Hay personas
que no pueden callar. Su configuración genética les impele a abrir la boca y
contestar a cualquier sonido, comentario, frase o sentencia que caiga en el
entorno cercano de sus oídos. Como si su inteligencia se demostrara con eso,
como si en algún lugar de las casas celestes un ángel divino llevara la cuenta
de sus réplicas mordaces o sus reflexiones sesudas para luego incorporarlas en
la balanza de su salvación eterna.
Mi abuela
les llamaba bocachanclas, mi hija y sus amigas les definen como motivaos de la vida. Yo, que soy
más de ejemplos visuales y directos, les llamo José Ignacio Wert.
Porque el
ministro de educación se siente impelido a hablar constantemente, a participar
en todas las polémicas, a difundir frases y exabruptos por doquier en la
esperanza, según parece, de que eso se refleje en su currículo como un valor en
alza. Y claro luego tiene que explicarlas, matizarlas o incluso fingir que no
las ha dicho para intentar que nadie se las eche en cara.
Porque la
suma de esas frases y su relación con los actos del ministro nos lleva a
descubrirle, a explicarle. Y si hay algo que un ministro no quiere, y sobre
todo uno como Wert, es que alguien pueda descubrir porque hace las cosas.
Y su
principal acción, más allá de sus polémicas, de sus insultos, de sus recortes,
es algo llamado Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE). Porque
para eso está en el ministerio y sobretodo porque es algo de lo que no podrá
desdecirse. Un recorte se puede anular, un intento de saltarse la libertad
individual -como el de exigir la historia clínica a los profesores interinos-
se puede rectificar. Pero una ley no puede fingirse que no existió. Y ahí
empiezan los problemas de Wert.
Porque el señor
ministro se ha hartado de afirmar que hay que “adecuar la educación al mercado laboral y las necesidades de las
empresas”. Es el mantra que ha repetido una y otra vez para justificar
muchas de sus decisiones pero resulta que en el proyecto de la LOCME, la
educación tecnológica prácticamente desaparece.
Gran Bretaña
o Alemania -países que han emprendido desde hace casi un lustro ese camino,
acertado o no- incluyen al menos 50 horas de tecnología al año durante los once
años del ciclo formativo completo hasta llegar a la Universidad.
Pero Wert y
su ley las elimina de un plumazo. Podría ser porque nuestro mercado laboral no
está orientado a la industria y si a los servicios, pero entonces las
sustituiría, no sé, por horas de hostelería, de administración de empresas, de
comercio. Pero no lo hace, con lo que se deduce que la adaptación al mercado
laboral le importa un carajo.
Es una
cuestión de números e inversión. Porque esas clases precisan ordenadores,
talleres y una serie de gastos que él no considera necesarios para educar en la
línea en la que quiere educar.
¿Cuál es esa
línea? ¡Tranquilos cada cosa a su tiempo!
Cuando se
encuentra en círculos sesudos, rodeado de intelectuales de su signo, habla sin
parar sobre "lo importante de una
base cultural sólida tanto para los conocimientos pero para los valores"
Pero su ley,
su marca de fábrica, borra prácticamente de un plumazo todos esos fundamentos.
Se carga la asignatura de cultura clásica, elimina el griego y reduce el latín
a su mínima expresión. Claro, como la filosofía griega no es indispensable para
entender como pensamos en occidente, como en Atenas no está el origen del
pensamiento democrático, como en Roma no está el germen del derecho es lógico
que nos sean imprescindibles para enraizar los valores en los que se asienta
nuestra sociedad.
es mejor
sustituirlas por el concepto de nacionalismo excluyente, el de españolización
de Catalunya o el de no existencia del matrimonio gay. Esos sí son valores
indiscutibles de nuestra sociedad. De nuevo lo que dice no se corresponde con
su acto de fe, con su evangelio, con su ley. De nuevo su línea de pensamiento
aflora más allá de sus palabras.
¿Cuál es su
línea de pensamiento? Ahora sí.
Y para
resumirla nadie mejor que Horace Mann: "El
maestro que intenta enseñar sin inspirar en el alumno el deseo de aprender está
tratando de forjar un hierro frío".
Wert
pretende forjar hierros fríos. Así de sencillo.
Utilizando
la frase de Horace Mann pretende que la educación -sobre todo la pública, que
por la otra se paga y tiene que ser de calidad- se transforme en el forjado de
hierros fríos que enseñe lo básico sin inspirar ningún impulso, ningún deseo.
Wert pretende convertir la educación pública en ese magisterio que machaca una
y otra vez cuatro conceptos básicos sobre una mente sin expectativas en un
intento baldía de forjar un hierro que no ha sido calentado convenientemente
con el fuego de la reflexión, del pensamiento autónomo, de la capacidad y la
independencia intelectual.
Y por ello
no le sirven ni las asignaturas que nos llevan al pasado y al concepto de la
reflexión -cultura clásica eliminada, historia reducida a expresiones mínimas, filosofía
convertida en una caricatura..- ni al futuro y a la frontera de la creación y
la invención -tecnología sumergida hasta el ahogamiento, el bachillerato
artístico prácticamente eliminado...-. Por eso le resulta imprescindible la
cita de Stanford y retrotraerse a la educación decimonónica o incluso anterior:
"insistir en las matemáticas básicas
y en la lectura".
O sea,
dedicar la educación pública a enseñar a leer, escribir y las cuatro reglas.
Eso no es
suficiente para las empresas, para los ciudadanos, para la sociedad ni para el
país, pero a él no le importa porque sí es suficiente para lo que busca:
trabajadores que no den problemas, que estén dispuestos a trabajar en las
condiciones de regreso a la servidumbre que impone la reforma laboral del
gobierno al que pertenece y sobre todo gente que se conviertan en agitadores
antisistema empeñados en protestar en lugar de aceptarlo todo sin rechistar.
Y su único
acto ministerial efectivo, que es la dirección de la elaboración de la Ley
Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa, lo deja bien claro.
Porque Wert
y su visión del mundo y de la sociedad necesita de esos hierros fríos forjados
sin criterio para que la educación no pueda cumplir nunca la función para la se
debe utilizar, la que definió otra gran educadora, María Montessori: "La primera tarea de la educación es
agitar la vida, pero dejarla libre para que se desarrolle".
Y claro Wert
no quiere que se agite la vida no vaya a ser que luego se le manifieste, no
quiere dejarla que se desarrolle libre no vaya a ser que luego se le haga
antisistema, le cuestione sus decisiones y las de su gobierno y decida que el
sistema económico en el que vivimos no es el más conveniente. Y mucho menos a
cargo del Erario Público cuya única función es sufragar los excesos e irresponsabilidades
de los gobernantes y sus socios financieros.
Así que por
más que hable, por más que matice y por más que polemice, su ley, su acto
principal, es el que define lo que quiere y lo que teme José Ignacio Wert y el
gobierno que representa.
No vaya a
ser -¡Nuestra Señora de la Almudena no lo quiera!- que al final, pese a todas
nuestras raíces judeocristianas, terminamos en ese estadio social que defendía
Confucio hace casi 1.500 años cuando decía que "donde hay educación
no hay distinción de clases".
¡Hasta ahí
podíamos llegar!
1 comentario:
Os invito a leer este diálogo socrático, cómo desmontaría Sócrates las falacias del amestramiento liberal-conservador. Saludos
http://es.scribd.com/doc/110683500/Wertiades-o-del-merito
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