Mas allá de la bondad o la maldad de la norma que planea y plantea la ampliación de las prohibiciones de consumir tabaco, pulmones y vida en presencia y compañía de terceros; más allá de su necesidad, de sus justificaciones y de sus, en ocaciones, titánicas extensiones, como la que aprueba hoy el Parlamento de Euskadi, la famosa y eterna lucha contra el tabaquismo se está convirtiendo en España -y en otros países, pero sobre todo en España- en un estandarte de la incoherencia formal y material con la lógica más sencilla. Se está transformando en un reflejo de lo que somos y de lo que nos parece bien ser.
No se trata de desgranar o desacreditrar los motivos que se aducen para esta lucha. Resulta lógico que los no fumadores -aquellos a los que les molesta o les perjudica el humo, incluso si son todos- no tengan porque soportar esa molestia y ese riego para su salud. Resulta comprensible que tengan todo el derecho a no tolerar y convivir en los entornos en los que están obligados a asistircon aquello que les daña, molesta o asusta.
No es tan coherente que la ley trate por igual entornos obligatorios y entornos voluntarios. No es tan natural que se imponga a determinados locales y negocios -que en teoría tendrían que tener derecho a elegir el ambiente que ofrecen a su clientela- una sola forma de ver el mundo.
No es tan lógico por la sencilla razón de que acudir a un bar, a una discoteca, a un frontón o a una cafetería no es obligatorio.
No es comprensible, como no lo sería que se obligara a las macrodiscotecas a quitar la música porque el nivel de decibelios es tal que perjudica al oído -algo que está totalmente demostrado- y hay personas que quieren acudir a esa discoteca y no destruir su capacidad auditiva y su equilibrio; como no lo sería prohibir a las pefumerías las demostraciones dentro de sus instalaciones de perfumes intensos que destruyen la pituitaria -también está demostrado- porque algunos clientes de la tienda no lo soportan, se marean o se sienten enfermos.
Si la solución al ruido es obligar a insonorizar el local para que el ruido no salga fuera y moleste a aquellos que no han elegido soportarlo, la solución al ocio y el tabaco, por mera coherencia legal, sería la misma y al que le moleste el humo de ese local que no vaya a él, como al que le molesta el tecno trance a volúmenes brutales no acude a los after hours o los garitos de moda.
Pero ya he dado por perdida la batalla a favor de la coherencia interna de las normativas legales emitidas por una única administración.
Se puede argumentar que la contaminación auditiva y el tabaquismo no son lo mismo porque la ley también pretende luchar contra las drogodependecias y curar a los que hemos caido en las pérfidas garras el tabaco. Y podría servir de explicación. Pero una vez más algo me falla, me chirria, me cruje.
¿Como se evita o se trata de evitar la dependencia de la cocaina, del speed o de la heroína? Hay que suponer que de idéntica manera. Se vende bajo licencia estatal y luego ase impide consumir en los lugares públicos, antes de ser mayor de edad e incluso en presencia de menores. Y entonces voy a un estanco, pido un gramo de cocaina -sólo para hacer la prueba- y la estanquera me mira con cara de ¿me río o llamo a la policía?
Lo coherente, lo lógico, sería -si de verdad se considera una droga perniciosa- prohibir la venta legal de tabaco y asumir el gasto social y financiero que supondría incluir el contrabando de tabaco dentro de la lucha policial contra el tráfico de drogas, además de perder los ingresos por los impuestos de tan perjudicial sustancia.
No digo que quiera que ocurra eso -sería tan absurdo como la Ley Seca estadoundense de los años veinte-, pero nadie me puede negar que es lo coherente ¿He dicho ya que en este asunto doy por perdida la batalla en favor de la coherencia interna de la legislación al respecto?
