domingo, diciembre 09, 2012

Jacintha Saldanha o el molesto furúnculo de la ética.


Pues ya lo hemos hecho otra vez. 
Con la parte que nos toca de ese cúmulo de universos privados, individuales e irreconciliables que es la sociedad occidental atlántica, hemos vuelto a matar a otra persona. No es que sea nada nuevo, pero lo hemos hecho.
Nuestro gusto por el cotilleo oculto y virtual mató a Amanda Tood, allá en la lejana Columbia británica, nuestro deseo de escapar de nuestra responsabilidad como seres humanos de impedir la humillación de los débiles y dejársela a gobiernos y administraciones dejó morir a sus propias manos a un joven holandés, nuestra víscera infinita y nuestro miedo al escándalo empujó el dedo sobre el gatillo que un falso francotirador apretó para segar la existencia de una niña aquí mismo, a la vuelta de la esquina, en el profundo -con perdón- Albacete.

Y ahora hemos cruzado el Canal de la Mancha y hemos matado a una recepcionista.
Aquellos - o sea la mayoría- que acostumbran a quejarse de todo y echar la culpa a otros, dirán que no hemos sido nosotros. Dirán que no tienen nada que ver con la debilidad de carácter que una recepcionista de una clínica elitista de Londres demostró al suicidarse porque una cadena de radio le coló que eran Su Graciosa Majestad preguntando por la salud de su nieta política. Argumentarán que, en todo caso, la responsabilidad es de los locutores, del medio australiano o del sistema. Ese sistema al que echamos la culpa de todo cuando no queremos reconocer nuestra parte de culpa.
Pero todos ellos se equivocarán. Mentirán como lo hicieron con Amanda, con Tim, con Almudena. Mentirán porque saben que los medios han hecho lo mismo que hacemos nosotros.
Han tomado un derecho, una libertad lograda con el esfuerzo y la sangre de muchas generaciones y la han corrompido, la han manipulado y retorcido hasta convertirla en lo que ellos quieren que sea.
Y lo que los medios han hecho con la libertad de expresión y de prensa es lo que hacemos nosotros cada día con nuestras libertades individuales.
La libertad de Expresión se definió, se peleó y se consiguió para que el individuo, el informador -incluso el ciudadano que opina- estuviera a salvo de reacciones furibundas y represivas por parte del gobierno criticado, del poder puesto en tela de juicio.
No se levantó para que se pudieran hacer bromas de mal gusto a través de las ondas, no se arrancó de las garras del poder político para que se pudieran suplantar personalidades regias para hacer reír a las audiencias y medrar a los anunciantes.
Ya es cuestionable que se tire de ella para justificar insultos -no críticas, sino insultos- a personajes históricos muertos -que no a sus seguidores o falsos seguidores-, ya es más que difícil de digerir que se tremole para saltarse secretos de sumarios judiciales, organizar juicios mediáticos paralelos y condenar o exonerar a detenidos y acusados antes incluso de haber sido sentados en la sala de un tribunal.
Pero que se use de justificación  para hacer escarnio y burla de alguien a quien se desconoce, para colocar a una persona anónima en evidencia y en una situación imposible ya no es cuestionable, ya no es de complicada digestión. Es simplemente criminal.

Porque los medios de comunicación -cada vez más de ellos- usan la libertad de prensa y de expresión de la misma forma infantil y egoísta que un párvulo emplea para defender su libertad.
Puedo hacer lo que quiera y no tengo que hacerme responsable de las consecuencias de mis actos. No tengo que plantearme esas consecuencias ni dejar de hacer lo que he decidido hacer porque pueda arrasar, destruir, perjudicar o incomodar a otros.
Vamos, lo que hacemos nosotros todos los días.
Porque los medios olvidan que esa libertad fue conseguida y entregada con una condición, que la utilizaran bien. A cambio de esa pequeña molestia siempre olvidada denominada ética periodística.
Una mínima reflexión, un pequeño momento de pausa, hubiera permitido a los locutores australianos -ahora convenientemente escondidos del mundo en un intento de que todo pase en lugar de dar la cara por su irresponsabilidad- darse cuenta de que, aunque Buckingham Palace se lo tomara bien, aunque su Graciosa Majestad sonriera ante la ocurrencia o aunque Kate Middleton se riera de lo bien imitada que estaba la voz de su abuela política, su broma estaba destinada a tener efectos demoledores.
Una clínica privada, íntima y elitista no iba a reaccionar bien ante esa situación. Si se podía engañar a la recepcionista sobre la familia real ya no estaban a salvo los abortos secretos de las ladies, sus operaciones estéticas, los tratamientos de fertilidad de los lores o ninguna otra circunstancia médica.
Y ante el riesgo del negocio se cortan cabezas y la de la recepcionista que fue engañada sería la primera en caer. 
Pero claro, el trabajo, el presente y el futuro de una recepcionista con tres hijos no puede anteponerse a las risas de las audiencias, la lógica no puede anteponerse al éxito efímero de una audiencia riéndose del ridículo ajeno. La ética no puede anteponerse a la Libertad de Expresión.

