Nada
es fácil. En esta crisis que no es crisis sino hundimiento, nada de lo que solíamos
hacer nos sirve, ninguna de las soluciones de las que estábamos acostumbrados a
tirar cuando pintaban bastos nos arregla el panorama ni nos decora los dolores.
Y
al que menos le sirven nuestras soluciones de siempre y los recursos políticos
de toda la vida es a nuestro gobierno. Ese gobierno que no es mejor ni peor que
otro porque es el mismo, porque está elegido por los mismos intentando lograr
los mismos fines. O sea, para entendernos, nosotros intentando que nos saquen
las castañas del fuego.
Rajoy
y Moncloa han intentado ya todo lo que nosotros estamos acostumbrados a
intentar cuando el horizonte y las mareas del tiempo nos traen un problema.
Primero
lo cebaron de forma insistente cuando el problema era de todos pero
correspondía a otros solucionarlo con el único objetivo de presentar la
inutilidad de aquellos que eran incapaces de frenarlo. No lo tenían muy difícil
porque esos otros eran realmente incapaces de frenarlo.
Cuando
el problema ya estaba en el alero de su tejado recurrieron al silencio. Si no
se habla de él no existe, si no se responde la pregunta se diluye, si callamos
el silencio nos ampara.
Pero
claro, eso que sirve con nuestros problemas cotidianos, no sirve con esto nuevo
que yo no es crisis porque no es cíclica sino desmoronamiento porque es
inevitable.
Así
que nuestro gobierno, como antes otros en otros países y situaciones análogas,
siguió tirando del catálogo de modos y maneras de recibir los problemas -que no
significa enfrentarlos, ni mucho menos solucionarlos-.
Y
la siguiente etapa fue el recurso casi filosófico de bachillerato del "Deber
Ser".
Hago
lo que hago porque es lo que debe de hacerse, sin importar sin funciona, sin
importar si con ello empeoro las cosas. Debe hacerse. Y el deber es algo que no
se cuestiona. Aunque no solucione el problema.
Luego
pidieron ayuda, pero como lo hacemos nosotros, lo hicieron discretamente, por lo bajini, para que nadie o al menos la
menor cantidad posible de personas se enterara siquiera de que ese problema que
era evidente existía.
Y
la ayuda no llegó o llegó minimizada porque la forma de pedirla inducía a
pensar que tampoco era tan grave lo que ocurría. Nadie pide socorro en
susurros, nadie reclama auxilio enseñando una tarjeta de visita.
Y
por último tiraron del más pírrico recurso al que nos aferramos cuando los
problemas se nos vuelven contumaces, insistentes: la imagen.
Fingir
que todo va bien, que somos fuertes, que no nos importa, que podemos con ello.
Nuestro
gobierno se lanzó con desespero a fotografiarse estrechando manos de todos los
poderosos de la tierra, de declaraciones de fortaleza, a una campaña de imagen
que solamente pretendía demostrar que era fuerte, que estaba apoyado. Obama,
Lagarde, Merkel y quien hiciera falta para que la imagen de Rajoy -y con él del
gobierno y con él del país- fuera firme y sólida.
Y también
ha fallado. Pese a ello y pese a todo lo anterior la prima de riesgo se le ha
salido del gráfico, el paro se le ha ido a 700.000 personas más en medio año,
el déficit no ha dejado de crecerle y la sociedad no ha dejado de desmoronársele
y desmoronársenos.
Porque
ni el silencio, ni el deber, ni la huida, ni la imagen sirven ya para solventar
un problema que nunca fue como los otros porque nunca fue como nosotros.
Y
hasta aquí la colección de imposibilidades manifiestas de un gobierno y unas
instituciones a los que las salen las vergüenzas porque no encuentran la forma
de solventar los problemas.
Pero,
si ninguna de nuestras herramientas habituales de control de problemas nos
sirve para enfrentarnos a esta tormenta perfecta que es la vida en nuestros
días en este Occidente Atlántico que hemos construido ¿qué le queda a Rajoy?
Si
sus estrategias, sus decisiones, sus ideologías y sus actos de gobierno no le
sirven ¿qué le queda al Gobierno para afrontar un problema que por nuevo, intenso
e interminable parece irresoluble?