Los gobiernos y los estados nunca han ingresado impuestos ni han cobrado cotizaciones a los Charlines, el Cartel de Cali, o el Cartel de Tijuana por el tráfico de drogas y por tanto no pierden nada prohibiendo su venta y consumo -que conste, que me parece perfecto que esté prohibido-. Así que, claro no les importa hacerlo.
Pero estas son las incohencias a las que tristemente estamos acostumbrados en estos asuntos. Las que ya empieza a ser necesario omitir por obvias. Con la nueva vuelta de tuerca en la normativa antitabaco hay otra forma de pensar, otro elemento social que se pone de manifiesto y que resulta más preocupante.
En Euskadi no se podra fumar en el coche si hay un menor pero si se podrá fumar en casa aunque tengas treinta dos menores viviendo en ella ¿por qué? En España no te podrás matar fumando en un local público aunque lo reserves para una convención de fumadores, te asegures de que los camareros y los cocineros son fumadores y el dueño del local te lo quiera alquilar ¿por qué? En todo el territorio nacional podrás destrozar los pulmones de tu pareja o tu familia junto a los propios pero no podrás fumar en un estadio de futbol si la cubierta del palco supera el 50 por ciento de la superficie del mismo ¿por qué?
La respuesta a este incoherente misterio-por lo menos para mí, y sé que a lo mejor hilo muy fino- la dan dos situaciones y dos reacciones gubernamentales y sociales que, en apariencia, nada tienen que ver con esta guerra del humo.
En junio, unos días antes de que se llevara al Congreso esta nueva ampliación de la ley -y no estoy insinuando que están relacionadas, que no soy Merovingio y creo que existen las casualidades- los responsables del Ministerio de Interior anunciaron que por primera vez la principal causa de muerte no natural en España no eran los accidentes de tráfico y todos nos congratulamos de ello.
Yo, ingenuo de mí, esperé en ese momento se comenzaran a desgranar campañas para evitar, minimizar e impedir la que hasta entonces era la segunda causa de muerte y se había convertido en la primera -sin desatender los accidentes, eso sí-.
Y, si nos damos cuenta, se han incrementado las campañas contra el consumo de drogas -las prohibidas-, contra el consumo de tabaco, hasta contra el consumo masivo de medicamentos peligrosos. Pero mi sorpresa es que, por más estadísticas que se den, por mas números que se hagan, ninguna de esas tres es la principal causa de muerte no natural en nuestro país.
No he visto un solo cartel, un solo anuncio, una sola declaración oficial al respecto, una sola presentación de campaña municipal, autonómica o nacional para hacer frente a esa misteriosa causa de muerte por la sencilla razón de que esa causa de muerte es el suicidio.
Pero el suicidio no molesta, el suicidio es secreto, es privado.
Así que, me parece que, más alla de las obsesiones -comprensibles pero algo paranoicas- con la salud, más allá de la protección contra las adicciones y del cuidado de los menores -que también son importantes-, lo que nos pasa no es que nos importe que la gente muera y se mate inhalando el humo del tabaco, lo que no queremos es verlo.
Yo puedo morir o matarme en mi casa fumando, bebiendo, consumiendo tranquilizantes y antidepresivos, inyectandome cualquier sustancia o incluso pegándome un tiro en la boca con una escopeta de caza y el Estado, la sociedad y los individuos no se sentirán agobiados por la situación, no se sentirán responsables de ella.
Prohibir fumar sólo en los locales públicos y los coches es tan absurdo, incohernte e improcendente como si se prohibiera el suicidio arrojandose a la vía pública para evitar riesgos y traumas a los transeuntes. Pero, tal y como están las cosas, resulta absolutamente coherente con la sociedad en la que se desarrolla la norma. Y eso es lo que da miedo.
Ya ni siquiera hemos adjurado de la existencia de la muerte -lo que resulta por si mismo en extremo peligroso- simplemente nos conformamos con que no nos la enseñen. Ya sea por un disparo, por la ingesta masiva de pastillas, la sobredosis o la inhalación de nicotina.
Ojos que no ven...
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