Lo que suele pasar cada vez que no se
utiliza la lógica es que las situaciones se tornan absolutamente absurdas y eso
es lo que está pasando desde hace tiempo con una especie que, desde casi los
orígenes de nuestro ecosistema social, está en peligro de extinción: el
arrendatario.
Los arrendatarios
que, como diría el mítico Félix Rodríguez de la Fuente "acechan, atentos a
la obtención de una madriguera, seca y segura, que les garantice el cobijo de
los elementos y los depredadores" (léase esto último con el tonillo
impostado que todos ponemos cuando nos mentan al egregio naturalista español)
La cosa empieza ya con los
anuncios.
Te pasas horas sentado ante el
ordenador hasta que descubres la cuadratura del glúteo consultando páginas de
anuncios y, claro, en tan amplio continuo temporal pasas por diferentes
estadios.
Primero anhelas cambiar de sexo cuando
la mitad de los anuncios acaban con la apostilla de "sólo señoritas"
-supongo que la ínclita Trinidad Jiménez conseguirá que se diga algún día
"sólo señoras"- y te cuestionas el viaje a alguna clínica asiática
para realizar tan complicada operación.
Luego ya pasas a plantearte tu
tendencia sexual sin tener en cuenta siquiera la posición interior o exterior
de tus gónadas en el momento en el que, cuando tus posaderas ya comienzan a
mimetizarse con las aristas de tu asiento, descubres un piso de dos
habitaciones que no está mal pero cuando ya tienes el móvil en la mano para
lanzarte a la aventura lees una última frase como "interior, con cuatro armarios empotrados y con ventana a un patio
muy luminoso. Ideal para parejas homosexuales de chicas o chicos".
Consultas de nuevo la zona de búsqueda
elegida y no es Chueca ni alrededores y te preguntas ¿qué es lo que hace el
piso ideal para esa tendencia sexual en concreto?, ¿las ventanas al patio
interior?, ¿la poca luz?, ¿la profusa colección de armarios empotrados?
En fin, que tras horas de búsqueda,
tras hacer los ejercicios pertinentes para recuperar el riego sanguíneo en las
nalgas y el dedo del ratón y tras desechar cientos de fotografías que pese a la
creatividad de los que las han realizado dejan a las claras que lo que ofrecen
no es lo que buscas, por fin eliges unos cuantos y comienza la segunda fase.
El límite de minutos de la tarifa
plana de tu contrato de móvil se va reduciendo a la velocidad de un cometa en trayectoria
de colisión contra La Tierra mientras escuchas toda suerte de preguntas que
parecen más propias de una teleoperadora a la que hayas llamado para contratar
un seguro de vida que de alguien que va alquilarte un piso.
Tú las vas contestando así como contraído,
como con miedo, como un concursante del 50x15 que no está muy seguro en la pregunta
catorce si las Cantigas las escribió Alfonso X, el Sabio o Fernando III, el
Santo y se ha quedado sin comodines. Y al final fallas, indefectiblemente
fallas.
O en la de ¿está divorciado?, o en la de ¿tiene
contrato fijo? o en incluso en la de ¿tiene
hijos?
En ese momento te sientes como si la
teleoperadora te comunicara que una cláusula del seguro de vida te impide
contratarlo cuando escuchas la inevitable excusa de "lo hemos alquilado esta mañana" ¿después de un
cuestionario digno de un agente de la mítica "migra" yanqui de El Paso, Texas, lo tienen
alquilado desde la mañana anterior?
Quieres soltar un exabrupto escatológico
sobre la conveniencia de probar la capacidad de dilatación de ciertas zonas
corporales para albergar bienes inmuebles pero te contienes, das las gracias y
cuelgas. Cuelgas el teléfono aunque en realidad se te vienen a la mente imágenes
de cómo colgar al arrendador.
Pero al final consigues una entrevista
-porque ya tienes la sensación de que no estás buscando un piso, que tienes que
ganártelo, como un puesto de trabajo-.
Y comienza la siguiente fase. Mucho
más agotadora, donde va a parar.
Cuando llega el día, te levantas y piensas más en lo que vas aponerte que si hubieras quedado con alguien
desconocido en una página de contactos porque, como decía tu abuela en su
anciano conocimiento, "buen porte y
buenos modales abren puertas principales". Y hoy de lo que se trata es
de abrir puertas, sobre todo.
