Hoy es 11 de septiembre -dicho así, sin acrónimos modernos y apocopadores- y se supone que tocaría hablar de conmemoraciones, de atentados, de choques entre culturas medievales y modernismos decadentes, de muertos expuestos y guerras encubiertas, de conspiraciones sugeridas y planes descubiertos, de pastores quemacoranes y mulahs quemabanderas y de todo aquello que ha compuesto, compone y compondrá la memorabila y la iconografía que hace referencia al día en el que la guerra -la misma guerra que lleva matándonos y muriéndonos desde hace siglos- llegó a América -entendida esta como Estados Unidos, claro está-.
Pero los amantes del recuerdo trágico y la memoria desmedida, los defensores de la reconciliación y los profetas de la venganza, los organizadores del fasto conmemorativo y los redactores del discurso grandilocuente y tardío están de mala hora. Hoy es sábado, hay liga de futbol, semifinales de mundobasket, final de Open USA de tenis, noche en blanco de cultura y "hartaura"... Así que se permite hablar de otra cosa.
Estas endemoniadas líneas no versarán hoy sobre el pan y el circo -o sea, el deporte-, ni sobre la guerra y la condena, ni sobre la paz y la justicia. Hablarán de nosotros -¿cuanto tiempo hace que no queremos escuchar algo sobre nosotros?, ¿cuanto tiempo hace que no le reconocemos a nadie el derecho a hablar sobre nosotros?-.
Hoy sería el día ideal para forzarnos a recordar para que otros no tuvieran que aprender, para cerrar heridas y abrir caminos, para recordarnos como éramos en 2001 y reirnos sabiendo que en 2010 ya no somos así. Pero todo eso no ocurrirá porque no hemos cambiado, no hemos escuchado las palabras ni detectado, como diría un místico profeta, las señales.
No hemos cambiado porque sólo hemos sido capaces de empeorar.Ya no existimos.
No existimos porque el comunismo fracasó -lo dice hasta el propio Castro- y el capitalismo, aunque con un periodo de obsolescencia algo más controlado, también lo ha hecho.
No existimos porque nuestra sociedad se atomiza en soluciones individuales a la vida, regionales a la escasez, nacionales a la guerra y continentales a la muerte.
No existimos porque nos forzamos, día tras día, a repensar lo mismo porque somos incapaces de idear algo radicalmente nuevo, algo que nos suponga un riesgo; porque no podemos -de tanto no quererlo- salir de lo que sabemos, aunque lo que sabemos no nos funcionó, no nos funciona y hasta comprendemos y tememos que no funcionará.
Porque nos hemos negado el cambio para evitar el riesgo, nos hemos negado la vida para intentar eludir la inevitable muerte.
No existimos porque las ideologías - las de aquellos que todavía comprenden y aplican el concepto- no nos sirven para cambiar el mundo y ni siquiera para interpretarlo.
No existimos porque las hemos convertido en fotografías estáticas sin actualizar de cómo queremos que sea el planeta; porque ni siquiera nos preocupamos de saber sin son factibles, si son apricables.
No existimos porque nos importa poco o nada que sean justas y sólo nos importa que son nuestras y que algún texto legal inescrutable e incomprendido nos da derecho a mantenernos en ellas.
Porque ya no tiramos de la utopía para transformar la realidad, sino que recurrimos a la negación de la realidad para justificar la utopía.
No existimos porque aquellos cuyas preguntas trascienden a la muerte con seres invisibles han matado a sus dioses -si es que antes existían- en aras de sus ritos y sus mitos, de sus dogmas y sus cultos, de sus miedos y sus fobias.
No existimos porque, amparados y firmes, cautelosos y serios, ecuménicos y santos, se niegan, en unos y otros templos, a admitir que la respuesta clave, que la salvación añorada o el castigo temido no dependen de su fe y su doctrina.
Porque se niegan a comprender que han perdido importancia, que el hecho de que crean ya no es relevante. Que sus dioses, si es que aún les sobreviven, ya no creen en ellos.
