viernes, junio 08, 2012

Diario de un arrendatario en peligro de extinción

Lo que suele pasar cada vez que no se utiliza la lógica es que las situaciones se tornan absolutamente absurdas y eso es lo que está pasando desde hace tiempo con una especie que, desde casi los orígenes de nuestro ecosistema social, está en peligro de extinción: el arrendatario.
Los arrendatarios que, como diría el mítico Félix Rodríguez de la Fuente "acechan, atentos a la obtención de una madriguera, seca y segura, que les garantice el cobijo de los elementos y los depredadores" (léase esto último con el tonillo impostado que todos ponemos cuando nos mentan al egregio naturalista español)
La cosa empieza ya con los anuncios. 
Te pasas horas sentado ante el ordenador hasta que descubres la cuadratura del glúteo consultando páginas de anuncios y, claro, en tan amplio continuo temporal pasas por diferentes estadios.
Primero anhelas cambiar de sexo cuando la mitad de los anuncios acaban con la apostilla de "sólo señoritas" -supongo que la ínclita Trinidad Jiménez conseguirá que se diga algún día "sólo señoras"- y te cuestionas el viaje a alguna clínica asiática para realizar tan complicada operación.
Luego ya pasas a plantearte tu tendencia sexual sin tener en cuenta siquiera la posición interior o exterior de tus gónadas en el momento en el que, cuando tus posaderas ya comienzan a mimetizarse con las aristas de tu asiento, descubres un piso de dos habitaciones que no está mal pero cuando ya tienes el móvil en la mano para lanzarte a la aventura lees una última frase como "interior, con cuatro armarios empotrados y con ventana a un patio muy luminoso. Ideal para parejas homosexuales de chicas o chicos".
Consultas de nuevo la zona de búsqueda elegida y no es Chueca ni alrededores y te preguntas ¿qué es lo que hace el piso ideal para esa tendencia sexual en concreto?, ¿las ventanas al patio interior?, ¿la poca luz?, ¿la profusa colección de armarios empotrados?
En fin, que tras horas de búsqueda, tras hacer los ejercicios pertinentes para recuperar el riego sanguíneo en las nalgas y el dedo del ratón y tras desechar cientos de fotografías que pese a la creatividad de los que las han realizado dejan a las claras que lo que ofrecen no es lo que buscas, por fin eliges unos cuantos y comienza la segunda fase.
El límite de minutos de la tarifa plana de tu contrato de móvil se va reduciendo a la velocidad de un cometa en trayectoria de colisión contra La Tierra mientras escuchas toda suerte de preguntas que parecen más propias de una teleoperadora a la que hayas llamado para contratar un seguro de vida que de alguien que va alquilarte un piso.
Tú las vas contestando así como contraído, como con miedo, como un concursante del 50x15 que no está muy seguro en la pregunta catorce si las Cantigas las escribió Alfonso X, el Sabio o Fernando III, el Santo y se ha quedado sin comodines. Y al final fallas, indefectiblemente fallas.
O en la de ¿está divorciado?, o en la de ¿tiene contrato fijo? o en incluso en la de ¿tiene hijos?
En ese momento te sientes como si la teleoperadora te comunicara que una cláusula del seguro de vida te impide contratarlo cuando escuchas la inevitable excusa de "lo hemos alquilado esta mañana" ¿después de un cuestionario digno de un agente de la mítica "migra" yanqui de El Paso, Texas, lo tienen alquilado desde la mañana anterior? 
Quieres  soltar un exabrupto escatológico sobre la conveniencia de probar la capacidad de dilatación de ciertas zonas corporales para albergar bienes inmuebles pero te contienes, das las gracias y cuelgas. Cuelgas el teléfono aunque en realidad se te vienen a la mente imágenes de cómo colgar al arrendador.
Pero al final consigues una entrevista -porque ya tienes la sensación de que no estás buscando un piso, que tienes que ganártelo, como un puesto de trabajo-.
Y comienza la siguiente fase. Mucho más agotadora, donde va a parar.
Cuando llega el día, te levantas y piensas más en lo que vas aponerte que si hubieras quedado con alguien desconocido en una página de contactos porque, como decía tu abuela en su anciano conocimiento, "buen porte y buenos modales abren puertas principales". Y hoy de lo que se trata es de abrir puertas, sobre todo.
