Pues ya lo hemos hecho otra vez.
Con la parte que nos toca de ese
cúmulo de universos privados, individuales e irreconciliables que es la
sociedad occidental atlántica, hemos vuelto a matar a otra persona. No es que
sea nada nuevo, pero lo hemos hecho.
Nuestro gusto por el cotilleo oculto y
virtual mató a Amanda Tood, allá en la lejana Columbia británica, nuestro deseo
de escapar de nuestra responsabilidad como seres humanos de impedir la
humillación de los débiles y dejársela a gobiernos y administraciones dejó
morir a sus propias manos a un joven holandés, nuestra víscera infinita y
nuestro miedo al escándalo empujó el dedo sobre el gatillo que un falso francotirador apretó para segar la existencia de una niña aquí mismo, a la
vuelta de la esquina, en el profundo -con perdón- Albacete.
Y ahora hemos cruzado el Canal de la
Mancha y hemos matado a una recepcionista.
Aquellos - o sea la mayoría- que
acostumbran a quejarse de todo y echar la culpa a otros, dirán que no hemos
sido nosotros. Dirán que no tienen nada que ver con la debilidad de carácter
que una recepcionista de una clínica elitista de Londres demostró al suicidarse
porque una cadena de radio le coló que eran Su Graciosa Majestad preguntando por
la salud de su nieta política. Argumentarán que, en todo caso, la
responsabilidad es de los locutores, del medio australiano o del sistema. Ese
sistema al que echamos la culpa de todo cuando no queremos reconocer nuestra
parte de culpa.
Pero todos ellos se equivocarán.
Mentirán como lo hicieron con Amanda, con Tim, con Almudena. Mentirán porque
saben que los medios han hecho lo mismo que hacemos nosotros.
Han tomado un derecho, una libertad
lograda con el esfuerzo y la sangre de muchas generaciones y la han corrompido,
la han manipulado y retorcido hasta convertirla en lo que ellos quieren que
sea.
Y lo que los medios han hecho con la
libertad de expresión y de prensa es lo que hacemos nosotros cada día con
nuestras libertades individuales.
La libertad de Expresión se definió,
se peleó y se consiguió para que el individuo, el informador -incluso el
ciudadano que opina- estuviera a salvo de reacciones furibundas y represivas
por parte del gobierno criticado, del poder puesto en tela de juicio.
No se levantó para que se pudieran
hacer bromas de mal gusto a través de las ondas, no se arrancó de las garras
del poder político para que se pudieran suplantar personalidades regias para
hacer reír a las audiencias y medrar a los anunciantes.
Ya es cuestionable que se tire de ella
para justificar insultos -no críticas, sino insultos- a personajes históricos
muertos -que no a sus seguidores o falsos seguidores-, ya es más que difícil de
digerir que se tremole para saltarse secretos de sumarios judiciales, organizar
juicios mediáticos paralelos y condenar o exonerar a detenidos y acusados antes
incluso de haber sido sentados en la sala de un tribunal.
Pero que se use de justificación para hacer escarnio y burla de alguien a quien
se desconoce, para colocar a una persona anónima en evidencia y en una
situación imposible ya no es cuestionable, ya no es de complicada digestión. Es
simplemente criminal.
Porque los medios de comunicación
-cada vez más de ellos- usan la libertad de prensa y de expresión de la misma
forma infantil y egoísta que un párvulo emplea para defender su libertad.
Puedo hacer lo que quiera y no tengo
que hacerme responsable de las consecuencias de mis actos. No tengo que
plantearme esas consecuencias ni dejar de hacer lo que he decidido hacer porque
pueda arrasar, destruir, perjudicar o incomodar a otros.
Vamos, lo que hacemos nosotros todos
los días.
Porque los medios olvidan que esa
libertad fue conseguida y entregada con una condición, que la utilizaran bien.
A cambio de esa pequeña molestia siempre olvidada denominada ética
periodística.
Una mínima reflexión, un pequeño
momento de pausa, hubiera permitido a los locutores australianos -ahora
convenientemente escondidos del mundo en un intento de que todo pase en lugar
de dar la cara por su irresponsabilidad- darse cuenta de que, aunque Buckingham
Palace se lo tomara bien, aunque su Graciosa Majestad sonriera ante la
ocurrencia o aunque Kate Middleton se riera de lo bien imitada que estaba la
voz de su abuela política, su broma estaba destinada a tener efectos
demoledores.
Una clínica privada, íntima y elitista
no iba a reaccionar bien ante esa situación. Si se podía engañar a la
recepcionista sobre la familia real ya no estaban a salvo los abortos secretos
de las ladies, sus operaciones estéticas, los tratamientos de fertilidad de los
lores o ninguna otra circunstancia médica.
Y ante el riesgo del negocio se cortan
cabezas y la de la recepcionista que fue engañada sería la primera en
caer.
Pero claro, el trabajo, el presente y
el futuro de una recepcionista con tres hijos no puede anteponerse a las risas
de las audiencias, la lógica no puede anteponerse al éxito efímero de una
audiencia riéndose del ridículo ajeno. La ética no puede anteponerse a la
Libertad de Expresión.
Y así matan a Jacintha Saldanha -es
sorprendente, hasta tenía nombre- de un certero disparo en su puesto de trabajo
y su futuro.
