La verdad es que ya nada sorprende. No
en este país y en este tiempo en el que la incongruencia se ha armado de valor
para desfilar cada día por nuestras calles, nuestros medios de comunicación,
nuestros juzgados y nuestras instituciones.
Pero, pese a lo común que resulta
últimamente que la incongruencia más absoluta campe por sus respetos, hay
algunas que no conviene dejar pasar por alto. Y una de ellas es la que supone
que el señor cardenal de Alcalá de Henares haya salido ileso e indemne -judicialmente
hablando, claro está- de la lista de improperios, insultos e injurias que
vertió contra los homosexuales.
Un juez ha considerado que un "a veces", que destiló casi distraídamente
en sus diatribas en las que afirmaba que la homosexualidad conduce a la
prostitución y que es un comportamiento desordenado y una enfermedad que es
obligado curar, salva al egregio purpurado de pagar por sus desmanes verbales.
Aunque sea con una multa, que tampoco se solicitaba la condena indefinida
revisable que está ahora tan de moda.
Pero, más allá de la decisión judicial
que ya no admite otra cosa que un recurso legal, está el problema de esa
iglesia católica española que ni sabe ni quiere saber de lo que habla cuando
habla de sexo, de relaciones sexuales, de tendencias sexuales o de cualquier
otra cosa que tenga que ver con lo que se mueve y maneja por debajo del ombligo
y encima de las rodillas de los seres humanos.
Porque los que les pasa a los "hombres de púrpura" que
componen la Conferencia Episcopal Española (CEE) es que se equivocan, yerran el blanco y
confunden los términos cuando tienen que hacer una disquisición que a casi
todos se nos hace tenue, se nos desdibuja, se convierte en esa delgada línea
roja que no sabemos discernir del todo:
La diferencia entre el amor y el sexo.
Si a nosotros, que lo practicamos, se
nos desdibuja sólo me queda imaginar cual nebulosa debe será esa diferenciación
para los que solamente imaginan -y a escondidas- lo que es el sexo y se niegan
a sí mismos el amor de pareja.
Vamos, un fiasco.
Un destructo -¿existe el palabro como
antónimo de constructo?- ideológico que lleva al mismo obispo a afirmar que,
como el sexo se considera un elemento lúdico, habría que despenalizar la
violación -sí, déjenme que lo repita, despenalizar la violación- al mismo
tiempo que defiende que hay que corregir
y curar al homosexual.
En definitiva, que si se entiende el sexo como gozo es lógico violar a una mujer y cuando esa mujer es amada por otra mujer está enferma; que cuando un
hombre es forzado en las duchas de una cárcel tiene que pasarlo bien y cuando
es besado por su pareja del mismo sexo está completamente desordenado y ha de
ser reprimido por ello.
Si no saben lo que es el sexo ¿por qué
hablan de él?, si desconocen el amor de pareja ¿por qué intentan definir lo que
debe de ser?
El sexo se está instrumentalizando,
individualizando, se está convirtiendo en una herramienta occidental atlántica
para defenderse de uno mismo y de sus carencias.
El polvo de fin de semana, de colegas
con derecho a roce, de barra y baño de bar, de momento etílico, de página de
citas en Internet es la aspirina con la que tendemos a tapar los síntomas del cáncer
de corazón que nos aqueja.
El sexo es divertido y es
diversión pero también es afecto y es expresión de aquello que, cada vez más,
nos negamos a expresar, nos negamos a arriesgar e incluso nos negamos a sentir
por miedo y egoísmo. Y por ello se ha quedado en una metonimia de sí mismo. En
un tomar la parte por el todo para no enfrentarnos jamás a la parte que nos
falta.
Pero nada de todo eso puede llevar a
la conclusión, aplicando lógica ninguna, de que la violación es conclusión de
ello y por tanto no tiene sentido penalizarla, perseguirla y erradicarla
mientras se ejerza el sexo por diversión.
Porque en la violación la diversión
solamente es de uno, porque la violación el sexo pasa de ser un divertimento a
ser una imposición, a ser un castigo. A ser un maldito crimen.
Pero los purpurados -y a su cabeza
Reig Plá- no pueden ver eso.
Ven sexo y como el director de una
película porno de los años ochenta se centran en el acto, en el plano corto del
pene y la vagina, no van más allá.
No ven el rostro enloquecido y furioso
del que fuerza el coito, no ven el llanto demudado de la que se ve obligada a
recibirlo.
El sexo banal, de aspirina de fin de
semana y elusión de puente apasionado, puede estar destruyéndonos. Puede ser
una parte de lo que nos destruye -no la más importante, desde luego- pero sí
una parte. Pero nos destruye por propia voluntad.
