domingo, junio 17, 2012

Ordoñez, hija mía, soy tu dios.

Querida Señora Ordoñez, soy su dios.
Sé que mi comunicación ha de resultarle cuando menos sorprendente, ya que mi inexistencia y otras labores inescrutables propias de mi rango y condición me han mantenido silencioso durante los últimos eones pero, como los ecos de lo que está decidida a hacer han llegado hasta estos éteres celestes, me he arriesgado a despertar al Metatrón de su sueño secular para escribirle estas líneas.

Lo primero que quiero comunicarle es que su odio es suyo. Nadie tiene derecho a negárselo, quitárselo, pulírselo o curárselo. Puede vivir con él toda su vida si así lo desea. Puede entrar dentro de esa lógica humana que me resulta difícilmente comprensible que usted odie a quien acabó con la vida de sus seres queridos y es de suponer que ha de respetársele. Digo es de suponer no porque mi naturaleza divina me permita duda alguna, sino porque realmente ni en todos los eones en los que he estado inexistiendo, ni en todos los procesos de mí siempre recalcada infinita mente, he llegado a comprender qué función tiene ese odio, qué objetivo persigue ni qué victoria pretende conseguir.

Aprovecho, sin embargo, la ocasión para comentarle que, pese a su insistencia en llevar mi nombre a sus labios continuamente, no ha recibido licencia, permiso, mandato o relevación alguna que le permita hablar en mi nombre y no ha parecido entender cosas que dejé cristalinamente claras hace un par de milenios cuando decidí por penúltima vez fingir mi existencia en la polvorienta Galilea.

El perdón se otorga, no se exige que se pida. Normalmente es cosa mía, pero si va usted a creer que los humanos están hechos a mi imagen y semejanza tendrá que aceptarse a los humanos la posibilidad de ejercer el perdón en sus cuitas humanas, trágicas y personales. Pero aun así, el perdón se otorga, no se exige que se pida. La naturaleza del perdón no depende de a quién se perdona, por qué se le perdona ni quién es el que perdona. Sea humano o divino.

Si va a atravesar las puertas que cierran los muros de Nanclares de Oca exigiendo que se le pida perdón asegúrese antes de estar dispuesta a concederlo, asegúrese de hacerlo para curar o para curarse, no para meter la mano en el costado de un pueblo que ya ha sangrado durante décadas por mor de aquellos, los otros, que tampoco tenían el perdón en el argumentario de sus pistolas, que tampoco tenían la reconciliación en el ideario de sus bombas, que nunca tuvieron presente la misericordia en sus gatillos.
Ha de tener presente que, si dice venerarme, usted no tiene permiso de mi divina persona para ser como ellos fueron. Para ser como algunos -pocos, me temo- de ellos quieren dejar de ser.

Creo haber dejado completamente definida mi política de perdón cuando la humanidad mató a aquel que se supone que era mi hijo y la deje seguir viviendo, sé que clarifiqué de forma absolutamente explícita mi política de reinserción de presos cuando elegí, -de una forma un tanto brusca, he de reconocerlo, que casi se me desloma el pobre Saulo- a alguien que perseguía a los amigos de ese mismo supuesto vástago mío como uno de mis apóstoles antes de que mediara arrepentimiento alguno por su parte.

Puede que mi política de reinserción se basara en los pretéritos tiempos de los viejos profetas en el perdón y el arrepentimiento a cambio de librarse del exterminio. Pero hasta yo me lo replanteé ¿cree acaso que me quedado sin agua para anegar la tierra por la sequía?, ¿cree que me he quedado sin fuegos que hacer surgir de la tierra para castigar a los que no se arrepienten? Es un hecho que pese a la sequía y la carestía energética podría echar mano de cualquiera de esas cosas para castigar a los miles de culpables de todo tipo de crímenes, delitos, corrupciones, estafas pero no lo hago, ¿se ha preguntado el motivo?
Si hasta algo eterno e inmutable como es mi inexistencia puede cambiar, los seres finitos y mortales deberían estar más capacitados para ello, ¿no le parece?