Y la empresa mediática para la que
trabajan, orgullosa de sus niveles de audiencia, sale en su defensa diciendo
que "fue trágico pero no
ilegal". La defensa siciliana típica
No es ilegal porque los medios se
encargan de amenazar, coaccionar y hundir a cualquier gobierno que intente
limitar los excesos de la libertad de expresión, no es ilegal porque la
libertad de expresión que ellos manipulan arteramente y utilizan de forma
absurda y pervertida, tiene que mantenerse para que otros puedan informar, opinar
sin miedo a ser detenidos, asesinados o hechos desaparecer por aquellos que no
quieren que se difunda lo que descubren.
No es ilegal porque se supone que su
propia ética les había tenido que impedir hacer lo que hicieron al valorar las
consecuencias que tendría para personas inocentes como Jacintha Saldanha.
Y ¿Por qué lo hacen? De nuevo los
eternos inocentes que nunca se acusan de nada afirmarán que es por afán de
ganancia o por perversidad, pero de nuevo, como Zebedeo, deberán bajar el brazo
armado con la primera piedra de la lapidación y hundir los ojos en el suelo de la vergüenza.
Los medios lo hacen porque lo han
aprendido de nosotros.
Porque manipular la ética que se nos
exige es un arte que dominamos a la perfección.
Por eso iniciamos -con sobrada razón-
campañas basadas en la ética contra televisiones que pagan por entrevistar a
familiares de delincuentes convictos pero ignoramos el hecho de la falla ética
que supone que nosotros conozcamos por los medios el perfil psicológico, la
vida y milagros, las declaraciones e incluso el nombre de ese delincuente que
es menor de edad.
Por eso cargamos contra la ética de
los proveedores de servicios o de los gestores de la red social de turno que
permitieron que se acosara a Amanda Tood por Internet pero no contra la falta
de ética que supone por nuestra parte entrar en cualquier cotilleo sin
autorizar que podamos ver en La Red o en cualquier contenido sexual sin
garantizarnos que es consentido por sus protagonistas.
Por eso no boicoteamos ni negamos
nuestra audiencia a medios que han identificado, dado la dirección y expuesto
ante nuestros ojos a un hombre que, por mucho que se haya declarado culpable,
no ha sido ni siquiera acusado formalmente de un crimen por el simple motivo de
que la Guardia Civil aún no lo ha capturado.
Por eso clamamos contra la falta de
ética de un perito que ha cometido un error identificando unos huesos de unos
niños desaparecidos en Córdoba sin tener en cuenta que nosotros no deberíamos
siquiera conocer ese error porque formaba parte de un secreto sumarial que la
ética más básica impide difundir.
Cuando nuestra necesidad compulsiva de
saber y juzgar, nuestra visceralidad, nuestras ansias de cotilleo o simplemente
nuestro morbo están en juego, la ética no tiene que ser tenida en cuenta, no
tiene que ser planteada. Exactamente igual que lo que hacen nuestros medios de
comunicación. Exactamente
igual que lo que hacemos en otros ámbitos de nuestra vida.
Exigimos a los demás que nos tengan en
cuenta en sus decisiones, que no hagan cosas que nos dañen o nos hagan sufrir,
que reflexionen sobre las consecuencias de sus actos en nuestras vidas, que
sean éticos. Pero cuando nos llega el turno a nosotros ignoramos esa premisa.
Nuestra libertad de acción está por encima de todos y de todo. Y, quien venga
detrás, que arree.
Porque, claro, nadie nos puede obligar
a ser éticos. Si algo es molesto es mejor prescindir de ello, si algo nos
incomoda o nos impide hacer lo que queremos, mejor arrinconarlo en el más
secreto desván de nuestra mente y fingir que no existe.
Los medios le llaman ética
periodística. Nosotros deberíamos llamarlo conciencia.
Pero ya, de usarlo tan poco, casi ni
recordamos como se llama y por supuesto no tenemos noción de cómo debe
funcionar.
Ciento diecinueve periodistas de
verdad han muerto este año intentando defender con sus informaciones y
descubrimientos la libertad de expresión, más de doscientos están encarcelados
alrededor del mundo por defender con sus informaciones y sus actos la libertad
de prensa.
Lo hicieron para que lo que ha de ser
conocido se conozca, para que lo que ha de ser criticado se critique, para que
lo que tenga que ser descubierto se descubra.
No para que nuestro deseo de morbo,
nuestra arrogancia, nuestro gusto por reírnos del ridículo ajeno y dos bellos y cómicos
djs radiofónicos de tres al cuarto transformen la libertad de Expresión en libertad
de Ejecución de una recepcionista londinense.
Puede que visto así, ya no sea
divertido.
2 comentarios:
Me da mucha pena esta Señora,llegar a quitarse la vida es lo ultimo, asi que no me puedo llegar a imaginar el daño que esa gentuza de periodistas sinverguenzas le han hecho.
Que Dios la bendiga alla donde este.
Solo un matiz, Eva.
Son sinverguenzas por ser sinvergüenzas no por ser periodistas (que ni siquiera los son, son dj de una radio)
Si fueran abogados también serían sinvegüenzas o si fueran cualquier otra cosa.
Ser periodista no te convierte en sinvergüenza, simplemente se da el caso de que muchos de ellos que trabajan en los medios.
Pero tienes razón, son unos sinverguüenzas)
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