Y así matan a Jacintha Saldanha -es sorprendente, hasta tenía nombre- de un certero disparo en su puesto de trabajo y su futuro.
Y la empresa mediática para la que trabajan, orgullosa de sus niveles de audiencia, sale en su defensa diciendo que "fue trágico pero no ilegal". La defensa siciliana típica
No es ilegal porque los medios se encargan de amenazar, coaccionar y hundir a cualquier gobierno que intente limitar los excesos de la libertad de expresión, no es ilegal porque la libertad de expresión que ellos manipulan arteramente y utilizan de forma absurda y pervertida, tiene que mantenerse para que otros puedan informar, opinar sin miedo a ser detenidos, asesinados o hechos desaparecer por aquellos que no quieren que se difunda lo que descubren.
No es ilegal porque se supone que su propia ética les había tenido que impedir hacer lo que hicieron al valorar las consecuencias que tendría para personas inocentes como Jacintha Saldanha.
Y ¿Por qué lo hacen? De nuevo los eternos inocentes que nunca se acusan de nada afirmarán que es por afán de ganancia o por perversidad, pero de nuevo, como Zebedeo, deberán bajar el brazo armado con la primera piedra de la lapidación y hundir  los ojos en el suelo de la vergüenza.

Los medios lo hacen porque lo han aprendido de nosotros.
Porque manipular la ética que se nos exige es un arte que dominamos a la perfección.
Por eso iniciamos -con sobrada razón- campañas basadas en la ética contra televisiones que pagan por entrevistar a familiares de delincuentes convictos pero ignoramos el hecho de la falla ética que supone que nosotros conozcamos por los medios el perfil psicológico, la vida y milagros, las declaraciones e incluso el nombre de ese delincuente que es menor de edad.
Por eso cargamos contra la ética de los proveedores de servicios o de los gestores de la red social de turno que permitieron que se acosara a Amanda Tood por Internet pero no contra la falta de ética que supone por nuestra parte entrar en cualquier cotilleo sin autorizar que podamos ver en La Red o en cualquier contenido sexual sin garantizarnos que es consentido por sus protagonistas.
Por eso no boicoteamos ni negamos nuestra audiencia a medios que han identificado, dado la dirección y expuesto ante nuestros ojos a un hombre que, por mucho que se haya declarado culpable, no ha sido ni siquiera acusado formalmente de un crimen por el simple motivo de que la Guardia Civil aún no lo ha capturado.
Por eso clamamos contra la falta de ética de un perito que ha cometido un error identificando unos huesos de unos niños desaparecidos en Córdoba sin tener en cuenta que nosotros no deberíamos siquiera conocer ese error porque formaba parte de un secreto sumarial que la ética más básica impide difundir.
Cuando nuestra necesidad compulsiva de saber y juzgar, nuestra visceralidad, nuestras ansias de cotilleo o simplemente nuestro morbo están en juego, la ética no tiene que ser tenida en cuenta, no tiene que ser planteada. Exactamente igual que lo que hacen nuestros medios de comunicación. Exactamente igual que lo que hacemos en otros ámbitos de nuestra vida.

Exigimos a los demás que nos tengan en cuenta en sus decisiones, que no hagan cosas que nos dañen o nos hagan sufrir, que reflexionen sobre las consecuencias de sus actos en nuestras vidas, que sean éticos. Pero cuando nos llega el turno a nosotros ignoramos esa premisa. Nuestra libertad de acción está por encima de todos y de todo. Y, quien venga detrás, que arree.

Porque, claro, nadie nos puede obligar a ser éticos. Si algo es molesto es mejor prescindir de ello, si algo nos incomoda o nos impide hacer lo que queremos, mejor arrinconarlo en el más secreto desván de nuestra mente y fingir que no existe.

Los medios le llaman ética periodística. Nosotros deberíamos llamarlo conciencia.

Pero ya, de usarlo tan poco, casi ni recordamos como se llama y por supuesto no tenemos noción de cómo debe funcionar.

Ciento diecinueve periodistas de verdad han muerto este año intentando defender con sus informaciones y descubrimientos la libertad de expresión, más de doscientos están encarcelados alrededor del mundo por defender con sus informaciones y sus actos la libertad de prensa.

Lo hicieron para que lo que ha de ser conocido se conozca, para que lo que ha de ser criticado se critique, para que lo que tenga que ser descubierto se descubra.

No para que nuestro deseo de morbo, nuestra arrogancia, nuestro gusto por reírnos del ridículo ajeno y dos bellos y cómicos djs radiofónicos de tres al cuarto transformen la libertad de Expresión en libertad de Ejecución de una recepcionista londinense.

Puede que visto así, ya no sea divertido.

2 comentarios:

Eva Mª Casas dijo...

Me da mucha pena esta Señora,llegar a quitarse la vida es lo ultimo, asi que no me puedo llegar a imaginar el daño que esa gentuza de periodistas sinverguenzas le han hecho.
Que Dios la bendiga alla donde este.

devilwritter dijo...

Solo un matiz, Eva.
Son sinverguenzas por ser sinvergüenzas no por ser periodistas (que ni siquiera los son, son dj de una radio)
Si fueran abogados también serían sinvegüenzas o si fueran cualquier otra cosa.
Ser periodista no te convierte en sinvergüenza, simplemente se da el caso de que muchos de ellos que trabajan en los medios.
Pero tienes razón, son unos sinverguüenzas)

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