A estas alturas
no se le escapa ni a un anacoreta que lo económico está en la raíz y la copa
del árbol que ahora ensombrece nuestros campos llamado crisis. Lo financiero,
lo bursátil y lo bancario son los pilares de aquello que ahora aqueja a Europa
y al mundo occidental atlántico en mayor o menor medida.
Pues hay alguien
que aún no se ha enterado. Hay gentes que en puestos clave de la política del continente aún no parecen tenerlo claro y creen que deben su
lealtad a otra causas, a otras pírricas victorias propias o derrotas ajenas
-que con determinadas ideologías nunca se sabe que es lo que más satisfacción
produce-.
Y por supuesto
una de esas ideologías ancladas en otras cosas es ese feminismo que no es el feminismo
real de lo paritaria y paritoria del poder y lo poderoso. Ese enjambre
ideológico mal engarzado de odios y complejos que asegura buscar una cosa, que
defiende reclamar una cosa cuando en realidad lo único que busca es otra.
Y como muestra
un botón. Un botón del tamaño de las lunas de Júpiter, pero un botón.
E Banco Central
Europeo es uno de los ejes sobre los que se mueve esta crisis que ya es quiebra
sistémica de lo liberal capitalista. A nadie se le escapa que de las acciones
de esta entidad, de sus movimientos y de sus palabras y acciones depende la
evolución de este lento circo mortuorio que es ahora la economía occidental.
A nadie menos a
una persona. Una persona que ha decidido bloquear la capacidad de acción de esa
entidad, una persona que ha decidido que la economía europea puede permitirse
que el Banco Central Europeo se encasquille en un consejo de administración con
un numero para de miembros que puede ir de empate en empate hasta la
extenuación en cada una de sus decisiones.
Una persona que
curiosamente es la presidenta de la Comisión de Asuntos Económicos del
Parlamento Europeo, que es alguien que debería estar al tanto de la importancia
que tienen en estos momentos las reacciones rápidas y las decisiones firmes -en
uno u otro sentido, que eso objeto de otro análisis- para la economía europea,
para el euro, para los rescates y para todo el entramado de absurdo económico
en el que nos movemos.
Su nombre es
Sharon Bowles y ha vetado, retrasado o paralizado el nombramiento de una
persona para completar el Consejo de Administración del Banco Central Europeo.
¿Cuál ha sido el
motivo? ¿Quizás ha descubierto que la persona propuesta está involucrada en
turbios manejos financieros?, ¿quizás no la considera suficientemente
cualificada?, ¿es posible que se deba a que está relacionada con intereses que
puedan entrar en conflicto éticos con el cargo?
Nada de todo
eso. Sharon Bowles ha utilizado su voto de calidad como presidenta de la
Comisión de Asuntos Económicos del Parlamento Europeo para demorar esa decisión
porque Yves Mersch es hombre. O, para ser más exactos, porque el luxemburgués
no es mujer.
Y ahí acaba
todo. Ahí acaban todas sus dudas, todas sus reticencias, todas sus objeciones.
Ahí acaban las suyas y comienzan las de todos los demás.
Porque Para
empezar Sharon Bowles no está al frente de la Comisión de Asuntos Económicos
del Parlamento Europeo para hacer política paritaria, para hacer política de
igualdad -si es que se quiere amparar en ese concepto para justificarse- ni
para hacer política de género como ese feminismo paritario al que representa la
llaman.
Está para hacer
política económica. Y eso no tiene nada que ver con su sexo ni con el de los
integrantes del Consejo de Administración del BCE. Lo que a Bowles le tenía que
preocupar es si el máximo organismo monetario europeo puede reaccionar
rápidamente ante las situaciones, si la presencia de un luxemburgués
-representante de un paraíso fiscal parcial- puede crear desajustes en la
política bancaria del BCE o si la parálisis de la entidad podría ser
perjudicial para el conjunto de la política monetaria conjunta de Europa.
Pero a ella no
le importa nada de todo eso. Paraliza el BCE porque quiere una mujer en el
Consejo de Administración. Porque quiere una de las suyas en el que
probablemente es el núcleo del poder económico europeo.
Y eso demuestra
algo que todos sabemos desde hace tiempo pero que hasta ahora solamente se han
atrevido a decir abiertamente los labios femeninos de una puta francesa: que
ese feminismo político de capilla y subvención solamente busca una cosa: el
poder.
Sharon Bowles no
actúa como economista o como política en esa decisión: simplemente actúa como
el brazo político de la organización radical postfeminista en busca de su
objetivo básico que no es la igualdad, ni la justicia, ni la equidad. Es el
poder.
Un de las
máximas representantes de ese postfeminismo ansioso de poder, que tanto ha
criticado a una supuesta conjura conspiranoica secreta de los varones mundiales
que han mantenido sometidas a las mujeres a lo largo de los tiempos, se
comportan como lo que su paranoia histórica denuncia, como una sociedad francmasónica
de centurias anteriores en las que lo importante por encima de todo era colocar
en puestos clave a sus miembros para estar en condiciones de mover los hilos
del poder en su conveniencia cuando fuera menester.