Le
queda una solución que muy pocos políticos han utilizado a lo largo de la
historia, que muy pocos gobernantes han sacado de la chistera en el momento
adecuado. Una solución que ninguno quiere utilizar porque creen que les
empequeñece, les echa a la cuneta, porque les hace sentirse fuera de la galería
de la fama de la historia aunque muchos de los que están en ella colgaron su
retrato en esa galería precisamente por tirar de esa solución.
¿Qué
le queda a Rajoy?
Le
quedamos nosotros. Dicho rápido y claro. Le quedamos nosotros.
Y
da igual que le hayamos votado o no, que le queramos o no, que estemos de
acuerdo con él o no. Da igual que seamos socialistas, comunistas, nacionalistas,
liberales, estatalistas, españolistas, librecambistas, feministas,
conservadores, laicistas, catolicistas o cualquier otro "istas" que
se nos ocurra. Le quedamos nosotros.
No
para asumir sus decisiones que ya han fallado, no para soportar los sacrificios
que su deber ser impone sin criterio,
no para resistir lo que nos eche sin protesta ni crítica. Pero le quedamos
nosotros.
Rajoy
y su gobierno es lo que nos ha tocado y nosotros somos lo que le hemos tocado a
ellos.
Somos,
como dirían los pedantes insoportables del mundo empresarial, el Know How, más sólido que tiene y que
tenemos.
Cierto
es que podríamos tener un gobierno que nos escuchara a la primera, que nos
hiciera caso a la segunda y que nos tuviera en cuenta a la tercera. Pero no lo
tenemos. Podemos contratar un Ejecutivo islandés como solución pero creo que a
estas alturas ya no nos queda dinero ni para eso.
Así
que lo quiera Rajoy o no, nos haga caso Moncloa o no, nos tienen a nosotros.
Ha
llegado el momento de ser lo que somos. Ha llegado el momento de ponerse a
pensar. Todos y cada uno de nosotros.
Ha
llegado el momento de pensar porque es necesario, pero no hacerlo en cómo
salvar la hipoteca, en cómo llegar a fin de mes, en cómo eludir el chaparrón o
hacer que moje a otros.
No
tenemos que hacerlo por Rajoy, no tenemos que hacerlo por el Gobierno, ni
siquiera tenemos que hacerlo por los nuestros, por nuestro país o por nuestra
familia. Ni siquiera tenemos que hacerlo por nosotros mismos. Tenemos que
hacerlo por el futuro, pertenezca este a quien pertenezca cuando nosotros
dejemos de formar parte de él.
Ha
pasado el momento de la crítica y ha llegado el del razonamiento, ha pasado el
tiempo de la protesta y ha llegado el de las soluciones.
Tenemos
que llegar a nuestro trabajo y aportar soluciones, aunque no las juguemos, tenemos
que llegar a nuestro vecindario y aportar soluciones, aunque nos miren de
través, ha llegado el momento de salir a nuestra sociedad y aportar soluciones.
Desde
nuestra ternura o desde nuestro sarcasmo, desde nuestra sonrisa o desde nuestro
llanto, desde nuestra convicción o desde nuestra inseguridad, desde nuestra
certeza o desde nuestra indecisión, desde nuestro cinismo o desde nuestra
ingenuidad. Desde donde sea pero hay que hacerlo.
Nuestros
gobernantes han hecho su movimiento y nos han dejado una partida que parece
imposible de ganar y ahora nos toca mover a nosotros. Y no podemos pasar de la
jugada porque si lo hacemos el siguiente movimiento acaba con el juego y con
nosotros derrotados.
Y
es cierto que habrá muchos y muchas que bajen la cabeza y se preocupen
solamente de su supervivencia cotidiana, que busquen vías de escape, que no se
comprometan, que crean que pueden eludir la tormenta colocándose al pairo en el
centro de la misma y dejándose zarandear mínimamente por ella.
Y
no es menos cierto que habrá un sinfín de arribistas que quieran sacar partido
de la desgracia común y una infinidad de gentes, que se creen buenas gentes,
que sigan convencidas de que su única obligación es velar por ellos mismos y
que con asegurar su sueldo, sus caprichos, sus vacaciones y sus polvos ya
cumplen con su obligación de ser humano.
