Nada importan los apretones de manos, nada importan las sonrisas forzadas de unos y los gestos de relajación condescendiente de otros, nada importa la expresión de satisfacción de la mujer que hizo presidente a un saxofonista aficionado y que ahora conduce la política exterior del país todavía más poderoso de La Tierra. Nada importa la esperanza contenida de unos y la expectación de otros.
Hace unos días el silencio, el recurso a la tragedia y un futuro de llantos, eran las únicas respuestas que, los que medran en la desesperación de unos y los que prosperan en la frustración de otros, daban a la propuesta -casi la imposición- que el mundo lanzaba a los actores del conflicto palestino - israelí para poner fin conversando a sesenta años de intentos de vencer en lugar de convencer, de deseos de victoria y no de paz.
Hoy, cuando la plabara ya se ha pronunciado, cuando -a regañadientes, por supuesto- se ha escuchado y se ha hablado, su silencio ya no es un arma, ya no se puede utilizar como una amenaza, ya no se constituye en una herramienta de imposición por el miedo de aquello que es lo único que desean: la guerra y la victoria.
Hoy necesitan hablar pero, como han olvidado como hacerlo, su palabra se convierte en gritos, su opinión se viste de amenaza directa y belicosa, su mensaje se transforma en muerte.
Hace unos días, cuando aún creían que podían evitarlo, que podían mentener su mundo en las reglas que ellos habían diseñado para él, tan sólo susurraban. Unos detendiendo y haciendo desaparecer en mitad de la noche, sin acusación, sin pruebas y sin juicio a supuestos activistas potencialmente peligrosos. Otros tiroteando desde un coche a tres hombres y una mujer embarazada que tenían el mismo derecho a colonizar una tierra que no era suya y nunca lo había sido como ellos tenían a matarlos por ese motivo: es decir, ninguno.
Cuatro muertes y once desapariciones son apenas un sunsurro en una tierra que grita sangre, muerte, guerra y venganza desde hace demasiado tiempo.
Pero hoy, cuando Benjamin Netanyahu ha aceptado que tiene que hacer dolorosas concesiones para lograr la paz, los susurros asesinos de un tiroteo de Hamás en una carretera perdida no son suficientes para hacer escuchar la voz de los que no quieren la paz en aras de una fe desmadida y corrupta, que pretende imponerse a aquellos que no la quieren y no la necesitan.
Hoy, cuando Mahmud Abbas ha conseguido decir en público que Israel tiene derecho a existir, los susurros de los josues guerreros de Sión, disfrazados de silenciosos movimientos de tropas y de secuestros de árabes en sus casas de Jerusalen Este, no tienen la suficiente fuerza para lograr que se impongan las palabras y las ideas de aquellos que sacrifican todo en nombre de una visión mesianica de un reino que nunca tuvieron.
Así que ha llegado la hora de hablar. Unos lo hacen a gritos y otros llaman a sus amigos para que hablen por ellos. Ambos son igual de cobardes porque ambos son igual de irracionales.
Los unos, Hamás, los yihadistas, anuncian ataques porque atacar es lo unico que saben hacer. Lo dicen por fin en público, con un comunicado en el que siguen hablando de libertad sin concederla en la parte de Palestina en la que gobiernan con el puño de hierro de su guerra santa. Lo hacen amenazando con muerte y sangre para evitar "la venta del país" que creen haber comprado para ellos y para su malentendido dios.
Lo hacen gritando que matarán más, mejor y de forma más coordinada. Lo hacen como siempre han hablado. Sin escuchar, sin comprender, sin pensar, sin razonar.
Los otros, Los Halcones, los sionistas, no hablan en alto. No lo hacen porque tienen que fingir que respetan las órdenes de los que mandan en su país, pero invitan a hacerlo en su nombre a aquellos que se ofrecen a repartir su visión bélica del mundo y la supervivencia .
Si esto fuera una película de Berlanga sería el momento cómico, pero como es lo más parecido en realidad a un docudrama de Ken Loach es el momento trágico.