Ellas, que tanto
han criticado a las prelaturas personales y las organizaciones jerárquicas
católicas por contribuir a ese sometimiento femenino que denuncian, se
transforman de repente en una de ellas en un Opus Mulieris, que, tras dogmatizar y aleccionar convenientemente a
sus miembros, pretende introducirlos subrepticiamente en los rangos de poder
para que le devuelvan influencia a cambio de ese inmenso favor.
"Consideramos que nuestras preocupaciones
no han sido atendidas con el suficiente rigor y que no es apropiado seguir
adelante con la audiencia en estos momentos", dice Bowles.
Y con esa
afirmación se delata. Su preocupación no debería ser la paridad. Los europeos
la han colocado ahí para que se preocupe por la economía, no por la paridad. La
población de Europa espera de ella que esa sea su preocupación pero ella la
ignora y con ese plural mayestático en el que pretende incluir a todo el
Parlamento Europeo -que ni ha votado, ni está de acuerdo con el veto-
simplemente revela que a ella la economía de Europa le importa poco. Que su
preocupación es el ascenso del poder postfeminista -que no femenino- y nada
más.
No le importa
que no se haya presentado ninguna candidatura femenina. Ella lo achaca al
machismo de los gobiernos. No es posible que no haya ninguna mujer que ansíe un
puesto de poder como ese. No le importa que -quizás por la herencia de siglos
sin acceder, eso es cierto, al poder financiero y bancario- no hay todavía
ninguna mujer preparada para ello, no le importa que quizás las que estén
preparadas perdieran seguir en sus cómodos -o no tan cómodos, pero más
rentables- despachos de la City londinense, de la banca francesa o de las
finanzas alemanas. Nada de eso es relevante.
Ella exige al acceso
a ese rango de poder porque sí, sin tener nada en cuenta. Se pone al
descubierto porque no puede dejar pasar la oportunidad de intentarlo.
Y así pervierte
el feminismo igualitario, reconduce la petición de igualdad en una exigencia de
supremacía. En una afirmación de que la mujer tiene que acceder al poder por
ser mujer sin tener en cuenta ningún otro matiz, ninguna otra apreciación.
Solamente por ser mujer.
Convierte un movimiento
ideológico en una rama bastarda y tardía de los matriarcados borgoñones que
utilizaron durante tres siglos las piernas abiertas de sus damas para
mantenerse la frente del reino de Navarra y del condado palatino de Borgoña, sin
importarles los sentimientos de sus hijas, sobrinas y hermanas. Solo por una
sed de poder inagotable.
Transforma el
feminismo en uno de esos antiguos y míticos aquelarres de noche de Todos los Santos
o de anochecer llameante de San Juan en el Monte Pelado en el que se conspiraba
para meter en la cama del duque a la más bella de sus iniciadas y asegurar así que
el poder feudal no se pusiera nunca en su contra.
Ignoran todo
para lograr un fin que no puede ser logrado de esa manera. Y sino que se lo pregunten
a Merkel y a Lagarde. Nada feminista ninguna de ellas, pero que ahora están en
la cúspide del poder, una por voluntad popular y otra por méritos y
conocimientos económicos liberal capitalistas que la han colocado en donde
está. Y ambas tras años de luchas intestinas, manejos secretos, batallas y
alianzas y tras multitud de cadáveres en el armario. Como cualquier ser humano
que se sube al siempre desbocado caballo del poder.
Pero ellas no quieren
o no pueden hacer eso. Saben que no tienen conocimientos o la paciencia y la
fortaleza necesarias para hacerlo.
No recurren a la
cansada lucha, a la fría y agotadora determinación e incluso a las más que
cuestionables actuaciones, alianzas y acciones a las que recurre cualquier
persona -sea hombre o mujer- para el acceso al poder cuando esto se convierte
en su objetivo vital.
Ellas pretenden
tirar por la calle de en medio. Pretenden acortar el paso sometiendo a la
economía europea al chantaje de la partida de ajedrez del rey ahogado "si no colocas a una de las mías en el
centro del poder, no dejo moverse a ese poder". Prefieren recurrir al
ensalmo salvador del místico decreto legal ex
machina que exija que las mujeres accedan al poder sin más, aquí y ahora,
sin que tengan que hacer nada para ganárselo.
Convierten el
feminismo igualitario de la lucha de antaño en la Sociedad Arcana de la magia
de Hermes Trimegisto.
Y las
representantes del ese postfeminismo radical, ávido de poder y no de responsabilidad, sediento
de mando y no de ética, ansioso de relevancia y no de compromiso social, salen
por fin a la palestra, con toda su pompa y circunstancia, revelando lo que han
planeado buscar y lo que han decidido ser.
De repente, se
disfrazan con ropajes rojos y rostros macilentos, como los elfos oscuros de la
mitología nórdica que siguen a Malekit, el Maldito y tremolan el lema de los
condenados en el Ragnarok, el apocalipsis escandinavo.
Sólo luchamos
por ser los amos – ¡Uy, perdón, las amas!- del mundo. Aunque en esa batalla
convirtamos el mundo en un inmenso monte
de cenizas.
1 comentario:
Muy bueno, no conocía este dato. Vivimos esto en cada estrato de la población.
En mi empresa yo he sufrido lo mismo por culpa de una camarilla misándrica liderada por otra hembrista.
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