Todo
eso es cierto pero ya no podemos permitirnos el lujo de que nos importe. Ya no
podemos seguir sentados esperando que otros piensen por nosotros para luego
sumarnos a sus pensamientos, para luego adherirnos a sus ideas y movimientos cuando
el número hace que sea seguro hacerlo.
Tenemos
que empezar nosotros. Y además tenemos que hacerlo de uno en uno hasta que
seamos dos y luego más. Y, con suerte, luego todos.
Tenemos
que dejar de manejar el escudo para alzarlo al cielo y proteger
nuestras cabezas de lo que se nos viene encima y comenzar a colocarlo al frente y que sirva para protegernos a
todos en la confianza de que los demás protegerán nuestro flanco. Y la
confianza es algo que no tenemos demasiado entrenado.
No
importa lo que arriesguemos porque seguir quieto y sin aportar nada es
arriesgarlo todo y darlo todo ya por perdido. Que es como ahora está.
Por
si esto fuera poco, para hacerlo más complicado no sirve que tengamos ideas
para nosotros, para salvar lo nuestro, para mantener lo poco que nos queda o lo
mucho que arriesgamos.
Tenemos
que tenerlas para otros. Tenemos que levantarnos para defender a otros en
nuestro trabajo aunque su perjuicio sea nuestro beneficio, tenemos que hincar
los codos y pensar en soluciones para la hacienda pública, los impuestos, las
finanzas nacionales y todo lo que haga falta aunque eso suponga defender a
otros en contra de lo que nos viene bien y de lo que estamos haciendo.
Tenemos
que pensar leyes de una frase si no nos da la materia gris para más,
reglamentos de un artículo si no nos lucen las sinapsis por más tiempo,
constituciones de un párrafo si la memoria no nos dura demasiado. Pero hemos de
hacerlo sin esperar a que lo hagan por nosotros.
Y
decirlo, decirlo cuantas veces haga falta.
Buscar
el ámbito en el que decirlo, en el que proponerlo, aunque estemos solos, aunque
sintamos que nadie más lo hace, aunque veamos que es arriesgado decirlo.
No
hay otra forma de lograrlo. No hay otra forma de cambiar una sociedad.
Nunca
como ahora hemos tenido las herramientas personales y colectivas como para
conseguirlo o al menos para intentarlo. Nunca antes se había podido ser una
sociedad de forma más completa.
Pero,
claro, nosotros también tenemos que recurrir a una herramienta que hace tanto
tiempo que no utilizamos para afrontar los problemas que ya nacemos creyendo
que no sirve para estas cosas, aunque la historia nos demuestra que es la única
que sirve, que es la única que permite hacer lo que muy pocas generaciones se
han visto obligadas a hacer: cambiar el mundo. O al menos su parte del mundo.
Si
a Rajoy ya no le sirven el silencio, los deberes ni la imagen a nosotros ya no
nos sirven las protestas, las quejas, las elusiones ni las huidas. Solamente
nos sirve nuestro corazón.
Tenemos
que ponerlo todo él y en todo. En defender al que se sienta a nuestro lado
aunque nos caiga mal, en arreglar los problemas de los parados aunque tengamos
empleo, en pensar como arrancar a todos de las garras de la miseria aunque nosotros
perdamos nuestra opulencia relativa, en buscar una forma de organizar la sociedad
aunque esta no tenga ni noción de nuestra existencia.
Tenemos
que usar el corazón aunque nos duela. Solamente así no nos importará luchar por
aquellos que ya no tienen ni fuerzas ni armas para hacerlo.
Y
cuando se haya hecho todo eso. Podremos volvernos a Rajoy a o quien se tercie y
decirle: "Nos tienes a nosotros".
Y
si no quiere verlo, entonces ya el problema será tan solo suyo y pasará lo que
tenga que pasar.
Pero
sabremos que podemos contar con nosotros.
1 comentario:
tu lo tienes muy claro, pero yo no tengo ni idea de cómo hacer esto
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