Se
me antojaba hace unos días cuando me sacaba de mi algo perturbada manga la
comparación entre el Consejo General del Poder Judicial y los míticos Watchmen
de Alan Moore que podía tratarse de algo excesivo, de una metáfora un tanto
exagerada.
Pero
Carlos Divar y los miembros del Consejo, que fue puesto en donde está para
vigilar la justicia y que se ha convertido en el primer elemento que hay que
vigilar de esa misma justicia, se empeñan en darme la razón, en insistir en el
hecho de comportarse como un grupo de operativos encubiertos, de agentes con súper
poderes que creen que pueden decidir por su cuenta lo que está bien y lo que
está mal sin dar explicaciones a nadie y sin tener además que hacerlo.
Divar
se empeña en demostrar el motivo por el cual tiene que utilizar sus fines de
semana ampliados para hacer su trabajo oficial en Puerto Banús, dedicándose una
y otra vez durante la semana al noble arte de la elusión, de la contradicción e
incluso de la obcecación para justificar -en un retruécano absurdo- por qué no
justifica sus viajes.
De
nuevo se cuelga la chapa de los Watchmen y tira de galones para mantener sus
prerrogativas, para eludir sus responsabilidades, para demostrar que está en la
cúspide de la cadena alimenticia de los vigilantes fuera de control.
Si
el CGPJ es Watchmen. Divar se arriba el derecho de ser el Dr. Manhattan.
"Ni
voy a dimitir, ni voy a comparecer, ni voy a dar explicaciones a la
prensa". Y esta frase, esta sola frase transforma a aquel que se suponía
que salvaguardaba nuestra justicia en el principal detractor de la misma. Como
el coloso azul del comic, se engrandece a voluntad, se coloca más allá del alcance
de todos y de todo y viene a afirmar, como hiciera el Dr. Manhattan que él hace
las cosas porque las estima oportuna y tal es su poder y su conocimiento que no
le debe explicaciones a nadie.
Porque
si no dimite y no da explicaciones a la prensa es porque considera que no le
debe nada y nada ha de darle al pueblo -ahora se dice la ciudadanía- del cual
emana su poder y para cuya protección se le habían concedido sus atribuciones
de vigilante.
Si
no comparece significa que a él la separación de poderes de un estado
democrático le resulta tan indiferente como al coloso turquesa de Alan Moore le
es la división entre estados del planeta Tierra. El poder legislativo no es
quien para imponerle restricciones, para hacerle preguntas y mucho menos para
demandarle responsabilidades. Hasta ahí podíamos llegar. Él es un vigilante.
Como
tiene el poder, como tiene la posibilidad, puede hacer lo que quiera con él y
como la ley no le obliga a dar explicaciones, pues no la da.
Si
en lugar de utilizar los recursos públicos para lo que deben ser destinados los
uso para puentes auto creados en el desaforado gasto de Puerto Banús y sus spas
y restaurantes de lujo en compañías ocultas cuyos menús también son pagados por
el erario público, todo lo que tienen que hacer aquellos que le han otorgado la
condición de vigilante es callar y asentir.
Divar
quiere ser el Dr. Manhattan al que nadie cuestiona sus acciones porque siempre
se considera que sus motivaciones son puras y altruistas.
Afirma
que "no está obligado a dar explicaciones" y tiene razón. Tiene razón
pero se equivoca. La ley no le obliga y no puede obligarle con carácter
retroactivo. Pero la ética le obliga ahora y le obligó siempre.
Eso
no puede negarlo por muy vigilante que se sienta y se crea. Puede enrocarse
todo lo que quiera en la ley pero cada vez que lo haga será un escalón ´más que
descenderá su ética. Porque si no hay nada que esconder no hay motivo alguno
para esconderlo. Si se es un guardián ético no hace falta obligarle a explicar
sus acciones, se explican sin necesidad de recurrir a la ley.