La única vez que me negué a perdonar a alguien fue con el hermoso Luzbel y mire lo que nos ha acarreado aquí, en las casas celestes. Una guerra infinita que nadie puede ganar porque nadie está dispuesto a perdonar al otro.
Estos lares pueden soportarlo y nosotros podemos mantenerlo porque somos seres eternos ¿Quiere usted lo mismo para Euskadi?, ¿quiere convertir esa tierra en un infierno sin solución solamente porque su odio le impide perdonar? Porque he de recordarle que los vascos son seres finitos, Aunque sean del mismo centro de Bilbao, son seres finitos.
Y les condenaría a vivir sus vidas como muchos de ellos han tenido que hacerlo hasta ahora, sin poder mirar al futuro porque tenían que tener siempre un ojo puesto en el pasado.

También me parece que debo aprovechar esta misiva para recordarle otra cosa que, quizás por lo metafórico de la expresión, todos los que como usted dicen creer en mi mandato y existencia, olvidan de continuo.
¿Se acuerda de aquello que dijo ese melenudo que recorrió las tierras de Judea diciendo que yo era su padre?, ¿se acuerda de aquello de "al cesar lo que es del cesar y a dios lo que es de dios"?

La política de reinserción de presos es del cesar no de dios. Por si no lo tiene claro. Aunque el cesar no sepa por donde le da el aire, aunque ahora se elija al cesar cada cuatro años, aunque el cesar no cumpla sus promesas -eso no ha cambiado desde los tiempos en que decidí encarnar mi inexistencia en La Tierra- Así que es el cesar el que marca la política de reinserción. No su odio, ni yo, ni ningún otro parámetro divino o humano y usted, señora Ordoñez, no tiene derecho divino o humano alguno para intentar dinamitarla solamente porque su odio le impide perdonar al asesino de su hermano.

Así que nadie le reprochará, ni siquiera yo en las alturas, que si entra en la prisión para buscar la reconciliación y no la encuentra sea incapaz de perdonar, de sobreponerse a su sufrimiento y a su odio.
Pero si entra con otro objetivo, si se enfrenta al monstruo asesino que cercenó la vida de su sangre con su disparo cobarde con otra idea en la cabeza, me veo en la obligación de rogarle -¡Uy, perdón!, se me olvidaba mi naturaleza divina- de exigirle que no vuelva a poner el pie en ningún edificio consagrado a mi nombre, pague este IBI o no.
Porque en ese momento habrá dejado de ser usted una de los míos si es que alguna vez realmente lo fue.

Si acude allí para perpetuar el odio me veré obligado a impedirle que use la peineta y la mantilla cuando saquen a mi hijo muerto a las calles y se limite a utilizarlas en las plazas de todos; estaré forzado por mi naturaleza a hacer caso omiso de todas las veces que usted pida perdón por la falta que sea, por más que se quiebre la espalda en genuflexiones o se deje la piel de los hinojos en reclinatorios y confesionarios.
El que no perdona no puede obtener perdón. Es tan antiguo como mi naturaleza. Es tan viejo como la justicia.

Si quiere ponerse ante el asesino para mantener la tierra en la que vive en un infierno permanente, para seguir alimentando su propio odio, comprensible pero no necesario, si intenta utilizar su condición doliente para que Euskadi no salga del Gehenna al que otra locura la arrojó durante años, me veré obligado a apartar la mirada de su vida y también de su muerte.
 Si no deja que los hombres, las mujeres y las tierras de Euskadi se curen yo no podré salvarla. Vencer al odio excede hasta mis divinas capacidades.

Y si no es por mí, si no es en mi nombre ni por mi inexistente mandato, haz honor, hija mía, al menos a otra cosa.
Euskadi necesita consuelo y futuro, no más odio y más guerra. Haz honor a tu nombre, Consuelo, y contribuye a dárselo. Haz honor a tu apellido y deja que por fin tu hermano descanse en paz. En la paz de los vivos, no sólo en la de los muertos.
Y si te sorprende que haya usado el teclado y los dedos de alguien que es mi manifiesto enemigo para enviarte esta misiva, la explicación es simple. Quiero que te des cuenta que está tan claro lo que quiero que hasta los que no piensan en mí son capaces de verlo cuando se ponen a ello. Que cielos e infiernos prefieren el perdón a la guerra, la reconcialiación al odio.
Y ahora vuelvo a mi inexistencia. Que ya va siendo hora.

Afectuosamente,
Tu divino padre, Dios, Yahvé, Jehová, Allah o como quiera que me llaméis en estos tiempos.

2 comentarios:

Georgina dijo...

Como siempre, no estoy de acuerdo contigo, Sr. Dios

devilwritter dijo...

Como siempre no espero que se esté de acuerdo conmigo. Por eso no ejerzo de divinidad.

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