Cuando llegas, alguien te está
esperando. Tú no sabes si es el propietario, el hermano del propietario o el
portero de noche y no suele decirte cual es su relación con el piso que va a
enseñarte, pero lo primero que hace es mirarte de arriba abajo con una mirada,
lenta, escrutadora, como se observa a las reses en las ferias de ganado o a los
sospechosos habituales en una rueda de reconocimiento. La situación es tan
parecida a ambas cosas que dudas entre enseñarle bien la dentadura o ponerte de
frente y de perfil para que pueda hacerte correctamente las instantáneas de la ficha
policial.
Y no quiera ninguno de los dioses de
los panteones conocidos o por conocer que tu tono de piel será más oscuro, tu
pelo más rizado y tus ojos de una tonalidad que no coinciden con la imagen que el
inconsciente colectivo del casero patrio tiene de un español, porque entonces
comienza un nuevo rito que solo puede definirse como La Danza del ¿Tú, de quién eres?
Normalmente no es algo directo -porque
no hay que parecer un tipo o tipa con prejuicios- así que se puede introducir
de muchas formas.
Así, como distraídamente te preguntan,
¿usted pasará frío aquí en invierno?
La pregunta te pilla por sorpresa y
pones cara como de no entender la casilla 457 de la Declaración de la Renta. Y
el desenlace llega tras esta introducción tan sutil "Lo digo porque claro, allá en El Caribe siempre hace más
calor"
Tú sientes ganas de contestar "me´stas´stresando, Brothe",
pero te contienes y les dices que no eres caribeño.
Otros son más directos y te dicen algo
así como "No es que me importe pero
usted no es de aquí ¿no?"
¡Hombre, si tienes prejuicios
por lo menos no seas mentiroso, chaval!, si no te importa ¿para qué demonios lo
preguntas? –piensas para ti-.
Pero en estas ocasiones tu instinto de
auto preservación toma posesión de tu lengua antes que tus principios y contestas sin rechistar a una pregunta que
no les has consentido a un policía en plena identificación en la Puerta
del Sol del 15M o a un entrevistador para un puesto de trabajo a lo largo de tu
vida.
Y luego están los que ya han decidido
que eres extranjero en el primer escrutinio. Da igual lo que les digas. Eres
extranjero.
Le dices a la señora que naciste en
Granada y ella te contesta -muy condescendiente, eso sí- "pues debieron ustedes pasarlo mal"
Tú sientes inmediatamente ganas de
mirarte al espejo, renovar tu olvidado abono al gimnasio o salir corriendo a
pedir hora en Corporación Dermoestética. Porque durante un minuto piensas que tu,
nunca muy agraciada, anatomía debe lucir absolutamente ajada y desatendida si la
señora te imagina presente en el sitio de la ciudad nazarí a cargo de sus muy
católicas majestades Isabel y Fernando porque, así de pronto, es el último
momento en el que recuerdas en el que los granadinos lo pasaran especialmente
mal con respecto al resto del país.
Ella parece notar tu desconcierto y apostilla "lo digo por lo de los
americanos y todo eso. Usted se vino entonces, ¿no?"
Y tú sencillamente lo flipas. La
señora tiene la memoria suficiente como para recordar el desembarco de las
aguerridas tropas de la Primera Fuerza Expedicionaria, División de Barlovento,
Pelotón Bravo, del glorioso de Cuerpo de Marines -Uaaaa- en una isla caribeña y
es incapaz de utilizar el más mínimo sentido común como para inferir, por
encima de sus prejuicios, que se trata de la Granada española.
Pero de nuevo te contienes y solamente
dices: “de la de aquí, señora, de la de
aquí”.
Y, a todo esto, aún no has pasado del
portal, como mucho del descansillo del piso.
Pero ahí no acaba la cosa, pasado el
primer y fundamental escrutinio de tu nacionalidad patria y mientras te enseñan
la casa sigues pasando pruebas que hacen que las de Hércules queden como tareas
escolares de un niño de Educación Infantil.
Mientras contemplas dos sillas, cuyo
tapizado vetusto y ajado y su disposición enfrentadas, sin mesa ni nada, en mitad
de un salón de dos metros por tres, te hacen pensar en la reunión de Hitler y
Franco en Endaya, recibes a quemarropa, como de un francotirador, la pregunta
¿es usted divorciado?