Si
tiene una explicación plausible, claro.
Pero
Divar es consciente de que no puede hacer eso, de que lo incomprensible tiende
a ser inexplicable, de que si abre la boca se transformara del perfecto y puro Dr.
Manhattan en el deplorable y destructivo Comediante -su antítesis en Watchmen-
que utiliza su poder y su posición para hacer lo que le conviene y lo que le
dictan todos sus más bajos instintos.
Así
que se niega a dar explicaciones y si no le creen no es su problema. Él está
más allá de toda duda, de toda cuestión, de toda posibilidad de crítica. Él es
el más grande y poderoso de los vigilantes ¿quién se atreverá a insinuar que le
tienen que vigilar a él?
¿Y
qué hace el resto del consejo de poder judicial? Pues lo que haría toda suerte
de comunidad de vigilantes fuera de la ley. Preocuparse más del poder que de lo
judicial. Preocuparse más de ellos mismos y sus situaciones que de aquellos a
los que supuestamente deberían proteger.
Juegan
a las alianzas, a las facciones, a los poderes enfrentados. Unos piden matar al
vigilante traidor que ha osado poner el interés de todos por encima de los
privilegios adquiridos por su selecto grupo de vigilantes de la ley y otros
siguen cargando contra el Dr. Manhattan pero no por lo que ha hecho o porque
crean que no debe hacerse, sino porque quieren ser ellos los que ocupen el
sitial desde el cual, en la soledad de un planeta muerto, pueden vigilar y
hacer su santa voluntad sin que nadie le cuestione.
Ya
no discuten sobre los viajes, sobre los comprobantes o sobre la legalidad de lo
hecho o desecho por Divar. Ha quedado claro que el mayor de los vigilantes
puede hacer lo que se le antoje y nadie debe siquiera intentar controlarle.
Lo
que discuten es sobre su futuro no sobre el nuestro.
Unos
piden la cabeza de Divar porque les ha perjudicado, porque aquellos que les
miren a partir de ahora ya no verán la pureza y la magnanimidad que hasta ahora
parecían destilar, porque es posible que ya no se acepte su vigilancia con la
misma arrobada felicidad agradecida con la que, hasta que el gran vigilante
decidió colocar Puerto Banús en su agenda cotidiana, se suponía que se tenía
que aceptar la tutela del magno grupo de Watchmen togados.
No
se indignan por lo que se ha hecho. Se incomodan porque lo que se ha hecho les
afecta en su imagen pública. Vamos que no es lo mismo asesinar vietnamitas en
la jungla con un movimiento de dedo que eliminar ciudadanos estadounidenses
delante de las cámaras de TV. Otro gran clásico del famoso vigilante azur de
Alan Moore.
Otros
buscan otra cabeza diferente, la del vigilante díscolo al que se le ha ocurrido
pensar por un instante más en sus responsabilidades que en sus privilegios,
pero lo hacen por idéntico motivo.
Sólo
falta un personaje en este spin up de Watchmen puesto en marcha en los
despachos del CGPJ y en su sala de plenos. Espectro de Seda.
Esperemos
que la próxima vez que Divar, el líder de nuestros Watchmen judiciales, tome
las cuentas públicas y los gastos oficiales para ir a cenar a la luz de las
velas a Puerto Banús, ese misterioso personaje con el que cena y al que le paga
los gastos haga el papel de amante del Dr. Manhattan.
Y
cuando, indignado y confuso, el supervigilante que se encuentra más allá de la
ley refunfuñe sobre el motivo por el que la gente ahora la mira mal y le pide
explicaciones sobre sus actos en lugar de agradecerle su vigilancia y
protección, ella, amorosa, le coja la mano y le diga:
"Porque está mal, querido, porque
está mal.
Da igual lo que hayas hecho antes por
ellos y los motivos por los cuales lo hayas hecho. Lo que está mal está mal.
Incluso para ti
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