Cuando llegas, alguien te está esperando. Tú no sabes si es el propietario, el hermano del propietario o el portero de noche y no suele decirte cual es su relación con el piso que va a enseñarte, pero lo primero que hace es mirarte de arriba abajo con una mirada, lenta, escrutadora, como se observa a las reses en las ferias de ganado o a los sospechosos habituales en una rueda de reconocimiento. La situación es tan parecida a ambas cosas que dudas entre enseñarle bien la dentadura o ponerte de frente y de perfil para que pueda hacerte correctamente las instantáneas de la ficha policial.
Y no quiera ninguno de los dioses de los panteones conocidos o por conocer que tu tono de piel será más oscuro, tu pelo más rizado y tus ojos de una tonalidad que no coinciden con la imagen que el inconsciente colectivo del casero patrio tiene de un español, porque entonces comienza un nuevo rito que solo puede definirse como La Danza del ¿Tú, de quién eres?
Normalmente no es algo directo -porque no hay que parecer un tipo o tipa con prejuicios- así que se puede introducir de muchas formas. 
Así, como distraídamente te preguntan, ¿usted pasará frío aquí en invierno?
La pregunta te pilla por sorpresa y pones cara como de no entender la casilla 457 de la Declaración de la Renta. Y el desenlace llega tras esta introducción tan sutil "Lo digo porque claro, allá en El Caribe siempre hace más calor"
Tú sientes ganas de contestar "me´stas´stresando, Brothe", pero te contienes y les dices que no eres caribeño.
Otros son más directos y te dicen algo así como "No es que me importe pero usted no es de aquí ¿no?"
 ¡Hombre, si tienes prejuicios por lo menos no seas mentiroso, chaval!, si no te importa ¿para qué demonios lo preguntas? –piensas para ti-.
Pero en estas ocasiones tu instinto de auto preservación toma posesión de tu lengua antes que tus principios  y contestas sin rechistar a una pregunta que no les has consentido a un policía en plena identificación en la  Puerta del Sol del 15M o a un entrevistador para un puesto de trabajo a lo largo de tu vida.
Y luego están los que ya han decidido que eres extranjero en el primer escrutinio. Da igual lo que les digas. Eres extranjero.
Le dices a la señora que naciste en Granada y ella te contesta -muy condescendiente, eso sí- "pues debieron ustedes pasarlo mal"
Tú sientes inmediatamente ganas de mirarte al espejo, renovar tu olvidado abono al gimnasio o salir corriendo a pedir hora en Corporación Dermoestética. Porque durante un minuto piensas que tu, nunca muy agraciada, anatomía debe lucir absolutamente ajada y desatendida si la señora te imagina presente en el sitio de la ciudad nazarí a cargo de sus muy católicas majestades Isabel y Fernando porque, así de pronto, es el último momento en el que recuerdas en el que los granadinos lo pasaran especialmente mal con respecto al resto del país.
Ella parece notar tu desconcierto y apostilla "lo digo por lo de los americanos y todo eso. Usted se vino entonces, ¿no?"
Y tú sencillamente lo flipas. La señora tiene la memoria suficiente como para recordar el desembarco de las aguerridas tropas de la Primera Fuerza Expedicionaria, División de Barlovento, Pelotón Bravo, del glorioso de Cuerpo de Marines -Uaaaa- en una isla caribeña y es incapaz de utilizar el más mínimo sentido común como para inferir, por encima de sus prejuicios, que se trata de la Granada española.
Pero de nuevo te contienes y solamente dices: “de la de aquí, señora, de la de aquí”.
Y, a todo esto, aún no has pasado del portal, como mucho del descansillo del piso.
Pero ahí no acaba la cosa, pasado el primer y fundamental escrutinio de tu nacionalidad patria y mientras te enseñan la casa sigues pasando pruebas que hacen que las de Hércules queden como tareas escolares de un niño de Educación Infantil.
Mientras contemplas dos sillas, cuyo tapizado vetusto y ajado y su disposición enfrentadas, sin mesa ni nada, en mitad de un salón de dos metros por tres, te hacen pensar en la reunión de Hitler y Franco en Endaya, recibes a quemarropa, como de un francotirador, la pregunta ¿es usted divorciado?
Tu asientes mudo por la sorpresa de que se pueda considerar amueblado un salón cuyo mueble frontal es tan viejo que ya forma parte de la veta de un estrato geológico y entonces llega el segundo disparo que te remate. “Pues aquí no se pueden meter chicas continuamente. El vecindario es muy serio”.