No existimos porque ateos y agnosticos juegan a ser creyentes, a generar doctrina, a moverse en la línea que separa el derecho y la imposición.
No existimos porque aquellos que obtenían la fuerza para cambiar el mundo de saber que está era la única vida que teniamos cierta, ahora usan ese conocimiento como excusa invariable para eludir la vida, para escapar del riesgo, para dar como cierto el recurso baldío a una vida "normal" de casa, horario continuado, ocio y algún capricho.
Porque poner toda la intensidad, la esperanza y la fuerza en una sola vida, sin recurrir a existencias trascendentes, a paraisos futuros ni a gehennas eternos, se ha convertido en la excusa perfecta para sustituir la vida por la supervivencia, la dignidad por el conformismo.
No existimos porque dilapidamos la herencia de la sangre y la lucha que otros, de otros tiempos, nos dejaron y dieron antes de conocernos, antes de respetarnos, antes de concebirnos.
No existimos porque las huelgas fracasan -o fracasarán en breve- porque nadie la quiere, porque nadie las vive, porque nadie las lucha, porque nadie las muere.
No existimos porque abrazamos con fuerza el clavo ardiendo de unos sindicatos incompetentes, de una reforma que nos beneficia en un artículo aunque perjudique en otros cientos a miles de los nuestros, de la crisis y la necesidad de dinero. Por que lo utilizamos de excusa incontestable para eludir el reto de hacer digna la herencia que otros nos dejaron, haciendo que los que vengan detrás de nosotros vivan una vida más justa que la que nosotros herederamos de la sangre y el riesgo de muchos que murieron por ello.
Porque, de tanto repertirnos que somos importantes, que somos relevantes, que somos infinitos, nos hemos convencido de que el ego y el yo son la medida de lo que ha de ser y de lo que será. Porque de tanto creernos los únicos nos hemos convertido en los últimos.
No existimos porque somos capaces de dedicar muchas decenas de millones de euros a evitar la muerte de cuarenta -y todos sabemos a lo que me refiero- y no destinamos ni un mísero denario de nuestras decadentes arcas a la muerte de 3.421 personas - y aquel que no sepa a que hace referencia esta críptica cifra que mire las estadísticas del INE sobre las causas de muerte violenta en España-.
No existimos porque no reaccionamos ante la muerte de otros a menos que pueda ser la nuestra, porque no queremos saber nada de las muertes que nos responsabilizan, que nos hacen pensar, que nos obligan a sentirnos culpables.
Porque hemos llegado al punto en que no nos importa que otros mueran, no nos importa ser, aunque sea en un ínfimo porcentaje, responsables de la muerte de alguien mientras no lo sepamos, mientras no no los muestren, mientras no lo veamos.
Resulta que al final he terminado hablando del fatal 11S. Del dia en el que alguien, sin razón y sin tino, con fuerza y sin medida, nos demostró que ya nunca podremos ser todo aquello que fuimos y que nunca seremos aquello que podríamos -con esfuerzo- haber sido.
El día en que el que alguien, disfrazado de muerte, henchido de arrogancia asesina, de sangre y de locura, cegado por el rito del infierno maldito y tarado por el sueño del paraiso pérdido, nos escupió a la cara que, ahora y para siempre, nosotros no existimos.
Resulta que al final he terminado hablando del fatal 11S. Del dia en el que alguien, sin razón y sin tino, con fuerza y sin medida, nos demostró que ya nunca podremos ser todo aquello que fuimos y que nunca seremos aquello que podríamos -con esfuerzo- haber sido.
El día en que el que alguien, disfrazado de muerte, henchido de arrogancia asesina, de sangre y de locura, cegado por el rito del infierno maldito y tarado por el sueño del paraiso pérdido, nos escupió a la cara que, ahora y para siempre, nosotros no existimos.
No existimos porque ya hemos caído. Aunque aún no hayamos escuchado el sonido apagado del golpe contra el suelo que nos dimos .
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