Recurren a alguien a quien el instinto de relevacia le conduce una y otra vez al ridículo, al que le importa más ocupar un lugar en la historia -sea este cual sea- que el hecho de que ese lugar se asiente sobre pilares de enfrentamiento y crispación: recurren, ni más ni menos -entre otros, eso sí-, a Jose María Aznar.
Y allí acude el ínclito ex presidente que no logró ser líder del mundo libre a decir lo que ellos quieren escuchar; a disfrazarse de amigo de Israél cuando sólo es amigo de aquellos que desangran su propio país por miedo a que sea algo diferente a lo que ellos quieren que sea -cosa que ya estuvo a punto de hacer con el suyo-; a hacer uso de su don de lenguas en los entornos privados y de la única capacidad política indiscutible e indiscutida que posee: la facilidad para generar crispación cuando la crispación y el enfrentamiento son menos necesarios.
Cualquiera que haya leído la prensa en los últimos tiempos -sí, ya sé, es aburrido y exige algo de esfuerzo- diría que Josemari estuvo unos cuantos días entrenando en Melilla para afinar su capacidad de poner de los nervios al mundo árabe antes de presentarse ante el mundo con su nuevo disfraz -con Asociación y Thin Tank incluidos- de "amigo de Israel".
Y desde esa nueva posición inventada en aras de una relevancia internacional que nunca se ganó y que no se merece, intenta minar los fundamentos y la credibilidad del presidente de Estados Unidos, de ese Barack Obama que, por unas razones u otras, -que tampoco es una ONG-, se ha empeñado en que se hable y no se dispare en Tierra Santa.
Le acusa de poner en peligro al mundo libre, de ponerse del lado de Irán, de debilitar con su presión la capacidad de Israel de luchar por su supervivencia. Y no tira de sus orígenes musulmanes porque todavía le queda un rastro, muy pequeño, eso sí, de decoro y cordura.
Con el mismo reduccionismo infantil que le llevó a instar al mundo árabe a padir perdón por ocho siglos de ocupación que lo fueron de conversión en Hispania, que le hizo reclamar ante las atónicas cámaras de la televisión pública británica el bombardeo indiscriminado de Líbano, mete al yihadismo y a Palestina en el mismo saco -algo que muchos llevamos años intentando separar- y afrima que hay que permitir que Israel controle totalmente Palestina para tener un aliado en la zona contra el yihadismo.
Con la misma memoria selectiva que le permitió olvidar sus negociaciones con ETA para criticar las de sus rivales políticos, hace caso omiso del recuerdo de la frase que ha marcado la nueva política de Estados Unidos con respecto a Israel: "no necesitabmos un aliado en la zona hasta que apareció Israel (un general estadounidense dixit)".
Aznar y su nuevo disfraz de su antigua y agotada visión del mundo maniqueo, dividido en buenos y malos, recupera el aciago espíritu de San Manuel Paleólogo que resucitara el ínclito inquisidor Benedicto en Ratisbona y acusa al Islam de ser el verdadero enemigo, el nuevo bloque con el que mantenerse perpetuamente en guerra hasta la victoria.
Así las cosas, los unos y los otros, siguen sufriendo los envites, ahora ya no silenciosos sino gritados, ahora ya no llorados sino escupidos, de aquellos que no quieren que se escuche el sonido de las palabras sino el de las armas, mientras sus líderes -sin mucho convencimiento, que todo hay que decirlo- intentan que verse las caras cada quince días contribuya a que sus pueblos aprendan a soportarse unos a otros y lleguen a saber convivir sin matarse.
Hamás y Aznar son ahora los voceros y portavoces de los que no quieren aprender a hacer ese esfuerzo, de aquellos que olvidan que amar tiene una sola vocal y se empeñan en recordar que atacar y matar estan tan plagados de "aes" como los nombres de aquellos que han elegido hablar en nombre de esa visión del mundo.
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