Tu asientes mudo por la sorpresa de
que se pueda considerar amueblado un salón cuyo mueble frontal es tan viejo que
ya forma parte de la veta de un estrato geológico y entonces llega el segundo disparo
que te remate. “Pues aquí no se pueden
meter chicas continuamente. El vecindario es muy serio”.
¡Claro, como la actividad fundamental
de los divorciados, después de trabajar para mantenerse ellos y a sus hijos y
buscar la mejor forma de seguir relacionándose con ellos, es organizar orgías
masivas!
¡Como todos tenemos una cantidad
indeterminada de mujeres que podemos convocar a nuestro arbitrio para que
esperen en formación, de pie, hacinadas en un salón de seis metros cuadrados,
su turno para pasar a nuestro dormitorio como cortesanos romanos en la
competición entre Mesalina y Escila, es lógico que nos haga esa advertencia!
Y la cosa continua.
Mientras contemplas un sofá que bien
podría haber sido en el que Almodovar grabara algunas escenas de Pepi, Luci, Boom y otras chicas del montón,
se te advierte de que en ese barrio no hay muchos "moros" -¡mierda, no tenía que haberme puesto el
palestino al cuello!-; al tiempo que contemplas la media bañera en la que
debieron hacer el waterboarding a Oswald para que confesara el asesinato de JFK,
se te pone mala cara cuando contestas a su pregunta que eres periodista y se te
comenta, torciendo el gesto, "ustedes
se mueven mucho" -Claro, caballero, le exigimos a nuestras empresas
que nos hagan contratos por programa para correr el riesgo de quedarnos en
el paro cada seis meses cuando cambian las programaciones o bajan las audiencias,
nos encanta que nuestra profesión sea casi un deporte de riesgo laboral, ¡nos
pone movernos!, ¡adoramos el riesgo!-.
En el instante en el que entras en una
cocina en la cual lo más moderno es el rodillo de amasar se te recuerda, así
como quien no quiere la cosa, que
"los niños manchan mucho y destrozan muchas cosas" -para eso tuve
a mis hijos, señora, como herramienta de lucha libertaria contra la propiedad
privada ajena y por eso los he entrenado como el activista anarquista
perfecto-.
Y por fin, terminado tu periplo por el
Museo del Mobiliario del Trapero y la completa intrusión en tu vida privada.
Llegas de vuelta al salón y recibes la última comunicación.
“Bueno,
pues pedimos 650 euros al mes, una fianza de dos meses más uno por los muebles
y un aval bancario de 4.000 euros”.
“Comprendo
que se preocupe por sus muebles y ponga una fianza por ellos porque son antigüedades,
mal conservadas, pero antigüedades. Pero lamento no poder hacer frente al aval.
Con todo el dinero que gasto en mis orgías, en mis actividades como yihadista
infiltrado en España, en mis viajes periódicos a la isla de Granada a visitar a
mis ancestros y en los campamentos de entrenamiento para mis hijos como Kale
Borroka no me queda casi dinero a fin de mes y no he podido ahorrar esa
cantidad. Otra vez será”.
En realidad eso es lo que piensas.
Simplemente sonríes, le estrechas la mano y te marchas.
Y cuando caminas por la calle te
sientes como una especie en peligro de extinción. Como alguien que haga algo casi perverso por intentar alquilar un inmueble para vivir.
Te das cuenta de que mientras no se
considere la sociedad como un ecosistema en el que todos son necesarios y todos
deben ser protegidos de igual manera esto del alquiler nunca funcionará en
España. Al menos no como debe.
Pero sabes que la nueva Ley de Arrendamientos
no arreglará eso. Porque sólo protegerá a los que ya están más que protegidos
por sus prejuicios y por su posición prevalente en esto del negocio del
alquiler.
Así que lo único que te queda es
escribir este post como una colección de tus experiencias como arrendatario en
peligro de extinción o hacer un monólogo para Paramount Comedy. O ambas cosas.
Lo que tiene el absurdo es que siempre
puedes reírte de él. Aunque en ocasiones lo sufras.
4 comentarios:
JAJAJAJAJAAJAAAAAAAAA.....
siento reirme, por que es la pura realidad, pero tal como lo cuentas, es genial. Deberías dedicarte a ésto... jajajajaja
No te preocupes. Esa es la cuestión. Por lo menos nos podemos reir.
Confío que el puente bajo el que te cobijes tenga wifi y una farola cerca para enchufar el portatil y poder seguir escribiendo posts como este. Genial.
Muy bueno, muy real.
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