Aunque la factoría Disney se empeñe en quitárnoslo de la cabeza decretando de forma unilateral y a bombo y platillo publicitario el día 1 de Mayo como el Día del Ornitorrinco, los hay que se empeñan en recordarnos que hoy es el Día del Trabajo.
Y uno de esos es Lanbide, el servicio de empleo el Gobierno de Euskadi, que aprovechando la ocasión anuncia -con mucho menos bombo y platillo que Disney, eso sí- que, en esencia se deshace de los parados de Euskadi que la dan más problemas, mas dolores de cabeza y, por encima de todo, más vergüenza.
Los expresos, los parados de larga duración y todos aquellos cuya búsqueda de empleo se vea dificultada por algún motivo serán derivados a empresas privadas que serán las encargadas de buscarles empleo o, de ayudarles a encontrarlo.
Y dicho así hasta puede sonar bien pero como siempre no es lo que parece.
Ni siquiera es lo que no quieren que parezca. Un recorte de gasto más que afecta a aquellos que en peores condiciones están de soportarlo, un lanzamiento de lastre más que deja prácticamente flotando como fardos en medio del Cantábrico a lo que son las principales víctimas de una crisis que ellos no han motivado.
Es mucho más que eso. Es la sublimación de un arte de Euskadi, muy de España y de Europa. Muy nuestro, en general. El arte surrealista de esconder las vergüenzas.
El Lanbide se asegura de que no habrá escenas de desesperación en sus colas, de que los llantos y los puñetazos en la mesa se los comerán otros, no se verán, no saldrán en los papeles. Pagan a alguien para que soporte los peores momentos de aquellos que ya no puedan soportar más.
Aquí, en el Occidente Atlántico, el dinero siempre ha permitido eludir lo peor de la apariencia de nuestros errores. Siempre ha permitido pagar a otros para que los sufran o los vivan por nosotros.
Y si en esa lista está el sesenta por ciento de los jóvenes de Euskadi, no importa. Se les deriva para que no se les vea a la puerta del Gobierno de Euskadi reclamando un puesto de trabajo con el silencio de la desesperación o el grito de la furia. Y si los parados de larga duración o aquellos que por edad o por preparación no tienen nada claro dónde buscar trabajo, pues nada que alguien que cobra 224.000 euros por hacer informes de empleabilidad les declare inempleables y a otra cosa.
Pero sobre todo que nadie lo vea, que nadie sepa lo mal que estamos, que nadie se dé cuenta de que lo estamos pasando mal de verdad. Porque entonces a lo mejor nos vemos obligados a pedir ayuda y sobre todo nos vemos arrojados a tener que aceptarla.
Y eso no. Cualquier cosa menos hacer lo que otros nos propongan. Aunque funcione.
Es tan de Euskadi, tan de España, tan nuestro, que casi ni sorprende.
En Madrid se hace sacando de la calle a una nueva oleada de putas, chaperos y méndigos, surgidos por generación espontánea cuando las crecidas de las turbulentas aguas de la crisis han inundado nuestras playas; en Andalucía negándose a mostrar las cifras reales de parados o de delincuencia, en España en general pretendiendo imponer el silencio social en la calle e incluso en Internet para que no se escuchen los actos de protesta.
Y en Euskadi, tapando a los mas dolientes de sus parados. Escondiéndoles.
Hay que aparentar. Aparentar que somos felices cuando nos estamos deshaciendo por dentro, aparentar que todo va bien cuando no llegamos afín de mes, aparentar que somos económicamente independientes cuando vivimos con la espada de Damocles del dinero de otros sobre la nuca, aparentar que estamos llenos de vida cuando estamos, como mínimo, en estado de animación suspendida.
Lograr que nadie sepa lo que somos en realidad para que ni su opinión ni su vida nos obligue a cambiar lo que pretendemos ser aunque sabemos positivamente que no lo somos.
Nosotros, los individuos, utilizamos las copas, los paseos absurdos de tarjeta de crédito que ya es más bien de deuda, las relaciones vacías de placer furibundo, los gastos hacia afuera prescindiendo de aquello que solamente se puede conocer en el interior de nuestras moradas.
El gobierno español utiliza las leyes restrictivas del derecho de asociación, los munícipes madrileños las multas y las detenciones y Euskadi a las ETTs.
Pero el objetivo es y siempre será el mismo. Ocultar lo peor de nosotros para que parezca que no lo tenemos, para que la mirada inquisitorial de los otros no nos obligue a responsabilizarnos de ello, a cambiarlo.
Ese es el regalo que el Lanbide le da a Euskadi en el Día del Trabajo. Una forma de fingir que su situación no es tan preocupante, una forma de pretender que su tragedia es solamente un disgusto pasajero, que su incapacidad como sociedad de dar respuesta a todas esas personas no existe o, por lo menos, no será percibida por todos en la calle con cifras oficiales y con dramas personales en la cola del paro cuando salgo a la calle a comprar el pan o a quedar con los colegas.
Y Euskadi lo comprará. Como Madrid ha comprado las multas municipales, como Andalucía ha comprado las cifras brumosas, como Grecia ha comprado los campamentos de emigrantes o Francia ha estado a punto de comprar la locura xenófoba -una por convicción y otro por conveniencia- de dos líderes políticos que se les proponían para ocupar el Palacio del Eliseo.
Porque nosotros tampoco queremos ver. Queremos ir por la calle sin tener que recordar a cada paso que la miseria nos rodea, que la desesperación nos atenaza, que tenemos que hacer algo cuanto antes y que si no hacemos nada todo acabará en lo peor.
Queremos poder creer que no estamos tan mal, que estamos bien. Y que no haya una sola imagen que nos recuerde que no estamos haciendo absolutamente nada para evitar todas esas situaciones, todas esas tragedias. Que nos limitamos a aparentar que podía ser peor en lugar de reconocer que ya está siendo peor.
Y todo eso en el Día del Trabajo.
Un día que ya está tan vacío de contenido en este país como llenas están las colas de las oficinas del Lanbide y no por lo que ha hecho el gobierno español o por lo que está haciendo el gobierno de Euskadi. Sino por lo que nosotros les hemos permitido hacer.
Así que quizás, solo quizás, Disney y su marketing hayan dado de nuevo y por casualidad en el clavo de lo que se celebra hoy.
Es posible que la factoría inagotable de enseres y animales parlanchines y princesas melifluas se haya dado cuenta que en realidad hoy en día los trabajadores, las clases medias y todos los que tenemos que ser los que capitalicen la responsabilidad de un cambio necesario hacia un modelo nuevo de vida personal y social no somos otra cosa que Ornithorhynchus anatinus .
Que somos animales construidos a trozos que tienen mucho pico y somos venenosos cuando abrimos la boca para lo innecesario, pero que cuando se hace imprescindible morder, usamos nuestra cola de castor para escapar a nado en aguas turbulentas, y no tenemos dientes.
Así que Feliz Día del Ornitorrinco.
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