Al final, como diría aquel, Hugo Chávez, el soldado bolivariano twiteador, ha hecho un pan como unas tortas.
Lo que no consiguió con sus intentos de golpe de Estado contra los gobiernos -siempre corruptos, que todo hay que decirlo- de Carlos Andrés Pérez y sus sucesores, lo que no logró con su revolución bolivariana, que comenzó como debería y evolucionó hacia un gobierno vocinglero, de rogativa y espectáculo televisivo; lo que le fue imposible con las amenazas de una guerra interestatal sudaméricana -cosa que no se había visto nunca- parece que al final lo ha logrado con su última ley electoral. Chávez ha unido a los venezolanos -menos a los chavistas, e incluso a algunos de ellos- en un objetivo común.
Es de suponer que el hecho de que ese objetivo sea desalojarle del poder será algo secundario en su percepción del triunfo. Para alguien tan apegado al mesianismo como el caudillo bolivariano, el martirio debe ser algo tan natural como no reconocer los errores.
Loa analistas políticos, los comentaristas internacionales, los portavoces de un lado y de otro, encontrarán mil motivos para este auge unitario repentino de todos aquellos que en Venezuela se opnen -con todo el derecho del mundo, aunque a Chávez no le guste- a la visión, supuestamente bolivariana y socialista, del mundo y su país que tiene el actual gobernante de Venezuela.
Pero para este humilde demonio pegapalabras, por seguír en el entorno mesiánico y evángelico en el que suele moverse este personaje que pudo ser grande y se conformó con ser poderoso, todos estos errores, estos mandamientos democráticos incumplidos se resumen en uno: Chávez no ha confiado en Venezuela más que en si mismo.
Desde que lograra lanzar parcialmente la economía venezolana, amparado en la venta del petróleo -lo cual no es un delito, ni mucho menos- y en la recuperación o nacionalización de determinadas empresas clave -lo cual es una opción cuestionable, pero tampoco perversa-, Chávez ha confiado más en su visión del mundo que en la que le ofrecían sus datos, ha hecho mucho más caso de su reflejo en el espejo de lo que le comunicaba una buena parte del pueblo venezolano.
El gobernante de Sabaneta no ha confiado en Venezuela. No tuvo la suficiente confianza en que aquellos que pensaban como él, que compartían su visión política, fueran capaces de seguir su trabajo y por eso se enfrentó a propios y extraños en una reforma constitucional que tan sólo buscaba su reelección y su permanencia en el poder como única persona capaz de dirigir Venezuela a la situación en el que él la quería ver.
Mientras las calles de Caracas vivían inmersas en la sangre del crimen y el miedo a la noche, él no tuvo la suficiente confianza en que los votantes comprendieran sus nacionalizaciones y su pulso con los gobiernos regionales y recurrió a las militarizaciones de sus propios puertos y aeropuertos, al sitio armado de sus propias provincias.
Al tiempo que los ingresos del petróleo se diluían y la pobreza volvía a los estadios en la que el egregio bolivariano la había encontrado al llegar al poder, Chávez seguía sin confiar en Venezuela y por eso no creyó que su pírrico y casi burlesco sistema de comunicación de masas fuera capaz de convencerles de que los rigores y los errores eran necesarios para un futuro mejor.
Así, para que todos entendieran este nuevo socialismo real de rosario y concesionarios nacionales de vehículos rodados, decidió acallar a todos aquellos que se mostraban en contra, cerrar los períodicos, llevar a negro y carta de ajuste con himno patrio sempiterno los canales televisivos, silenciar las emisoras de radio, en un intento de que los venezolanos sólo le escucharan a él, sencillamente, porque no confiaba en que si escuchaban otra cosa siguieran siendo capaces de creerle.
Y el último rocambole de desconfianza plena en su pueblo es la Ley electoral venezolana que una vez más es el producto de la continua pesadilla del profeta a no ser escuchado, del mesias a no ser seguido, del caudillo a no ser entendido. De Chávez a no ser elegido.
Con los obreros en huelga, las refinerias ardiendo, los presos amotinados por millares, los depositos de cadáveres convertidos en representaciones esperpénticas de los réditos que el crimen y el descontrol generan en las calles de Caracas, Chávez vuelve a preocuparse de su ombligo, vuelve a poner su atención en encontrar la forma de asegurarse el poder porque no confía en que Venezuela vuelva a otrogárselo.
De tanto no confiar en venezuela ha dajado incluso de confiar en si mismo.
Por ello Venezuela, desde los mercantilistas a los socialistas, desde los socialdemocratas hasta lo democrata cristianos, desde los comunistas hasta los militaristas se unen para intantar lograr que el aparto de desconfianza que Hugo Chávez ha arrojado sobre Venezuela para mantenerse en el poder caiga, se desahaga, se diluya. Y Chávez, el bolivariano que puedo ser un líder y se conformó con ser presidente vitalicio -que al final lo propondrá, seguro-, ya no las tiene todas consigo.
Cuando dejas de confiar en un pueblo con tanta arrogancia y tanto descaro, no es extraño que ese pueblo deje de confiar en tí. Lo dicho, un pan como unas tortas.
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