¡Claro, como la actividad fundamental de los divorciados, después de trabajar para mantenerse ellos y a sus hijos y buscar la mejor forma de seguir relacionándose con ellos, es organizar orgías masivas!
¡Como todos tenemos una cantidad indeterminada de mujeres que podemos convocar a nuestro arbitrio para que esperen en formación, de pie, hacinadas en un salón de seis metros cuadrados, su turno para pasar a nuestro dormitorio como cortesanos romanos en la competición entre Mesalina y Escila, es lógico que nos haga esa advertencia!
Y la cosa continua.
Mientras contemplas un sofá que bien podría haber sido en el que Almodovar grabara algunas escenas de Pepi, Luci, Boom y otras chicas del montón, se te advierte de que en ese barrio no hay muchos "moros" -¡mierda, no tenía que haberme puesto el palestino al cuello!-; al tiempo que contemplas la media bañera en la que debieron hacer el waterboarding a Oswald para que confesara el asesinato de JFK, se te pone mala cara cuando contestas a su pregunta que eres periodista y se te comenta, torciendo el gesto, "ustedes se mueven mucho" -Claro, caballero, le exigimos a nuestras empresas que nos hagan contratos por programa para correr el riesgo de quedarnos en el paro cada seis meses cuando cambian las programaciones o bajan las audiencias, nos encanta que nuestra profesión sea casi un deporte de riesgo laboral, ¡nos pone movernos!, ¡adoramos el riesgo!-.
En el instante en el que entras en una cocina en la cual lo más moderno es el rodillo de amasar se te recuerda, así como quien no quiere la cosa, que "los niños manchan mucho y destrozan muchas cosas" -para eso tuve a mis hijos, señora, como herramienta de lucha libertaria contra la propiedad privada ajena y por eso los he entrenado como el activista anarquista perfecto-.
Y por fin, terminado tu periplo por el Museo del Mobiliario del Trapero y la completa intrusión en tu vida privada. Llegas de vuelta al salón y recibes la última comunicación.
“Bueno, pues pedimos 650 euros al mes, una fianza de dos meses más uno por los muebles y un aval bancario de 4.000 euros”.
“Comprendo que se preocupe por sus muebles y ponga una fianza por ellos porque son antigüedades, mal conservadas, pero antigüedades. Pero lamento no poder hacer frente al aval. Con todo el dinero que gasto en mis orgías, en mis actividades como yihadista infiltrado en España, en mis viajes periódicos a la isla de Granada a visitar a mis ancestros y en los campamentos de entrenamiento para mis hijos como Kale Borroka no me queda casi dinero a fin de mes y no he podido ahorrar esa cantidad. Otra vez será”.
En realidad eso es lo que piensas. Simplemente sonríes, le estrechas la mano y te marchas.
Y cuando caminas por la calle te sientes como una especie en peligro de extinción. Como alguien que haga algo casi perverso por intentar alquilar un inmueble para vivir.
Te das cuenta de que mientras no se considere la sociedad como un ecosistema en el que todos son necesarios y todos deben ser protegidos de igual manera esto del alquiler nunca funcionará en España. Al menos no como debe.
Pero sabes que la nueva Ley de Arrendamientos no arreglará eso. Porque sólo protegerá a los que ya están más que protegidos por sus prejuicios y por su posición prevalente en esto del negocio del alquiler.
Así que lo único que te queda es escribir este post como una colección de tus experiencias como arrendatario en peligro de extinción o hacer un monólogo para Paramount Comedy. O ambas cosas.
Lo que tiene el absurdo es que siempre puedes reírte de él. Aunque en ocasiones lo sufras.

4 comentarios:

Georgina dijo...

JAJAJAJAJAAJAAAAAAAAA.....
siento reirme, por que es la pura realidad, pero tal como lo cuentas, es genial. Deberías dedicarte a ésto... jajajajaja

devilwritter dijo...

No te preocupes. Esa es la cuestión. Por lo menos nos podemos reir.

Gordo de los cojones dijo...

Confío que el puente bajo el que te cobijes tenga wifi y una farola cerca para enchufar el portatil y poder seguir escribiendo posts como este. Genial.

Tu economista de cabecera dijo...

Muy bueno, muy real.

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