mal, cuando nuestra forma de concebir el mundo ya ha fallado estrepitosamente
Exigimos a los otros que arreglen lo que nosotros hemos descompuesto. Un clásico.
Occidente le ofrece a Brasil la condonación de la deuda a cambio de la internacionalización de la Amazonia. Otro vicio muy común en este occidente atlántico nuestro.
Dentro de diez años Brasil volverá tener deuda internacional porque su balanza comercial es el epítome del desequilibrio y todos lo sabemos pero nosotros seguiremos teniendo la Amazonia, incluida Putumayo y su petróleo, dicho sea de paso. Ofrecemos algo pasajero a cambio de algo que nosotros tendremos para siempre.
Como lo hacemos en nuestros ámbitos personales y sociales. Del mismo modo que ofrecemos no hacer un ERE en tres años a cambio de que nuestra plantilla pierda la antigüedad para siempre, como ofrecemos compadreo a cambio de lealtad, como ofrecemos imagen a cambio de contenido, marketing a cambio de calidad, propaganda a cambio de información, como ofrecemos sexo a cambio de amor. Como damos presente -y a cuentagotas- mientras otros nos entregan su futuro.
Somos y siempre seremos en todo y con todos, exploradores occidentales que son capaces sin aplicar ética ninguna de adquirir por whisky y collares de cuentas la isla de Manhattan a los indios sabiendo que los collares se estropearán con el agua y el whisky se acabará en la primera fiesta en condiciones que celebren.
Ofrecemos lo efímero y tomamos del otro lo eterno, sin avisar siquiera de esa circunstancia y el desequilibrio que puede producir. Muy Occidental.
Pero la cosa sigue y la oferta de Obama sobre la Amazonia se transforma en un catálogo de los delirios que nos han hecho lo que somos.
Porque Occidente le pide a Brasil que renuncie a su industrialización, a su economía, a su futuro para garantizarnos a nosotros el presente. Occidente, sin hacer nada, le exige a Brasil -y a Zambia y a Tanzania y a Bangladesh, entre otros- que renuncien a ellos mismos en beneficio de los demás. Que asuman el esfuerzo que nosotros no estamos dispuestos a sobrellevar y que no hemos realizado.
Alemania no desindustrializará Karlsrue para replantar la selva negra. España no arrancará sus secanos de la mancha o sus viñedos de Navarra y Castilla para replantar los bosques que talaron, Texas no cerrará sus pozos petrolíferos y dejara crecer libres los bosques que otrora estuvieron por encima de las bolsas de crudo.
Y nuestra sociedad occidental atlántica es una vez más reflejo de nuestro individualismo ciego y egoísta, que nos hace pedir -de hecho exigir- a los demás que nos den cuando nosotros no hemos dado nada, que nos hace pensar que tenemos derecho a exigir a los demás un esfuerzo en nuestro provecho cuando nosotros no lo hemos hecho en el suyo.
Queremos y necesitamos que no den lo que no hemos dado y que los otros asuman el esfuerzo del cambio que precisamos para sobrevivir. Muy atlántico.
Así que esta petición de que Brasil internacionalice la Amazonía para "preservar" el mundo que nosotros y no los brasileños hemos puesto en peligro no tiene nada que ver con las elecciones estadounidenses, con el cambio climático, con la ecología o con la economía emergente.
Tiene que ver única y exclusivamente con lo que estamos empeñados en ser y no queremos dejar de ser.
La lógica impondría que no se le pudiera exigir a Brasil nada con respecto a la Amazonia hasta que nosotros hubiéramos repuesto todo lo que hemos devastado, que el occidente atlántico se dedicara a intentar arreglar el fiasco natural que ha generado antes de imponerles a los otros que nos saquen del fuego las pocas castañas que ya quedan. Entonces Chico Buarque no podría darnos colleja alguna cuando le pidiéramos que Brasil se comportara como nosotros ya nos estábamos comportando.
Pero si hacemos eso con Brasil tendríamos que cambiar radicalmente nuestra forma de ver el mundo, nuestra sociedad y nuestra vida. Y habríamos aprendido que hay que dar primero para poder esperar que te den, que hay que esforzarse por lo que sea, en el ámbito que sea, para poder demandar esfuerzo a los otros, que hay que comprometerse antes de exigir compromiso a los demás, que no se puede esperar a que te amen para empezar a amar.
Y, a lo peor, hasta descubrimos que no es tan grave, ni tan oneroso, ni tan peligroso, ni tan arriesgado. Que nuestra cobardía, nuestro egoísmo y nuestro miedo no han estado protegiendo tan solo de nuestros propios fantasmas que nada tienen que ver con la realidad.
Pero eso no estamos dispuestos a probarlo en ningún caso ni en ningún nivel de nuestra existencia occidental atlántica. Preferimos pedir la internacionalización de la Amazonia, que no es otra cosa que la universalización de nuestra incoherencia.
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