El sexo instrumentalizado consentido a
lo peor es un suicidio de nuestros endurecidos corazones. Pero el sexo agresivo
no consensuado es seguro que es un asesinato del cuerpo y del alma.
Porque la víctima es violada no por el
coito sin amor, sino por la agresión.
Pero ellos no pueden ver eso. No
entienden lo que es el sexo ni nunca han querido entenderlo. Se limitan a ver
el plano corto de la cópula y no el plano general que la contextualiza.
Olvidan que, incluso según cuentan sus
libros mitológicos, hasta el todopoderoso de su dios pidió permiso a una mujer
para yacer con ella.
Pero cuando una mujer es besada por
otra como gesto de amor, es acariciada por otra mujer que le da lo que ambas
buscan como expresión del afecto que han creado entre ellas, que se tienen.
Cuando los labios, las manos y los cuerpos del mismo sexo se juntan siguiendo
los dictados de ese amor que se siente y que, venga de donde venga, es lo único
que nos puede salvar como individuos y como sociedad, entonces sí hay que condenarlo
–y también vale para los hombres, por supuesto-.
Los prelados se arrancan los capelos,
se rasgan las sonatas y publican en sus revistas y artículos diciendo que el
amor es algo desviado, alzan las voces en sus homilías para decir que es algo
perverso y pervertido. Afirman que el amor que dicen reclamar para el sexo ya
no vale, ya no puede aplicarse.
Cuando tienen que ver la violencia, la
agresión y el dolor, tan solo son capaces de percibir el coito y cuando les
toca ver el afecto, el amor y el compromiso caen en idéntico error y de nuevo
solo posan sus aciagas miradas en el sexo.
Resumiendo, su obsesión se
desconocimiento y su pervertida interpretación de aquello que dicen que les
dijo su dios, tan solo les permite ver el sexo.
No quieren comprender que el amor es
amor parta de donde parta y llegue hasta quien llegue. Sea cual sea su sexo y
su tendencia. Aunque llegue hasta a un ser invisible que nunca lo devuelve. Ese
amor también nos vale a los que amamos. No lo comprendemos, pero nos vale.
Se niegan a entender que la violencia,
la agresión y el horror son desdeñables lleguen desde donde lleguen y que la
imposición de lo que no se desea en los ámbitos íntimos es y será siempre execrable.
Aunque venga de dios. Eso tampoco nos sirve a los que amamos. Ni siquiera lo
respetamos.
Por eso son capaces de ver lógico
salvar a un violador y condenar a una amante.
Las tres marías de sus cuentos mitológicos,
la madre soltera de su dios, la muda enamorada de su mesías, y la prostituida
pasión de su salvador, estarán ahora mismo llorando y revolviéndose de rabia en
sus cielos o en sus tumbas.
Y aquel que creyeron venido de los
cielos quizás baje a preguntarles por fin qué parte de "todo amor es de dios" aún no han entendido.
Por fortuna los hay que ya sabemos que
todo amor es del ser humano, lo diga dios o no, y toda agresión lo es en contra
suya, la afirmen o lo nieguen sus prelados.
Quizás, por una vez, sólo por una vez,
deberían intentar escucharnos.
3 comentarios:
Pero bueno.. ¿y aún te extrañas? ¿Que esperas de una secta mayoritaria, en la que, para entrar, tienes que renunciar al 50% de tu parte humana (el amor, la familia, el sexo), que jura ciega obediencia a un igual al que transforma en semi-dios y, lo más importante, que no se cuestiona ni por un momento lo ya escrito? Lo que no hay es que darles ni un poquito de credibilidad, y ya está.
PD.- La madre de Dios, según la mitología de esta secta, no era soltera, le pactaron un matrimonio de conveniencia con un carpintero, no lo olvides...Hay que guardar las apariencias ante todo, amigo.
No me extraña. Me indigna que ni siquiera sean capaces de seguir sus propias enseñanzas.
La madre de su mesías era soltera. Da igual lo que le hubieran pactado (que también se lo pactarón a José, no lo olvidemos), era soltera, el padre del niño se hizo cargo de un hijo que no era suyo solamente por amor a una mujer y el hijo crecíó como una seta, saltando de aquí para allá junto a sus hermanos del segundo matrimonio de su madre (si hay que creer el evangelio de Juan).
O sea una familia desestructurada en toda regla de esas que quiere evitar la Santa Madre Iglesia.
Y fue la que su dios eleigió para encarnarse, según ellos.
Y,como diria el profeta bíblico:
El que tenga oídos para oír que oiga.
La iglesia és solo más una forma de poder para controlar los ciegos...A me me gusta los comentarios de Georgina y Devilwriter!Lo dicieron todo!
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